La inseguridad, ¿una piedra en el zapato progre?
La inseguridad -así, tan ambivalente y tan real- es una preocupación que afecta a todxs y que no tiene solo que ver con la propiedad privada, sino también con la potencialidad de la agresión sobre los cuerpos. Entre el aumento de robos y el punitivismo como solución, hay un show off de operativos policiales, pero el miedo sigue intacto y el problema no se resuelve. ¿Cuánto les cuesta a los sectores progresistas hablar sobre la inseguridad y qué hacer con ella? Conversamos con el doctor en Ciencia Política y docente universitario, Andrés Daín, para intentar enriquecer este incómodo debate.
Por Redacción La tinta
Nadie podría negar el aumento de robos y violencia urbana que sucede no solo en la ciudad de Córdoba, sino en muchas localidades de la provincia. Recorrer las redes es enfrentarse a videos, fotos y posteos de robos en modalidad piraña, arrebato callejero, en casas, a la salida de las escuelas, de autos o cubiertas, delincuencia con mayor grado de violencia sobre los cuerpos. Se empieza a ver, en algunas esquinas del centro y en otros barrios, grupos de vecines que se autoconvocan para pedir seguridad, llaman a algún medio y cuentan lo que viven. El correlato son noticias con escenas policiales performáticas que se vuelven un streaming, van desde el policía que atrapa a un ladrón de cartera, operativos en Nueva Córdoba con varias CAP y agentes hasta el ministro de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, en el operativo por el caso del colectivero asesinado por la policía. Mucho show off, ¿no?
De la sensación de inseguridad a la experiencia cotidiana. Los hechos delictivos y la violencia urbana no tienen estadísticas amplias y que den cuenta en su totalidad de lo que pasa. El secretario de Seguridad de la provincia de Córdoba, Claudio Stampalija -que asumió con la conflictiva salida de Alfonso Mosquera-, reconoció, en declaraciones a algunos medios periodísticos días atrás, que los hechos delictivos en Córdoba aumentaron un 10% entre 2021 y 2022, que “se ha advertido una modalidad de delito más violenta aquí y en todos lados desde el año pasado”, y afirmó que está próximo a salir el informe. Por su parte, la jefa de la Policía de Córdoba, Zárate Belletti, expresó la semana pasada: “La Policía no está desbordada, reconocemos que sigue habiendo hechos y víctimas, pero no significa que dejamos de hacer nuestra tarea. Hubo 65 detenidos en una semana por robos pirañas en la zona de Nueva Córdoba y centro, la Policía con los fiscales trabajan permanentemente. Es un trabajo integral para poder combatir la delincuencia”.
Según el Informe Estadístico de Referentes Judiciales Comunitarios presentado por el Centro de Estudios y Proyectos, y la Oficina de Gestión Estratégica del Tribunal Superior de Justicia (TSJ), seis de cada diez cordobeses le teme más a la inseguridad que a cualquier otro asunto social. En la última década, Córdoba aumentó la cantidad de policías en las calles; en 2019, el Gobernador Schiaretti se jactaba de haber alcanzado los estándares internacionales al tener 625 policías cada 100 mil habitantes. También duplicó la población carcelaria, pero no logró controlar la inseguridad.
La inseguridad -así, tan ambivalente y tan real- es una preocupación que afecta a todxs, un problema viejísimo y de las mayorías que no tiene solo que ver con la propiedad privada y con el miedo a perder lo que tanto costó, sino también con la potencialidad de ser víctimas, el miedo a la agresión física e, incluso, la muerte. La inseguridad da miedo y enoja, y eso no significa que no comprendamos o empaticemos con las causas estructurales y de la desigualdad que pueden motivar el delito. Cuando se habla de este tema, se entrecruzan muchas dimensiones e ideas que se asocian a esta problemática que no escapa de la grieta. Conversamos con Andrés Daín, doctor en Ciencia Política, profesor en la Universidad Nacional de Villa María y director de Consultora Plebs, para que nos ayude a pensar el tema tan recurrente de dónde poner el foco en el debate público, en este contexto caldeado.
—En el actual contexto de incremento de robos, ¿qué tipo de discursos aparecen con mayor pregnancia al momento de hablar de inseguridad?
