¿Somos una generación cansada?

¿Somos una generación cansada?
13 mayo, 2022 por Verónika Ferrucci

Hay un síntoma que habla más allá de la palabra: millennials acumulando cansancio y quejándonos por sobrevivir así, en este mundo. Estoy cansada, lo siento, me enojo si me desacreditan, me quejo, comparto un memito y un poquito fingir demencia y seguir. ¿Qué experiencias epocales se nos anudan? ¿Somos nosotres o todavía sirve decir que es el capitalismo y su agenda afectiva? Hablé con Sofi, mi psiquiatra, para darle un poco de consistencia a las preguntas. Spoiler alert: no hay respuestas.

Por Verónika Ferrucci para La tinta

A casi nadie le da la cara para negar la precarización real con la que nuestra generación se supone que está creciendo e intentando madurar. ¿O ya debíamos madurar? Nos deben retroactivos, así que, plis, con paciencia, mundo. Porque Papá Noel y la seguridad que nos prometieron en la vida adulta son los padres. No voy a sumar el plus de la pandemia y el peso de los sentidos apocalípticos que nos rondan. Sería ridículo y falto de rigor histórico desconocer que quienes nos precedieron tuvieron condiciones laborales -entre otras existenciales- peores que las nuestras. Y no todo tiempo pasado fue mejor, pero había disponibles unos marcos regulatorios y libretos de vida más lineales, y en algún momento, para muchas personas eso fue un proyecto, incluso de ascenso social. Sobran las pruebas de cómo las brechas de desigualdades son cada vez más crueles. 

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Ya hay miles de estudios que hacen foco en la generación millennial y sus signos de época, y entre más o menos datos random, dicen que las personas que tienen entre 22 a 38 años pertenecen a la denominada “Generación Agotada”.  Bueno, y si el cansancio es real y no una percepción, ¿qué nos cansa? No es difícil constatar la falta de consistencia en muchos de los vínculos, en lo que hacemos, la fragilidad de las formas laborales, los recovecos neoliberales para arrojarnos a la intemperie y a la incertidumbre afectiva, real y simbólicamente hablando. Ya en 2009, Mark Fisher decía: «La pandemia de la angustia mental que aflige a nuestros tiempos no puede ser correctamente entendida, o curada, si es vista como un problema personal padecido por individuos dañados”.  

Estamos corriendo todo el tiempo, ¿a dónde? ¿Cuál es la prisa? Miles de notas dicen que aumentaron los síntomas de depresión en jóvenes, que nos rodean y replicamos discursos desesperanzadores, que toda nuestra generación se está yendo del país a buscar “un futuro mejor”. Recomiendo por vez mil una nota realizada con un exhaustivo trabajo de recopilación de notas de Infobae sobre testimonios de migrantes triunfando en Europa -esto fue hace un año, imaginen cómo creció ese archivo-.

Pasada tres pueblos

Un chat epocal, entre treintañeras con sus white people problem del día. No diré que somos yo y mis amigas, obvio. Más allá del recorte generacional y clasista, les millennials, este grupo tan polarizado entre la buena y mala fama, que nacimos entre 1981 y 1996, estamos en el centro de miles de notas y reflexiones. Y entre las muchas generalidades y estereotipaciones, como no puede ser de otra manera, la cultura del meme nos ampara los sentires y desacartona los conflictos existenciales. Pero también profundiza algunas identificaciones y, ¿entonces? ¿Posta somos una generación tan cansada? 

Un eco de queja, cansancio y agotamiento circula sin parar en memes, tuits y chats. Y hasta hay un concepto para esto: burn out millennial. La autora de referencia es la periodista Anne Helen Petersen, quien escribió el artículo: «No puedo más. Cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada«. Si bien su análisis es desde y en Estados Unidos, hay elementos interesantes para repensarnos. Reconoce una multiplicidad de factores para este fenómeno que, de pronto, se nos volvió contundente: el agotamiento, la precariedad y la sensación de no futuro normalizada. “Estamos muy endeudados, trabajando más horas y con más trabajos por menos paga (con menos seguridades), pero luchando por sostener los mismos estándares de vida que nuestros padres, operando en una precariedad psicológica y física, todo esto mientras nos dicen que, si trabajamos más, la meritocracia prevalecerá y que amemos lo que hacemos”, expresó la escritora, para quien el mayor desafío por delante es preguntarnos por qué nos pasa y tener un lenguaje para hablar sobre esto y no creer que las cosas son así y no se pueden cambiar. 

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Hablé con Sofi, mi psiquiatra -porque siempre mejor pensar con otras-, sobre si el cansancio puede ser leído como síntoma actual y por qué aparece ligado a la angustia, a la depresión, al sin sentido, al aburrimiento, a la falta de horizontes. Y si la queja y la cultura que se gesta alrededor de la misma es inmovilizante. Lo primero que me dice es: “Vivimos más bien un ritmo sin preguntarnos por qué hacemos lo que hacemos, hay una prisa por marchar y hacer y taponar con otras cosas para no preguntar, porque enfrentarse a la pregunta y a la respuesta -si es que la encontramos- nos pone en una situación de tener que hacer algo. Sin embargo, necesitamos lenguaje y hablar de lo que nos pasa”.

Devenir monotributista o la falsa libertad freelance

¿Habrá motivo para estar mal
o debo ser yo presintiendo el final?
No es eterno el carnaval si es etéreo lo carnal
Encontraremos algún otro canal para juntar el plexo
De fondo un saxo y queremos sexo
Ahora recuerdo la primera vez que te reíste
Y las ganas que me dieron de que se me ocurra un chiste
¿Cómo van a convencerme de que la magia no existe?

