Gemma Andrógina: el deseo como motor
En medio de una segunda ola que impacta en muchos ámbitos, y particularmente en el mundo de la cultura, esta payasa travesti, actriz y antipoeta recrea las formas de seguir haciendo arte. Gemma lo sabe con toda su existencia: hay que resistir y ocupar los espacios. Hoy, presenta una reversión musical de su poema “No Necesito Espejos”. Un manifiesto de las violencias para las corporalidades disidentes en los baños públicos.
Por Verónika Ferrucci para La tinta
“Soy travesti y lo llevo al clown. Construí una sala de teatro y le puse La Batato, como homenaje para quien me inspiró. Yo me corro del lugar de burla por estar travestida y le recuerdo al público: ´Yo no soy tu chiste´ y te voy a decir las cosas que no me gustan de mí y las que sí. Las travas payasas y actrices somos cantoras, somos Frida peleando porque ninguna quiere ser Diego. Somos Medea, una bruja que asesina a sus hijos, nos ponemos en complicidad con la nodriza, ponemos a Lorca y hablamos de que no podemos parir, somos yerma. Y a veces, esos lugares de enunciación se convierten en pequeñas venganzas para el público heterocis biologicista”.
Gemma Ríos, nacida y criada en el conurbano bonaerense, lleva esa pertenencia como huella en su historia. “Toda la vida viví en Hurlingham, mi identidad está nombrada ahí”, me cuenta mientras relata sus nuevos días por el Valle de Traslasierra, entre las nubes que contornean las sierras, el pulso de pueblo, el persistente frío y las redes que va tejiendo en medio de esta vida pandémica.
En este devenir a habitar su hogar en Villa Las Rosas, se pregunta “quiénes somos las personas que migramos, por qué nos vamos de los lugares, de dónde y hacia dónde vamos”. Y aclara con mucha conciencia, esa que se gana en las trincheras de la calle: “No es lo mismo migrar sin posibilidades, con cuáles derechos garantizados, tengo 9 años de experiencia en dar teatro en secundarias públicas del conurbano y pude conseguir laburo, un privilegio es una posibilidad. Soy blanca con estudios y, lamentablemente, hay una aceptación distinta”.
Gemma tiene una larga trayectoria en el camino del arte y lleva al escenario la interacción entre la actriz, la payasa travesti y la antipoeta que es. Empezó teatro en un centro cultural de Hurlingham, “yo le pedí a mi familia que me lleven, en mi casa estaba la idea de hacer teatro como hobbie y ya a los 9 años descubrí que me generaba sensaciones que no me pasaban con ninguna otra actividad. Recuerdo con mucho amor a Elena Pérez Rueda, mi primera profesora de clown, lo que me atraía del teatro: el drama y el clown”.
Transitar desde la infancia por esos espacios le abrió un vasto camino para explorar: “Yo apostaba a hacer internamente algo distinto, no caer en el lugar común, ser original, y eso me hizo estar siempre en contacto con mi creatividad”. A los 13 años, comenzó a participar en los torneos bonaerenses con su grupo de teatro Los traficantes de clown, que ponían en el espacio público propuestas que no eran comunes para el conurbano, era el 2001 y, de alguna manera, esos espacios tejían también otras formas de pensar el mundo.
Terminó el secundario y empezó Trabajo Social a la par que trabajaba en una multinacional. Recuerda esa etapa con ciertos devenires poco claros: “Estaba perdida en mi identidad de género, me ponía a prueba estando con mujeres cis. Entre crisis, me alejé del teatro y, cuando salí del closet marika, empecé a estudiar teatro. Me apropié de Batato, lo tomé como una forma de reivindicar, dentro del mundo clown, el ser travesti, ya que no hay muchas o, al menos, no es tan común. Sí existen los juegos de roles del travestismo en obra, pero no es por la identidad de género. Varones cis se visten de mujer, porque en el clown se juega con el ridículo”.
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Mientras se mostraba y asumía marika, en el profesorado de Teatro de Morón no le fue tan fácil. “Quedé fuera de la currícula por una situación discriminatoria de homofobia por parte de un profesor, perdí regularidades de las materias y, si bien juntamos actas sobre situaciones de violencia que este tipo había generado en muchos años, se jubiló impune”. Cuando Gemma cursaba, aún no teníamos leyes como la de Educación Sexual Integral, que trastocó las formas de pensar los espacios educativos, tampoco estaban sancionadas la Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género que impactaron socialmente y crearon nuevos surcos, de la mano de los activismos disidentes y feministas. Ella fue de la camada que vivió formas de la burocracia excluyente, que revictimiza y que en la lentitud ahoga deseos y esperanzas.
A la par de esa experiencia expulsiva, como una bocanada de aire y con coraje, puso en escena la obra Líquido Varón, con el acompañamiento de la docente Ladys Gonzales, llevó a escena “los diálogos que atrevesé en una familia que, en ese momento, no podía aceptar mi homosexualidad con naturalidad, fue doloroso y violento. Usé charlas con mi abuela, mi mamá, conmigo misma, con la marca de la necesidad de mostrar la virilidad. Con el tiempo y con amor, viví los cambios que mi familia fue dando en una reparación amorosa”. Con textos propios y desde la danza teatro, le arrojaba al público la metáfora de qué se siente ser un pez fuera del agua. “Eso somos todas las personas que no entramos en los cánones hegemónicos, no sólo por ser homosexuales, putos, marikas, travas, también las personas gordes, migrantes; sin saberlo, estaba hablando sobre muchos otros universos”.
