Recuerdos afectivos del último estallido: crónicas millenialls

Recuerdos afectivos del último estallido: crónicas millenialls
20 diciembre, 2021 por Redacción La tinta

El mundo de las redes se llenó con la pregunta: ¿qué estabas haciendo en diciembre de 2001? Trillado o no, el interrogante aparece de entre los escombros como un cachetazo de memoria y realidad. 20 años después, la pregunta arremete con más prepotencia. Como un cliché de los aniversarios redondos, por la necesidad de comprender dónde estamos y de nombrar ese punto de inflexión en nuestra historia reciente. Como un ejercicio de justicia y contra el olvido. En esta nota, sin falsas pretensiones reflexivas, les millenialls que hacemos La tinta entrelazamos nuestros recuerdos afectivos. 

Por Redacción La tinta

¿Cuántos 2001 hubo? ¿Desde dónde se llega al estallido del 19 y 20? ¿Por qué no olvidar? Éramos adolescentes o jóvenes, y el 2001 es hoy un capítulo que difícilmente podamos ignorar. Con más o menos conciencia, está en los pliegues de nuestras vidas familiares, afectivas y políticas. Las imágenes corren en las memorias y los cuerpos como una película de miedos y tristezas que sí vivimos y que podemos contar. Y aunque la mayoría de nosotres no fuimos protagonistas directos, somos la generación hija, que heredamos lo que desataron las capas de temporalidades de ese entonces.  

Esos días ahondan el fin de diciembre en el calendario, tienen la fuerza de la síntesis y no hay un nombre consensuado que lo defina: estallido, crisis, argentinazo, revuelta popular. ¿Cómo se vivió fuera del circuito de la Capital? ¿Cómo se sintió en los diversos territorios del país? ¿Quiénes fueron los sujetos protagonistas? ¿Cuáles se muestran? ¿Cuáles recordamos? El 2001 es un hecho que muestra una opacidad: se planteó el problema, pero no pudo resolverlo. 

Una bochita de helado Bariloche  

“Futuros y pasados
te roban el presente
un mundo sin sopapa
y a qué hora vuelve la luz”.
Divididos

«Suenan Los Piojos de fondo y estamos volviendo de Ciudad Universitaria. El primer año de Artes no había sido fácil. Los libros eran incomprables para una familia con el ingreso de un padre docente y la biblioteca de la facu estaba pobrísima, sin embargo, era el comodín necesario para poder ver las imágenes en colores. De allá veníamos ese 19 de diciembre. Volvíamos en bicicleta por Maipú, festejando haber conseguido el libro con una bochita de helado Bariloche a $0,50 centavos. Llegamos al barrio. Sin celular y sin internet, las madres nos esperaban asustadas. Unos días antes, nuestras familias habían perdido todo lo ahorrado, lloraban de decepción y bronca. El país se había activado. El país estaba harto. El hambre era pura verdad. Dos años después, Los piojos publicaban Máquina de Sangre, un disco donde cuenta en una canción lo que sucedió esos días, la triste cristalización de una segunda década infame: ‘Despertar de un sueño turco y sin nariz, carnaval del hambre, se fue la perdiz. Piquetes y horcas, muerte en el corral, el poder es ciego, no puede escuchar'».

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(Imagen: Martha Analógica)

Las postales de esos días son de caos. La multitud saliendo, sin organización. Un pueblo atomizado como consecuencia del peso de la dictadura y la década menemista que nos había dejado un país empobrecido y devastado. Sin embargo, la misma cara que había generado un modelo que estallaba volvía en primera plana: Cavallo. El pueblo hambreado se movió, enmudecido y sin vergüenza, saqueó. Les ahorristas caceroleaban, salieron a la calle, una promesa en lo colectivo. En la noche del 19 en la Plaza de Mayo, se oía: “Qué boludos, qué boludos, que el estado de sitio se lo metan en el culo”, una melodía que confirmaba que a los milicos no se volvía más. 

La multitud salió espontánea, a muches les tomó por sorpresa, no se sabía muy bien qué ir a hacer a la plaza. El resto del país lo miraba televisado: ¿será una revolución? “Que se vayan todos” tenía la marca de la antipolítica, pero también del hastío que puede ser signo de posibilidad. 