WOS

El filósofo surcoreano trending topic, Byung-Chul, tiene precisamente un libro que se llama La sociedad del cansancio y dice: “Pasamos de la explotación a la auto-explotación. La era postcapitalista y los sueños de ser tu propio jefe, emprendedora, freelance. Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose, y se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”. 

No hijes, no casamiento, no trabajo formal, no jubilación, no casa propia, vamos viendo si termino la facu. ¿A ver qué queda en la góndola? «Estamos inmersos en un proceso de radicalización a cámara lenta, provocado por el sentimiento generalizado de que la vida va a peor. Hay un contraste real entre la nuestra y las generaciones anteriores, donde la sensación era completamente opuesta», explica Petersen. La autora agrega: “La obsesión con el éxito profesional, lo volátil del mercado laboral, la presión paterna, el autoempleo, la ambición, la necesidad de estar siempre conectado con el mundo y siempre a disposición del cliente o el empleador, de hacer de sí mismo una marca, la imposibilidad de ahorrar y demás males asociados al mercado laboral en la penúltima reinvención del sistema capitalista ha provocado que toda una generación, cuya franja más adulta apenas acaba de cumplir los 35, se haya ya desgastado hasta el punto de no diferenciar lo urgente de lo importante. Todo lo es”.

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Al «precariado millennial» le dicen y prometen que el trabajo desregulado es libertad, que las horas extra traerán mejores condiciones y beneficios, creer o creer en la meritocracia, y, de paso, en las promesas políticas libertarias. Que la vida privada y la pública están en relación al desarrollo profesional y, si no das lo mejor -volver a Marx, siempre-, hay un ejército esperando por hacerlo por menos -y mejor- que vos. La posibilidad de sindicalizarse, bien, gracias, y la utopía del sin patrón llegó, pero no como la soñamos. Y aumentaron las fuerzas conservadoras de derecha, antigénero, racistas, fundamentalistas, liberales, etc., porque son capaces de movilizar las emociones, justo cuando nada parece tener solución en medio de la incertidumbre y crisis, te movilizan a odiar y crean sentidos mágicos.

¿Por qué pasamos del cansancio a la queja? «La queja está más enganchada con une otre, por ejemplo, en relación al malestar en el trabajo y, si bien son cosas que hacen pie en lo real, hay un posicionamiento que es personal y es la autorización a la pregunta -que hay que despejarla, por supuesto- sobre cómo se quiere vivir”, expresa Sofi. A mí me generan dudas las actuales formas de la queja, pero también sé que a la fuerza feminista la potenciamos a pura queja. El tema es, ¿toda queja puede transformar condiciones estructurales, simbólicas, culturales, etc.? 

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¿La cultura de la queja puede inmovilizarnos? Eso sería claramente clínico, me dice Sofi, la inmovilización es la inhibición puesta en acto, cita a Freud, por supuesto. “Hay inhibición de poder decir ‘hago esto y quiero hacer esto’ y no porque lo tengo que hacer. Pero no es nada sencillo, porque hay un imperativo actual de proponer soluciones rápidas, muy globales y estandarizadas que dejan por fuera las subjetividades, entonces entrás en esa lógica y aparece el malestar, porque no funcionamos con cosas estandarizadas. Entonces se tapona nuevamente la pregunta de cómo se quiere vivir”. Pienso y le digo que, entonces, es una trampa, ¿quién puede tener ganas de, en estas condiciones, preguntarse cómo vivir?

Me señala el ejemplo de la contracara del cansancio: no saber qué hacer en el tiempo libre y angustiarse. Si estoy tan cansada, ¿cómo mierda no voy a aprovechar el tiempo libre? “No saber qué hacer con el tiempo libre es parte de ese cansancio por el hacer constante, pero sin la pregunta de si se quiere hacer. La contradicción es que el tiempo libre -esa pausa entre la demanda externa, de ese otre que nos oprime- angustia. Sucede que, cuando hay tiempo libre, hay espacio. ¿Es libre de qué ese tiempo? Un tiempo entre los comandos y los imperativos de época, trabajar, hacer, consumir, deber ser, parecer”.

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¿No nos aguantamos como sociedad contemporánea la pregunta de qué queremos? Dale, pone otro capítulo. 

Para Sofi, los síntomas, en un punto, nos hacen despertar y conmover: «¿Qué me está pasando?”. El riesgo es que sea como el huevo y la gallina, es la época la que marca el ritmo, pero también es un ritmo que tomamos, en la medida que no podamos agujerear un poco eso, es fácil ir creyendo que las propuestas volátiles de coucheo, sin mucha pregunta, más bien con recetas, nos vengan a decir y resolver algo. Y esto pasa desde las ofertas más espirituales, terapéuticas, hasta en las nuevas inversiones para ganar dinero fácil. Una mega industria destinada a aliviar esta condición de persona quemada que nos ofrece combos de cosas para taponar la angustia. 

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“¿Qué acuerdos podemos hacer para surfear la ola epocal con el menor malestar posible y no quedar en la trampa de su propia lógica? El desafío es, teniendo en cuenta la época, resistir y hacer una invención, no para quedarnos en los malestares, sino para transitarlos con algún saldo a favor, de saber sobre dónde estamos pisando”. Nos deseo mucha suerte. 

“Y no tengo pensado hundirme acá tirado
Y no tengo planeado morirme desangrado
Y no-oh-oh, no me pidas que no vuelva a intentar
Que las cosas vuelvan a su lugar”.
WOS

*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: Luciana Mora.

Palabras claves: explotación laboral, Jóvenes, Salud Mental

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