Vergüenza ajena
Todos hemos sentido alguna vez vergüenza por lo que hace otro.
Avergonzarnos cuando hacemos algo que nos parece reprochable o indigno es natural y entendible. Sentimos que no hemos estado a la altura de nuestras propias expectativas. Avergonzarnos por lo que hace alguien distinto a nosotros implica el funcionamiento de un mecanismo adicional. Exige identificarnos, en algún sentido, con quien realiza la conducta vergonzante.
Me avergüenzo por lo que hace alguien que no soy yo, porque lo percibo cercano a quien soy. Lo veo como propio. Aunque suene paradójico, la vergüenza ajena exige que aquel por el que siento vergüenza no sea ajeno.
Si me fuese completamente ajeno podría enojarme con él, reprocharle lo que hace, combatirlo o despreciarlo, pero no me avergonzaría.
En política que una porción de la población sienta vergüenza ajena es un buen indicio. Indica que nos une un lazo de identificación y pertenencia con aquellos de quienes nos avergonzamos.
Si lo avergonzó que Macri llamase “Querido Rey” al representante de la monarquía de la cual conmemoramos habernos liberado hace doscientos años; si lo avergonzó su afirmación de que los derechos laborales ganados por los gremios son un costo que todos los argentinos debemos pagar; si lo avergonzó que vinculase el acto de rebeldía que implicó declarar la independencia con tener que soportar sumisamente el aumento de tarifas impuesto sobre millones de ciudadanos; si lo avergonzó que quien llama a que “nos gobierne la verdad” y a terminar con la “viveza criolla” sea el mismo que tiene cuentas en paraísos fiscales para beneficiarse con la “viveza” de evadir tributos; si le avergonzó que señalase como uno de sus logros el estar bajando la inflación que sus propias políticas contribuyeron a elevar a números inauditos; si lo avergonzó que hablase de acabar con la impunidad el mismo individuo que llegó a ser presidente estando imputado por un delito del que fue sobreseído inmediatamente luego de asumir la presidencia; si lo avergonzó que el presidente que firmó la “nueva” acta de independencia sea uno que piensa que los reclamos soberanos sobre Malvinas (ante otra querida reina) no tienen sentido en un país con tanto territorio, mientras que el que nos gobernaba hace doscientos años – Juan Martín de Pueyredon – pelease cuerpo a cuerpo para repeler las invasiones inglesas; si la vergüenza que sintió durante ese discurso balbuceado con voz hueca fue casi insoportable y tuvo que desviar varias veces la mirada para no levantarse e irse.
Si todo esto le pasó, aunque no lo crea, hay una buena noticia.
La buena noticia es que ese individuo “vergonzante” que la mayoría eligió para gobernarnos no le es ajeno. Ud. lo sigue considerando “su” presidente y este es un enorme capital para una comunidad política que aspira a vivir junta a pesar del disenso y la diversidad. La vergüenza ajena muestra que a pesar de todo seguimos siendo uno. Un único pueblo que camina junto desde hace doscientos años, empeñado en seguir haciéndolo.
Por Hugo Seleme