Eduardo Galeano: cartas inéditas y algunas claves de su obra
Eduardo Galeano fue un escritor sin centro. Su obra, quizás a causa de la lógica de polarización desde la que fue pensada y construida, reúne detractores y celebradores que parecen deshojados por la misma tijera: esa que, en el filo de su entusiasmo, suele perder de vista los matices. A seis años de su muerte, ocurrida el 13 de abril 2015, y a medio siglo de la publicación de Las venas abiertas de América Latina, elegimos recordarlo a través de un conjunto de cartas inéditas y un análisis de su estilo de escritura.
Por Gabriel Montali para La tinta
Es un recurso habitual en la narración de historias de vida: la idea de que a todos nos espera un lúcido instante fundamental, la cifra de un porvenir prescrito en su forma, no en su contenido, que nos aguarda en la trama del espacio/tiempo como un remoto bache, digamos, de dimensiones ramón-mestristas, con el que algún día tropezaremos y que nos hará perder el eje de aquello que creíamos bien alineado y balanceado, revelándonos la verdadera forma de nuestro ser, nuestro verdadero rostro. Y, entonces, ya no podremos ni tampoco nos interesará volver a ser los de antes. Seremos, para siempre, otros, o mejor: comenzaremos a ser nosotros mismos.
Borges hizo de ese recurso un arte de la ficción: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”, escribió en el cuento Biografía de Tadeo Isidoro Cruz. Walsh, tan borgeano y tan próximo, en todo sentido, a las historias fracturadas por la violencia, lo empleó para retratar su propia vida: conocer a Juan Carlos Livraga lo catapultó súbitamente al peronismo; el azar había puesto ante sus ojos las paredes manchadas de sangre, los cuerpos mutilados por la revancha libertadora en la noche en que un fusilado había sobrevivido y ya no pudo volver al ajedrez ni a la literatura policial que hasta entonces escribía: la intensidad de lo real pasó a convertirse, de ahí en adelante, en el leitmotiv incluso de sus coqueteos con la ficción.
El caso de Galeano, en este punto, es similar al de Walsh. El escritor contó en varias oportunidades lo decisivo que resultó para su biografía el golpe militar que depuso, en 1954, al presidente guatemalteco Jacobo Arbenz. Aquella experiencia reformista, interrumpida con explícita complicidad de la CIA, había cautivado a los integrantes de la izquierda y el progresismo uruguayo, que veían en ella la hipotética apertura de una etapa de cambios en el devenir político de la región. Pero ocurrió que la violencia también aquí salpicó las paredes. Y para el joven Galeano, que acababa de afiliarse al Partido Socialista de Uruguay, aquel episodio tendría el aura de lo profético: “Mi generación se asomó a la vida política con aquella señal en la frente. Horas de indignación y de impotencia… (…) Yo tenía catorce años y nunca se me borró el impacto”, escribió en Días y noches de amor y de guerra.
Aunque se trata de un recurso que cuaja mejor en la ficción que en el plano biográfico, ya que las decisiones de vida nunca obedecen a una única circunstancia, la anécdota es interesante porque permite trazar una síntesis del estilo de escritura de Galeano. En efecto, toda su obra se configura como una literatura de urgencia, es decir, como una literatura pensada y elaborada con el propósito –y desde el propósito– de incidir en sus circunstancias de enunciación. De ahí que el conjunto de elementos que componen el sello distintivo de su prosa, tanto a nivel temático como estético, o bien, a nivel de forma y contenido, se organicen en función de su deseo de animar a los lectores a asumir una postura crítica con el sistema capitalista. Y de ahí, también, que esa superposición entre urgencia y deseo de eficacia plantee varios problemas a su obra.
