Villa Allende: atacan mural homenaje a detenido-desaparecido de la dictadura
Por Lucas Crisafulli para La tinta
El 13 de marzo de este año, se pintó en Villa Allende un mural en homenaje a Gustavo Correa, detenido-desaparecido el 24 de mayo de 1976 en esa ciudad por parte de la dictadura genocida.
En escasos días, ese mural fue vandalizado dos veces, el 15 y el 25 de marzo. El último ataque, apenas al día siguiente en el que fuera restaurado. En ambas oportunidades, intentaron borrar el rostro de Gustavo Correa.
Cuando nos preguntamos sobre las continuidades de la dictadura, la huella que todavía perdura, no es solo el dolor de todo lo que el genocidio arrasó. También están estas acciones fascistas que intentan hacer desaparecer nuevamente. No es casual que se haya intentado borrar el nombre de Gustavo y tapar su rostro.
Emmanuel Lévinas propone: “El rostro es lo que no se puede matar o, al menos, eso cuyo sentido consiste en decir: ‘No matarás'».
Borrar el rostro para volverlo a desaparecer, para transformarlo en matable. Pero lo que la dictadura no tuvo en cuenta es el vigor de la memoria que persiste. No solo en murales, sino también en canciones, poesías, árboles plantados; en marchas, caravanas, libros, relatos, en las aulas, en el barrio, en las universidades, en abrazos, en las escuelas.
Cómo será la potencia del rostro de Gustavo Correa que, a cuarenta y cinco años de su desaparición, continúa generando acciones políticas. Por un lado, generando incomodidad y molestia en aquellos que militan los discursos del odio y de la muerte. Pero también Gustavo continúa generando acciones militantes para mantener viva su presencia. Volveremos a pintarlo tantas veces como lo vandalicen, porque tenemos la obstinación de saber que la justicia y la verdad están de nuestro lado.
No nos alcanza el cuerpo para repudiar un ataque tan cobarde y horroroso. Pero guardaremos nuestras energías en continuar intentando construir aquel mundo con el que Gustavo soñó.
Por la militancia y la potencia de haber podido transformar el dolor en acciones políticas, ya no hay ataque que pueda detener la fuerza arrolladora de la memoria.
* Por Lucas Crisafulli para La tinta