Fue una obra catártica, un puntapié, un unipersonal con amistades desde la técnica y con música en vivo, estaba visible la marika, “soy esta afeminada que ustedes quisieron adoctrinar y voy a capitalizar el lugar por no poder rendir una materia por decisión de un profesor homofóbico”.
Comenzó a acercarse al feminismo, pasó por grupos de masculinidades hasta que llegó a Jóvenes por la Diversidad y conoció a personas LGBTQI+ del oeste, de zona sur, a Diana Sacayán, Susy Shock y a Marlene Wayar; era un grupo en Morón que se juntaba y se sumó. “Esas reuniones me dieron un lugar de pertenencia en un momento histórico donde no había representatividad en los medios ni dónde espejarme. Necesité salir del lugar de víctima sufrida, si bien tengo algo de eso en mis poesías, porque habité el dolor de dejar un cuerpo muerto y empezar a vivir otra corporalidad, a la potencia de la creatividad la llevé hacia otros lugares”.
En 2014, conoció a Carmín y nació Las Carmelitas Clown, dúo que le permitió “buscar el deseo o placer de vivenciar la femeneidad sin que sea desde el ridículo”. Dos payasas acompañándose en el proceso de mutación. “Dos mostras que nos posicionamos en nuestra obra ‘Flor de piel’: nos pusimos en escena deseantes y deseadas, Carmín como gorda, marrona, hija de bolivianes, y yo como piba trans del conurbano, que no estoy operada y que no cumplo un lugar binario dentro de la femineidad. Pudimos corrernos y no estar a la orden del mainstream del mundillo del clown o de la actuación”.
7 años juntas, actuaron en festivales de la diversidad, en actividades feministas, en los bordes. Trabajaron como cooperativa y desde la autogestión, lejos de las propuestas pinkwashing, sin contactos o productores, y sin ser parte de la cultura meritocrática. Ahora, en los tiempos que nos tocan, están pensando un documental que historice lo vivido para que quede vigencia del proceso vivido “como intérpretes atravesadas por nuestra identidad, de las mutaciones colectivas entre amigues, entre las marikas mas visibles, ¿qué onda el mercado del deseo? ¿Qué cuerpos son deseados? Hoy, estamos ocupando más espacios y somos más visibles, pero, cuando empezamos, dos payasas travestidas con barba… Y… nos comimos algunos garrones. Tuvimos que perder el miedo porque, si no vamos con todo, el público te come frita”. También es parte de la comunidad teatral Mujeres Quemando.
Crítica e irreverente con la academia, que nombra y que dice quiénes son o no poetas: “Yo soy la antipoeta, que se queden con los títulos quienes quieran”. En mayo del 2020, publicó el poemario El veneno de estas guachitas de Editorial Mutanta, que se consigue directamente con la editorial. Reúne textos que traen voces diversas: habla de una neurodiversidad, de las convivencias en las casa colectivas donde vivió, “utilizo la pluralidad de las guachitas, las gatas, las perras, un aura de las redes marginales presentes que necesitamos crear en nuestros universos para darnos existencias. Yo siempre escribí, el veneno abrió un camino, mi puntapié en creer que lo que escribía estaba bueno que se publique. Cuando empecé a transicionar e iba a buscar hormonas al hospital, me encontraba en la paridad con otras personas trans, compartíamos lo que nos pasaba y me parecía un buen material para escribir”.
Al último poema del Veneno, “No necesito Espejos”, lo llevó a la escena musical, en un video versión pandémica, filmada en zona oeste de Bs. As. Un manifiesto de cómo, en el espacio público, todavía las personas marikas, travas, trans y no binarias viven los abusos y violencias odiantes, el recorte es la foto del baño público habitado por corporalidades que rompen con el binarismo heterocisnormado.
Hoy, a las 21.30 horas por su canal de Youtube, presenta una reversión, en vivo, con las personas que fueron parte del proceso de creación colectiva, del tema musical que sale del último poema de su poemario. De la mano con Sebastian Zasali, producido por @chezco.beats y editado por @_cheenx, este episodio musical está disponible en Youtube y Spotify.
En estos días, es un reinventarse todo el tiempo, la cultura no ha sido prioridad y ha tenido un impacto notorio en quienes se dedican a ello. “Las redes entre nosotres nos hacen estar atentas a qué subsidios hay circulando, no todo el mundo puede acceder, porque implican requisitos que a veces es difícil, no queremos la política del arcoíris, sino verdades políticas públicas de reparación histórica y de posibilidades para el futuro. Hoy, nos sigue faltando Tehuel y eso es una muestra de las condiciones desiguales e injustas que atravesamos. Mientras tanto, las redes endogámicas de mostris mutantes siguen siendo lo que permite que estemos de pie. Si yo me deprimo, no puedo crear nada”.
¿Dónde mierda está Tehuel?
*Por Veronica Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: @celeste.spano_