“A Malvinas fuimos con la misma gente que decía: ‘No están ni muertos ni vivos, están desaparecidos’”
Por Esteban Viu para La tinta
“Mi nombre es Silvio, soy excombatiente de Malvinas, te escribo de ciudadano a ciudadano, mi intención es contarte que hace 37 años busco justicia y duele en el alma pedir hoy y después de tanto camino recorrido que se haga justicia. Pero tengo que explicarle a dos chicos de 17 y 14 años (mis hijos) por qué el que me torturó sigue sin dar la cara y contar el motivo por el cual lo hizo, mientras su padre sufre desde el corazón las terribles humillaciones propinadas en el no tan lejano 1982”.
Así comienza la carta que Silvio Katz le escribió al juez federal subrogante de Ushuaia en 2019, Federico Calvette, en otro intento para lograr un avance en la causa por torturas a soldados argentinos, ejercidas por sus propios superiores. Silvio fue uno de los tantos torturados en las islas durante el conflicto con Inglaterra, particularmente, por su origen judío.
El proceso judicial data del 2007, está radicado en el Juzgado Federal de Primera Instancia de Río Grande y tiene 130 jefes militares imputados, pero solo tres procesados. Hace algunas semanas, los excombatientes torturados presentaron un pedido ante la Organización de Naciones Unidas (ONU) para que este organismo se expida sobre las demoras de la Corte Suprema argentina, que debe resolver si la causa por castigos inhumanos que sufrieron los soldados son o no delitos de lesa humanidad, y, por lo tanto, imprescriptibles.
«Tengo la desgracia de que la persona que me torturó a mí, Eduardo Sergio Flores Ardoino, falleció víctima de un cáncer. Muchos me llamaron para decirme que gané y yo no gané. Es como si hubiese puesto un bar y este canalla se fue sin pagar. Me hubiese gustado que se fuera condenado por la gente, ya no digo la justicia siquiera, que no ayudó. Que la gente escuche la historia y decida», dice Silvio sobre el final de esta entrevista, con la voz algo gastada, pero con la suficiente dignidad y entereza para rematar: «Por eso, hay que seguir luchando, para que no haya más Silvios sin justicia».
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El 2 de abril de 1982, Silvio Katz hacía el servicio militar en el regimiento de Tablada, con 19 años. Faltaban 15 días para que le dieran la baja del servicio militar. Esa madrugada, lo despertaron para avisarle que el país había retomado las Islas Malvinas y que en los próximos días tenía que viajar, junto a un grupo de conscriptos, a Comodoro Rivadavia para reemplazar a un regimiento que cumplía funciones en esa ciudad.
El 10 de abril, mientras el contingente de soldados viajaba a la provincia de Chubut, se enteraron de que su destino final, en realidad, era Malvinas. Silvio y muchos más iban a participar de dos guerras en simultáneo: contra los soldados ingleses y contra sus superiores, que marcaron un hecho histórico para cualquier conflicto bélico. «Fue la primera y única vez en la historia de las guerras que los soldados fueron torturados por su propia tropa», aclara Silvio.
Relata que su llegada a Malvinas fue un torbellino de sentimientos, desatado por una historia personal particular: su padre se escapó del Holocausto en 1940, era alemán y judío. Falleció cuando él tenía 9 años y no generó demasiados recuerdos de su figura paterna, aunque todavía tiene muy nítido su silencio sobre la Segunda Guerra Mundial. «Lo primero que sentí fue una emoción enorme, por pisar un suelo que un argentino rara vez puede pisar, iba a defender los derechos de mi país. Pero también tuve una angustia y un dolor muy fuerte, conocía la historia de mi viejo y sé que nada bueno sale de una guerra”, afirma.
“A Malvinas fuimos con el Ejército de Galtieri y Videla, no fuimos con el de San Martín o Belgrano. Fuimos con la misma gente que decía: ‘No están ni muertos ni vivos, están desaparecidos’. Querían hacer desaparecer otra vez sangre joven y nuestra”, sentencia el excombatiente. Enumero que algunos motivos de tortura eran tener un color de piel oscuro, no ser católico y pensar distinto o discutir alguna orden, una réplica en espejo de lo que sucedía en el continente. «Cuando hablamos con familiares de desaparecidos, encontramos muchos puntos en común en cuanto a las torturas de ellos y las nuestras, solo que allá le agregaron el frío”, argumenta.
Una gran cantidad de soldados argentinos fueron sometidos a diferentes metodologías de tortura: hambreamiento, estacamiento a la intemperie o comer de entre los propios excrementos son algunas de las modalidades que menciona Silvio. «No entiendo cómo Malvinas no está en el Nunca Más o cómo no hay un Nunca Más de Malvinas, porque se repetía la tortura sistemática de la dictadura», dice con bronca.
«Nos negaban comida mientras ellos comían desde alguna loma alta, mirándonos. Que me digan judío de mierda se me hizo pan del día o me preguntaban para qué combatía por Argentina si era judío, como si eso fuera una nacionalidad. Eso también alimentaba la bronca de nuestros compañeros, partían muy hacía adentro», recuerda.
A Silvio, por su origen judío, lo obligaron a sumergir los pies y la cabeza en un lago helado, repetidas veces, con temperaturas por debajo de los 0° grados. También lo sometieron a revolver entre sus propios desechos para poder alimentarse.
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«Hubo una gran desmalvinización en el país. Cuando volvimos, solo se contaban los actos heroicos y no querían que se contara la parte sucia. La Justicia sigue enterrando un papel que hay que sacar del cajón y ponerlo a la vista del público. Aún hoy, hay gente que tiene miedo de hablar, porque vive bajo amenaza de, por ejemplo, quitarle su pensión de excombatiente”, denuncia Silvio Katz.
A 40 años del silencio de las armas en Malvinas, casi 120 combatientes aún no terminaron su guerra. A la batalla la libran en los pasillos de la Justicia hace 15 años.
Antes de finalizar la entrevista telefónica, Silvio dispara la última frase: «¿Sabés por qué hablo? Porque mi papá no pudo hablar del Holocausto y yo no quiero que mis hijos pasen por lo mismo».
*Por Esteban Viu para La tinta / Imagen de portada: Ana Medero.