Algunas pistas de El Mercader de Venecia para nuestra coyuntura actual
Por Sofi Lontano para La tinta
El Mercader de Venecia y la experiencia argentina frente al FMI muestran que la deuda, para ser tal, debe ser esencialmente impagable. De allí que la «libra de carne» sea la línea roja que nos alerta sobre lo que se puede ni se debe ceder.
La ficción literaria nos suele marcar trayectos insólitos para lidiar con la llamada “política real”, allí donde todo parece destino y fatalismo. Llega entonces para expandir nuestra imaginación y encontrar salidas inéditas a problemas inéditos.
Si pensamos la deuda argentina con el FMI bajo la luz que emite, desde hace más de cuatro siglos, El mercader de Venecia de William Shakespeare, percibimos esa dimensión desde donde una deuda (schuld en alemán, que además significa “culpa”) se paga con vidas de personas, animales, plantas, glaciares, bosques nativos y una larga lista de etcéteras. Es decir: la famosa “libra de carne”, oxímoron de medible e inconmensurable que arrasará con la debida justicia hacia seres vivientes, no solo presentes, sino también con quienes ya no están, ya sea porque murieron, se quemaron, desaparecieron o aún no nacieron.
La matriz punitiva de toda deuda/culpa: una construcción ficticia de un nexo que iguala lo inigualable, una (pseudo) equivalencia absurda, una aritmética loca. El crédito consiste en creer en una equivalencia que no existe, que es simulacro, ficción, pero que nos permite intercambiar palabras, afectos, monedas, bienes, males. Hay una ficción monetaria desde el momento en que la moneda intenta (fracasando siempre) igualar lo desigual. Pero, aún en el fracaso, dicha ficción es lo que hace posible el derecho, el lenguaje, la religión, la cultura, el contrato social. Creencia inconsciente, hipnótica, alucinatoria, sobre la que se asienta nuestra vida colectiva.
Shylock le presta dinero a Antonio (que lo necesita para Bassanio) con la condición de que, si la cantidad no es pagada el día fijado, él tendrá derecho a tomarse una libra de carne del cuerpo de Antonio «de donde más le plazca». Llega la fecha convenida, Antonio no puede pagar su deuda y Shylock exige el cumplimiento de su pagaré al pie de la letra. Insiste con su libra de carne, no ya por el beneficio económico, sino por una venganza, que tiene sus raíces en las humillaciones atávicas que los cristianos le han infligido.
El drama muestra que la “deuda”, para ser tal, debe ser esencialmente impagable. Cuando una deuda es pagable y se salda, deja de ser tal y el concepto de “deuda” se disuelve al borde de sí mismo.
La esencia de la relación acreedorx-deudorx es la “crueldad” de lx primerx sobre lx segundx, en una relación de reversibilidad, donde los roles se alternan, como en Shylock y Antonio. La crueldad es un acuerdo credencial con un reembolso psíquico y simbólico, que está siempre “más allá” de cualquier equivalencia o necesidad material de lxs involucradxs como acreedorxs y/o deudorxs. En el escenario cristiano, Dios se condena a sí mismo en la persona de su hijo para pagar la culpa humana, que es impagable. En un escenario más contemporáneo, lxs argentinxs pagamos al FMI la deuda con más deuda que el mismo FMI nos vuelve a prestar, ya que nosotrxs somos incobrables, insolventes. El golpe genial del cristianismo/capitalismo consiste en que sea el acreedor mismo (Dios/FMI) quien hace el sacrificio por sus deudorxs (humanxs). Esto liga la crueldad al amor en nuestra civilización. (¿Acaso Macri no decía esperar que lxs argentinxs nos enamorásemos de Christine Lagarde?). El astuto y sabio Nietzsche percibió en esa oscura alianza de amor-crueldad el goce de una violencia, del ejercicio de un poder, de una crueldad sin contrario, sin antónimo. No hay amor puro o no-crueldad, solo economías de la crueldad menor, del mal menor, la violencia menor. Y ese es el núcleo duro de El Mercader. Por eso, aunque no somos ni nos sentimos deudorxs ni deudos de quienes nos exigen «levantar el muerto», el peso del muerto se impone igual. Lxs argentinxs conocemos de herencias pesadísimas, deudas impagables y dolores inconmensurables.
