Del Magreb al Levante: tres mujeres árabes
La historia de tres mujeres árabes de distintos países y generaciones, protagonistas indiscutidas de las luchas feministas y anticolonialistas en Egipto, Líbano y Palestina.
Por Leticia Silvestri para La tinta
El Cairo, Egipto, 1923. Huda baja del tren, mira a su alrededor y no se lo piensa dos veces: descubre su cabello en un gesto que, luego, sería imitado por muchas otras mujeres, levantinas y magrebíes, musulmanas y árabes. Gesto de un gran simbolismo que, aunque cuestionado por algunos, sería inmortalizado en un monumento años después. Huda y otras tantas mujeres volvían de Roma, donde habían ido como representantes de la Unión Feminista Egipcia a participar del encuentro de la Alianza Internacional de Mujeres.
El descorrer del velo de Huda pasó a la historia como un hito de los feminismos árabes. Y como ha sucedido históricamente con todos los actos de emancipación femenina, sufrió ataques desde todos los frentes. Fue cuestionado por ser, aparentemente, poco representativo de las mujeres egipcias (las campesinas, en ese entonces, no usaban velo), pero también por “eurocentrista” y “perturbador”. Lo cierto es que Huda Sha’arawi pertenecía a una familia de clase alta y liberal, lo que la situaba en un lugar de privilegio frente a sus compatriotas. Pero también el hecho de que el incipiente feminismo egipcio tenía entre sus principales horizontes la soberanía nacional y la de los pueblos árabes en general.
Nacida en 1879, Huda recibió una educación a la que pocas personas podían acceder. A los 13 años, fue casada con su primo, a quien abandonaría 15 meses después, al enterarse de que este tenía un hijo con otra mujer. El divorcio le permitió contar con el tiempo y el espacio para seguir formándose, tanto en lo académico como en lo personal. Aprendió diferentes idiomas, estudió religión y se dedicó a escribir poesía. Organizó lecturas para mujeres y se involucró en distintas iniciativas de ayuda social. Ya adulta, Huda decidió volver con su ex marido y, junto a él, se involucró en las luchas independentistas de su país.
En el marco de la Primera Guerra Mundial, e intentando cortar los lazos coloniales sostenidos con el Reino Unido, Huda y las mujeres del partido independentista egipcio Wafd tomaron un rol de relevancia en el ámbito político. En 1919, por ejemplo, organizaron la primera manifestación de mujeres contra el Mandato Británico, tomando posesión de un espacio público históricamente limitado a la presencia y participación masculinas. Así, se afirmaban simultáneamente como ciudadanas y sujetas de derechos, mientras que expresaban sus ansias de liberación nacional, igualdad de género y unidad entre las diferentes religiones.
El símbolo de aquella revolución (que volvería a usarse en la llamada “Primavera Árabe” del año 2011) era la media luna musulmana abrazada a la cruz cristiana, cuando por las calles se apelaba a la unidad de musulmanes, cristianos y judíos.
Las luchas por el proyecto nacionalista árabe, y, en particular, la Revolución Egipcia de 1919, fueron el marco propicio para el nacimiento de los movimientos de liberación de las mujeres. Sus compatriotas varones debieron reconocer la necesidad de luchar codo a codo junto a ellas, aunque esto no haya resultado siempre sencillo. Las mujeres continuaron defendiendo su derecho a ocupar la esfera pública, enfatizando, además, el carácter anticolonial de sus feminismos. Finalmente, Egipto conquistaría su anhelada independencia en 1922. Al año siguiente, Huda crearía la Unión Feminista Egipcia, que presidió hasta su muerte, en 1947, la cual fue antecedente e inspiración de muchas otras organizaciones de mujeres árabes.
***
Beirut, Líbano, 1912. Anbara, de 15 años, recibe una carta desde Egipto en la que la invitan a sumarse al movimiento por la liberación de las mujeres, a rebelarse contra las injusticias impuestas sobre ellas y, especialmente, a sacarse el velo “que escondía a la mujer del mundo y era símbolo de su opresión”.