—Entre las principales preocupaciones que tiene hoy la gente, está la inseguridad -disputando con la inflación-. En estos momentos, no hay nada que nos homologue e iguale más a lxs argentinxs -después del mundial de fútbol- que el temor a ser una potencial víctima de un hecho delictivo, que nos pueda pasar a nosotrxs o a cualquier persona cercana. En términos de inseguridad, es determinante la percepción o lo que se denomina sensación de inseguridad, y, en este contexto, los discursos que se impusieron históricamente en Argentina, por lo menos en las últimas décadas y que siguen muy vigentes, son los vinculados con la mano dura. ¿Y por qué sucede eso? Es difícil y complejo determinarlo, pero podríamos plantear algunas dificultades de los discursos progresistas y de izquierda sobre la seguridad que, como en otros campos, parecen estar atrapados y encorsetados en ciertas lógicas de lo políticamente correcto. Parecen haber perdido lo que, hasta hace poco, se suponía que hacían a su propia naturaleza, que era el carácter disruptivo y la capacidad de decir algo distinto, de salirse de lo común, proponer alternativas y abrir otras dimensiones en el debate que nos permitan salir para otro lado.
—Hay quienes afirman que los gobiernos más progresistas le entregan la agenda de la seguridad a la derecha o quienes creen que la situación de inseguridad hoy, en Córdoba, es parte de la disputa eleccionaria, o que las cosas se resuelven no con una salida punitiva, sino con políticas de inclusión social. Nos interesa pensar específicamente: ¿qué nos pasa a los sectores más progresistas en relación a lo que se hace o puede hacer con el incremento de robos?
—Hay explicaciones, que tienen mucho de verdad, pero nada de novedoso y que no dan soluciones a los problemas de inseguridad en el corto plazo o planteen alternativas. Por ejemplo, vincular la inseguridad a la desigualdad. Y por supuesto que hay verdad ahí, no hay dudas en eso, pero no pueden las explicaciones sociales, socioeconómicas ser la respuesta que, en algunos casos, han llevado a confundir lo que para cualquiera es evidente; quien tiene la pistola y roba es el victimario, y quien pierde su billetera en esa situación es la víctima. Los discursos “progres” en su retórica y explicaciones opacan al decir que quien roba también es víctima, porque no consigue laburo, que la desigualdad, etc., y esto ha sido -entre muchas otras razones- caldo de cultivo para que los discursos de derecha y de mano dura, que histórica y sistemáticamente han fracasado, encuentren legitimidad.
Da la sensación de que los discursos progresistas están atrapados en diagnósticos que pueden tener su verdad, pero que hoy operan casi como prejuicios. En vez de aproximarse a la realidad sin tantas preconcepciones, están atrapados -tanto como los de la derecha- en lugares comunes y prejuicios que nos llevan a alejarnos de la experiencia concreta, a verla y pensarla en sus propios términos, condiciones y buscar soluciones y alternativas a partir de un análisis desprejuiciado de lo que sucede. Argumentaciones para explicar los hechos de inseguridad del tipo: “El problema es la desigualdad”, “hay que hacer políticas sociales”, tienen mucha verdad, pero que, al repetirlas acrítica y sistemáticamente, terminan operando como slogan y llevan a un alejamiento de los hechos en sí. Por ejemplo, ¿por qué no podemos decir con contundencia que quien delinque debe ser condenado y cumplir la ley? ¿Por qué no podemos plantear con sinceridad un debate sobre los vínculos entre la policía y el narcotráfico? ¿Por qué no podemos hablar de la provincialización de la seguridad y de la policía, si es la mejor alternativa o no? ¿Por qué no podemos hablar en serio del narcotráfico? ¿Tiene sentido seguir pensando en la línea del combate como se viene haciendo hace 50 años y con fracasos rotundos por todos lados? Tener una discusión un poco menos desprejuiciada y más sincera, que me parece que los discursos progresistas también tienen mucha dificultad para eso.
—¿Por qué nos cuesta decir que nos afecta, que nos da miedo, que nos enoja sin que eso traicione convicciones progres o nos alinee con discursos de derecha y conservadores de tipo punitivo y mano dura? ¿Cómo podemos enriquecer el debate sobre este tema sin que se vea determinado por la cárcel y la mano dura?
—No está bien contar si vas por la calle caminando y ves a alguien que te despierta sospecha o que te da miedo, no está bien decir que determinadas situaciones te producen miedo porque parecen ser discriminados y actos prejuiciosos. Cuando lo contás, parece que mostrás tus prejuicios y estás dando cuenta de tus propios prejuicios, pero también estás dando cuenta de cómo esos prejuicios te están operando como consecuencia de la diseminación de los hechos de inseguridad y del temor que eso despierta, y, entonces, hay que negar y ser políticamente correctos.
Para enriquecer el debate, lo que hay que hacer es moverse de los prejuicios y los lugares comunes que, por más verdad que hayan tenido en sus orígenes, claramente, su repetición los ha transformado en clichés.
*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: A/D.