Una nueva oposición
Ninguno de los actores de la coalición Cambiemos parece tener incentivos para sacar los pies del plato. Sin embargo, hay un debate interno entre “moderados” y “duros”, ordenado sólo por su posicionamiento con respecto al kirchnerismo. La coalición es solo una herramienta electoral sin proyecto propio.
Por Nicolas Caputo para Panamá
Desde 2003, el principal ordenador del sistema político es el kirchnerismo. Gobernó 12 años. Su alternativa, Cambiemos, nacida para aglutinar al anti-kirchnerismo, una vez en el poder, lejos de construir su propia visión de país, siguió esa senda. Al decir de Martín Rodríguez y Pablo Touzón, fue la “oposición de la oposición”. Hoy gobierna el país una coalición más amplia que el kirchnerismo, reunida en parte por el rechazo a la gestión de Cambiemos pero bajo el liderazgo político de Cristina Kirchner, quien designó al candidato presidencial.
Un proyecto de cambio en el país debe, en primer lugar, construir un nuevo ordenador de nuestra vida política. La Argentina necesita una nueva oposición, con proyecto propio. En 2015, gracias al sistema de segunda vuelta, Cambiemos construyó una mayoría social, nacida del rechazo acumulado al kirchnerismo, pero no logró la transición a una mayoría política, favorable a un nuevo proyecto. No amplió su representación política.
Hoy, por un lado, logró mantener la unidad de la coalición. Cada uno de sus integrantes, y no es poco, la ve como condición necesaria para ser una alternativa electoral competitiva. Nadie tiene incentivos para sacar los pies del plato. Por otro lado, sin embargo, sufre un duro debate interno entre “moderados” y “duros”, ordenado sólo por su posicionamiento con respecto al kirchnerismo. Así, la coalición es solo una herramienta electoral, sin proyecto propio.
En la era de la liquidez, todo se ha vuelto más coyuntural y la existencia se asemeja a una brochette de “presentes”. La Argentina parece un cuerpo que deambula sin saber hacia dónde ni para qué. La política post-2001 que supimos conseguir no parece ser el antídoto ideal, entre un peronismo que tiende más al proyecto personalista, sin mirada de largo plazo, y una oposición que tiende a guiarse por el espejo retrovisor de las encuestas, donde la demanda social determina a la oferta política, pero no viceversa. En la escuela duranbarbista no es concebible que el líder político marque un rumbo para guiar al conjunto.
El coronavirus golpeó de lleno en el plexo solar de esta sociedad atada al presente. Cada dos o tres semanas nos enteramos cómo viviremos en las siguientes. Y, en algún lado, asoma la mayor de las incertidumbres: cómo superará la Argentina la tormenta social y económica que, en palabras de la vicejefa de gabinete de la nación, significará “una crisis inédita”.
Así, una enorme masa de argentinos vive en la angustia y sin saber qué pasará. Y la tormenta todavía no azotó de lleno nuestras tierras.
¿Cuánta incertidumbre puede resistir una sociedad?
Un primer paso que podría hacer la política para romper este devenir es iniciar un diálogo con la sociedad (y no sólo entre los actores políticos y sociales) para volver a construir algunas certezas.
Entre la política de los operadores, que piensa la rosca en términos de actores y olvida el diálogo con la opinión pública, y la mirada duranbarbista, existe un camino en el que la práctica política puede enviar señales diferentes a una sociedad golpeada y angustiada, y así introducir una novedad. Imaginemos que se iniciara un proceso político donde, junto a la tarea esencial de resolver la crisis sanitaria, se empezaran a crear certezas a la población frente a la incertidumbre, una contención a la angustia y los colchones necesarios para amortiguar los golpes que vendrán.
¿Cuáles podrían ser esas certezas?
En primer lugar, empezar a construir en el imaginario social cómo será la salida de la crisis sanitaria, fijando expectativas. Saber, más allá de las fechas exactas, que existe un camino gradual, planificado y consensuado. Horario Rodríguez Larreta, en la Ciudad de Buenos Aires, inició ese camino.
En segundo lugar, enviar la potente señal que los argentinos tenemos la capacidad de construir acuerdos. Se trata de ir más allá del trabajo conjunto nacido al calor de la emergencia sanitaria. Es mostrar que, como sociedad madura, aprendimos de la crisis y que el duro período que atravesamos no será en vano. Podemos salir más pobres, pero mejores. Es crear la señal para la sociedad que existe una porción de la política dispuesta a discutir nuestros dramas, que la pandemia volvió explícitos.
Tomemos un ejemplo concreto: las 9 millones de personas que, en palabras del presidente, “el Estado no registraba, que los empezó a registrar a partir del IFE” (Ingreso Familiar de Emergencia). Nuevamente apareció en la agenda la fractura social, de un país desigual partido en dos entre una mitad que goza de empleo formal y otra excluida, entre otras cosas, de un código laboral que parece intocable. Para estos últimos, quienes viven sin los beneficios sociales de la relación salarial, la única respuesta estatal hasta hoy es la asistencia social. ¿Podrá la Argentina de la post-pandemia imaginar las diagonales en el debate sobre el trabajo sin quedar atrapada en las posiciones contradictorias entre la flexibilización del empresariado para reducir costos y la ortodoxia gremial?
La política podría, a partir de estas primeras acciones que habrá que profundizar y perfeccionar, enviar señales distintas. Mostrar que podemos cambiar nuestras conductas colectivas, que no estamos destinados a repetirnos, a fracasar reiteradamente, y que, lentamente, podemos empezar un camino novedoso en nuestra historia reciente. En definitiva, que no solo la pandemia puede reunir a los distintos y que somos capaces de encontrar el terreno común para superar nuestros dilemas aparentemente irresolubles y avanzar con un propósito colectivo.
*Por Nicolas Caputo para Panamá / Imagen de portada: Panamá.