Se estaba gestando el “despertar” de los pueblos árabes, del cual Beirut fue, sin dudas, uno de sus centros políticos. Nacida en 1897 en el seno de una familia de políticos progresistas e independentistas, Anbara Salam Khalidi fue hija de uno de los comisionados que viajaban a tratar los derechos de soberanía de los pueblos árabes con los colonialistas franceses e ingleses.
En su adolescencia, Anbara era ya una experimentada oradora en espacios públicos, pese a las prohibiciones reinantes. Cuenta en su autobiografía una anécdota sucedida mientras desarrollaba sus estudios secundarios, en la que caracteriza a los miembros de su comunidad educativa como muy “cerrados” y “conservadores”: “Nos enseñaban a coser. Pedimos aprender canto, pero se negaron, diciendo que escuchar la voz de una mujer era religiosamente ilícito. Esto nos dolió mucho, pero nos hizo más conscientes de las cadenas que nos limitaban, como nuestros velos y aquellas antiguas tradiciones que no tenían relación con nuestra religión. En ese momento, estábamos estudiando la liberación de las mujeres en el Islam temprano y cómo ellas jugaron un rol activo en todos los aspectos de la vida, incluso, en las reuniones de nuestro Profeta y los Cuatro Primeros Califas. Después de un tiempo, cuando una delegación nos vino a tomar examen, todas definimos escribir en el pizarrón: ‘Ustedes han determinado que la voz de una mujer es religiosamente ilícita. En línea con eso, nos negamos a rendir un examen ante hombres’”.
Esta rebeldía la animó a crear grupos de mujeres para fomentar la lectura, la escritura y la oratoria, y para promover el desarrollo de herramientas que les permitieran defenderse ante cualquier interpretación que se animara a censurarlas o desacreditarlas “en nombre de la religión”. Pronto, sería invitada a escribir en diversos periódicos.
Al igual que Huda, Anbara narra cómo las incipientes uniones de mujeres árabes de principios de siglo XX supieron hacerse un lugar junto a los varones para luchar por la liberación de los pueblos. Esto evidencia, por un lado, una vacancia en esas luchas que las mujeres vinieron a ocupar y, por otro lado, el entendimiento de sus compatriotas de que el protagonismo de las mujeres era insustituible, pero que demandaba de más derechos y posibilidades de las existentes hasta entonces. Según Khalidi, el despertar político y social del mundo árabe (1912-1914) incluyó el despertar del movimiento feminista, liderado principalmente por mujeres egipcias, pero también libanesas y palestinas.
Así lo refiere en su libro Memoirs of an early arab feminist: “Las mujeres egipcias fueron las primeras mujeres árabes en involucrarse en las luchas nacionales, venciendo, a la vez, las tradiciones locales y la ocupación extranjera en su manifestación de 1919. Huda Sha’rawi estaba en la vanguardia. Dejaron el ámbito privado de sus casas, motivadas por el deseo fervoroso de liberar a sus tierras de la ocupación extranjera, y alzaron sus voces tan alto que todo el mundo las escuchó”.
Como parte de este auténtico linaje, reconociéndose parte de gestas previas y abriendo camino a las del porvenir, Anbara fue testigo y protagonista de estas rebeliones y del proyecto panarabista, así como también de sus inconclusiones y derrotas. Tanto su padre como su prometido, de quién ya no tendría noticias, fueron perseguidos por el gobierno colonial francés.
Más tarde, contrajo matrimonio con un palestino y, viviendo en Jerusalén, participó en 1929 de la primera reunión de mujeres nacionalistas palestinas. Allí, se habló de la necesidad de defender los derechos de los árabes en sus tierras, frente a la “obvia parcialidad por parte del Mandato Británico por el sionismo”. En esa misma reunión, se decidió escribir un memorando, llevárselo al Alto Comisionado del Reino Unido y organizar una manifestación a las afueras de su residencia privada. Así recuerda ella el acontecimiento: “Elegimos cinco mujeres para acercar el memorándum al Alto Comisionado. Las recibió de manera muy cordial, pero ellas rechazaron el café que les fue ofrecido, en conformidad con una antigua costumbre árabe que rechaza la hospitalidad bajo determinadas circunstancias (de opresión) a menos que se obtenga una promesa genuina por las demandas”.