Mi viejo robó una mayonesa

“Dientes de cordero, sobre la ciudad
árboles de fuego, para navidad
Ollas que destellan, en la noche azul
abollada estrella, vieja cruz del sur”.
Los Piojos

«La mesa fría de las fiestas sería pobre. Tenía 13 años y me vienen flashes. Iba a 8° grado en un pueblito de 7.000 habitantes de Santa Fe. Intento buscar otras escenas en mi cabeza, pero la de mi viejo y mi vieja haciendo malabares con la plata es la que más presente está. Ninguno con estudios universitarios, solo una primaria a medias. Sacando de la galera distintos emprendimientos para ‘chirolear’, diría mi padre. Me acuerdo de la sensación de ahogo que había en mi casa, por la plata, la maldita plata, la incertidumbre. Hace unos días, hablé con mi papá para recordar juntes. Me dijo: ‘Una vez fuimos a comprar al super, a vos te encantaba tanto la mayonesa y yo no podía comprarla porque no me alcanzaba, pero a vos te gustaba tanto, que me guardé un sachet en el bolsillo‘. Silencio. Fin de la escena».

Las estadísticas de la época, todas daban con los peores números, nunca tienen rostros. Los índices de desigualdad y pobreza coinciden con la más prolongada y profunda etapa recesiva de la economía argentina, según un documento de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Hacia fines de 2002, existían 15 millones de habitantes pobres, el 42% de hogares en las áreas urbanas y tres de cada cuatro niñes estaban en la pobreza.  

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(Imagen: Martha Analógica)

Del «Sálvese quien pueda» al «Que se vayan todos», el miedo cambió de bando. La clase dirigente, los grandes empresarios tenían miedo. Quienes estaban en las calles no tenían nada que perder, lo habían perdido todo. Y a la vez, estaban empezando a recuperar algo. Una democracia muda, degradada y con una profunda crisis de representatividad permitió volver a la memoria de los 70, de esos sueños y de esa organización. Nunca se había ido, estaba ahí. La gramática popular comienza a encender los fuegos, quema gomas y corta puentes. Una potencia, una nueva forma de pensar la política en mayúscula y la organización popular. “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”, se reactualizaba la creencia en una alianza de clases.

Banderas en tu corazón 

“Yo sé que no puedo darte
Algo más que un par de promesas
Tics de la revolución
Implacable rock and roll
Y un par de sienes ardientes
que son todo el tesoro”.
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

«Me había quedado solo en Córdoba, porque tenía que rendir Teoría Sociológica I de 1º año de Comunicación Social, pero ante todos los hechos que estaban sucediendo, se suspendió la mesa a último momento. Mi hermano ya se había ido a Catamarca. Yo tenía pasaje para esa noche del 19, miré todo ese día la tele y, cuando De la Rúa anunció el estado de sitio, sentí esa incertidumbre -y bronca- que se siente esos días en los que pasan cosas tan trascendentes. Una sensación parecida tuve -aunque era muy chico- cuando fueron los saqueos en los últimos días del gobierno de Alfonsín. 

No pude pegar un ojo en el Chevallier. Al mediodía, mi hermano me despertó para que fuéramos a buscarla a mi hermana al hospital donde trabajaba. Yo agarré una bandera argentina y fui todo el camino flameándola por la ventanilla. Eran las 2:30 de la tarde y hacía uno de esos calores que solo quienes somos del norte conocemos. En las calles de la ciudad no había nadie y los pocos que había me miraban como diciendo: ‘¿A este que le pasa?’. Recuerdo que sentí vergüenza y bronca, así que de vuelta no saqué la bandera. A los días siguientes los recuerdo con mucha discusión con mis amigos, juntarnos a tomar birra en la Galíndez y rosquear. Ahí comencé a sentir la distancia ideológica y a diferenciar las maneras de ver el mundo con muches compañeres de la secundaria».  

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(Imagen: Martha Analógica)

 

El 2001 fue una puerta, una bisagra para algunes que encontraron un nuevo sentido para participar políticamente, para sumarse a alguna organización social. Contra el imperativo educativo y cultural con el que crecimos en los 90, aparecía un nuevo horizonte: tomar la palabra, discutir, fuimos perdiendo el miedo, de esto sí se habla y de lo que vendrá también. 

El investigador Pablo Vommaro explica en una de sus publicaciones que los años inmediatamente posteriores al 2001 fueron expresión de la emergencia del territorio como producción política y la política como producción territorial, y que si la organización popular para resistir, proponer alternativas y resolver las condiciones de existencia venía desarrollándose en los barrios, luego de las jornadas de diciembre, los sectores medios urbanos también comenzaron a ensayar formas de participación distintas a las conocidas.

