No soy yo, ¿es mi ansiedad?
¿Cuánta ansiedad podemos bancarnos? ¿Todo se resuelve yendo a terapia? No niego ni afirmo la idea de que todo síntoma será resuelto en terapia, como un don que posee la terapeuta. Unas palabras mágicas, una pregunta reflexiva y chim pum pam, porque qué cansador el mundo, pero dudemos un toque, a ver qué nos pasa.
Por Verónika Ferrucci para La tinta
Diciembre es, por calendario y por efectos sociales, un mes perfecto para transitar diversas ansiedades. Este año particularmente, el mundial nos atravesó en una experiencia totalizante. El resto del año también tenemos ansiedad: por el trabajo -por tenerlo o no-, por alguna relación, por un match que no responde, por los mensajes en el WhatsApp que son muchos y abrumadores, por el futuro, por la crisis climática… inserte su motivo actual de ansiedad. ¿Pero todo es lo mismo? Pareciera que no hay jerarquización de lo que nos puede generar estados ansiógenos, al menos, en la enunciación.
“Tengo FOMO”, es una expresión muy usada en las redes sociales y son las iniciales de Fear of missing out -ya se sabe de los anglicismos que intentan definir los males epocales-. Es el miedo a perdernos o quedar afuera de algo, y la ansiedad que eso conlleva. Dicen quienes saben que es un síntoma que vino con el mundo de las redes y las presiones o mandatos que instalan, la perturbadora sensación de que el resto del mundo está teniendo experiencias divinas, divertidas y felices, y vos estás tirada en un sillón tomando mate y siendo infeliz. El fantasma de la improductividad laboral, afectiva y la expectativa aspiracional al acecho.
Uf qué suerte pensé que era que es casi noviembre y el stress propio de la crisis económica y social que vivimos y que me pasó una pandemia por encima y ahora vivo con ansiedad crónica pero por suerte es un eclipse. pic.twitter.com/HjAM6TeDZA
— Emilia Agostina 💚 (@milipioletti) October 21, 2022
Por un lado, hay una constante referencia a que vivimos con ansiedad -imagen del perrito chiquito del meme-. Conversaciones, memes, hilo de Twitter, columnas en radio, notas, etc. Así lo demuestran, y permítanme el recorte epocal, benditos millennials. Entonces, ¿cuáles son algunas de las causas de nuestra ansiedad actual? Por otro lado, hay una permanente recomendación de ir a terapia, por cualquier problema, tema y vivencia, “tenés que ir a terapia”, como una promesa. Todo parece posible de ser resuelto en un espacio terapéutico. ¿Lo es? No seré una detractora de la terapia, porque me ha salvado -literal y simbólicamente- la vida. Pero podríamos dudar de este imperativo posmo de que todo será resuelto allí y casi como una dependencia para “vivir bien”.
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Este mundial -sí, todavía vamos hablar de esto, muchachosssss- ha puesto, como nunca antes, el tema de la salud mental en agenda y quizá porque es un tema generacional. Nuestro arquero campeón, el Dibu, habló en sus entrevistas de su terapia para trabajar la presión, el fracaso y también sobre sus estrategias de meditación. Por su parte, Cristiano Ronaldo, ya descalificado de la Copa del Mundo, compartió, en una story de Instagram, una foto con una de las herramientas que propone Stutz, un destacado psiquiatra estadounidense en el documental que lleva por título su apellido y dirigido y protagonizado por el actor Jonah Hill, recientemente estrenado en Netflix y que está siendo un éxito. ¿Acaso los consumos culturales mainstream de esta plataforma nos hablan de algo que acontece? Más allá de la propuesta audiovisual, que por momentos parece resultadista por el tipo de terapia, la cuestión podría girar en torno a por qué estos contenidos pegan tanto.
