Los sueños de Cecilia Basaldúa: a dos meses de su aparición sin vida
Por María Eugenia Marengo para La tinta
La llegada a un lugar nuevo, a veces, nos distrae en cada detalle que lo compone. A veces, no. Caminar por las calles vacías que anidan el silencio impuesto por la pandemia también puede ser demoledor. Cecilia Gisela Basaldúa tenía 36 años, llegó a Capilla del Monte -Córdoba- el día 21 de marzo. El 25 de abril, la encontraron sin vida en la misma localidad. Una búsqueda de más de veinte días en plena cuarentena que limitaba horarios, circulación, el encuentro y el abrazo. Las dudas que rodean la causa alejan aún a la verdad.
Capilla del Monte es una localidad del norte de la provincia de Córdoba, rodeada por montañas, bañada en ríos, sensible en aromas de monte, sumergida en las faldas del cerro Uritorco. Cecilia, viajera y artesana, conocía este lugar y decidió reencontrarse con el pueblo que la cobijó en 2009, cuando acampó por primera vez. Hacía casi cinco años que andaba viajando por distintos países de Latinoamérica, conocía el corazón de los territorios de este inmenso continente maltratado. Habitó con sus guardianas, con las comunidades sabias que reconocen la vida, ante todo, del entorno natural que las y los alberga con generosa riqueza.
“En el año 2009, se va a Perú, al Machu Picchu, y se queda tres meses, luego, se va a Capilla. En mayo del 2015, emprende el viaje a México con la Selección Argentina de Jockey sobre hielo a competir en un Panamericano. De allí, ya no vuelve, comienza su aventura. Regresa en diciembre 2019, nosotros vamos a buscarla a la frontera con Bolivia”, cuenta Susana Reyes, la mamá de Cecilia. “Era una persona muy especial. Con carácter, con mucha sensibilidad, con una dulzura para dirigirse hacia las personas, hacia los niños y ancianos”, comparte Susana casi recreando esa sensibilidad en sus palabras.
Cecilia nació en el barrio de Núñez un 7 de noviembre de 1983. Creció allí junto a su hermanos y hermana –Guillermo, Soledad y Facundo- y hoy su familia continúa en aquel lugar que la vio crecer. Cuando piensa en su hija, Daniel Basaldúa asegura, “les va a dejar todo el amor que ella tenía. Quería la libertad, cambiar el mundo, que no haya diferencias entre las clases sociales, luchaba por eso y principalmente para que sean libres las mujeres, creo que eso va a dejar”.
“Todavía se siente extraño (escribió Cecilia el 22 de diciembre pasado). Regresar es como volver a abrir ese libro que hace mucho habías leído. El texto se ve diferente, aunque las letras sean las mismas, porque es uno quien cambió. No es para menos. Fueron cuatro años de viaje por Latinoamérica, un total de doce países, cien ciudades y más de 10 mil km recorridos. Lo hice 90% a dedo, 100% autogestionado. El último jalón fue el más emotivo de todos: mis padres fueron hasta La Quiaca (Norte Argentino) a buscarme, en medio de abrazos y lágrimas”. Así dejaba Cecilia en su página de Facebook algo de lo que cerraba y comenzaba. “El principio del fin”, dijo cuando regresó a Buenos Aires, con un mundo allá afuera que comenzaba a latir adentro: “Latinoamérica está sangrando”, subrayó. “De a poco iré posteando fotos que nunca subí, contando historias que no conté y preparando un libro que no empecé”.
El 19 de marzo, el Poder Ejecutivo Nacional publicó el Decreto 297/2020, por el cual dispuso el aislamiento social preventivo y obligatorio a todas las personas que habitan en el país o se encuentren en él en forma temporaria. Cada municipio adoptó, a su vez, distintas formas de aplicación de esta medida. En Capilla del Monte, a las tres de la tarde sonaba el primer aviso de la sirena de los bomberos para permanecer en las casas. A las cuatro, el último. Todos y todas adentro. Un ruido intenso que guardaba hasta a los pájaros. Esta estrategia, que algunos decían “toque de queda”, fue y es utilizada en muchos municipios ante las medidas de prevención y aislamiento por la propagación de COVID-19. Lo preventivo como mecanismo de control social también supone habilitar a otros responsables del Estado para que la comunidad cumpla la “nueva normalidad”. Estar “afuera” es estar observado y a merced del ojo policial, cargado de armas largas y cortas. Un detalle no menor en nuestra simbología de estatalidad.
En un contexto de emergencia sanitaria, el Estado declaró medidas excepcionales para ensayar el cuidado de la ciudadanía. Así, las funciones de control social nunca quedan demasiado claras, con el riesgo latente de que se constituyan en fundamento de la violencia en manos del Estado, elemento central de la excepcionalidad.