Piedras, televisión y desvelo

“Voy a la cocina, luego al comedor
Miro las revistas y el televisor
Me muevo para aquí, me muevo para allá
Norma Plá a Cavallo lo tiene que matar”.
Las Manos de Filippi

“Tenía 16 años y vivía en un pueblo de unos 8 mil habitantes al norte de La Pampa. Tengo varias capas de memorias. Mi hermana terminó el secundario ese año y viajó por esos días a Bariloche. Cuando fueron las jornadas del 19/20, ella estaba allá y la empresa dio quiebra, dejando al grupo afuera del hotel mientras esperaban un bondi que no sabían si iba a ir. Esto, que es anecdótico, se sumaba al clima de tensión que había en mi casa por esos meses. Mis viejxs fundieron uno de sus emprendimientos, debían muchísimo dinero que saldaron con nuevas deudas. En el canal del pueblo, recuerdo haber visto a mi papá tirando piedras al banco que no le daba los pocos ahorros con los que pretendía apechugar la situación. No dormía por las noches, miraba la tele, deambulaba por la casa”.

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(Imagen: Martha Analógica)

La incertidumbre y la desesperación guionaban los desvelos de muchas familias. Cómo parar la olla, cómo pensar en el futuro de quienes hoy estamos acá, escribiendo estas reflexiones. Quedarse sin laburo, perder los ahorros, apilarse deudas, caerse a los bordes. Les desplazades de la clase media, les que siempre estuvieron corridos de la mesa. Las mujeres, protagonistas silenciosas en los relatos, sostenían emocional y económicamente la parada cuando la potencia masculina proveedora estallaba.  

Mi pueblo salió en la tele  

“Queremos ya un presidente joven
que ame la vida, que enfrente la muerte.
La tuya, la mía, de un perro, de un gato,
de un árbol, de toda la gente”.
León Gieco

“Hago un esfuerzo inmenso y no puedo recordar nada. ¿Cómo puede ser?, me repito insistentemente. Estaba egresando del secundario y todo era una fiesta surrealista, el ritual de estar todo el día con la banda del curso, nos hacía creer que estábamos en una burbuja de protección del afuera. ¿Sabés qué me acuerdo? El canal TN fue a mi pueblo, se llama Corralito, viven 1.800 personas. Lo fueron a filmar -nunca pude encontrar ese registro y a veces pienso si no será parte de un mito popular-. Yo me acuerdo que en la imagen o en el relato de la imagen salía Don Sosa en su viejo sulky, al que se había quedado aferrado, contra el paso del tiempo y la prepotencia del modelo económico y productivo de nuestra provincia. Repartía leche de unas vacas que rápidamente quedaron yermas. Yo viajaba a Bariloche, en cada parada que hacíamos miraba de reojo la tele, así me enteraba del desfiladero de presidentes. ¿Cómo puede ser que no me acuerde nada más?”.

“Porque tienen el poder y lo van a perder
Porque en la selva se escuchan tiros
Y son las armas de los pobres
Son los gritos del latino
Tienen el poder y lo van a perder”.
Las manos de Filippi

El historiador Javier Trímboli, en una conversación sobre el 2001, lanzó algunas preguntas: “¿Fue la rebelión de la clase media? ¿Fue la rebelión de los damnificados de los 90? ¿Fue la de los oprimidos?”. Cada diciembre late una amenaza -entre el calor apabullante, el ritmo acelerado del fin de año y la ilusión de celebrar algo que se escapa y la bronca apretada en los dientes-. ¿Cuándo estamos cerca del 2001 y cuándo sentimos que estamos lejos? La sensación es de una distancia que avanza y retrocede. 

Pero cuando todo parece cerrado y la historia obturada, el pueblo encuentra la forma de hacer el hueco necesario y los ríos subterráneos de las rebeliones populares aceleran sus cursos. Dos décadas después y tratando de hilar los recuerdos, nuestra adultez entreteje lo recordado con una sola convicción: no olvidamos. Nos pasó por el cuerpo. Nos atravesó las juventudes. Nos marcó la vida y las prácticas políticas. Pero recordaremos, en los pliegues, la huella de la creatividad que se inauguró a finales de 2001: llenar la olla, llenar la plaza del barrio, volver a los bordes, salir del centro, tomar la palabra, disputar el sentido, recrear las formas organizativas, alimentar la solidaridad, organizar el trueque, sacar adelante las fábricas, ahora puestas a funcionar sin patrón.

Creer, porque ya no había más para perder. 

*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: Martha Analógica.

Palabras claves: 19 y 20 de diciembre de 2001, Bariloche, cordoba, La Pampa

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