“Si querés, podés”: notas para una conversación
A principios de mes, El Telar Comunidad Feminista organizó el 4° Ciclo feminista de preguntas urgentes: “Si querés, podés”, sociedad del rendimiento y salud mental en tiempos productivistas. En esta nota, las reflexiones que presentó Claudia Huergo, como invitación a pensar desde la potencia e impotencia.
Propongo pensar la relación que tenemos con el “Vos podés” desde al menos dos anclajes: por un lado, todos sabemos que un aumento de potencia se experimenta como alegría y, por otro lado, que no hay nada más real que la percepción de la propia impotencia. “Poder algo”, pasar de no poder a poder, lo percibimos en general como un acto solitario, del cual somos agentes, es decir, algo que nos place reembolsarnos, atribuirnos, reintegramos a la cuenta del Yo. La relación con la propia impotencia o con los límites, en cambio, no es algo que nos guste atribuirnos. Para eso está el mundo hostil, los otros. Así cuenta Freud la forma en que el Yo intenta hacer esa primera marca objetiva sobre el mundo, para diferenciar lo que es Yo de lo que es no Yo: todo lo que me da placer o satisfacción es mío, todo lo displacentero es mundo externo, otro. Este es un esquema bastante simplón, como lo son las premisas de la autoayuda.
Paolo Virno, en su libro Sobre la impotencia, nos invita a complejizar un poco las cosas. Pensar la relación compleja entre potencias e impotencias. Dice: “Las formas de vida contemporáneas están marcadas por una impotencia debida al exceso inarticulado de potencia, causada por el abarrotamiento opresivo y avasallador de capacidades, competencias, habilidades”. Esa sobreabundancia parece no encontrar el camino a los actos. Es como un motor que ruge mientras apretamos el acelerador con la marcha en punto muerto. Obviamente, no se mueve un centímetro. La palabra “inarticulado” -un exceso de potencia inarticulado- va a ser clave en su planteo, igual que los límites, lo limitado. Una facultad se pone en práctica sólo si es delimitada, contenida, orientada, dice. Pero bueno, por el temita ese del Yo y el narcisismo, ya sabemos que no tenemos una buena relación con los límites. Si vos pudiste esto antes, cómo no vas a poder tal cosa ahora. Raramente escuchamos a alguien diciendo: me gusta cuando puedo menos.
Entonces, está la cosa tosca de la manija de la Locomotora Oliveras de la que todos nos podemos reír, pero que toca resortes que nos conciernen. Responder a esto rápidamente diciendo que somos esclavos modernos, que estamos titiriteados por la mano oscura del poder, “date cuenta, hermana”, también deja las cosas en un lugar que nos llena de impotencia, que nos transforma en seres estúpidos que sólo merecemos extinguirnos. Seguramente hay algo de verdad o de razón en todo eso, pero pienso en una indicación de la filósofa Vinciane Despret respecto a los estudios de etólogos con sus animales, ella dice de qué vale una verdad que no vuelva más interesante el mundo y más interesados a los que aprendan a conocerlo. La “cortesía de entablar conocimiento” supone la capacidad de dirirgir(nos) preguntas que propongan aperturas, transformaciones, y no que solamente vayan a corroborar lo que ya sabemos.
Podemos entonces juntarnos hoy a dar testimonio y hablar y pensar y criticar cómo la subjetivación neoliberal produce desdicha, padecimiento. Pero es difícil hablar de las cosas por fuera de la perspectiva del poder. O sea, por fuera de los modelos conversacionales que nos ofrece, por fuera de los automatismos de comunicación desde los cuales somos hablados, pensados. Modelos que hacen que nuestro mundo y el mundo de nuestras preguntas se vuelvan más vacíos, más pobres, menos interesantes.
