El cultivo de la caña de azúcar es muy importante en el Noroeste argentino, especialmente en la provincia de Tucumán, donde representa la base agrícola de la actividad económica regional. Por eso, el residuo de su cosecha, denominado maloja, suele ser muy abundante. Si bien tiene un potencial energético interesante, aún no está muy explotado, por lo que su destino final suele ser la quema a campo abierto, emitiendo gases que producen contaminación ambiental.
Sin embargo, dos arquitectos tucumanos hallaron una forma de revalorizar este residuo y aprovechar sus características para utilizarlo como elemento para la construcción de viviendas. Para ello, desarrollaron una técnica para fabricar paneles constructivos ecológicos a partir del residuo de caña de azúcar. Estos paneles permiten montar una obra de forma rápida y sencilla, brindando una muy buena aislación térmica y acústica.
“La técnica que hemos desarrollado utiliza maloja como componente principal para construir paneles, aprovechando un residuo que es muy abundante en el NOA. Se denomina tierra alivianada encofrada y, por su baja densidad, es cinco veces más aislante que el ladrillo común. Otra ventaja es el bajo costo en comparación a otras técnicas”, cuenta a TSS Gonzalo García Villar, becario doctoral del CONICET en el Centro Regional de Investigaciones de Arquitectura de Tierra Cruda (CRIATiC), de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT).
La idea surgió hace varios años, mientras se capacitaba en técnicas constructivas sustentables basadas en tierra y paja, donde conoció la técnica de tierra alivianada encofrada, que tiene sus orígenes en Alemania. Luego, decidió remplazar la paja por maloja para evaluar sus propiedades y empezó a prefabricar paneles constructivos con ese material. Más tarde, a través de su beca doctoral, trabajó en mejorar la técnica y solucionar algunos problemas que fue encontrando a la hora de colocar las terminaciones (cerramientos e instalación eléctrica, por ejemplo).
Para avanzar en el largo proceso de transformar un proyecto en producto, se asoció con el arquitecto Pablo Dorado, becario doctoral del CONICET en el Instituto de Investigaciones Territoriales y Tecnológicas para la Producción del Hábitat (INTEPH – CONICET / UNT). Ambos pertenecen también al Observatorio de Construcción con Tierra, situado en Amaicha del Valle, un espacio de encuentro, experimentación y co-construcción de conocimientos junto con los pobladores locales.
“Se trata de una técnica ecológica porque revaloriza un residuo y porque se mezcla con tierra, un elemento que no requiere procesos industriales ni traslado, ya que puede usarse la que está en el lugar donde se va a construir. También se usa madera, un material estructural que tampoco tiene ningún proceso industrial más que el corte, a diferencia de otros como el hormigón armado o el metal”, indica García Villar. Otra ventaja ecológica es que, gracias a su alta aislación térmica y a los revoques de tierra desarrollados por los investigadores, se logra un buen confort interior, reduciendo la necesidad de sistemas artificiales de calefacción y refrigeración.
Para rellenar los paneles, se remoja la maloja en tierra arcillosa en estado líquido o viscoso (una especie de barro). Luego, se escurre bien y se procede a rellenar los encofrados de madera (estructuras similares a las que se utilizan para contener el hormigón fresco hasta su endurecimiento), compactando la mezcla con la mano o con un palo. Después del secado, se retira el encofrado y el relleno queda sujeto entre las maderas. Finalmente, se realizan los revoques de tierra y se procede a pintar.
“Si bien existen diversos tipos de viviendas económicas, no existe en el mercado argentino un sistema constructivo prefabricado que tenga el valor ecológico y la aislación térmica que tienen estos paneles”, señala el arquitecto. Ya han probado el material en la construcción de algunas viviendas y, actualmente, se está usando para construir un depósito de alimentos de la Asociación de Campesinos de Tucumán (ACT). “Lo construyeron ellos con capacitaciones nuestras”, apunta.
De esta forma, el elemento constructivo desarrollado por los especialistas puede usarse de dos formas: se puede construir in situ o utilizando los paneles prefabricados. García explica que, en el segundo caso, los tiempos se acortan bastante y es posible construir una casa en solo dos meses, ya que los paneles se pueden fabricar en un mes, montar la vivienda en dos semanas y, luego, solo quedaría todo lo relativo a las terminaciones. El emprendimiento fue bautizado «Fibrapanel».
El desarrollo del sistema constructivo ya está terminado. Ahora, los investigadores están buscando la forma de poder fabricar los paneles a mayor escala. “Por el momento, lo venimos haciendo en una carpintería, de forma rudimentaria, pero, para poder largarlo al mercado, necesitamos una estructura más grande. Seguramente vamos a tercerizar la fabricación, bajo inspección nuestra, y contratar alguna empresa constructora que lo ponga en sitio. Sería ideal que, más adelante, podamos hacer todo nosotros, el diseño, la fabricación y el montaje de la obra. Pero por algo se empieza”, finalizó García.
*Por Nadia Luna para Agencia TSS.