Agustin Begueri, xilomurales en la ciudad
Conservar un oficio, mantener viva la tradición. Navegar nuevas alternativas, hacer docencia y tomar la calle como una forma más democrática de poner a girar las artes. Agustín Begueri, desde el hacer dentro y fuera del taller, postula al grabado como dispositivo político.
Por Inés Domínguez Cuaglia para La tinta
Hablar de grabado es para mí casi como hablar del primer amor. Una mesa de trabajo llena de matrices, olor a tinta, ropa manchada para siempre. Mates y otras hierbas.
Es revolver en los primeros años de estudiante de artes. Recordar chapas con errores técnicos y líneas peludas. Traer a mi memoria las filas para imprimir en “Las brujas”, la mesa paleta llenísima de colores y tantos profes enseñando un oficio.
El grabado es el arte de reproducir imágenes de manera analógica. Un proceso romántico, a fuego lento, como me gustan los procesos.
Del diseño a la estampa, hay un largo camino, me enseñó una de mis profes más queridas. Mientras: la exactitud, la selección de la técnica, la pulcritud, hasta que ves la estampa y hacés una buena serie. Toda una cadena.
Técnicas, miles… monocopia, aguafuerte, aguatinta, manera negra, seri, xilo y todas las derivadas en grabado verde. Pero el mecanismo siempre es similar: reproducir una imagen varias veces, como si fuera en una imprenta. Lograr una serie. Si nos ponemos muy académicxs, serán deseables unos bordes limpios, la estampa centrada, un papel libre de ácido.
El arte impreso tiene un condimento parecido a la magia por su valor de sorpresa, por las alquimias y los baños de ácidos. Porque siempre, y gracias a la investigación en taller, surgen nuevas técnicas.
Me gusta enseñar grabado, ensuciarme las manos de vez en cuando, agarrar las gubias, ponerme a tallar. Más me gusta ver grabado, encontrar grabados por ahí. Que no queden dentro de un aula, en una carpeta, en la sala de un museo. Que el grabado salga en forma de murales, de pegatinas, de stickers, que sean intervenidos por otrxs. Porque las expresiones creativas se completan cuando otrx las mira, las toma y quizás no se las olvida nunca más.
Conocí a Agustín Begueri en una calle de nuestra ciudad. Conocí sus imágenes en realidad. Grabados a lo grande, con ese lenguaje tan tradicional de la xilografía.
El grabado como oficio
En comunicación con La tinta, Begueri cuenta que nació en Jujuy y se crió en Neuquén, pero, desde hace unos cuantos años, reside en Córdoba. Aquí cursó la licenciatura en Grabado de la UNC. Dice que, hasta estar en la facultad, no sabía qué era el grabado, pero cuando lo descubrió, sintió mucha conexión y similitudes con la platería mapuche en la que ya venía trabajando. Se fue involucrando con diferentes técnicas, pero eligió la xilografía por el movimiento y el trabajo cercano a la tridimensión que implica. “La xilografía tiene que ver con la escultura porque vos trabajás en la tridimensión. Con la gubia, sacás material y tiene un movimiento de la tridimensión. Así empecé con la xilografía desde la idea de la escultura y de la platería”, dice y agrega que le parece importante el proceso que requiere este lenguaje desde pensar la imagen, dibujarla, tallar, entintar, imprimir.
“Sigo usando el grabado como técnica y no lo digital porque me gusta esa cuestión procesual. Ese proceso que culmina en el revelado de la imagen a la hora de imprimir, para mí, es mágico y me contrapone a lo digital que, si bien lo uso un poco para buscar y componer, me parece que el hecho de que una imagen sea tangible o física es un posicionamiento político, una postura frente al arte”.
En la era de lo digital, de la inmediatez de las imágenes, de las múltiples herramientas para reproducirlas en gran escala, el grabado insiste con volver a las fuentes.
“El grabado es un oficio que viene desde la edad media. La primera técnica de impresión de divulgación de conocimiento, tanto con la biblia o las cartas de tarot, más adelante en los libros y enciclopedias. Me parece que conlleva una tradición que el tiempo no ha podido borrar y sigue siendo parte de alguien que elige ese oficio. A mí me llama muchísimo la atención y también me gusta indagar un poco en la historia del grabado porque, después de tantos años, es una disciplina que se sigue conservando”, afirma Begueri.
Agustín trabaja desde el concepto de memoria como forma de traer cuestiones del pasado para ubicarlas en el presente. Así, sus imágenes tienen que ver con su familia, pero también con los pueblos originarios para reivindicar nuestras raíces. A la vez que tiene toda una serie de grabados relacionados al asesinato del maestro Carlos Fuente Alba y a la defensa de la educación pública. Desde allí, construye xilografías modulares (tallas en madera que se van uniendo, en criollo). Imprime sobre papeles bien finos y los pega como si fueran stickers -pero gigantes- en diferentes ciudades. En la nuestra, podrán encontrarse con muchos de ellos. A esta forma de hacer, en arte le decimos xilomurales.
Xilomurales como dispositivo político en el espacio público
Las expresiones creativas en la ciudad implican un hacer y un decir político desde el arte.
No es lo mismo hacer arte para quienes entran a un museo o a una galería que hacer arte en la calle, en las veredas, en los puentes. Esto llega a todxs, sin distinción de billetera para pagar una entrada o comprarse una pintura. Es una manera más democrática de poner a girar las producciones artísticas.
“La función del grabado en el arte tiene que ver con divulgar, por la característica de multiplicidad que tiene. Tiene un plus de multiplicar la imagen y que llegue a más personas la esencia de la obra”, explica el artista haciendo referencia, de alguna manera, a las posibilidades que brinda el grabado para reproducir imágenes por la vía pública.
“Todo empezó con la idea de sacar a la calle mis imágenes, hacer pegatinas. Como una forma de mostrar lo que hago. En ese hacer, encontré mucha riqueza y que la obra salía del taller. Una especie de conclusión de obra: superando la etapa de levantar el papel impreso después de haber pasado por la prensa. La pegatina supera esa instancia, es darle identidad o dejar parte de mi identidad en el espacio público. Trazar relatos que se van cruzando, hacer un mapeo territorial”, dice Begueri y cuenta que, después, queda atento a cómo continúa modificándose el espacio público al ritmo veloz de la ciudad.
Taller de arte impreso, una oportunidad para aprender
Agustín tiene su taller en barrio Cofico, que funciona desde 2016, donde desarrolla sus obras y lo deja abierto a quienes quieran aprender, indagar y experimentar técnicas de grabado.
“El taller es individual, a diferencia de otros espacios de aprendizaje. Tiene este proceso que es lento, pero que se disfruta cada paso y eso hace que lxs participantes quieran seguir y se entusiasmen con lo que es la disciplina del grabado”, nos explica y también comparte que, en varias ocasiones, trasladó su taller a comunidades y escuelas rurales para transmitir diversas técnicas de arte impreso.
Aprender un oficio, bancar el proceso legítimamente abierto y sorprendente. De eso va el grabado.
*Por Inés Domínguez Cuaglia para La tinta / Imagen de portada: Agustín Begueri.