Me sirve cómo lo presenta Diego Sztulwark cuando dice que ejercemos nuestra potencia colectiva, pero al interior de los mandos que el capital nos propone. O sea, la cooperación social, que es esa instancia en la que producimos la vida material y simbólica, real de este mundo, está gobernada por dispositivos financieros, tratada como mercancía y trabajo precario. De modo que las operaciones que sentimos como “más íntimas”: la relación con el lenguaje, con el conocimiento, con los vínculos, está también financiarizada. Estamos todo el tiempo trabajando, pero no tenemos voz ni voto para decir qué tipo de relaciones querríamos. Ese sentimiento de impotencia se transforma en un efecto que pasa a desconocer sus causas: la impotencia no tendría como razón la hegemonía neoliberal, sino tendría razón como un estado del ser: estamos deprimidos, desorientados. Nuestra impotencia es ideológica y real al mismo tiempo: no es un problema psicológico de masas, es una interpretación correcta del mundo en la medida que la cooperación está precarizada y mercantilizada. Eso es real. Vivirlo así es estar sano.
Transformar la impotencia –real- respecto a nuestras posibilidades de des-mercantilizar la vida, en una impotencia del ser, es el gran logro de la subjetivación neoliberal. Desde allí, entonces, la tecnología del “Vos podés”. Sobre una impotencia real, pero corrida del campo de la cooperación social, pasa ser pensada como puro producto de un ser que puede seguir ensanchando su mundo de infinitas posibilidades. Desde esa perspectiva, podemos entonces tratar (al mundo, a los otros) y tratarnos con esa ferocidad. Porque desde esa perspectiva, somos recursos. Nos tratamos como recursos que se pueden explotar, incrementar, modelar de acuerdo a esos criterios de ganancia.
Contárnosla de otra forma
Los modelos comunicacionales con que contamos aspiran a reducir cada vez más el campo de la experiencia: estamos ordenados bajo dos o tres significantes amo, y en todos se trata de la valorización que puedo hacer del mí-mismo. Valorización que implica también monetarización de mis afectos, mis estados. Cómo minimizar las pérdidas y maximizar las ganancias. No tenemos otras palabras para hablar de lo que nos pasa.
Las fórmulas y los tips, esa papilla predigerida nos embota, nos empobrece, nos da un tipo de saciedad que a los dos minutos se vuelve voracidad. El consumo de los modelos lingüísticos y sus efectos en las formas de hablar estereotipadas, en los automatismos de la comunicación, nos hace hablar a todos igual, sentir lo mismo: son automatismos donde rebotan las palabras, las palabras dejan de tener la potencia de agujerear algo, de crear algo.
Si la gestión de la colaboración social deja de ser un tema que nos compete, es porque ya hay figuras que se ofrecen como garantes de las formas más radicalizadas de gobierno de la colaboración social: todo se va a resolver a través de la competencia y la transparencia y la falta de corrupción. El gran caballito de batalla de estos modelos comunicativos. Pueden decir que el Estado, que las instituciones no hacen falta, que lo único que hace falta son las formas de competencia y precarización, y exponer eso como transparencia. En la cooperación, ahí donde se da la conflictividad, en el lazo social, vos tenés que negar eso, negar esa complejidad, tenés que ser simple, transparente, decir con claridad lo que buscas, cuáles son tus metas, establecer de antemano lo que esperás de un encuentro, establecer tus no negociables, y ya estás listo para el mercado de lo relacional. Y si haces buenos o malos negocios afectivos, fijate. Capaz que el problemita lo tenés vos. Que no te querés lo suficiente. Se nos propone identificarnos a nuestra propia potencia, a nuestras propias competencias, no admitimos otras realizaciones o actos que no sean al modo del arco reflejo: para todo tenemos que tener lista y pronta a salir la respuesta, el gesto, la palabra precisa, la mirada perfecta.
Qué tipo de problemas y para quiénes
Fue en los años 80 que Margaret Thatcher nos dio su paradigmática: “Me irrita que en los últimos 30 años la política haya estado enfocada en crear una sociedad colectivista y se haya olvidado de la sociedad personal. La gente se pregunta: ¿yo cuento, yo importo? A lo que la respuesta corta es sí. Por eso, no es que me plantee cambiar las políticas económicas, me propongo cambiar el enfoque, y cambiar la economía es el medio de hacerlo. (…) La economía es el método; el objeto es cambiar el corazón y el alma de la nación”. El problema que habrá estado viendo, era para la expansión de los mercados cuando ya no quedaba mucho más que colonizar. Estaba viendo como un problema lo que se tramaba, tejía y satisfacía en lo relacional, en lo impersonal, lo que había que corregir era ese “exceso de relación”. Liberemos entonces a la bestia del Yo, a las bondades de la competencia por sobre la cooperación.
