Kamala Harris y el feminismo liberal contrarrevolucionario
La vicepresidenta electa de Estados Unidos tiene un historial vinculado a las fuerzas de seguridad y los sectores más reaccionarios de la justicia.
Por Diana Almeida Noboa para Revista Crisis
La celebrada y flamante nueva vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, nos demuestra, una vez más, que la esencialización de los sujetos es peligrosa. Como ya sucedió en 2008, cuando las limitadas conciencias liberales celebraban el ascenso de Barack Obama -el afro-, con la esperanza de un cambio benevolente desde el corazón del imperio, ahora las mismas limitaciones políticas del liberalismo llevan, ingenuamente, a la celebración y esperanza en la victoria de Harris, la policía/chapa/yuta/afroasiática feminista liberal contrarrevolucionaria, buena amiga del Estado de Israel y su primer ministro, Benjamín Netanyahu.
Sí, voy a reconocer a Kamala Harris -y de paso a María Paula Romo- como feministas, pero de ese feminismo liberal contrarrevolucionario que poco o nada nos sirve en las luchas por la transformación radical del mundo. El feminismo liberal contrarrevolucionario de Harris, Hillary Clinton, Romo y compañía plantea una rebeldía parcial y accesible a unas pocas mujeres bien acomodadas, que ya se encuentran en posiciones de poder con anterioridad. Una rebeldía dentro de los esquemas permitidos, que no pone en duda los sistemas de explotación elementales, como la división internacional del trabajo y la colonización del mercado a la vida cotidiana.
Cuando planteo que existe una esencialización y romantización del sujeto mujer en la celebración de la victoria de Harris, me refiero a que la superposición de esa identidad específica ha causado una invisibilización estratégica de lo que es y representan realmente figuras como Kamala Harris. Si bien es verdad que, en términos de representación política y simbólica, tener a una mujer en un cargo tan alto y de tanta importancia geopolítica -como es la vicepresidencia del imperio más nocivo y genocida que ha conocido la humanidad- tiene su relevancia discursiva desde los feminismos liberales contrarrevolucionarios, se pierde de vista el panorama completo. Es decir, que existe una imposibilidad epistemológica de transformación, mientras la estructura de explotación se mantenga intacta: no importa el sexo, el género, la preferencia sexoafectiva o el color del sujeto que se encuentre en el poder.
La estructura del Estado está configurada para adaptarse a estos cambios de representación, en cuanto el poder represivo del mismo ejecuta la dominación y explotación de una clase sobre otra: burguesía sobre clase trabajadora. El proyecto político del Estado burgués sigue siendo el mismo: la homogenización de las identidades, los cuerpos y las subjetividades, por medio del mecanismo de ciudadanía excluyente –Estados Unidos es campeón en esto-, y el sometimiento y contención de cualquier movimiento transformador por medio de la violencia estatal. Y Harris, la “top cop”, es una experta en represión y punitivismo, con una carrera de más de 28 años como fiscal, en la cual el reforzamiento de la consigna “ley y el orden”, y la criminalización a la pobreza fueron implacables. Harris es claramente una enemiga del pueblo y la clase trabajadora.
Recordemos que, cuando Romo fue designada como ministra del Interior de Ecuador, en 2019, y posteriormente ministra de Gobierno, también recibió felicitaciones de algunas feministas liberales, esencializando su ser mujer como inherentemente revolucionario. Groso error, por supuesto. El aprendizaje histórico acerca de la representación femenina es precisamente ese, que los sujetos no pueden ser leídos tan solo por las condiciones históricas que los localizan en una u otra posición. Tiene mayor relevancia la enunciación política de los sujetos: las jerarquías sexuales no son lineales, se interseccionan con otros sistemas de opresión y, en este caso, la conciencia de clase es de relevancia absoluta. En los casos de Romo y Harris, como de Clinton, Angela Merkel, Marine Le Pen, Margaret Thatcher y otras mujeres nefastas de la historia, el ser mujeres no les condicionó ninguna conciencia o subjetividad feminista revolucionaria. Todo lo contrario: esencializar el sujeto mujer les apoyó estratégicamente para el ocultamiento de sus posiciones políticas reaccionarias y contrarrevolucionarias.
Retomando como metodología al materialismo histórico, el feminismo popular marxista tiene la tarea de profundizar las vagas y superficiales nociones acerca del género que se manejan desde feminismo liberal contrarrevolucionario: hacer del movimiento feminista una unidad diversa, que se cuestione no solo las jerarquías sexuales, sino la misma estructura de clases mantenida por el sistema capitalista colonial. Y enmarcar la lucha en la organización popular, manteniendo una necesaria distancia con los Estados y su maquinaria represiva y de cooptación.
Si desde el movimiento feminista no se logra evidenciar y asumir el desarrollo del capitalismo como un proceso de domesticación de las mujeres y los cuerpos feminizados, un proceso de desposesión de conocimiento, propiedad y relevancia a la figura femenina, y un proceso de control de los cuerpos todos, seremos incapaces de plantear cambios normativos en las estructuras de poder. Como dice la Silvia Federici, “la acumulación primitiva fue también una acumulación de diferencias y divisiones dentro de la clase trabajadora, en la cual las jerarquías de género, raza y edad se hicieron constitutivas de la dominación de clase”. No hay nada que celebrar con la victoria de Kamala Harris; ninguna policía/chapa/yuta es compañera, no somos sororas con las represoras.
*Por Diana Almeida Noboa para Revista Crisis / Foto de tapa: Los Angeles Times