El otro clásico rosarino
Por arriba, los negocios de los delincuentes de guante blanco y la construcción de impunidad. Por abajo, el dolor de las vidas adolescentes en los barrios, donde la Gendarmería golpea simulando “luchar” contra el narcotráfico y la circulación de las armas. Un clásico rosarino. Que, por supuesto, se sigue con menos atención que el de Central y Newell’s.
Once empresarios están imputados de lavado de activos, entre ellos un gerente del poderoso diario “La Capital”, Pablo Abdala, que ya quedó libre, demostrando cómo el trabajo de decenas y decenas de periodistas es usado para generar negocios a favor de muy pocos. Sucede en casi todos los grandes medios de comunicación de la provincia y del país.
Alguna vez, Ovidio Lagos, un urquicista fervoroso, dijo que “las columnas de “La Capital” le pertenecen al pueblo”. Desde hace años, esas columnas le pertenecen a los que hacen negocios a costillas del pueblo.
Cuando la jueza que lleva adelante la causa, Mónica Lamperti, sostuvo la necesidad de la prisión para nueve de los imputados, dijo, entre otras cosas, el “eventual despliegue de influencias… con posibilidad de forjar relaciones económicas valiéndose de sus incumbencias profesionales».
Son palabras que deben valorarse en toda su dimensión política, social, cultural y económica.
Los delincuentes de guante blanco pueden desplegar influencias y forjar relaciones económicas valiéndose de sus incumbencias profesionales. Toda una definición conceptual de lo que pasa en la alta sociedad rosarina, en la alta sociedad argentina.
Por abajo, en tanto, son las maestras, los maestros y las pibas y los pibes los que lloran la muerte de un amigo y explican el otro lado del clásico de una sociedad atravesada por el capitalismo de forma feroz.
“Cachi, como lo llamaban sus amigos, tenía 18 años y era alumno de 4º año de la Escuela Madres de Plaza 25 de Mayo. En la madrugada del 2 de octubre pasado fue baleado desde un auto blanco en barrio Municipal. Allí se crió y pese a que desde hacía algunos años vivía con su familia en barrio Triángulo, donde se encuentra la escuela, todas las semanas regresaba al Fonavi de Grandoli y Gutiérrez, donde sigue viviendo su abuela, para estar con sus amigos de la infancia. Por eso el dolor se multiplica por dos: entre los pibes del barrio y los compañeros de la escuela. Dos barrios que aún buscan una explicación para una joven vida apagada con el plomo de las balas”, dice la excelente nota escrita por Marcela Isaías y Matías Loja.
“Uno de los chicos cuenta el temor que vivencian cuando los paran los gendarmes: «Si no les hacés caso a lo que te dicen o por ahí si no pusiste los pies así, juntos, te dan tremenda patada».
Otro de los adolescentes presente en las escalinatas de Tribunales relata un violento episodio que le tocó vivir semanas atrás, cuando regresaba de noche de trabajar. Cuando bajó del colectivo se topó con un grupo de gendarmes que lo increparon. «¿De dónde venís?, ¿a dónde vas?», le preguntaron. «Me pidieron los documentos, les dije que me los había olvidado y me empezaron a pegar en las costillas». Otro de los chicos agrega: «Por todo lo que está pasando ya no me pongo más la gorrita», apunta el artículo.
“Marcela Albertossi es docente de matemática en la Madres de Plaza 25 de Mayo, la escuela a la asistía Cachi. Lo tuvo en primer año y lo describe como un chico «dulce, cariñoso, impecable y siempre con una sonrisa». El día de la concentración frente a Tribunales lleva un cartel escrito sobre cartulina verde que dice: «Queremos despedir a nuestros alumnos porque egresan del secundario, no para dejarlos en el cementerio». Rodeada por sus alumnos la profesora cuenta que dentro de la escuela no hay violencia y que incluso desarrollan un proyecto de juegos que por lo innovador también replican otras instituciones de la zona”, sostiene la crónica.
El otro clásico rosarino se juega todos los días.
Por arriba, los delincuentes de guante blanco moviendo influencias para desbaratar una de las pocas causas que los pone en el centro de la acción judicial; por abajo, en tanto, el dolor, la hipocresía de las fuerzas de seguridad provinciales y nacionales y el extraordinario compromiso de maestras y maestros que siguen intentando la esperanza a pesar de tanta construcción de impunidad.
*Por Carlos del Frade para Diario “La Capital”, de Rosario.