Luego del último toque de sirena que quebraba el aire en alerta, el pueblo se hacía eco del silencio y se vaciaba de vida. No era el silencio vespertino de la siesta dominguera, tampoco del feriado que caía un día de semana, era diferente. Si se hacía tarde, había que moverse con cautela, anticipando a nuestros pensamientos argumentos futuros para volcar en el control policial. Pero qué pasaba cuando no había dirección. Cuando no siempre la hospitalidad era la regla y la trama de la vigilancia policial dibujaba el mapa de las ciudades como centinelas silenciosas al asecho de la transgresión.
Cecilia se encontró con una plaza vacía, con contactos frustrados y desanimada. Las alertas de la policía no fueron las mejores formas del cuidado para una viajera. El control recayó sobre su vida como un criminal prófugo. Desilusionada, siguió convencida en busca de un lugar para poder escribir su libro de viajes.
En su espera por la plaza San Martín de Capilla del Monte, se cruzó con una mujer que le mencionó la posibilidad de quedarse en una casa que estaba vacía, cercana al río Calabalumba. Luego de tres días, volvió a verse con esta persona porque no estaba convencida del lugar y la contactó con Mario Mainardi, quien le dio hospedaje hasta el domingo 5 de abril, cuando no se supo más de ella.
“Ahí, empezó todo el caos de mi hija, nunca más la vieron. (…) lo único que espero es que hable ese muchacho”, expresó públicamente Daniel Basaldúa. “Yo estoy seguro que él la hizo desaparecer junto con muchos más”.
El 24 de abril, se escucharon las primeras voces que irrumpieron en las calles protocolizadas por la pandemia. Hacía más de 20 días que Cecilia no aparecía. Familiares y amigas hacían llamados y pedían ayuda. De boca en boca, se organizó la primera manifestación. Eran las 11 de la mañana cuando un silbato chilló en alerta y, en segundos, una enorme cantidad de mujeres sacaron carteles desde las distintas filas del supermercado y el banco: “¿Dónde está Cecilia?”. Las miradas se cruzaban y se identificaban. Era la complicidad compañera la que se hermanaba desde los ojos abrazados. Luego de quince minutos, las mujeres se dispersaron y la calle quedó herida. Las dudas se hacían grietas en los rostros de la gente. El silencio nunca más regresó. El murmullo se hizo un camino extenso que sostuvo al denso aire que pesaba sobre el pueblo.
Daniel y Susana hacía un día que estaban en Capilla del Monte cuando se enteraron del peor de los finales: la aparición sin vida de Cecilia. El manejo mediático sobre el caso en manos de Ariel Luna, denunciado por abuso sexual a una menor en el año 2017, la falta de comunicación desde las autoridades locales respecto al caso, la detención en menos de 48 horas de Lucas Bustos como principal imputado del femicidio de Cecilia, completaron la trama irregular del accionar de la Fiscalía de Cosquín y la policía de la provincia.
El día lunes 27, se repitió la misma acción. Indignadas, las bocas echaban fuegos de bronca desde los barbijos. Sonó el silbato de la compañera a las 11 horas. Esta vez, los ojos se recortaban de los rostros como queriendo traerla. “¡Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa!”, se escuchó una y otra vez, con la rabia rebalsada en los cuerpos distanciados: “Vivas y Libres nos queremos”.
El silencio dio calambres a la historia, la fuerza colectiva fue más fuerte y las manifestaciones continuaron. El 29 de abril, las calles de Capilla se llenaron de pasos en una manifestación junto a Daniel y Susana, por el pedido de justicia para su hija. El 18 de mayo fue la última movilización antes de que la mamá y el papá regresaran a su casa de Buenos Aires. “Volveremos acá y seguiremos buscando justicia, aunque no tenga a mi hija”, expresó Daniel junto a Susana en una despedida al pueblo de Capilla que intentó, desde la calles, contenerlos con la fuerza que ya no alcanza cuando se arrebata la vida. “Vecino, vecina, no sea indiferente, mataron a Cecilia en la cara de la gente”, se escuchaba.
Desde el Movimiento Plurinacional de Mujeres de Capilla del Monte, se está acompañando a la familia en esta búsqueda por la verdad. Se hacen eco de ese dolor, de las dudas en el accionar de la justicia y la policía, “en el dolor que les produce a la familia en la revictimización de Cecilia cuando sacan conjeturas de su vida privada, tanto el periodismo como la justicia, como el destrato de la Fiscalía de Cosquín, soportando horas de plantón hasta que sean atendidos”, explica Liliana Martin, integrante del Movimiento. “Nosotras decimos que existen muchas herramientas que el Estado ha diseñado para contrarrestar la violencia contra las mujeres, hoy, ponemos en duda su eficacia. La ley Micaela no es aplicada en ningún estamento del Estado, la Fiscalía de Cosquín da prueba de ello. En cuanto a la causa, esperamos que impere la verdad, que no le queden dudas a la familia y a la población de Capilla. Si desconfiamos de la justicia, podemos suponer que el femicida aún está libre y entre nosotras. Seguiremos acompañando y no permitiremos que se naturalicen los femicidios y las violencias hacia las mujeres”.