Ocupé una sesión de mi terapia para hacerle algunas preguntas a Sofi, mi psiquiatra, y no porque no haya hablado antes de mi ansiedad. Una pregunta, como para empezar, le dije:» ¿Qué es la ansiedad y por qué se usa como descriptor de conductas variadas todo el tiempo?». Después de su cara de «a ver por dónde empiezo», respondió: “Primero, es importante pensar la ansiedad como un afecto normal, una emoción dentro del pool de emociones que nos constituyen, como una cuestión reactiva a algunas situaciones. La pregunta sería: ¿qué pasa cuando esa ansiedad se desborda, toca el cuerpo y se torna insoportable? Cuando se vuelve disruptiva y no es solamente a modo de reacción ante un estímulo, sino que es un continuo de vida. Lo aclaro, para plantear la diferencia, para no pensarla como algo patológico cuando, en realidad, no lo es y lo que tenemos que ver son las características que tiene y cómo impacta en cada quien”. Ok, sigamos.
Tengo la repetitiva tendencia, quizá por vicio de mi formación en las sociales, de leer los síntomas en relación con la cultura epocal y -a veces- es un poco una trampa, pero messirve: “Bueno, vamo a calmarno, no soy yo, es una cuestión cultural”. Sofi me escucha con atención, ya conoce bien ese mecanismo y me dice: “Para Freud, el malestar en la cultura es en relación a los signos de época, que están en consonancia con lo que nos pasa a los sujetos. El análisis que se hace de sí es una cuestión cultural, sirve a los fines analíticos, pero sepamos o no que lo es, eso por sí solo no va hacer que disminuya la sensación y la percepción del síntoma. Lo cultural es el escenario contemporáneo y, entonces, resulta interesante preguntarnos: ¿qué de este ritmo me hace a mí estar ansioso? Pero no vas a hacer que el síntoma disminuya por comprender si es o no una cuestión cultural”.
Bueno, pero soy terca e insisto: «¿Y qué hay con lo del FOMO?», como queriendo que se detenga y me dé alguna respuesta más precisa. Yo también busco respuestas mágicas, sorry not sorry. “La generación millennials está caldeada en relación al objeto; al hacer -no vaya ser que, cuando haya una pausa, venga la angustia- y a la necesidad de que nada quede por fuera, porque lo que queda por fuera angustia. Que no se tenga o se pause algo genera angustia y una ansiedad terrible. Es el modo contemporáneo y actual de lo que se llama, en psicoanálisis, ‘agujero’, la angustia de ser o la falta de ser. Las generaciones de hoy muestran más desnudada la cuestión de qué pasa cuando nos damos cuenta de que no somos completos, que no siempre la cosa sale bien, que se pierden cosas. Ahí sí me parece que es una cuestión del malestar en la cultura. La propuesta actual de que nunca falte nada es el signo de felicidad y, si hay algo que no hay -no solo de objeto-, sos el desecho y hay que vérselas con esa posición de paria por fuera de lo que propone la sociedad”, explica Sofi.
La experiencia ansiógena es variable, pero hay algo de no soportable y que, en un punto, tiene algo que ver con el no ser. Como todo acontece en la inmediatez, todo tiene que ser resuelto, respondido, pensado, comentado, hecho en esa instantaneidad. Sobre esto, Sofi apunta: “No es fácil no responder a la demanda instaurada de amos de una sociedad que propone que, si sos de determinada forma, sos y, si no, no sos. Porque hay que vérselas con el no sos. En las redes, por ejemplo, no hay lugar para el vacío, no hay opción de no escribir, no estar conectados, no mandar un audio. La contracara es insoportable. La inmediatez como propuesta voraz de un tiempo, hay que ir al palo y no hay posibilidad de pausa, una cosa tras otra y, cuando no hay esa cadena, hay vacío y ahí empiezan los problemas”. Bueno, qué alegre y motivante va la charla. Esperen un poquito, sigan, nadie dijo que esto iba a ser fácil.
«Te falta terapia»
¿Qué hay detrás del imperativo posmo de ir a terapia como solución a todo? ¿Qué pasa con el amplio espectro de la sociedad que no va a terapia? ¿Será una trampa depender de las terapias? No dejo de pensar que, muchas veces, existe una idea resultadista de la terapia, que me solucione algo y rápido. Además, ir a terapia es una buena carta, como advertencia y anticipo: «Lo hablé en mi terapia».
