Escribir con los pulmones
Desde el avance del complejo oleaginoso, la presión sobre los humedales paranaenses fue creciendo hasta que un vasto territorio anegable se convirtió en el nuevo lugar para la ganadería desplazada.
Por Juan Manuel Costa para La tinta
“Tiempos sombríos en los que los hombres parecen necesitar un aire artificial para poder sobrevivir”.
Ricardo Piglia, «Respiración artificial»
Como tanta otra tristeza a la que te acostumbrás
La lluvia agónica caída días atrás logró que el estado de desaliento cese por unos días. El agua dio un respiro ante tanto desastre intencional y al humo como presencia permanente. No fueron días de niebla o alguna furia volcánica; el paisaje brumoso y la atmósfera irrespirable que, durante dos días, empeoró hasta lo imposible no fue otra cosa que una oleada de fuego para el avance de la frontera económica que, a pesar del confinamiento social, nunca se detiene. La actividad agroganadera e inmobiliaria revela en estos momentos su rostro definitivo sobre territorios tan necesarios y frágiles como los mismos pulmones.
Desde el avance del complejo oleaginoso, la presión sobre los humedales paranaenses fue creciendo hasta que un vasto territorio anegable se convirtió en el nuevo lugar para la ganadería desplazada. Desde la Pampa Húmeda hacia tierras hasta hace unos años consideradas marginales, como lo son los pastizales inundables y los humedales del Delta del Paraná —que siempre soportaron la ganadería a escala familiar, pero no una relocalización y ampliación de gran escala productiva—, son el precio a pagar para que la economía no detenga su marcha. Por otro lado, los megaproyectos urbanos que generan una fractura social sin precedentes continúan avanzando sin problemas con el lujo que, desde hace décadas, se levanta sobre el relleno de pajonales costeros, con la complicidad de intendentes de turno.
Nos azota un virus que va dirigido plenamente a los pulmones y es inevitable no relacionarlo con la actitud predatoria que tiene el modelo inmobiliario y agroindustrial con la naturaleza. Cuando se respira durante varios días el olor a pajonal quemado que se extiende por varios kilómetros desde las islas del delta del Paraná y los humedales de Hudson, se entiende claramente cuál es el corazón del modelo extractivo local y regional. No es solo el avance del fuego el problema, sino también la pérdida definitiva de pulmones verdes para actividades productivas y modos de vida de tierra firme. Extensos territorios con forma de palangana, que actúan como filtros y reguladores del equilibrio indispensable de la cuenca del Plata, son alterados y apropiados con endicamientos y terraplenes que impiden el libre ingreso de agua evitando que los humedales se inunden naturalmente.
Si muchas vidas humanas ya tenían dificultades para respirar, con el fuego descontrolado que sufren pajonales y pastizales, las afecciones pulmonares dispararon las alarmas de la comunidad médica ante la persistente inhalación de humo. Días atrás, un médico rosarino manifestó lo siguiente sobre la condición de fragilidad de aquellos con dificultades respiratorias: “En lo personal, tuve que triplicar el uso de broncodilatadores por mi cuadro respiratorio debido al humo de los incendios que llegan a Rosario. Y mi hija tiene un año. Casi la mitad de su vida ha tenido que respirar este aire cargado de sustancias tóxicas muy por arriba del máximo permitido por la ONU. La exposición antes de los 5 años disminuye calidad y expectativa de vida, además de volver a niñas como Gala a ser propensas a padecer enfermedades cardiorrespiratorias”.
No es casualidad que, al comienzo de la pandemia en una entrevista, el filósofo italiano “Bifo” Berardi –aunque refiriéndose a la polución europea— insistiera en que estamos ante una “rebelión de los pulmones” y, en una crónica propia, diga lo siguiente: “La Tierra se rebela contra el mundo. La contaminación cae. Es evidente. Los satélites mandan fotos de China completamente diferentes de las que solían mandar hace dos meses. Lo siento en mis pulmones, que no habían estado respirando bien durante los últimos diez años, cuando fui diagnosticado con un asma severo causado por el aire de la ciudad en la que vivo”. Luego, en la misma crónica, Bifo relaciona el aire envenenado con un mundo entristecido. Esa misma relación es la que hizo Lucía Scrimini hace unos años en una nota sobre las mujeres en el Cordobazo. En esa nota, Lucía decía que las afecciones pulmonares están ligadas al sentimiento de tristeza. Ambos autores comparten un malestar de larga data que el filósofo francés Gilles Deleuze caracterizaba como afectos tristes. Tristezas y afecciones respiratorias que, paradójicamente, contrastan con la euforia de felicidad y el imperativo alegre del mundo contemporáneo.
El verdadero arte de respirar
La literatura de Ricardo Piglia, aunque generalmente no sea leída de esa manera, reúne ejemplos en esa línea. Son interesantes su primera y última novela: Respiración artificial y El camino de Ida. La primera, por la anécdota de su título que surge de una crisis asmática del autor durante la última dictadura, que instauró a sangre y fuego el modelo económico neoliberal (momento preciso de nuestra historia donde Pablo Ramos sitúa El origen de la tristeza), y la segunda porque incita a revalorizar la vida y obra de Guillermo Hudson mediante su alter ego Renzi. El guiño a Hudson en su última novela no es casual. Piglia busca legarlo e intervenir en el presente porque, según él, las reacciones anticapitalistas de gestos tolstoianos siempre le parecieron admirables. Es mediante la lectura de Hudson, autor olvidado que marcó su infancia -Piglia solía visitar la estancia Los 25 ombúes en Florencio Varela-, donde quizás se puedan encontrar ficciones ancladas en nuestro entorno que nos permitan pensar más allá de lo posible para no terminar de “confundir el sistema capitalista con el sistema solar” y armonizar de otro modo con la naturaleza mediante un deseo alternativo.
