Peligrosos Gorriones: «Como cuando éramos chicos»
Cuando el Fin de la Historia ya se había decretado y entrábamos de cabeza al menemismo, un grupo de bandas se animaron a sonar diferente. Hoy que los noventas están a la vuelta de la esquina, hay una banda que vuelve a sacudir todo: los Peligrosos Gorriones.
Huele a espíritu adolescente
La historia es conocida ampliamente, fueron años de plástico, siliconas, demedós, Miami y la banalización de la vida pública. El rock se volvió hueco, tan hueco como la cultura neoliberal. No había lugar para las búsquedas sonoras y todo se reducía a las luces de los estadios y la tapa de la revista Caras.
Pero algunas bandas, decíamos, se negaron a entrar en la gilada. O no las dejaron (la rentabilidad de la industria del rock siempre la manejaron los mismos tipos). Y surgieron crudas y furiosas las bandas que sacudirían un poco la glamorosa –y repetitiva- escena de los noventas. Alguna mente brillante bautizó la movida como “Nuevo Rock Argentino”. Pero también se empezó hablar de «alternativos».
Y es acá, en el Polideportivo General Paz en el año 1993, que se hace el primer Festival Nuevo Rock Argentino. Una suerte de Lollapalooza criollo de dos días, con Babasónicos, Juana La Loca, Martes Menta, Tía Newton, Los Brujos, Peligrosos Gorriones, Todos Tus Muertos, Los Visitantes y los locales Rastrogero Diesel y Abuelas Mecánicas. Una bola de distorsión, pelos largos y camisas a cuadro.
Si bien no hay muchos puntos de contacto entre esas propuestas estéticas, los reunía el no pertenecer al mainstream rockero del momento y el tener un sonido nuevo y único. En ese festival, aún sin disco editado, los Peligrosos Gorriones son una suerte de revelación entre las revelaciones. Y es que la banda está buena y suena un caño.
Yo me acuerdo un cassette escrito con liquid paper que lo íbamos pasando de casa en casa. Tenía grabado de un lado el primer disco de los Gorriones y del otro lado el de Los Brujos. Recuerdo el frenesí de experimentar por primera vez con un Compact Disc y que sonaran hasta rayarse, uno atrás del otro, todos los hits de la banda.
Pero el fenómeno se fue apagando, las internas recrudecieron y el pesado rótulo de banda de culto les cayó encima hasta su separación, casi cerrando los 90s.
No hay nostalgias
Después de más de quince años separados, los caminos vuelven a juntarse. Los Peligrosos Gorriones se reúnen, graban un disco en vivo primero, y «Microbio» recién salido del horno. El disco está tremendo. Y la banda sigue sonando un caño.
Hace un par de semanas volvieron a Córdoba a presentar el disco. La Tinta tuvo la oportunidad de charlar con ellos en uno de los recovecos del Club Paraguay, minutos antes de que salgan a tocar. De fondo suena fuerte Claravox, la banda telonera “que está buena”, según dice el propio Bochatón.
Microbio es un disco lleno de canciones con potencia de hits. El sonido es maduro pero reconocible en el acto. Hay algo que suena a los gorriones y se nota desde el primer acorde. «Estamos más grandes» dice el violero Guillermo Coda. «Lo que no cambió es nuestra forma de tocar, nuestro espíritu. Hay una onda gorrión y es inherente a nosotros, no la podemos evitar. Vos escuchás el disco y decís `es los gorriones´. No hay nostalgias, cero revival».
«Para la gente que entiende cómo somos, les va encantar Microbio», agrega el baterista Rodrigo Velázquez. «Quizás haya gente que espera que hagamos algo más noventoso, pero no es nuestro modo. El disco somos nosotros cuatro ahora, somos transparentes», dice sin vueltas.
Nos une la música
Y es que la banda le escapa a los lugares comunes. No caen en atajos, sino que siguen teniendo «la misma actitud ante la música», como dice el Cuervo Karakachoff. «Seguimos siendo los mismos: gente que busca la música. No solo poner el equipo fuerte: sonar, la música, las letras, arreglos, texturas sonoras. Crecimos pero se mantiene la esencia de una buena banda».
Francisco Bochatón no duda que el disco nuevo tiene «mucho de Gorriones, de lo que suena a Gorriones». Eso habla de una identidad construida pero que siempre está en movimiento. «Y genera algo especial, me hace acordar a grupos que me gustan mucho».
El clima en la sala antes de subir al escenario, es muy tranquilo y amigable. Son muchos años juntos, una vida recorrida. Y un reencuentro que ellos mismos entienden como natural. «Tenemos la misma actitud ante la música. Nos une la música. No somos una banda que nos hayan ofrecido plata para volver. Somos de abajo», comenta el Cuervo. Y reconocen una «impronta» propia, una manera de hacer que recoge las tradiciones de bandas platenses pero que tiene sello propio.
Como cuando éramos chicos
«Recién cuando entrábamos a la ciudad estábamos chochos. Nos acordábamos que fue la primer ciudad que vinimos a tocar, fuera de Capital y La Plata», dice el cantante cuando le preguntamos por volver a Córdoba.
Acá vinieron en 1992, cuando no eran ni una promesa aún. La recibida siempre fue buena. O como dice el Cuervo: «Córdoba nos banca desde el principio, y eso se nota».
El clubcito se va llenando, ya hay varios centenares de personas que vinieron a ver a los míticos gorriones. «Hay pibes de 18 años que vienen a ver la banda», dice Coda. «Y los locos no habían nacido cuando grabamos el primer disco. Eso se transmite. Es el mejor piropo que me podés hacer», completa el guitarrista.
«Cada uno tiene sus quilombos, la situación está muy dura. Pero la música es un lugar en el que venís como estás y te vas un poquito mejor»
Y en Córdoba también se dieron varios de sus shows más recordados. «Hay una relación directa a cuando éramos chicos que está buena: nos divertimos mucho tocando acá. Y divertirse es raro en el rock», nos cuenta Bochatón, cómplice. «Lo dulce, lo alegre de tocar. Esa brillantez de cuando eramos chicos».
El show fue arrollador. Ese espíritu del que hablaban, está intacto. Y las canciones, las nuevas y las viejas que todos conocemos, hicieron vibrar el abasto. Me voy pensando dónde estarán guardados esos cassettes escritos con liquid paper.
Y me quedo con una frase que me dijo el Cuervo al pasar y que resume la noche: «Cada uno tiene sus quilombos, la situación está muy dura. Pero la música es un lugar en el que venís como estás y te vas un poquito mejor». Y yo me voy mejor.
*Por Martín Villarroel Borgna para La Tinta. Foto: Agustín Cervai.