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¿Vos creés que vengo a sentarme en este sillón, buscando una solución mágica? -Risas-. “La terapia no es un espacio en el que vas a buscar algo del otro, al contrario, es ir a buscar algo de una, analizar y ver qué posicionamiento distinto podés tener ante algo -hablo desde el psicoanálisis-. Y eso implica romper con la consonancia de la época de buscar algo, de que alguien te dé algo para estar bien. Es una época en la que no ponemos mucho el cuerpo -literalmente- y, entonces, se busca algo afuera, que el terapeuta me dé una calma. Quizá, por esto, funcionan tanto los variados coaching, como fórmulas mágicas de solución de la vida, herramientas efímeras, en consonancia con la época”.
Si bien, con la pandemia, la salud mental está teniendo un lugar más central y hay mucha data del aumento de ansiedad y depresión en el mundo, así como el consumo de pastillas para tratarles, aún nos faltan políticas integrales de acceso a espacios terapéuticos para todes. Ya hablé sobre el cansancio y la queja, como un orden y régimen que se impone en nuestra existencia y experiencias. ¿Será el síntoma también algo así? ¿Nos acostumbramos al síntoma? No es por hacer un elogio del síntoma, pero, para el psicoanálisis -del que este país es re fana-, el sujeto es inseparable del mismo. Pretender una vida sin síntomas y en total armonía y plenitud es una pelotudez perversa.
siento que estoy en el mejor momento de mi vida y al mismo tiempo que nunca tuve tan poca idea de lo que estoy haciendo. me siento perdida, desorientada, sin rumbo y contenta. es rarísimo.
— M de Marlowe (@_mdemarlowe_) July 26, 2022
¿Cómo podríamos vivir en este mundo incendiado sin síntomas? “Hablo desde la psiquiatría, ahora es el paciente -inclusive instituciones- quien llega pidiendo medicación. Hay un imperativo en relación a la solución de la demanda explícita porque hay algo que está siendo cada vez más insoportable y se cree que la analgesia y la anestesia de la medicación es lo único, y que lo necesitan. No es simple, por un lado, no subirse a pensar que no se necesita la medicación, pero tampoco obturar y meter una pastilla para calmar cualquier tipo de ansiedad. El nivel de clona es directamente proporcional a la dificultad de poder hacer algo con el síntoma propio, pero, además, porque es también un ritmo, cultural, social y contemporáneo, que mucho no te deja hacer otra cosa. Tenés que dormir, pero tenés muchas cosas en la cabeza, pagos, aguantar a tu jefe, etc. Cuando empieza lo que se impone en lo real, no es tan sencillo cortarlo. Hay un doble imperativo: lo social del malestar en la cultura y lo propio de cada quien y la posibilidad de pararse ante la sociedad o ante lo que impone el imperativo del goce”.
La ansiedad es también una herencia y profundización neoliberal de un modo de vivir aquí y ahora con un imperativo de felicidad insoportable, con unas expectativas inalcanzables. Entre el pesimismo apocalíptico y el ingenuo optimismo, entre la incomodidad del futuro y la ansiedad del presente, tiene que existir otra cosa, porfis. ¿Será que animarse a la incertidumbre y detenernos en contra del apuro por pensar en lo que viene puede convertirse en un puntapié para cuidarnos? No tenemos certezas y eso nos desarma, pero quizá -y me lo repito como mantra- el ejercicio de aprender a convivir con eso nos dé alguna tranquilidad. El mundo está jodido y, por ahí, hay algunos memes que dicen que es más fácil pensar en el fin de todo que en cambiar el mundo. Parecen lejanas las utopías revolucionarias. Sofi me da como tarea que le haga lugar al sufrimiento, no para instalarme ahí, sino para ver de qué está hecho, cómo funciona y para hacer algo distinto que negar y quejarme. Suerte y feliz fin de 2022.
*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: Camila Mermet.