Deudas y terrorismo de Estado en Argentina
Aunque a la deuda la contrajo el gobierno de Macri, en tanto que Estado argentino, la deuda es de todxs. El gobierno nacional y popular, aún entrampado y acogotado en los terribles dobles vínculos de esta pesadísima herencia, debe atender un doble contrato, donde, por un lado, se juega la economía del cálculo, del tema estrictamente económico. Por el otro lado, está esa dimensión extorsiva del FMI y las derechas, esa parte ya no tan económico-financiera como ético-jurídica-política, la cual -a nadie escapa-, históricamente, solo se ha ocupado de atemorizar, disciplinar, colonizar países, vulnerando soberanías en todos los planos (alimentario, sanitario, educativo, cultural, etc.), en síntesis, nuestra “libra de carne”.
Se trata de una contabilidad de lo incontable que no necesita una máquina de calcular, sino una cuchilla de carnicería, para llevarse la vida de Antonio, o, en nuestra analogía, los derechos a una vida y muerte dignas de 45 millones de argentinxs, así como también migrantes y extranjerxs que igualmente pueblan estas tierras, además de los cuerpos de generaciones futuras.
Más aún, sostenemos que al FMI no le interesa nuestro dinero aunque lo tuviéramos (tal como se lo ofrecen a Shylock), sino que prefiere nuestro vasallaje colonial, regresarnos a la época del virreinato y cogobernar la Argentina por décadas y, si fuera posible, para siempre. La pregunta al FMI acerca de para qué “necesita” la devolución del dinero de sus préstamos que, seguramente, se traducirán en Argentina en la falta de un plato de comida, medicamento o abrigo, en pobreza, indigencia y desocupación, carecería de pertinencia. Esas son las lógicas de la economía y los poderes «reales”, que se ocupan, precisamente, de des-realizar, irrealizar, volver abstractos, inviables e imposibles ciertos “cuerpos para-alimentar-privilegios de otrxs” o libras de carne.
En plena ola neoliberal, el gobierno de Menem propuso una reparación económica –“indemnizaciones”– para las víctimas sobrevivientes y/o familiares de desaparecidxs. Aunque esta nota no indague semejante cuestión de altísima sensibilidad, sí nos detendremos en algunos momentos “bisagra” de estos “acuerdos”, «desacuerdos» y deudas impagables hacia la justicia, para asomarnos a lo que la libra de carne de El Mercader nos sigue aleccionando por estos días. Muchxs militantes de los organismos de DD. HH. pensaron -como lo describe Ana Iliovich en El Estado Argentino y los sobrevivientes del Terrorismo de Estado-, no sin razón, que se trataba de acallar las demandas de justicia con pagos a las víctimas y familiares. Al mismo tiempo, aun admitiendo la reparación imposible, se leía allí al menos un reconocimiento del crimen por parte del Estado hacia víctimas absolutas que no podían defenderse y al sufrimiento padecido por sus familiares. Dicho reconocimiento era la condición de posibilidad para que, en tanto sociedad, comenzáramos a elaborar el pasado de otra manera. Al estar obturada en los 90 la posibilidad de ejercer justicia (que luego llegaría con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner), queda al descubierto esa contradicción de las políticas reparatorias que está, insistimos, en la base de toda ley o contrato, con sus dos caras, entre el aspecto económico-contable y el simbólico-inconmensurable (político, ético, jurídico).
FMI
Con la llegada de Néstor Kirchner, cambia el paradigma de las políticas-reparatorias: anulación de las leyes del perdón, juicios por crímenes de lesa humanidad, monumentos del terror convertidos en sitios de memoria y ampliación de derechos para las víctimas mediante el surgimiento de la figura de “ausente por desaparición forzada” que no presume que la persona falleció, sino que el Estado asume que no está porque fue secuestrada ilegalmente por sus agentes y nunca apareció, ni viva ni muerta.
Entre el terrorismo de Estado y la deuda con el FMI, rescatamos un hilo común: ambos asuntos desembocan en una maquinaria extractiva y un despojo de los derechos a la vida y a la muerte dignas. Responden, también, a una transferencia de los recursos del Estado -y de los sectores populares que lo sostenemos- hacia los grupos concentrados que acumulan la riqueza en pocas manos. La salida de estas trampas extorsivas conecta con evitar la impunidad como única garantía de no repetición de esas conductas criminales, antipopulares y de suicidio colectivo. Eso solo sucede investigando los hechos, sancionando a los responsables y procurando la reparación de las víctimas quienes, cuando se trata de justicia en contextos de irreparabilidad como los mencionados, resulta más del advenimiento de algo nuevo que de la (imposible) restitución de lo perdido.