Luego de aquella reunión histórica, se conformó el Comité Ejecutivo de Mujeres Árabes, que comenzó a institucionalizar la presencia de las mujeres en todos los espacios de la vida pública, organizando protestas, reclamando derechos y luchando por su tierra.
Anbara y su familia sufrieron los daños de la guerra de 1948 que dio origen al Estado de Israel. Sus proyectos para niños y niñas huérfanas se vieron frustrados por los constantes desalojos y ocupaciones de ciudades palestinas. Finalmente, debieron exiliarse en el Líbano, en lo que creyeron una estadía transitoria, pero, como tantas miles de palestinas y palestinos, jamás pudieron regresar. Infatigable, Anbara comenzó a trabajar allí en la construcción de centros de refugiados para las familias desplazadas. Testigo del expansionismo sionista israelí y de las recurrentes agresiones a Palestina y el Líbano, finalmente, falleció en un adverso contexto de posguerra civil.
***
Nabi Saleh, Cisjordania, 2011. Una niña de tan sólo 11 años se enfrenta con furia a soldados ocupantes que acaban de dispararle a su primo. Alguien logra filmar el momento y el video llega hasta los rincones más inesperados del planeta. Al año siguiente, la misma niña muerde la mano de otro soldado, esta vez, para evitar el arresto de su hermano. Y es que Ahed ya no quiere seguir perdiendo familiares en manos de las Fuerzas de Defensa Israelíes.
A sus 16 años, otro video en el que Ahed Tamimi protesta contra un soldado se hace viral y la ahora adolescente es arrestada por el ejército israelí. Arrastrada a un tribunal militar donde sus familiares no pueden verla, es violentamente interrogada sin que se permita siquiera la presencia de una abogada. Sorteando fechas de audiencias y a la espera de un juicio cuyo inicio se pospone, Ahed pasa su cumpleaños número 17 en un centro de detención.
La campaña por su liberación tuvo una resonancia mundial y llamó la atención de todo el mundo sobre lo que estaba sucediendo en aquellas tierras. En Nabi Saleh, como botón de muestra, se produjo la ocupación de la parcela de tierra donde se ubicaba la fuente de agua de todo el poblado, ocupación que vino acompañada de la violencia recurrente de los colonos, amparada en el uso de la fuerza militar.
Pese a que sigue siendo habitual el que niños y adolescentes palestinos sean arrestados, interrogados y asesinados en procesos sumarios y extrajudiciales, en este caso, la encarcelada era, además, una joven mujer. Así se expresaba al respecto Gideon Levy, periodista en aquel entonces del diario israelí Haaretz: “La niña de Nabi Saleh destrozó varios mitos de los israelíes. Lo peor de todo es que se atrevió a dañar el mito israelí de la masculinidad. De repente, resulta que el soldado heroico, que nos vigila día y noche con osadía y coraje, se enfrenta a una niña con las manos vacías. ¿Qué va a pasar con nuestro machismo, que Tamimi rompió tan fácilmente, y nuestra testosterona? De repente, los israelíes vieron al enemigo cruel y peligroso al que se enfrentan: una niña de 16 años con el cabello rizado. Toda la demonización y la deshumanización en los medios aduladores se hicieron añicos al enfrentarse con una chica con un suéter azul”.
Y es que, frente a todos los prejuicios acumulados por el mundo “occidental”, una niña palestina de familia musulmana aparecía ahora como un ícono notable de la lucha por la libertad. Pero no era la primera ni sería la única. Ahed, tanto como Huda y Anbara, expresa una tradición de resistencia femenina de más de un siglo contra la violencia y el despojo hacia los pueblos árabes. Estas tres mujeres representan la solidaridad y la sororidad internacionalistas, así como el poder de las mujeres y su protagonismo destacado en la resistencia anti-colonialista. Las tres interpelan al mundo, nos hablan, nos exhortan a repensarnos a nosotras mismas y a nuestros feminismos más allá de las olas del mar y la historia. Ni hablar por ellas ni interpretarlas: lo mejor que podemos hacer es conocerlas y escucharlas.
*Por Leticia Silvestri para La tinta / Foto de portada: Catalina Gómez Ángel