«A mi hijo lo llevé vivo y me lo traje muerto»
Ezequiel Chirino, padre del subteniente muerto en Paso de los Libres después de un ritual de iniciación, aseguró que «no hay palabras para describir la pérdida de un hijo» y reclama justicia por Matías.
Por Esteban Viu para La tinta
«Quiero que pongas en primera plana que a mi hijo me lo sacaron en una sola noche, yo lo llevé vivo a Corrientes y me lo traje muerto», dice Ezequiel Chirino (51), padre de Matías, un subteniente de 22 años que murió el 19 de junio en la localidad correntina de Paso de los Libres, después de haber sido obligado a participar de una fiesta de iniciación en esa guarnición militar.
Un sol pálido y débil entra en forma oblicua por la ventana que da al patio trasero de la casa de la familia Chirino, donde Ezequiel nos recibe. En el hogar, habita un silencio desgarrador. “Me lo mataron, no tengo dudas. Lo supe desde el principio y convivo con un dolor terrible. Ahora estoy haciendo muchos trámites por la causa y todavía no puedo caer. Siento que tampoco me lo puedo permitir del todo porque trato de ser el sostén de mi familia”, detalla. Suspira, toma aire para no quebrarse. Al lado suyo, sobre un estante, tiene una foto de su hijo recién ingresado al Colegio Militar. “Debe ser la única foto donde sale así de serio, él era un chico con muchísima felicidad”, comenta.
Matías Chirino era de la localidad de Holmberg (a 12 km de Río Cuarto) y, después de egresar del Colegio Militar, fue designado a Paso de los Libres para los primeros cuatro años de su carrera. “Apenas llegó, averiguó sobre un gimnasio y por un instituto de inglés. También buscaba lugares para dejar el currículum de su novia, Valentina Palma, que la amaba. Su proyecto era vivir juntos en Corrientes”, explica el padre, que busca hacia los costados, con mirada pesada, algún reparo para el dolor del alma. Arruga un poco la boca y, con los ojos inundados, dice: “Fue algo terrorífico lo que le hicieron, no tengo calificativos para estas lacras. Le arrancaron su futuro”.
En cuarto año del secundario, Matías recibió la visita de oficiales del Ejército que pasaron por las aulas a dar un pantallazo general sobre las actividades y el trabajo que realizaban. Ese fue el chispazo que encendió las ganas del adolescente de formar parte del cuerpo del Ejército argentino. “No lo veía con orientación para eso, él tenía ganas de seguir estudiando. Yo no lo obligaba a que fuera abogado, médico ni nada, él solo encontró su vocación”, sostiene su papá.
Rindió el examen de ingreso en Córdoba y realizó su carrera en el Colegio Militar de la Nación, ubicado en El Palomar, provincia de Buenos Aires. El primer año lo pasó en la pensión del lugar y después se mudó a una casa con cuatro compañeros que eran casi hermanos. Su vida estuvo marcada por las alegrías y los tropezones que cualquier persona experimenta cuando se va de su lugar y llega a uno nuevo.
Una vez recibido, a Matías lo designaron al Grupo de Artillería de Monte 3 en la localidad de Paso de los Libres para cumplir funciones. Debía incorporarse el lunes 27 de junio, pero los oficiales del lugar le reclamaron que lo hiciera antes para darle una fiesta de bienvenida. Ezequiel viajó junto a su hijo a Paso de los Libres para acompañarlo en sus primeros pasos.
“Todas las pruebas de lo que le hicieron a Matías están en este celular”, remarca Ezequiel y señala un teléfono que tiene en la mesa. La supuesta ceremonia de bienvenida se realizó el sábado 18 de junio. “Ese mismo sábado, estábamos almorzando y armaron el grupo de WhatsApp. Escuché la forma en que lo trataban por audios y le recomendé hablar con un superior, pero él me dijo que no, que no quería arrancar mal con los oficiales”, confiesa. Las exigencias que le impusieron a Matías, para su propia “celebración”, eran llevar vino Rutini, cerveza Corona y whisky Jack Daniels, además de cigarrillos.
Las palabras que Matías le dijo a su papá antes de irse todavía resuenan en su cabeza como un presagio de la atrocidad: «Te juro que estoy cagado de miedo, viejo». Los oficiales involucrados le habían advertido que los superiores no se podían enterar de nada de lo que sucediera esa noche, de lo contrario, “se la iban a hacer pasar peor”.
Matías llegó alrededor de las 20:00 al lugar, con otros dos oficiales recién recibidos. Esa noche, que iba a coronar años de esfuerzo y sacrificio, se convirtió en el camino hacia una muerte temprana e injusta. Fue obligado a ingerir grandes cantidades de alcohol y comida prácticamente sin descanso. Los oficiales de mayor rango le daban sus vasos y lo obligaban a hacer fondo blanco. También lo forzaron a tirarse a una pileta con agua sucia en una jornada donde la temperatura rondaba los 3 grados y lo mandaron a comprar más alcohol y cigarrillos en medio de la noche. Por último, lo obligaron a dormir en el suelo. A la mañana siguiente, lo encontraron sin vida.
Ese domingo, día del padre, a las 8 de la mañana, sonó el celular de Ezequiel. El diálogo de esa llamada fue el siguiente:
—¿Usted es el padre de Matías Chirino?
—Sí, soy yo.
—Venga para el Hospital que su hijo está muerto.
La primera autopsia reveló que sufrió una broncoaspiración: se ahogó con su propio vómito. El estudio indicó, además, que el cuerpo no exhibía signos de violencia, pero la familia denuncia que el joven fue víctima de una serie de maltratos que le costaron la vida. El abogado de la querella ya solicitó una segunda autopsia con un médico de Córdoba y que los 11 oficiales que fueron parte del denominado “ritual de iniciación” sean imputados por homicidio y no por abandono de persona. Por el momento, fueron apartados de la fuerza.
Ezequiel Chirino tiene entre sus manos una mancuerna pequeña que aprieta con fuerza mientras habla, para descargar la ansiedad y el estrés. Su mirada no encuentra puntos fijos mientras relata, respira hondo para que el llanto no le gane.
“Siempre destaco el acompañamiento que me dieron Guillermo Pereda, jefe del Estado Mayor, y el General Cuchesi, de Posadas. Ellos no sabían nada y a Matías le dijeron que los superiores no podían enterarse porque se las iban a cobrar. No pretendo meter a todos en la misma bolsa”, explica. “Estoy viviendo una tortura, literalmente, pero sé que, si no salgo a hablar, las cosas se pueden complicar y lo único que busco es justicia por mi hijo”.
La entrevista llegó a su fin. Antes de despedirnos, Ezequiel agrega: “También quiero que pongas en la nota que tengo a mi hija acá, estudiando en su pieza con una foto de su hermano, llorando todo el día. Él le había prometido que iba a ser el primero en verla cuando se recibiera. Todo eso nos quitaron”.
*Por Esteban Viu para La tinta / Imagen de portada: gentileza familia Chirino.
El viernes 8 de julio por la tarde, en la ciudad misionera de Apóstoles, Michel Verón sufrió el desplazamiento de la cuarta y quinta vértebra de su columna tras caer a una pileta vacía. Los hechos aún se investigan, pero según adelantó la familia de Verón, estaban en su bautismo de iniciación por el ascenso de soldado a cabo que recientemente había obtenido. Las palabras de su mamá fueron: «Lo humillaron, lo hicieron bailar y tomar bebidas alcohólicas. No sabemos si va a caminar con normalidad de nuevo».