3 de noviembre de 1995: vivir para contarla
El atentado del 3 de noviembre de 1995 marcó un antes y un después en la vida de todes les habitantes de Río Tercero. En esta nota, nos acercamos a relatos en primera persona de lo que pasó por nuestras cabezas, corazones y cuerpos, y de lo que aún hoy, 25 años después, nos sigue doliendo.
Por Fernanda Albornoz para La tinta
“Todo está guardado en la memoria
sueño de la vida y de la historia”.
León Gieco
Escribo esta nota en primera persona porque no podría hacerlo de otra manera. Soy riotercerense y estuve ahí el día del atentado. Escribo también con el abrazo de mis compañeras tinteras que saben lo necesario que es resignificar el dolor; es su contención lo que alienta y protege este relato.
Recordar implica volver a ese lugar y habitar sus luces y sombras. Desgarra por momentos, lleva y trae imágenes confusas, pero también una certeza: la memoria es necesaria y es una apuesta a la vida.
Tres hermanas, un auto y una moto
Soy Fernanda, la hermana mayor. La mañana del 3 de noviembre, estaba en la Escuela Superior de Comercio, ubicada a 3 cuadras del predio de la Fábrica Militar, en el edificio que se compartía con el Colegio Nacional donde asistía mi hermana del medio, Julieta.
Cinco minutos antes de que suene el timbre del recreo: explosión, vidrios que estallan, salimos corriendo. Veo a mi preceptora toda ensangrentada. En la planta baja, me encuentro con mi padre que organizaba la evacuación (hacía pocos minutos se había bajado del colectivo que lo traía de su trabajo, la Central Nuclear en Embalse). Me dice: “Son los polvorines de la fábrica, andate a mi casa”. Yo: “No, me quedo con vos”. Insiste y no le hago caso. Otra explosión. El hijo de la preceptora se desmaya a pocos pasos, intento levantarlo, pero no puedo. Se acerca mi padre y lo arrastramos hasta lo que, años después, sería la biblioteca.
“Yo tenía 15 años. Recuerdo ese día saliendo de la casa de mi abuela, la saludo, estaba regando, el vapor que salía de la calle de tierra, los perritos dando vueltas, la remera, el pantalón, las zapatillas puestas. El instante más próximo: sentada en el banco de la escuela con mi compañera, preguntar la hora, guardar las carpetas y útiles ya que estaba por tocar el timbre para el recreo. Pero no sonó el timbre. Un ruido irreconocible y, de repente, ver que volaron los vidrios de las ventanas. La cara de la profe de francés, sus ojos atónitos. Lo siguiente, sin mediar palabras, correr por las escaleras buscando escapar, el portón cerrado, llegar al patio y, finalmente, a la esquina. Venían un montón de compañeros más, autos y una moto en la que reconozco a Walter, mi novio en ese momento. Salimos huyendo y llorando de ese lugar”.
Julieta Albornoz
No sé cómo ni cuándo me enteré de que Juli se había ido con su novio. Gracias a la vida por eso. Siempre pienso que, si se hubiese quedado con sus dos mejores amigas del secundario, quizás hubiese sido ella una de las víctimas fatales. Sus amigas Mariana y Romina huyeron a casa de la hermana de Mariana, a pocas cuadras de la escuela. Al encontrarse en la calle, la hermana las abrazó a las dos, poniendo ambas manos en sus cabezas, protegiendo la vida. Cayó una esquirla, cortó dedos e impactó en la cabeza de Romi. Un camión de bomberos que justo pasaba por ahí la trasladó al hospital. No llegó viva.
Esto es lo que hizo el por entonces presidente de nuestro país, Carlos Saúl Menem: mató a Romina Torres de 15 años.
“Estaba en mi casa, con mi mamá, iba al colegio en el turno tarde, tenía 11 años. Estaba durmiendo, me desperté con la primera explosión. Salí corriendo descalza entre los vidrios que había en mi cama, dormía debajo de una ventana. Se cae el taparrollos en mi almohada. Me asusté mucho. No entendía nada. Mi mamá llamando a los bomberos, repetía que era la fábrica, imposible comunicarse. Se cortaron las líneas. Salimos a la vereda, empezó a explotar todo, todo, vemos el hongo. Volaban esquirlas por todos lados. Corríamos por la calle, no teníamos auto, estaba en el taller. Hicimos un par de cuadras, nos refugiamos en un techito porque volaban pedazos de metal y quedaban incrustados en el pavimento. Un desconocido con su familia frenó y nos subió en el auto. Sin saber nada de mis hermanas que estaban ahí, a dos o tres cuadras de la fábrica; nos fuimos, no me acuerdo bien a dónde, creo que a Tancacha”.