La justicia
La causa por el femicidio de Cecilia está radicada en la Fiscalía de Cosquín a cargo de la Fiscal Paula Kelm, con la carátula “abuso sexual con acceso carnal y homicidio calificado por violencia de género y criminis causa”. Daniela Pavón es la abogada de la familia Basaldúa y explica que el proceder de la Fiscalía, al día de la fecha, es bastante hermético y detectan muchas irregularidades en la investigación, ya que hay elementos importantes que no se han considerado. “Desde la querella, estamos trabajando con un equipo de peritos, tenemos una línea de investigación y, con certeza, sabemos que el cuerpo de Cecilia no estuvo ahí todo el tiempo, al cuerpo lo pusieron ahí (cercano al acceso del basural), por eso, hacemos hincapié en que la Fiscalía debe seguir investigando dónde estuvo Cecilia y creemos que, además, en este hecho, no participó una sola persona”.
Este accionar dudoso de la justicia se completa cuando, desde el primer momento, no se activaron los protocolos de búsqueda con perspectiva de género, se comenzó tres días después como averiguación de paradero, porque la última persona que la alojó, Mario Mainardi, da aviso a sus padres y hacen la denuncia. “Es indispensable tener una perspectiva de género y, en este caso puntual, no se tuvo”, dice Daniela. “La búsqueda de Cecilia giró en torno a una imagen distorsionada de ella, se realizó un informe de tipo psiquiátrico donde revelaba que ella padecía algunas alteraciones mentales, situación que no coincide con la realidad ni con lo que la familia aportó a la investigación para que se realizara un informe de la personalidad de Cecilia”.
En estos meses de aislamiento, las dificultades se incrementan, los tiempos se dilatan y, una vez más, trascienden argumentos que buscan culpabilizar a la víctima de su propio destino. En menos de 48 horas, se detuvo a un joven de 23 años, que, según consta en las declaraciones de su abogado, fue forzado a declarar en situaciones de violencia institucional por parte de la policía de Capilla del Monte, cuando aún no hay resultado de las pericias químicas para su imputación. El pueblo tampoco olvida la muerte Jorge Reyna de 17 años de edad en la comisaría de esta localidad, en el año 2013. Antecedentes que abren dudas y, desde la familia y las organizaciones, se expresa la preocupación ante la impunidad que pueden generar esta serie de irregularidades desde la justicia que busca entibiar los ánimos.
“La gente no tiene que tener miedo y tiene que hablar, por los demás y por ellas mismas. El miedo paraliza”, trasmite Susana. “Pienso que las organizaciones que acompañan son muy importantes en este momento que hay tanta injusticia, tantas muertes, tanta desvalorización hacia la mujer”. “Es muy importante que sigan la lucha”, expresa Daniel, nos dieron la fuerza que necesitamos. Voy a buscar la verdad, caiga quien caiga. Aunque choque con una piedra, seguiré. Sé que hay intereses, esto no fue casual, hay mucha gente involucrada. Voy a seguir luchando, ella me dará la fuerza que necesito para que toda esta gente vaya presa”.
Para Susana, a su hija la representa la justicia, la igualdad y la humildad. Y se vienen sus sueños y viajes, sus encuentros y desencuentros. “Y ahora es cuando puedo responder la pregunta sin respuesta que alguna vez me hice: ‘Viajar, ¿para qué?’ (…) Por muy bonito que pueda parecer el viajar, también es duro. Hay que estar preparado para todo lo que se ve ‘allá afuera’: injusticia, ignorancia, violencia, contaminación, oprimidos, desamparados. Lo que antes miraba como por una rendija desde dentro de mi burbuja, viajando pasó a formar parte de mi vida. Latinoamérica está sangrando. Y entonces surgió la necesidad de gritar, o de ser al menos un susurro de los que no tienen voz, una ventana de lo que no se ve y un puente de inspiración para los que quieran ir tras sus sueños o encontrar un refugio de paz interior”.
“Cecilia es un ángel que la tierra le queda chica” -siente Daniel-. “Libre, debe estar deambulando, haciendo lo que ella quería, viajar. Para mí, era la nena que me reprendía siempre, me decía: ‘Pa, tenés que cambiar, tenés que actualizarte, leer más, y quería cambiar mi realidad de lo que yo veía’. Voy hacer lo posible para cumplir su deseo”.
Cecilia dejó como último posteo una foto de una pulsera que le regalaron las mujeres de la comunidad waoranis, de Ecuador. La atesoró tanto que, al abrir la cajita de metal donde la guardaba, la fibra del tejido se había desintegrado, sólo quedó esa imagen de su pulsera con una mariposa sobre su brazo. “Volvía al aire y a la tierra de la que había venido”, se dijo, y se hizo así del valor del instante que guardó por siempre en su corazón.
Hoy, todavía despertamos en el desconsuelo y te encontramos abrazando el camino cargado de flores, en las historias en que te convertiste entre las mujeres de los pueblos del mundo que te sonríen. La tierra te seguirá nombrando, Cecilia, hasta que puedas seguir, mariposa, por los viajes que te esperan.
*Por María Eugenia Marengo para La tinta / Imagen de portada: FB Cecilia Basaldúa.