Agustín Laje, otra vez en offside
El referente intelectual del pensamiento liberal, Agustín Laje, reconocido adepto a las teorías conspirativas, consideró que el intento de atentado a la vicepresidenta fue «puro humo». Lo hizo mediante un posteo en su cuenta de Twitter, poco después de que se viralizaran las imágenes del ataque. Luego, borró el mensaje sin dar explicaciones.
Por Gabriel Montali para La tinta
Todos los espacios políticos de nuestro país han tenido, y tendrán siempre, sus intelectuales orgánicos. Hombres y mujeres de ideas que analizan el pasado y el presente desde una identidad partidaria asumida de manera explícita.
Como el campo cultural es uno de los espacios en donde se define en qué modelo de sociedad queremos vivir, resulta lógico, y hasta legítimo, que existan actores, músicos, escritores y científicos resueltos a intervenir en los debates públicos desde una posición ideológica en particular.
A veces, esa condición impone límites. En parte, porque no resulta nada fácil plantear cuestionamientos al interior de un ámbito partidario cuando se está más o menos embanderado con sus doctrinas: la figura del traidor, en la Argentina, pesa siempre como potencial amenaza que coarta el ejercicio de reflexión de los intelectuales orgánicos.
Y en parte, también, porque a veces es la cerrazón ideológica la que nos pone en riesgo de convertir nuestras ideas en un credo religioso, es decir, no en una lectura que compite, con mejores o peores argumentos, en el terreno de las adhesiones políticas, sino en una ley a la que debería amoldarse el conjunto de la sociedad, sobre todo, aquellos que dentro de tu espacio proponen una mirada diferente sobre los mismos temas.
Cuando el riesgo es el primer límite, el intelectual orgánico, pese a todo, aún puede enriquecer la discusión pública.
¿Qué sería del kirchnerismo sin los textos de Horacio González, José Pablo Feinmann o Alejandro Grimson? ¿Qué sería del macrismo sin las intervenciones del historiador Luis Alberto Romero o la politóloga María Matilde Ollier? ¿Qué sería de la izquierda socialdemócrata sin las producciones de la enorme Maristella Svampa?
Cuando a las reglas las fija el segundo límite, en cambio, ya no hay lugar para pensar ni para discutir: lo que se impone es la paciente espera de la chispa que vuelva a encender la hoguera más oscura de la historia.
Ayer, a las 23:23, en el mismo momento en que se viralizaban las imágenes de la pistola Bersa, los sonidos del gatillo, la vida de Cristina Fernández que no se apagó vaya uno a saber por qué misterio, el referente intelectual de los liberales, Agustín Laje, sugirió en Twitter que todo se trató de una farsa, un show montado para martirizar a la vicepresidenta.
“Puro humo”, posteó. Luego, borró el mensaje sin dar explicaciones, quizás presionado por la actitud de otros referentes de su espacio político: Carlos Maslatón y José Luis Espert, por ejemplo, no solo repudiaron y condenaron el hecho, sino que lo consideraron un atentado.
El cordobés Laje quedó en offside, acompañado casi en soledad por los diputados Martín Tetaz y Amalia Granata.
Una actitud previsible, cantada, si se tiene en cuenta que el autor de “La batalla cultural” ha construido su figura desde la lengua recalcitrante que han impuesto las redes sociales, el idioma no demasiado novedoso de las emociones desbordadas y la conquista de likes a cualquier precio.
Pero conviene precisar dos cuestiones que, en algún momento, habrá que discutir en profundidad.
Por un lado, Laje es mucho más que un emergente de la crisis del sistema político, las penurias económicas y el cambio de época que han promovido las movilizaciones de los movimientos LGBTIQ+.
Laje, además, es un emergente de la polarización. Su visibilidad es el resultado de la consolidación de una lógica que poco a poco ha ido desplazando el límite de lo decible. Una lógica que nos ha convertido en una cloaca a cielo abierto con consecuencias muy difíciles de prever.
Pero él, junto con esto, es otra cosa. Es el revival de un simbolismo rancio que ojalá en algún momento logremos transformar en la huella de un pasado remoto.
Es la reinvención psicótica de la tesis de “Casa tomada”, pero sin la fascinación que Julio Cortázar tenía por ese peronismo que en un primer momento le generó rechazo. Es el temor y el odio visceral a los negros, los trolos, los indios, las tortas y todas las identidades que discuten aquello que él percibe como el orden natural de las cosas: tenemos pene o tenemos vagina, y tenemos propiedad y religión, de modo que cualquier actitud que proponga la más mínima reforma de esas estructuras debe ser incinerada.
Laje es la percepción del otro no como un igual, pero distinto, con el que tengo que negociar algún pacto de convivencia, sino como ese “coso” que hay borrar del hardware planetario de una vez y para siempre.
Sus libros se basan en un determinismo biologicista que opera por conveniencia. Por momentos, reconoce que las sociedades se organizan mediante convenciones, acuerdos, que se construyen o se destruyen en el terreno de la política.
Pero como ese reconocimiento implica aceptar que no existe un orden natural de las cosas –algo que, desde Albert Einstein y Erwin Schrödinger hasta acá, sabemos que ni siquiera existe en la naturaleza–, entonces recula y reafirma su biologicismo como el único criterio que debería orientar el desarrollo de la cultura.
Es un antimarxista que plantea sus pensamientos desde la biblioteca teórica de Antonio Gramsci, uno de los más importantes intelectuales del marxismo. Es una suerte de contradicción efervescente que, en nombre de la libertad, se viste de estalinista del sexo y el mercado.
Laje es la sociedad reducida a un único dogma que impide toda diferencia.
Por eso, sus libros no están hechos para explicar o comprender lo temas que le preocupan, sino para montar una versión de los hechos que resulte eficaz para radicalizar a la tropilla libertaria.
Por eso, en sus argumentos no hay un mínimo atisbo de reflexión, ni siquiera un párrafo, dedicado a pensar si acaso no será el mercado de los afectos capitalistas el principal enemigo de sus ideales de sociedad monógama y casta.
Por eso, esconde las experiencias de desigualdad material –reales, visibles y alimentadas en soledad por el neoliberalismo, desde que se derrumbó el bloque socialista– que existen detrás de esas identidades inconformes que tanto le molestan.
Ojalá que lo que pasó anoche nos permita bajar un cambio, porque es la polarización en donde se hacen fuertes los Lajes de la vida.
*Por Gabriel Montali para La tinta / Imagen de portada: Anfibia.