Nadie supone que una indemnización genera, en las víctimas del terrorismo de Estado, el sentimiento de que se recupera al ser querido. Más aún: solo se puede reclamar justicia a partir del reconocimiento de algo perdido irremediablemente. Por eso, conceptos jurídicos como los de “daño” y “reparación” parecen respuestas necesarias, pero insuficientes ante las devastadoras consecuencias de ciertos actos criminales. Como el caso de la deuda con el FMI, contraída en un mar de irregularidades, en una situación de Excepción que negaba el Estado de Derecho, re-victimizando, re-empobreciendo a un pueblo que ya pagó, sobre-pagó y sigue pagándola, como el albañil de Chico Buarque en «Construcción».
Porcia dice a Shylock: “Corta la carne, pero si el equilibrio de la balanza se descompone con el peso de un cabello, mueres y tus bienes quedan confiscados”, ante lo cual Shylock, desconcertado, pregunta: “¿Es esta la ley?”, y ella le responde: “Ya que pides justicia, ten por seguro que obtendrás más de lo que deseas”. Advendrá algo nuevo. Porcia echa mano al pre-jurídico o extra-jurídico anterior al derecho, el momento paradojal de tener derecho a suspender el derecho, aquel “más allá del derecho” donde anida cualquier posibilidad de justicia. Realiza, inventa la salvación de Antonio desde un gesto que excede el cálculo del derecho. ¿Cómo? Buscando en los vericuetos literales de la ley o contrato de Shylock con Bassanio, y Antonio de «fiador» o «garante», un resquicio para la potencia interpretativa que se cuela para generar efectos de una contra-ley, igualmente «legal» que la ley existente, pero que promueva la vida en vez de la muerte. Arranca de la literalidad de la ley, a pura fuerza soberana, una literalidad alternativa, que consiste en “tendrás la carne, pero sin una gota de sangre” -contrasentido que empantana el deseo de Shylock, lo deja en orsay, en un absurdo. Porcia lee y ejerce la justicia sin piloto automático, creativamente. En nuestro contexto, implicaría desnudar (y desanudar) lo que liga la crueldad de una deuda ilegal e ilegítima a un proyecto económico de desigualdad, expulsión y eliminación.
El famoso jurista Carl Schmitt -convocado por igual por izquierdas y derechas- habla de momentos cuando el Estado debería darse el derecho de suspender el derecho. Así, por ejemplo, la Argentina debería trazar la línea roja que el FMI no deberá cruzar para no alzarse con su libra de carne. El hecho de que el FMI haya admitido su préstamo político al macrismo ya es razón suficiente para que la deuda se pague por aquellos que se beneficiaron con ella. Que quienes cometieron delitos den explicaciones a la justicia y paguen por los mismos. Esto último es imprescindible para que, como pueblo, experimentemos una ley que, en tanto contrato de convivencia en sociedad, es real y efectivamente igual para todxs.
Esa clase de “autoridad” que, para crear derecho, no tiene necesidad de derecho es el juramento que no puede perjurarse: “No pagaremos la deuda con el hambre de lxs argentinxs”. El Mercader de Venecia nos pone ante el comercio del lenguaje, la confianza, la credibilidad, la buena y la mala fe, la diferencia entre justicia y venganza, entre lo colectivo y la «mano propia» de lxs justicierxs. Todo juramento está atravesado por un perjurio estructural que dicta, aún transgrediendo o excediendo la ley, los límites que no se pueden/no se deben cruzar. Todos los perjurios son medios de pago en aras de un mal menor, porque la situación es estructuralmente extorsiva para todxs. Porque somos un mundo de rehenes: del capitalismo, del cambio climático, de la pandemia y de nosotrxs mismxs. Así entonces, una lección de El Mercader de Venecia es que nuestra salvación -si la tenemos- está solo en la incondicionalidad del amor y la amistad. Es precisamente lo que dice Porcia hacia el final, satisfecha por haber decidido desde su amor a Bassanio “exceder todo cálculo”: “Resplandece una buena acción en un mundo malo”.
*Por Sofi Lontano para La tinta / Imagen de portada: fotograma El mercader de Venecia (2004). Dir. Michael Radford.