Pero es en Guevara donde Piglia encuentra esas dos características: dificultad para respirar y gestos de rechazo aislándose en la selva. En su ensayo El último lector, retoma la condición de asmático de Guevara en una carta de éste a su madre desde Sierra Maestra: “El inhalador es más importante para mí que el fusil”.
De manera que sus signos de identidad parecen dar un giro inesperado porque, además de gran lector, desde los pulmones fatigados de Guevara, por momentos parece deslizarse la vaga idea de que la teoría no es el foco, sino el aislamiento en el monte, como si su dependencia del inhalador se extendiera de éste a los pulmones verdes del Tercer mundo. La de Guevara sería así una teoría de combatir buscando el aire necesario para respirar que contrasta con Lezama Lima, el “peregrino inmóvil”. De manera que, en la serie de larga duración que se remonta a su infancia, hay otro dato que recorre su identidad: desde su Caraguatay natal donde dio los primeros pasos y sorbos de mate –ese que según Lévi-Strauss concentra en unas pocas gotas todo el sabor de la selva— a Ñancahuazú en la selva boliviana donde lo cercaron, el verde frondoso del monte se revela tan indisociable de la vida de Guevara como el asma y la lectura. En ese sentido, el Guevara aventurero es lo que ha leído, pero también un vínculo originario que no se borra nunca de su accidentada biografía. La vida de Guevara, como la cabra, al monte tira.
Tristezas del fuego de la costa
Se entra en el mundo a través de la primera respiración y dejamos el mundo con el último suspiro. Desde hace un tiempo, proliferan por doquier todo tipo de “técnicas de respiración” con ropajes New Age, que incluso reciben generosos contratos en la administración pública. Estas propuestas que desbordan positividad no son más que otra de las múltiples técnicas de persuasión del mercado que responde a la sobreestimulación agotadora con la industria de la felicidad y los psicofármacos. Es por eso que, dentro del paquete de la ingeniería social neoliberal de los últimos años, una de las novedades consistió en enseñarnos a respirar en clave optimista. La respiración agresiva del neoliberalismo insiste en respirar a su ritmo. Una respiración mediada por el pulso del capital para respirar lo irrespirable. Un aire bonificado que niega la calidad del aire y el oxígeno necesario a los pulmones. Entonces, aquel acto primero de respiración acelerada, del cual depende la vida y el desarrollo pulmonar en el que se centran gran parte de las atenciones primeras, es borrado para rehacerlo con las ilusiones optimistas del capital. Sin embargo, cuando ante la violencia en la superpotencia del norte se escucha la frase “I can’t breathe” y en los hospitales los médicos dicen que se necesitan miles de respiradores, el respirar profundo con fantasías de integración al mercado que promueve la razón hegemónica muestra su verdadero rostro.
Los pajonales e islas de Delta del Paraná, y sus prolongaciones hasta las riberas rioplatenses sufren el embate sistemático de un fuego que no sabe de cuarentenas para los sectores concentrados de nuestra economía. Pampeanizar las islas y lotear las riberas, de eso se trata la expansión e incorporación de vastos territorios a la valorización agroganadera e inmobiliaria que, lejos de incluir a las mayorías en esa promesa de progreso, aumentan la brecha social sin el derrame prometido y con una fractura social que tiene como resultado apenas un roce en la puerta de entrada de los barrios cerrados. Desde hace varios años que esos territorios se han transformado en excedente suntuoso que el capital no tolera, de manera que asistimos a una vieja práctica de los dueños de la tierra: la del despojo que se abre paso con fuego, solo que esta vez cambiaron los Remington o los FAL por los bidones de nafta.
No hay convivencia posible con un modelo económico depredador, privatizador y asfixiante. Hoy más que nunca, está claro que la crisis socio ecológica es una crisis para respirar. Ante el permanente saqueo y la sostenida destrucción del ecosistema, cada bocanada de aire se transforma en un bien preciado.
La pelea es por el derecho a respirar, a no ser que sea nuestro deseo prolongar en el tiempo los afectos tristes del mundo contemporáneo u ostentar la fama montevideana que describió de manera maravillosa Mario Benedetti en El fin de la disnea para terminar por reconocernos masivamente en una nueva masonería del fuelle. Este es un sentimiento compartido por todos aquellos que, desde hace años, tenemos que recurrir a diario a los bombazos del inhalador, ese pequeño fuelle soplador que nos abre el pecho. Nuestra condición de fragilidad nos pone en guardia, el aire no se puede medir en dinero.
Cuestionar los pilares fundamentales del modelo económico es un penoso privilegio del Tercer mundo a pesar de que esa verdad sea tan inaceptable como la negación del virus por algunos sectores de la población. Desconocer eso es negar que la crisis actual no solo es una crisis de deuda y recesión, sino que también es una crisis socio ecológica que muestra los signos de agotamiento de un modelo inviable que sacrifica el futuro consumiendo miles de hectáreas con fuego.
*Por Juan Manuel Costa para La tinta. Imagen de portada: ISEC POST.