Si la historia la escriben los que ganan
Algunas semanas atrás, compartíamos en La Tinta, un artículo de unpastiche.org sobre películas dirigidas por mujeres. ¿Por qué promover producciones realizadas por mujeres? Esta vez les convidamos la historia de dos grandes artistas: Elena Poniatowska y Leonora Carrington.
Estaba de visita en casa de una amiga. Muy lectora ella, muy gozosa de encontrar nuevos materiales para leer yo… me puse a husmear su biblioteca. Es algo que me gusta hacer, siento que estoy buscando un tesoro, que alguna joya desconocida podré encontrar.
Había leído algunos años detrás una nota sobre esta escritora. Página/12, a propósito de su premio Cervantes, había publicado una página completa sobre Elena Poniatowska. Una mexicana –hasta ese momento era lo que sabía yo de la cual me había quedado prendida, por su grandeza y por cómo me había conquistado aquel fragmento literario que el diario compartía. Sin embargo, no había alcanzado a movilizarme hasta conseguir un libro suyo. Así que ahí tenía mi revancha, frente a la biblioteca de mi amiga, me encontré con un libro de Elena.
Ahí supe que era mexicana, pero no. Que había nacido en Francia, pero que la vida la había llevado a México, donde había desarrollado su profesión de escritora y se había consagrado, entre otros, con el premio Cervantes. Aclaremos algo, conocí a Elena cuando ya tenía el pelo completamente blanco.
“Leonora” era el título del libro. La tapa era una foto en blanco y negro con una mujer al centro, mirando a la cámara, y dos hombres abrazados a ella. Leyendo la solapa, solo el nombre de ellos me sonaba: Max Ernst y Paul Éluard. Sin embargo, la historia era sobre ella, sobre Leonora Carrington.
Compartir y repartir las historias
Lo pedí prestado y me zambullí en sus páginas. A poco de andar me pregunté ¿por qué hemos escuchado tanto sobre André Bretón, sobre Salvador Dalí, sobre Max Ernst y tantos otros hombres del Surrealismo; y no hemos leído, visto, oído casi nada de las mujeres de este movimiento? ¿Por qué después de haber estudiado las vanguardias artísticas como parte de la currícula escolar ni siquiera me sonaba el nombre de Leonora Carrington?
Un poco para responder a esos por qué surge esta nota. Como una pequeña contribución a los relatos, producciones, y creaciones que las mujeres han hecho, hacen y hacemos en el mundo. Una manera de llenar esos espacios en blanco en los que pareciera que no hemos estado, no hemos participado, estuvimos ausentes. O estuvimos presentes solo con aportes secundarios, prescindibles. Pues eso no es así. No lo es ni lo fue. Pero precisamos andar mucho para encontrarnos con historias como la de Leonora, contadas –oh casualidad- por Elena.
Lo idéntico: Europa y México
Leonora fue una niña inglesa. Criada entre hermanos varones, quienes, como ella, pasaban más tiempo con las nannys, que con su madre y padre. Desde pequeña causó problemas para su familia, porque no se amoldaba a la femineidad que sobre todo su padre, esperaba de ella. Leonora se sentía caballo, así sentía su cuerpo, su afectividad, su lenguaje. Tenía una sensibilidad particular, una inteligencia increíble, y una creación excepcional. Los intentos de “domarla”, la hicieron pasar por múltiples colegios pupilos, conventos y un psiquiátrico, que la destrozó por dentro.
Luchó, contra todo y todos, por hacer lo que quería: pintar. Tomó clases en París, y comenzó a codearse con los artistas más conocidos del momento. A poco de encontrarse, Max Ernst se convirtió en su pareja. Leonora era la vanguardista más aclamada por los propios vanguardistas, todos querían contagiarse de su personalidad irreverente y su pintura única. La relación con Max duró muchos años. Con subidas y bajadas, sufrió un golpe abrupto en medio de la Segunda Guerra Mundial, cuando él es detenido en la casa en la que convivían, para ser llevado a un campo de concentración.
Sintió que enloquecía, no podía tolerar el dolor de la ausencia. Ayudada por amigos Leonora pudo salir de Francia, para salvarse. Se fue a España. Su apellido de familia de alta alcurnia, el invisible movimiento de los hilos de su padre, siempre presentes, esta vez la ayudaron a salvarse de los riesgos bélicos. Leonora ya era una pintora reconocida entre los artistas de Europa más renombrados de la época, y contaba con una prolífica obra.
Después de haber abandonado su casa en un pueblo de Francia y huyendo de la Guerra, decide mudarse a América. Estados Unidos, primero, y finalmente México, la acogen. El país latino era el lugar de origen de su esposo, Renato Leduc, y si bien al principio le costó el idioma, la ciudad, los olores y las calles; terminó convirtiéndose su lugar en el mundo.
Cuentas pendientes
Tal como Elena, Leonora no nació en México, pero allí pasó gran parte de su vida y desarrolló gran parte de su obra. Ambas son reconocidas como artistas mexicanas. La escritora comparte, al final de su libro, sus encuentros con la pintura. Las entrevistas y cómo fue tejiendo los hilos que convirtieron su obra en una biografía de la Carrington.
Leonora es una artista deslumbrante, sus obras conmueven. Se hizo a sí misma, desde el deseo de pintar y en contra de todo lo que se interpuso en su camino. Fue lúcida y reflexiva a lo largo de su vida. La incomodidad y la irreverencia la acompañaron siempre, y nunca dejó lo que fue su prioridad y su pulsión vital: el atelier, con el lienzo blanco, siempre dispuesto a recibir sus pinceladas.
Nos debemos el tiempo para recuperar los relatos de las mujeres. Conocerlas y compartirlas. Nos debemos el tiempo, porque no están a la mano, visibles. Precisamos, también, contar las luchas y aportes de las mujeres de hoy. Las que crean, interpelan, producen, transforman.
Aunque quieran hacernos creer que sólo estuvimos para coser las banderas. Sabemos que no, que también las empuñamos. Somos protagonistas, por eso tenemos que escribir y compartir, nuestras propias historias.