Si eso produjo alguna adhesión –bastante adhesión- al punto que nos cambió el alma, a lo mejor ayude entender el tipo de padecimiento que producía esa otra fijeza, el “tú eres eso”, como indicación, como punto de inmovilidad. Digamos que todos hemos experimentado alguna vez la alegría de andar “fluyendo” como se dice ahora, livianos de determinaciones, siendo parte de un movimiento impersonal con otros. Y de repente, algo nos trae de las pestañas de nuevo a nuestro lugar. Ey, terminó el paseo. Fin de fiesta. Vuelve el rico a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza. ¿Qué es eso de haber andado por un rato así todos mezclados?. Pudiendo cualquier cosa, descualquierándonos. Ahora digamos que la fiesta del consumo hizo algo así. Qué es esto -decía el querido Carlitos Busqued en un tweet- que ahora resulta que plata tiene cualquiera. Cada vez que se rompe una determinación, se produce una alegría. Se libera un punto de fijeza. Experimentamos una modesta pero enorme libertad respecto a lo que nos mantenía sujetos hasta hace un momento. Resulta que yo no era solamente mi trauma, mi karma, mi identidad de clase, mi historia, como queramos llamarle.
En el 2000, Los Auténticos Decadentes lanzaban la canción titulada: “No puedo”. Seguro la reconocen por el estribillo: “Tanta alegría seguida me va a hacer mal”. Y hablaba de parar, de que me tengo que calmar. También puede ser un alivio volver de esa indeterminación, de ese estado aquiescente de energía libre, a otras ligazones, otros agarres. Bueno pero yo soy hijo de, amigo de, enemigo de. Mi cama, mi casa, mis libros. Mis archivos sensibles, lo que llamo mi historia, ahí donde me reconozco. Alguna inteligibilidad para explicarme que no puedo cualquier cosa. Y fundamentalmente, que no es mi culpa, no poder allí donde antes otros pudieron. Pero que tampoco es mi sólo mi mérito, poder algo donde antes otros no pudieron. Para todas estas operaciones, necesito palabras. Más aún, narraciones. Y también contra narraciones.
Si quisiéramos complicar un poco más las cosas, deshacer un poco más lo personal, reventar un poco más las causalidades y los esquemas de determinación, vayamos a las partículas. Vayamos a pensar esas afinidades que no podemos explicar, ni por historia, ni por clase, ni ideológicamente. Un amigo me escucha leyendo un poema. De la nada, entra un diálogo, una discusión futura o ficticia con mi madre muerta. Y dice: “Vaya a saber qué partícula conectó, afectó a esa otra partícula, vaya a saber por qué se mueven juntas, siguen moviéndose juntas, cuando una se afecta, la otra lo siente. Einstein lo llamó movimiento espeluznante. Algo que rompe por completo nuestra manera de entender el mundo, el llamado entrelazamiento cuántico plantea que existen sistemas en el cual dos (o más) partículas están irremediablemente ligadas entre sí, de manera que cuando una cambia la otra automáticamente cambia. Esté donde esté. En cualquier confín”. Viva o muerta estoy tentada a decir, aunque no sea esa una propiedad de las partículas. A la pregunta por qué estás ahí, por qué haces eso, por qué votás a tal, si sos pobre, ey! …que respondan las partículas. Ya sabemos lo que pasa cuando alguien está en medio de ese sistema loco de algarabías y lo queremos traer de las pestañas de nuevo al “tú eres esto”. Qué sistema de intensidades está alguien haciendo pasar por ahí, por esa figura, por esa peluca, no sabemos. ¿Creamos otro sistema de alegrías?, ¿Hacemos una fiesta al lado?. Y escondamos los cuchillos, por las dudas.