Jimena Albornoz
Las compañeras tejiendo redes
Me llevó muchos años poder ver los registros fotográficos y audiovisuales. Otros tantos, aceptar esas palabras que fueron armando el relato del horror. Muchas veces, no tuve fuerzas para decirlas en voz alta y es la amiga de una cumpa tintera quien trae claridad y las nombra, una por una.
Nina dice: “Pienso en las palabras que nos quedaron de esa situación como espoleta, esquirla, trotyl y damnificados. Un montón de palabras que no estaban en nuestro lenguaje, en nuestra vida y que, de pronto, empezaron a ser muy corrientes”.
Mientras escribo, chateo con otra amiga de otra cumpa tintera, Natalia Comello, que me dice “¿nos habremos cruzado en este pueblo Ferchu?”, y comparte a corazón abierto lo que vivió ese día.
“Tenía 9 años. Eran cerca de las 9 de la mañana y estaba en el recreo, a dos o tres cuadras de la Fábrica Militar en la Escuela José Matías Zapiola. Creo que estaba jugando al vóley. Intentaba concentrarme porque siempre fui mala para los deportes. Se escuchó una primera explosión y, luego, una segunda que hizo temblar todo. Miré para arriba y ahí estaba el hongo del que tanto se habla: gigante y aterrador, casi de película, y digo casi porque no era ficción. Después de eso, confusión y terror. Madres y padres llegaban como podían a buscarnos. Estaba justo por subirme a la camioneta de una amiguita cuando llegó mi mamá con su bicicleta. Una de las tantas veces que la miré como a una heroína. Ella repetía que eran los polvorines. Corrimos unas dos cuadras y nos refugiamos en la casa de mi abuela materna. Con nosotras, vinieron tres de mis compañeritas de grado. Junto a mi abuela, éramos seis. En fila en su patio, nos cubrimos detrás de un árbol mientras la ventana de la casa escupía todo lo que podía por la onda expansiva. Ventana por la que, horas más tarde, entraría una bomba completa. Por suerte, ya no estábamos ahí. No sé cuánto pasó, sé que fue mucho tiempo cubriéndonos con las ramas. Además del horror, recuerdo cómo contraía el cuerpo con cada explosión. También recuerdo que una de mis amiguitas rezaba, otra había enmudecido y la tercera sufría un furioso ataque de vómitos”.
¿Qué hizo la Justicia en todos estos años?
El Tribunal Oral Federal Número 2 de Córdoba condenó por estrago doloso seguido de muerte a Edberto González de la Vega, coronel retirado y director de Coordinación Empresaria de Fabricaciones Militares, a 13 años de prisión; a Carlos Franke, coronel retirado y director de Producción de Fabricaciones Militares, a 13 años; a Jorge Antonio Cornejo Torino, coronel retirado y director de la Fábrica Militar de Río Tercero, a 13 años; y a Marcelo Gatto, mayor retirado y jefe de la División Producción Mecánica, a 10 años. La sentencia fue confirmada por Casación y fue apelada por un recurso extraordinario ante la Corte Suprema, que deberá decidir si la deja firme.
Por su parte, a partir del 24 de febrero de 2021, el expresidente y actual senador del Justicialismo, Carlos Saúl Menem, deberá enfrentar un juicio oral y público por su responsabilidad en estos hechos, acusado de estrago doloso.
El mayor responsable aún no ha sido declarado culpable y la justicia tiene una deuda con toda la sociedad argentina.
La trama de la memoria sosteniendo la vida
¿Cuándo vi a Jime, a Juli, a mi madre? No lo recuerdo. Lo que sí tengo es un sentimiento que trasciende el agradecimiento a ese desconocido que frenó en el auto y a ese novio y su moto. En medio del caos, del hongo y del terror, fue la solidaridad y el amor lo que salvó las vidas de mis hermanas y mi madre. Fueron las decisiones y acciones de todes les habitantes de Río Tercero las que tejieron esa inmensa red.
El poder mata, da miedo y hace volar fábricas para tapar ventas ilegales de armas.
Hoy, se cumplen 25 años del atentado, seguimos exigiendo justicia y castigo a los responsables políticos porque aprendimos a luchar por la vida y nuestra memoria es colectiva.
*Por Fernanda Albornoz para La tinta / Imagen de portada: Matías Tambone.