“La prueba parecía inobjetable, pero el Loco se plantó.
‘Fue gol’. -‘¿Y eso que se ve ahí?’-, intenta acorralarlo el Inquisidor Araujo.
‘Es un truco de la televisión: en la cancha fue gol’”.
Ignacio Lewkowicz, Dallalíbera (inédito, 1992)
Ah, es difícil estar al día. El desapego de la actualidad es relativo, es variable, es decidido y no decidido, es fuente de sufrimiento y también de orgullo. Puede ser cosa de unas horas…
Esto para decir que pasó el mundial, pasó el VAR y me quedé sin poder articular una idea. De algo nimio, pero que participa de las mutaciones programáticas de nuestro tiempo (“mutaciones programáticas”: oxímoron del capitalismo). Otra degradación del cuerpo, de la experiencia y del presente. Por ahora, el VAR no introduce “justicia” alguna: ¿cuándo se pide y cuándo no se pide el VAR? ¿Qué sacerdote regula el poder de verificación pantallística? Quizá podría mejorarse, “como en el tenis”, me indica un amigo: que cada equipo pueda pedir uno o dos VAR por tiempo… Podría ser. En el tenis, es hasta gracioso: todos mirando la pantallota donde una animación digital resulta ser, de modo inapelable, la verdad. La animación digital es la verdad; nuestro ánimo, nuestra alma, nuestro aliento, entonces, vale menos. Ver un juego deportivo en vivo es emocionante, pero las sensaciones que da nuestra percepción sensorial ocupan un nivel inferior en la escala de la realidad.
El árbitro, dice Villoro, es el que más ama la bocha: la quieren tanto, que admiten no tocarla y ser insultados masivamente, con tal de estar cerquita de ella. El referí es el juez, el ortiba, el que se viste siempre de negro aunque disimule con colores, pero está adentro del juego. Los árbitros, entre ellos, se dicen: “¿Jugás el domingo?”. Juegan a arbitrar, es su rol en el juego. Lo que ya no son es los operadores del criterio de verdad; la verdad del terreno de juego ya no está depositada en el cuerpo que juega al juez. Ahora el juez jugador suspende el juego para ir a consultar al dios pantalla. Es un dios contrario al de Nietzsche; si Zarathustra exigía una deidad capaz de bailar, el Dios pantalla domina porque detiene y descompone el movimiento fragmentada y mecánicamente.
La supremacía de la pantalla opera descomponiendo la experiencia. Lo que el juez mira no es siquiera la repetición. Mira la cámara lenta; más aún, mira un frame by frame, un cuadro a cuadro. El VAR interrumpe el juego porque su criterio de verdad se basa en una interrupción del continuo experiencial. La experiencia en sí misma es sucia, impura; el continuo de la vida es difícil de gobernar, y entonces la verificación mediática introduce un discontinuo donde segmentar y observar: toca o no toca. En el discontinuo reina la razón binaria: hay contacto o no hay contacto, pasa o no pasa el electrón, es amigo de la democracia sonrisona o le toca el escarnio… Sí o no: sin dudas. Como si la duda no fuera una instancia natural para la vida, una instancia que requiere un modo específico de ser habitada (en efecto: la decisión). De vuelta Zarathustra: “Solo en el mercado le exigen a uno que responda: ‘¿Sí o no?’”. La razón binaria es una faz de la subjetividad mercantil.