Los caminos complementarios de la salud moderna
Por Walter Lezcano para Revista Almagro
En su nuevo libro llamado Yoga (Anagrama), el periodista y escritor Emmanuel Carrère (Paris, 1957) desde la primera página despliega las coordenadas y el tono de la historia que va a contar. Dice así en la página 11:
“Ya que hay que empezar por alguna parte el relato de aquellos cuatro años en los que intenté escribir un librito risueño y sutil sobre el yoga, afronté cosas tan poco risueñas y sutiles como el terrorismo yihadista y la crisis de los refugiados, me sumergí en una depresión melancólica tan grande que tuvieron que internarme cuatro meses en el hospital Sainte-Anne y perdí, por último, a mi editor, que por primera vez desde hace treinta y cinco años no leerá un libro que yo he escrito. Ya que hay que empezar, pues, por alguna parte, elijo la mañana de enero de 2015 en que, al cerrar mi bolsa, me pregunté si sería mejor llevar mi teléfono, del que de todas maneras tendría que desprenderme allí donde iba o dejarlo en casa”.
Lo que sigue a continuación es un relato autobiográfico (este es, quizás, el elemento de polémica del libro en Francia porque lo enfrenta a Carrère con las denuncias de su ex esposa por los grados de veracidad alcanzados en el texto) donde el autor busca desde la arquitectura fragmentaria y homeopática los distintos modos que tiene a su alcance para mejorar su bienestar mental, anímico, emocional y vincular con el entorno, y, por supuesto, consigo mismo. Es un verdadero tour de force para acercarse a una recuperación donde lo que está en juego -como nunca antes en su literatura- es la salud. Y es en este punto donde la salud como entelequia es cuestionada y vista como un terreno utópico al que cuesta llegar. De este modo, el yoga (por algo se llama así el libro y se intenta vincularla constantemente con el acto de escribir: la escritura como metáfora de la meditación) es una manera -y una suerte de vehículo- que encontró Carrère hace más de treinta años para acceder a cierto grado de paz y resguardo. El yoga, entonces, se percibe en el libro como una contracara necesaria -y complementaria- de la institución médica y científica (cuatro meses de internación en el Sainte-Anne con electroshoks incluidos para combatir un cuadro de depresión severa con ideas recurrentes de suicidio) para acceder a cierta estabilidad. La pregunta se cae de madura como una fruta en el silencio del bosque: ¿Qué hubiera sido de la vida de Carrère sin la práctica milenaria del yoga?
Mariano Gaudiosi es Licenciado en Estudios Culturales por la UNSAM y es el director académico de la Fundación Naturopática Argentina, fundada en 1986 y que en su página de internet dice que su propósito es “difundir las terapias orientales y naturales en nuestro país”, y sus objetivos educativos tienen que ver con “preparar a estudiantes para convertirse en Diplomados en Medicina Tradicional China y Diplomados en Naturopatía, quienes serán capaces de realizar un diagnóstico energético de acuerdo a los principios de la Terapia Tradicional China y la Naturopatía”.
“Para mí, la medicina es una sola, es lo que le hace bien a una persona, tenemos que estar al servicio de eso”, plantea Gaudiosi cuando le pregunto cómo se lleva con aquellos discursos que hablan de medicina alternativa. En estos momentos, su fundación, legalmente, está catalogada como medicina complementaria: “Estamos complementando a la medicina oficial en los papeles. Me parece perfecto. Pero a la hora de atender a las personas reales: ¿qué vamos a decir de lo que hacemos: medicina moderna, antigua, china, ancestral? No va por ahí, sería seguir dividiendo más las cosas. Es siempre ver qué necesita un ser humano para funcionar y sentirse bien”. En ese sentido, cuando escucha la palabra pseudociencia, dice: “Ya no gasto energía en discutir ese término. Lo que hacemos, desde Occidente, está comprobado hasta por la OMS. Entonces, arréglense con ellos, no con nosotros. Mi energía la utilizo desde hace tiempo para ayudar pacientes y no me meto en esa parte”. Cuenta que la Fundación nació con la intención de oficializar la naturopatía y la medicina china en Argentina. “Desde los años ochenta que damos vuelta con eso y somos uno de los pocos países en el mundo que no lo tienen regularizado. Hay que regular nuestra práctica porque así sabemos que quien se dedica a esto tiene una formación buena en todos los niveles”.