En sus páginas menos felices, Galeano recorta la complejidad de lo real para que los hechos encajen en su propuesta de análisis. Un análisis que, de nuevo, no tiene como máximo objetivo aproximarse a lo fáctico, sino encontrar el enfoque más adecuado a su propósito de influir en el lector. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, en Las venas abiertas de América Latina, cuya tesis consiste en una inversión de la antinomia civilización y barbarie que apenas cambia el signo de los protagonistas –los civilizados de antaño devienen en representantes del mal y viceversa–, y que rehúye a problematizar cualquier aspecto que ponga en debate su esquemático mecanismo. Así, el libro coloca en un mismo bloque procesos tan disímiles como el foquismo guevarista y el capitalismo redistributivo del peronismo, sin discutir los matices que los diferencian ni aquello que los une: la crítica al sistema, sí, pero también la continuidad en sus imaginarios de ciertos factores que caracterizan a la sociedad occidental y cristiana –irrumpe la garganta rota de Néstor Perlongher, rota por ser marxista y homosexual, eyectado del núcleo afectivo de la izquierda argentina por su propia condición de género-.
En esas páginas, Galeano hace galeanística: busca conectar con el público a partir de lo que intuye que el público quiere escuchar. Y, en consecuencia, las creencias, las supuestas certezas y las afirmaciones desplazan toda inquietud, toda pregunta que haga temblar su andamiaje ideológico. Al mismo tiempo, su obra tiende a regodearse en su condición de artefacto contestatario y, en general, no reflexiona sobre su condición de mercancía, es decir, de producto a disposición de un sistema sumamente eficaz para digerir en moda aquello que en origen es rebeldía –irrumpe, ahora, la angustia de Kurt Cobain, el William Burroughs del rock and roll, frente al riesgo de que Nirvana acabara convirtiéndose en una factoría de remeras y raros peinados nuevos-.
Pero la literatura de Galeano no se agota en esos esquematismos. También hay en ella momentos felices, como sucede, por ejemplo, en Días y noches de amor y de guerra, libro en el que discute su propia experiencia de militancia a partir de una reconfiguración de sus ideas y su estilo de escritura. Y aunque el foco del autor no deja de estar puesto en la urgencia política, su palabra ya no busca conectar con el lector mediante el registro incendiario de la certeza. Su voz se convierte en un titubeo, en una voz herida y fragmentaria, una voz que duda ante a la incertidumbre del devenir histórico probablemente con un doble objetivo. Por un lado, hacer de la obra un espacio de reconocimiento y contención frente a un mundo que se ha derrumbado y que asoma, bajo la bota de las dictaduras, todavía más injusto. Y por otro, para trasladarnos una pregunta que no ha perdido actualidad: ¿qué tan contestatario es el arte, el periodismo o cualquier otro ejercicio de pensamiento cuando se basa en posiciones dogmáticas? ¿Acaso la creencia vuelta dogma no supone la continuidad de un modo de ser que niega la voz del otro, que silencia al diferente y que, por ello, reinstituye un modelo de sociedad en el que persisten las jerarquías y el autoritarismo?
A seis años de su muerte, queríamos recordar a Galeano en toda su dimensión, sin hacer omisiones ni concesiones. Y queríamos recordarlo, además, escuchando su palabra, recuperando una sección aún inédita de su obra. Lo que sigue es un conjunto de cartas que el autor escribió en la década de 1970. En ellas, es posible seguir los pasos de Galeano en su camino de consolidación como escritor y, asimismo, reconstruir el escenario de terror y de muerte que comenzaba a asolar al territorio latinoamericano. Las cartas fueron dirigidas a Ángel Rama, célebre ensayista uruguayo que ejerció una influencia notable en su pensamiento, y pueden consultarse en el archivo de la familia Rama.
Buenos Aires, julio de 1974
Querido: ahí va otro ejemplar de Vagamundo. El pobre te busca, te persigue, te pierde, insiste: a la larga te encontrará y ojalá no descubras, entonces, que no vale la pena.
Gracias, muchas, por los cuentos de Venezuela. Saldrán con tu nota.
Aquí la cosa anda complicada y hay quienes nos miran como pato al asador –pero sobrevivimos. Nos cuidamos, no temas: pienso que vamos a seguir existiendo, aunque coleando menos, porque a la realidad hay que respetarla, ¿no? Si no, no te respeta ella [Galeano se refiere a sus compañeros de la revista Crisis, de la que fue jefe de redacción entre 1973 y 1976].
Abracísimos para Marta [por Marta Traba, crítica de arte y esposa de Rama] y para vos.
Eduardo.
Buenos Aires, agosto de 1974
Gracias por el envío del reportaje a Vonnegut. Vamos a ver si no demoramos la publicación.