Pero regresemos al tema de la impotencia. No es difícil inferir que detrás del aullido, del rugido del “Vos podés” hay una mar de impotencias celebrando nupcias sobre nuestros huesos. “Vos podés” aparece como la última trinchera contra el escarnio. En el top ten de las frases que se escuchan en ese dispositivo que es un análisis, donde se escucha más de lo que querríamos saber, de lo que estamos dispuestos a tolerar, cuando algo de la aceptación se impone –porque ya no queda otra- aparece el: bueno, está bien, pero cómo hago para que no afecte. Creo que haberles hablado al principio de las partículas y del movimiento espeluznante me ahorra tener que responder eso. Qué sé yo hasta cuándo irán a seguir resonando por la vía láctea las discusiones con mi vieja. Y cuántos poemas más tendrán ustedes que fumarse con eso. Quizá la transformación pasa por alojar la relación, porque después de todo, quien me creo yo (quienes nos creemos) para no tener esas marcas. Y al mismo tiempo, por qué no celebrar los lugares por los cuales me pude (nos pudimos) desmarcar, o sea, seguir el juego por otros lados
Un ajuste (de expectativas)
¿Y qué esperábamos? ¿Qué nos parecía que podía surgir de este laboratorio llamado comando neoliberal de la vida? ¿De qué da testimonio este dispositivo? ¿Qué demostró? Bueno, demostró la capacidad que tienen los dispositivos para producir existencia. Vinciane Despret, en su libro Cuando el lobo viva con el cordero, habla mucho de modelos de investigación sobre la conducta animal que arrojan resultados que ya se saben, preguntas que se contestan por sí solas de entrada: a partir de observar la desolación que producía en monos pequeños la separación de sus madres, empezaron a experimentar con formas de apego y separaciones bruscas violentas y traumáticas: se le ofrecía al pequeño mono un sustituto de madre fabricado con un abrigo de piel, luego un esqueleto de alambre, luego un esqueleto de alambre con púas, luego un esqueleto de alambre que sacaba repentinamente puntas de acero … para testear el desánimo del recién nacido en su búsqueda de apego.
En la misma línea cuenta el gran laboratorio que fue la segunda guerra mundial, que le había posibilitado al psiquiatra John Bowlby, investigar los graves trastornos de los niños huérfanos, el llamado síndrome de hospitalismo, hasta llegar a la comprensión de que la necesidad de contacto y apego no podía considerarse secundaria a la necesidad de estar alimentado. Se cuenta que cuando Bowlby visitó estos laboratorios comentó lacónicamente que ahí había más monos psicópatas que los que se hubieran visto jamás sobre la tierra. No había mucho más que aprender de las experiencias de privación y sus efectos catastróficos. Esto lejos de detener las investigaciones, y de limitar los estragos, fue retomado en nuevos experimentos ya que la experiencia de la separación puede recibir nuevas variables: y si variamos el tamaño de la jaula, ¿qué pasa?
Devenidos nosotros mismos experimentadores, renegando de nuestros archivos sensibles, de nuestras formas de apego. ¿Qué esperamos? Un meme genial sintetiza algo de esta pregunta: ahora que aprendí a vivir solo, me olvidé cómo se hacía para vivir con otros.
Jean Oury[iv] retoma esta pregunta desde su dispositivo de acogida en La Borde donde básicamente creo yo que se trata de un modelo de trabajo sobre la relación social: alejado de “La política” pero totalmente concernido en “lo político”, es decir, en cómo hacer la vida con otros alojando la heterogeneidad, sin reventarnos, sin guetificarnos, porque en definitiva las bondades que ofrece el lazo social neoliberal son lo más parecido a un campo de concentración, donde todo es homogeneidad. Habla de un tipo de gentileza, dice: “Una sociedad de gentiles que ejerciera el arte de dejar vivir a las personas en paz. Un lugar donde no se les combate. Un lugar en el que no se trague la guerra como si fuera mayonesa. Esta gentileza no es una fórmula de cortesía simplemente. No se trata de buenos modales, a veces la gentileza implica enojarse espantosamente y sacar corriendo a alguien”.
Mientras escribo esto miro por la ventana un árbol que está en mi patio. Hay una parejita de colibríes que lo visita y que está haciendo nido ahí. Eso me enternece. También, claro, vienen las palomas, a las que detesto. Pero si espanto a unos, también se van los otros.
*Por Claudia Huergo para La tinta / Imagen de portada: A/D.
[iv] El castillo de quienes buscan sentido. La vida cotidiana en la clínica psiquiátrica de La Borde. A. M. Norgeau. Cielo Invertido Ediciones.