Dos noticias del diario Clarín, en su sección Buena vida.
La primera es del 1 de marzo del 2019 (Fuente: DPA). Se informa que, en España, el ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar, junto al de Ciencia, elaboraron “un listado preliminar con 73 pseudoterapias -presentes también en Argentina- que no han demostrado ‘ningún intento’ de evidencia científica”. En este sentido, los ministros María Luisa Carcedo (Sanidad) y Pedro Duque (Ciencia) informaron que “de las 139 técnicas que se están evaluando, 73 ya fueron directamente descartadas por no tener ningún ensayo clínico aleatorizado, revisiones sistemáticas o metaanálisis sobre su eficacia o seguridad”. Algunas de las que se han descartado son la hidroterapia del colon, el Feng shui, frutoterapia, grafoterapia o el masaje tibetano, si bien las 66 restantes, entre las que está la homeopatía, acupuntura o aromaterapia, entre otras, están actualmente en proceso de evaluación. «No tenemos afán de prohibir nada, sino de aportar información a la ciudadanía para que tome decisiones correctas», aseguró Duque.
La segunda noticia, firmada por Sergio Ferrer, es del 21 de enero del 2021. Y se cuenta sobre “un estudio llevado a cabo por la Fundación Española para Ciencia y la Tecnología (FECYT) sobre el uso y la confianza en pseudoterapias. El objetivo era comprender las motivaciones de sus usuarios”. El estudio consistió en diez entrevistas y ocho grupos de discusión a lo largo de 2020. En total, participaron 66 personas de diferentes ciudades, edades y clases sociales, y consumidoras de homeopatía, acupuntura, fitoterapia y reiki. Querían ver “en qué creen, en qué confían, cómo ven el mundo», explicó Josep Lobera, el sociólogo de la Universidad Autónoma de Madrid y autor del informe. «La conclusión principal es que no es gente que reniegue de la ciencia, no son anticiencia», dice Lobera. «La mayoría confía (en la medicina) y si tuvieran una enfermedad grave irían (a los servicios de salud)”. Los tratamientos sin evidencia se conciben, en general, como un complemento”, asegura la nota. Lobera considera llamativo que no exista una «jerarquía de conocimiento» que marque en qué pseudoterapias pueden confiar y qué criterios deben tener para que sean fiables, sino que todo funciona por boca a boca. «No tienen problema con que algo no esté comprobado científicamente, todo les parece fiable: si yo lo elijo, es fiable, y lo elijo porque me funciona, y me funciona porque me han recomendado diez cosas hasta que alguna funciona», dice el Lobera.
¿Cómo pensar desde otro lugar esta tensión entre ciencia moderna y terapias tradicionales en relación a la salud y lo que representa para la sociedad? El antropólogo e investigador argentino Eduardo L. Menéndez publicó en el 2002 un libro llamado La parte negada de la cultura (Edicions Bellaterra) y es ahí donde maneja el concepto de “sistema médico hegemónico”. Este concepto es recuperado ahora mismo por la docente, fotógrafa y antropóloga argentina Victoria Silber para referirse a lo que considera como el sistema “biomédico”. Y amplía la idea: “El discurso de la biomedicina occidental es el que ganó en relación a otras prácticas que pueden considerarse tradicionales. ¿Por qué? Porque logró generar consensos en cuanto a que sus métodos, creados por ellos mismos, son los correctos, infalibles, fiables. Entonces, es difícil que alguien, pese a una mala praxis, deje de ir a una clínica o un hospital público porque no solo hay un aparataje de tipo biológico o medicinal, sino también hay un sistema cultural que reafirma la perspectiva del sistema biomédico. Nosotros seguimos pensando en nuestras construcciones sobre que la salud es un derecho, el acceso a los hospitales públicos y también está muy presente que la salud es la no-enfermedad. Es decir, tiene que haber sitios de reparaciones de eso que está enfermo y la cura tiene un método infalible que deviene en la perspectiva más positivista de la ciencia como un procedimiento de validación e invención de realidad y verdad. De este modo, hay un montón de instancias no-médicas, tanto individuales (que podríamos llamar “subalternas”) como colectivas, que fortalecen la perspectiva del sistema médico”.