¿Recibiste, al fin, Vagamundo? Nunca un libro buscó tanto a un lector sin encontrarlo. Te lo mandé dos veces por correo; también en manos de mensajeros que se perdieron por el camino o fueron derribados de sus caballos antes de llegar a destino.
Acabo de terminar mi novela [en referencia a La canción de nosotros]. Ahora vienen las horas bravas de las correcciones y las dudas. También el vacío: no me quedó una sola palabra adentro. Ahora el libro está afuera de mí, existe por su cuenta y encontrará el destino que a él se le ocurra buscar, o el que tenga la suerte o la desgracia de encontrar. Pasa lo mismo con los hijos, ¿no? Está visto que no se puede vivir para la literatura.
Un abrazo, hermano. Besos a Marta.
Eduardo.
Buenos Aires, marzo de 1975
Querido Ángel: aquí te envío un cuento sobre cómo nace un cuento. Quizás te interese. En todo caso, Mariano Aguirre –que debe estar, en estos días, marchando a tu encuentro– me pidió que te enviara un relato para ofrecer junto con una entrevista que me hizo. Vos verás. Te confieso que me gustaría mucho que esto se publicara en Venezuela, porque tengo la impresión de que el relato trascurre allá –aunque eso se nota demasiado. Si no se puede publicar en Venezuela, porque es muy largo o muy malo, lo publico en Crisis y chau, que para eso ha realizado uno el sueño de la revista propia.
Pero sobre todo me interesa conocer tu opinión. Vos bien sabés lo importante que fuiste para orientarme los pasos en este asunto de la literatura. A vos te debo buena parte del respeto que ahora siento por la palabra, aunque dos por tres discrepo con lo que decís, para no perder mis costumbres de retobado.
Hermanito: un abrazo fuerte. Más para Marta, a la que siempre recuerdo con mucho cariño.
Eduardo
Buenos Aires, junio de 1975
A esta altura habrás recibido, supongo, la nueva versión de “El cazador de palabras”. La que te había mandado antes estaba renga; y ya vas a ver que el relato ha mejorado mucho. Sí, me parece bien que lo ofrezcas a Imagen [revista venezolana de arte y cultura]. Y si pagaran sería realmente la gloria. Te tengo al tanto.
De la situación aquí, ni te cuento. Habría que sumar Chicago de la serie negra, más Port-au-Prince de Papa Doc, y nos quedaríamos cortos. Ya habrá ocasión de conversarlo, si la maffia no me envía a la cuneta antes de que nos encontremos. Pero estoy muy bien de todo, vivo y feliz y todas las cosas muy (sic).
Te envío los cuadernos y las Crisis. La revista anda cada vez mejor, aunque la dirección sea un oficio más bien peligroso, y aunque yo tenga que resignarme a callar muchas de las cosas que querría decir. Aquí rige la censura más eficaz de todas, que es la del tiro en la nuca.
Sobre mi próximo destino, pienso quedarme mientras pueda y un poquito más. Si en algún momento no tengo más remedio que rajar, me iré a Caracas –siempre y cuando me den la visa. Te lo haré saber; pero cruzo los dedos porque no quiero que eso ocurra. Aquí estoy muy cerca del pago y me alcanza con alzar la cabeza un poquito para vichar la tierra nuestra y sentirle el aroma.
Abrazos, muchos, de tu hermano.
Eduardo.
Barcelona, 24 de noviembre de 1976
Ángel, querido: si te fuera a contar lo que han sido estos últimos meses de vértigo y trajines, tendría que escribirte un libro. Te lo debo, por ahora; y me lo debo. He decidido quedarme aquí por un año, o más, y vamos a ver si encuentro el tiempo y la paz que necesito para darle a la guitarra.
No creas que me jubilo de gitano. ¿Qué te parece la idea de hacer Crisis en Venezuela para el 78? ¿Cómo estás del cuore? ¿Sabías que me casé con una tucumana lindísima? Ahora yo también soy dos.
En Frankfurt, Juan Rulfo, gran tipo, me habló de vos con mucho cariño. Te anduvimos abrazando con palabras.
Abrazo, Eduardo.
*Por Gabriel Montali para La tinta / Imagen de portada: CTA.