Políticas del privilegio, privilegios en la política
Por Gabriela Diker
Hablamos de privilegio cuando alguien accede a un beneficio, a una ventaja o a un bien de alto valor social o material, a costa de otros y de otras. Se asienta en la forma más elemental de la desigualdad: la que divide el mundo entre superiores e inferiores.
Hay, por supuesto, posiciones y partidos que se sostienen en esa división y la profundizan, a través de políticas que niegan derechos, benefician a los que más tienen, bastardean la idea de lo público y lo común, y dejan a amplias mayorías libradas a su suerte (que a veces llaman mérito, voluntad, resiliencia o cualquier otra cosa revestida de atributo moral), para que los privilegiados nunca estén librados a su suerte, que siempre estén agarrados de sus privilegios. Podríamos llamar a estas las políticas del privilegio.
Pero también existen los privilegios en la política. Aún en los espacios y partidos que hacen de la igualdad su bandera. Innumerables pequeños gestos asentados en la división entre superiores e inferiores. La división entre quienes hacen esperar y quienes esperan; entre quienes se sientan adelante y quienes no tienen asiento; entre personas que hablan y otras que escuchan; entre personas que se vacunan con un llamado telefónico y las que piden turno; entre quienes tienen pulsera para entrar a un acto y quienes agitan desde afuera. Y podríamos seguir.
Las pulseras en los actos son un buen ejemplo del sistema de privilegios que naturaliza la política. Una vez descubrí que había cinco colores diferentes para participar de un acto. Cada color te ubicaba en un sector distinto, incluso en pisos distintos. Te daba acceso a comida de mejor o peor calidad. Te ponía más o menos cerca de la fuente de todos los privilegios. Te daba la medida de tu lugar y tu importancia, y, fundamentalmente, te permitía mostrársela a los demás. Todo un sistema cortesano de estratificación, de clasificación de las personas por orden de importancia, poder, votos, influencia, para participar de un acto en el que se hablaba de Igualdad y Justicia. Un sistema precario claro, que dura tanto como dura tu poder, votos, influencia, en el que se puede ascender rápido si lográs transar un color por otro a través de la persona adecuada que conozca a la persona adecuada.
Desde ya, hay personas que ejercen enormes responsabilidades. Que no pueden hacer cola, que muchas veces no pueden llegar a tiempo, que necesitamos que se vacunen para que no se enfermen, porque su trabajo, lo que hacen, incide en la vida de todos nosotros. Pero no podemos confundirnos: hacen un trabajo más importante que otros. No son personas más importantes que otras.
Néstor lo sabía bien, no se confundía. Por eso, decía: “Soy un hombre común con responsabilidades importantes”, toda una declaración destinada a recordarnos que los gestos y la forma de la política no pueden contradecir los principios de la política.
Desterremos de una vez el concepto V.I.P. (Very Important Person) de los ámbitos políticos en los que defendemos la igualdad.
* Por Gabriela Diker