Silber también plantea que los sistemas de poder publicitarios contribuyen a reforzar la preponderancia simbólica e icónica del sistema médico moderno. Y eso es un tipo de validación propagandística que se reproduce en el tejido social casi de forma inconsciente, actuando de modo que el sistema médico sea incuestionable. “Es que el sistema médico es un sistema más dentro del Gran Sistema, que el capitalismo, en el que vivimos”. Podría decirse llegado a este punto que el sistema hegemónico en su lógica de acumulación siempre está produciendo y creando sus propias herramientas para reproducirse. Entonces, plantea Silber, “si el sistema médico hegemónico es uno de los sistemas que también actúa con la lógica capitalista de acumulación. En esta secuencia, la biomedicina se constituye como la forma de cuidados más aceptados socialmente. Pero porque esas prácticas más cercanas son el triunfo de este tipo de lógica capitalista.” Ahora bien, una pregunta filosófica razonable en este punto sería: ¿para qué quiero un cuerpo sano? Si uno no es Emmanuel Carrère y puede llevar su vida, ¿para qué quiere la salud y cómo va a lograr esa salud?
“China y Japón, dos sociedades que son recontra prácticas, utilizan el Qigong (una suerte de yoga y meditación en movimiento) y la medicina china desde siempre, y también lo implementan para mejorar su productividad, y les rinde a todo nivel. No es solo algo tradicional o milenario, es efectivo para el cotidiano de sus trabajadores”, explica Mariano Gaudiosi. Y cuando piensa en las personas que se acercan a la fundación para estudiar distintas carreras, dice lo siguiente: “Hace veinte años tenía solo gente mayor, que una vez jubilada se dedicaba a lo que le gustaba, se daban un placer. Eso cambió para atraer a gente joven que lo hace para sí mismo y también considera que se quiere dedicar a esto de la medicina tradicional». Además, se acercan quienes están “en contra” de lo que Gaudiosi llama medicina moderna. “Yo siempre trato de ponerlos en su lugar y explicar que la medicina moderna es fantástica para un montón de cosas más urgentes y nosotros podemos trabajar en otras cosas. La medicina tradicional aborda muy bien lo crónico. Por eso, las cosas no son a favor ni en contra, sino qué hace las personas con eso. Estoy seguro que Favaloro trabajaba igual que nosotros: escuchando a lo que necesitaba las personas. En ese sentido, estas medicinas se complementan, y cada cosa tiene su lugar. Por eso nunca voy a criticar a la medicina moderna”, concluye.
En la página 146 de Yoga, Emmanuel Carrère parece encontrar un nivel de sinceridad absoluto, algo así como un salto de fe, y dice lo siguiente:
“Mi oficio, mi talento, es la narración y mi pregunta en todas las circunstancias puede resumirse así: ¿cuál es la historia? Exactamente lo contrario de la meditación, cuyo objetivo, precisamente, definición número doce, es dejar de contarse historias. Es disolver esta espesa capa de narrativa, de juicios, de comentarios que las personas como yo usan para recubrir diligentemente las cosas como son. Pasé toda la sesión de Vipassana no solo tramando frases, sino preguntándome qué pensaba yo de la sesión: ¿me parecía bien? ¿Me parecía mal? Tirando a bien. Pero más allá de los méritos de la escuela Vipassana, lo que yo quería decir, lo que mi relato debería sostener, lo que los lectores deberían entender, es pura y simplemente que la meditación está bien. Que el yoga está bien”.
Parece una epifanía sobre la salud, la vinculación con el cuerpo, lo inasible del espíritu y la búsqueda del bienestar que tiene que ver con aprovechar lo que la vida tiene para ofrecer, lo que está al alcance de cualquiera. Pero también, esta idea de lo que está “bien”, lleva a pensar en un poema del poeta cordobés Vicente Luy (1961-2012):
Lo que está mal está mal.
Pero lo que está bien
también está mal.
Charlalo con tus padres.
(Vicente habla al pueblo, 2007)
*Por Walter Lezcano para Revista Almagro / Imagen de portada: Mariano Campetella.