El negro como contraseña
En Paraná también se multiplicaron las pancartas, los abrazos, los llantos y las rebeldías en el primer Paro Nacional de Mujeres.
El día amaneció nublado y frío, como si este octubre la primavera se resistiera -justo hoy-, a hacer alarde de sol y flores. A las ocho de la mañana del miércoles 18, las mujeres de Paraná nos mirábamos con más atención que otros días: reconocidas en el color de la convocatoria que había cruzado las redes, a partir del femicidio de Lucía Pérez, usamos el negro como contraseña. Tímidamente, apenas un cruce de miradas y una sonrisa, para decir “Yo también. Y vos también, qué bueno”. Como clave de acceso a un conocimiento que ya teníamos, o sospechábamos: nuestro poder es inmenso, por eso nos disciplinan, como dice Rita Segato, con la “pedagogía de la crueldad”.
A las ocho de la noche, cuando terminó ese día lleno de calle y abrazos, supimos que las sospechas eran ciertas: que somos muchas más de las que creíamos, hartas de decir “las cosas son así”, que habíamos llorado por las que no están. Y sabíamos mejor que antes, mejor que nunca, la medida de nuestra fuerza.
El paro: “Mujer, escucha, únete a la lucha”
A las 13, había un manchón negro en el Consejo General de Educación, edificio que está rodeado de otros lugares relevantes: la Casa de Gobierno y Tribunales. Ahí, docentes, administrativos, equipos de trabajo estaban en la vereda, en racimos. Sin saber cómo es un “paro de mujeres”, qué se hace. En eso, un grupo llega, cargado de incienso y palo santo, y sahuma el lugar, la vereda, la gente. “Somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar”, pienso. Eso se hace en un paro de mujeres: se incomoda, se nombra lo largamente silenciado.
Es larga esa hora: densa, cargada. Cortamos la calle en un impulso: molestar la circulación, mientras junto a los pañuelos verdes de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito cantábamos la esperanza: “se va a acabar, se va a acabar, esa costumbre de matar”. Caminamos, los brazos entrelazados, hasta Tribunales, cantando. “Mujer, escucha, únete a la lucha”.
Durante todo el día el aire estuvo enrarecido, como cargado de expectativa, de ansiedad. Y de un poco de miedo, también. Las preguntas acerca de qué pasaría en esta ciudad hermosa y acostumbrada a callar, a justificar las violencias, con la adhesión al inédito paro de mujeres, y a la concentración en la Plaza de Mayo.
Aunque la convocatoria era a las 17, íbamos llegando a la plaza, de frente a la catedral que en 2010, durante el Encuentro Nacional de Mujeres, había sido objeto de escraches. Las primeras reconocibles fueron las “mujeres organizadas”: el movimiento Evita, organizaciones estudiantiles, Furia Trava. Pero hubo muchas, muchísimas mujeres –y hombres- que vinieron solos, algunos por primera vez en sus vidas-, a una manifestación en el espacio público: la marca del punto de inflexión que representa la claridad de la emergencia.
Ya sabíamos, también, que caminaban con nosotras en más de 138 ciudades, en Chile, México, Uruguay, Bolivia, Perú, Paraguay, Estados Unidos, España y Francia. La potencia del estar juntas y juntos, nos lleva hacia delante, nos activa, le pone fuerza y le roba impotencia al dolor: llegamos al miércoles, estoy convencida, después de años de Encuentros Nacionales de Mujeres, de denuncias, de militancia feminista en todos los ámbitos. De explicar por qué no “ni uno menos”, de ponerle nombres verdaderos a las prácticas que tenemos naturalizadas: no es piropo, es acoso callejero. No es amor, es posesión. Y realizar un paro –marcar el orden económico y capitalista que se articula con el machismo y el patriarcado- representa una forma novedosa y demorada de entender la profundidad de las raíces de la violencia hacia las mujeres.
Los relatos
“Vine porque mi marido, hace quince años, me fracturó dos costillas. Y vine porque lo superé, pero no quiero que le pase a ninguna mujer más”, dijo Isabel, 55 años y un rubio imposible, con los ojos llenos de fuerza y dolor.
Una nena de diez años hizo carteles, caserísimos y clarísimos: “basta de violencia”. Los carteles clamaban, por todas partes: vivas nos queremos, por mi, por vos, por ella. Por todas. Una intervención recuperaba los nombres de las asesinadas en Entre Ríos, “para que estén las que nos faltan”. A esas alturas, la plaza estaba repleta, con la marcha de los 24 de marzo como única referencia de convocatorias similares: ni siquiera los NiUnaMenos del 2015 y de este año fueron así.
La marea negra que fuimos ese día mostró que ya sabemos llamar a las cosas por su nombre, y también que las luchas se dan en la calle, en las plazas y en las casas. A las ocho de la noche, entre tambores y malabares con fuego, y una ronda cortita que dio vuelta la plaza, con reminiscencias de otras plazas, se estiraba la despedida. Pero el mensaje fue claro: vestimos de luto pero estamos fuertes, estamos con las zapatillas listas para salir a la calle, a la puerta, a la escuela, a las redes, para decir lo que tenemos para decir. Y sobre todo, estamos juntas.
*Por Cristina Schwab para La Tinta / Fotos: Paula Kindsvater