Tristeza não tem fim: un elogio a la tristeza fecunda de Anne Dufourmantelle
La tristeza, esa emoción tan temida como fructuosa, nos habilita a tantas cosas. La filosofía, la literatura y, por supuesto, la psicología la han abordado desde siempre, pero los tiempos van cambiando y la pandemia la ha vuelto a poner sobre nuestras charlas. ¿Cómo es habitar la tristeza? ¿De qué materia tan extraña está hecha? Un mini ensayo desde las propias revueltas.
Por Ivalú Hayipanteli y Soledad Sgarella para La tinta
Amigue [00:21] – El juego de las escondidas es con la tristeza. De charla en charla, aparece, cada vez es más fácil encontrarla. Sé que estás triste, amigx, y que el dolor es grande, y los abrazos no calman siempre. ¿Cómo es habitar la tristeza? ¿De qué materia tan extraña está hecha? ¿La mía es la misma que la tuya? ¿Es la materia oscura del microcosmos humano? ¿Es una emoción empastillada por el patriarcado? ¿Por qué tan escondida la tristeza? ¿Por qué el asombro de encontrarnos con ella y ponernos sus vestidos? Así ando, intensa. ¿Qué onda el insomnio?
Amigx [00:25] – Si fuese un vestido, lo primero que se me viene a la mente es que la tristeza es un pijama viejo, hecho de varias prendas que ya no uso, esos pijamas de ropas de las que no me quiero desprender aún: la remera de la promo 06 y la calza abrigada con bolitas. ¿Y si mi tristeza, en vez de ser ropa vieja del pasado, se convierte en una tristeza de fuerza natural? Sería claramente una tempestad, un navío y un océano con música de Wagner, una mujer del siglo XV corriendo bajo la lluvia fangosa al carruaje que se va o unos ojos que miran tristes la sorpresa de un nuevo paisaje. Te contesto en la misma clave, a esta hora, jaja (emoji de la cara riéndose con lágrimas y emoji del que tiene como ojos líneas horizontales).
En 2011, la filósofa y psicoanalista Anne Dufourmantelle publicó Elogio del riesgo, un libro que mixtura ensayos y relatos. “Correr el riesgo de la tristeza sería el contrario de ingresar en la melancolía; comprender que es la comparsa secreta de la beatitud, y que este ensanchamiento del ser que ella nos señala nos hace recordar otra posibilidad de ser nuestros y del mundo, abiertos a lo que venga”, dice con seguridad la francesa.
Dufourmantelle plantea, partiendo de la base de que la vida es un riesgo inconsiderado que corremos lxs vivxs, la idea de una tristeza fecunda. Según la psicoanalista, no tiene espesor propio ni eco, no es organizada ni estable, pero posibilita espaciar el drama, diseminarlo en varios puntos del alma y el cuerpo para soportar los dolores. ¿Dónde se nos aloja la tristeza? Para algunxs, en la panza, para otrxs, en esguinces, en semblantes y gestos perdidos, en repisas llenas de objetos muertos, en cajones de cartas, en la silla vacía.
Amigx [00:37] –¿Acaso no se me va a ir nunca está sensación? Pfff, qué difícil todo, ami, todo. Me cansa.
Amigue [00:38] – No sé, pero creo que sí. La tristeza es como las olas, leí por ahí, va y viene, te lo mandé en un whatsapp el otro día. ¿Cómo atrevernos al riesgo de estar abiertas a lo que venga? La cruel incomodidad de la tristeza, insoportable. Me dijo la psicóloga en la última sesión: hay que transitarla.
En relación al hospedaje, la filósofa francesa agrega que la tristeza nunca es totalmente de unx, que no nos pertenece. Por suerte, afirma que nunca alcanza a fundirse completamente en nosotrxs, pero que “conlleva una crueldad que reside en su extensión sin límites, en la imposibilidad de fijarle un umbral, de dar la orden de que se acabe. Pero el momento en que aquello ya se desprendió de ti es escurridizo como la arena. La tristeza te dejó, sanseacabó. Y escribes, amas, sueñas, te duermes con los brazos ligeros y el corazón abrazado; la tristeza te ha dejado libre, pero diferente. En esto, consiste su riesgo. Podemos evitarla y parapetarnos de ella, apartarnos, ignorarla. O bien arriesgarnos y abrirnos al exilio al que nos somete sin violencia y que era imposible de imaginar previamente. Y en ese territorio sin mapas ni referencias, entretenernos un poco”.
El músico uruguayo Jorge Drexler, en una canción de su disco Eco, le dedica unos versos bien directos en la misma sintonía: “Pero lo cierto es que la pena voló y no importó ya ni siquiera por qué. Se va, se va, se fue”.
Amigue [00:45] –Las aguas del mar se calmaron y las olas ya no nos derrumban en la arena, el paisaje cambió. La tristeza abrió el escenario para otra aventura: la mujer del siglo XV ya no corre un carruaje, está en el bosque desnudándose en la primavera, para meterse en la laguna, mientras sabe que es espiada por un forastero… mientras se convierte en una de esas películas de época de VHS, mientras… jaja. Estoy inspirade. Te dejo dormir.
Amigx [00:48] – Ayyyyyyy, escribamos un libro, hagamos el guion de alguna obra, no sé. Hagamos algo. Una lista de Spotify, una que se llame literalmente “tristeza del 2020” (sticker de niñx metiéndose en el inodoro).
Antônio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes compusieron, en 1958, una de las canciones de bossa más recordadas sobre esta emoción, aunque se llame, paradójicamente, A felicidade. Sus versos dicen, en español, que “la tristeza no tiene fin, la felicidad sí, la felicidad es como la pluma que se va llevando el viento, vuela tan suavemente, pero tiene una vida breve, necesita que haya un viento constante”.
¿Cuáles son los vientos necesarios en plena pandemia?
La invitación de Anne Dufourmantelle a abrirse a la tristeza, a darle espacio a “lo que venga”, suena a frase ligera, pero es más que eso. La pandemia nos giró el cuerpo hacia adentro y las luces del escenario del afuera se encendieron en nuestras casas, en nuestros cuerpos.
La tristeza deja ver las costuras de las que estamos hechas. Nos enseñaron que es difícil vivirla, porque muestra, devela verdad. Es tan poderosa, tan fuerte y arrasadora, que no hay escape. La tristeza nos suplica habitarnos, en las ruinas, en los ahogos, en donde quiera que estemos.
Taparla, como tapar cualquier cosa, solo es jugar un rato a las escondidas.
*Por Ivalú Hayipanteli y Soledad Sgarella para La tinta. Imagen de portada: Ricardo Cavolo.