Viejos son los trapos


Por Gonzalo Reyes para La tinta
“Se agrandó Chacarita” era una frase muy de moda en los 90. Quizá venía de antes, pero mi infancia pertenece a esa década. Parecía despectivo, pero también sonaba a valentía.
El pasado 5 de marzo, algo de ese “agrande” cautivó a muchos futboleros y futboleras que vieron a un grupo de veinte o treinta hinchas del funebrero metidos entre les jubilades y la policía en las calles porteñas. La marcha que hacen cada miércoles es un triste clásico que se repite desde 2024 en muchas provincias. La novedad fue ver a esas personas de rojo y negro ―también de Laferrere y otros clubes― metidos entre los palos y los empujones policiales.
«Hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados», repetían algunos hinchas, esa célebre frase de Diego Maradona. “Este tipo acá podría ser mi papá, mi abuelo o mi tío, y se merece nuestro acompañamiento”, decía un hincha ante las cámaras de televisión. Una semana antes, Carlos, un conocido hincha de Chaca, había sido reprimido por la Policía. Hay quienes señalan que ese fue el disparador para aquella aparición de este actor social inesperado en la lucha junto a jubilades contra el recorte del gobierno de Javier Milei. En solo una semana, cientos de hinchas se preguntaron si su hinchada haría algo similar. Que es de cobarde pegarle a un jubilado. Que ya sabemos lo que duelen los palos de la policía. Que el Diego así lo hubiese querido…
Nicolás Cabrera, sociólogo y antropólogo dedicado al estudio del fenómeno de las barras en el fútbol, señala que “hay algo imitativo” entre las hinchadas. Todas se proclaman originales, pero hay mucho de copia con algunos matices. Eso pudo haber generado este efecto dominó en solo una semana. El resultado se vio este miércoles 12 de marzo cuando ya no solo los hinchas de Chaca pusieron el cuerpo, sino también otros hinchas, otros colores. Pasó en Córdoba, en Rosario, en Buenos Aires.


El 18 de febrero, hace muy poquito tiempo, Osvaldo Bayer habría cumplido 98 años. Historiador, periodista y viejo luchador contra las injusticias, relató sobre rebeldes y rebeldías. En ese tono, escribió un libro sobre la historia del fútbol argentino, donde contaba el origen de los clubes de fútbol. «El fútbol en nuestro país ―y en casi toda Latinoamérica― tuvo raíces obreras, inmigrantes, sindicales y militantes».
Así, los obreros ferroviarios fundaron a Ferro, a Rosario Central, a Central Córdoba de Santiago del Estero o al Talleres cordobés. También al Instituto Atlético Central Córdoba. Los del puerto, a River y a Boca. Los peones marginados de una fábrica dieron vida a Independiente de Avellaneda. Un grupo de jóvenes anarquistas y socialistas fundaron el club Mártires de Chicago que, luego, con los años ―y el miedo a la represión―, cambiaron el nombre por Argentinos Juniors. También eran jóvenes y rebeldes los fundadores de Belgrano de Córdoba y los del Newells Old Boys de Rosario.
Nadie empezó a patear una pelota pensando en un negocio. Eso, para algunos, vino después. El origen de los clubes, del tuyo, del mío y del vecino, es rebelde y obrero. Pero esos clubes ―en su mayoría, centenarios― no son nada sin sus hinchas y no conozco a muchos hinchas con más de 100 años. Eso que llamamos identidad, la pertenencia a una historia y a un grupo de personas sigue vigente porque se transmite de generación en generación.
La transmisión generacional del ser hincha es bastante común en estas tierras. Es una de las herencias inmateriales más populares por acá. En la pertenencia del hincha, hay abuelas, hay padres, tíos o amigos del barrio. Los colores que dibujan los trapos se heredan, se comparten. Y los trapos se bancan desde comienzos del siglo pasado.
Desde el pasado 5 de marzo, se lee y se escucha en redes sociales que “hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados”. También se dice que “estoy a muerte con los jubilados”. Dos frases del glosario maradoniano que, por lo visto, también se transmiten de generación en generación.
Fueron palabras de Diego que se volvieron a viralizar recordando y reposteando un momento muy confuso que ocurrió el 14 de octubre de 1992. Aquel día, Diego tenía una cita con la jueza Amelia Berraz de Vidal, que, por entonces, tramitaba su detención domiciliaria por tenencia de estupefacientes. En la misma zona de los tribunales porteños, un grupo de jubilados protestaba contra una nueva medida de Carlos Menem que los perjudicaba: había vetado el artículo que establecía que los fondos por la privatización de YPF debían ser asignados exclusivamente para aumentar los haberes jubilatorios.
En ese escenario tan noventista y perseguido por las cámaras que lo siguieron hasta el último día, alguien le robó la gorra a Diego y el 10 se enojó. También se insultó con otra persona que le reclamó que no bancaba a los jubilados y explotó: “Yo defiendo a los jubilados, cómo no los voy a defender. Tenemos que ser muy cagones para no defender a los jubilados”.
“Hay algo de legado Maradoniano. No es casual que haya circulado ese video de Diego entre grupos de hinchas”, dice Cabrera, dando por sentado que su figura goza de una legitimidad muy fuerte entre la mayoría de los futboleros. Pero también destacó algo de «la cultura del aguante» que tanto ha estudiado y que se refleja en esta situación.
“Hay una especie de código no escrito de la violencia donde no todo vale. Si diez picotean a uno, es de cagón. Si un tipo le pega a una mujer, es de cagón. Entonces, si un Policía le pega a un jubilado, es de cagón”. Esa desproporción dentro del código del aguante es cobardía. Y ante eso debe haber una respuesta. Más aún, si se trata de la Policía: todo hincha que alguna vez fue a la cancha sufrió algún tipo de violencia policial.
Los factores se van sumando: las fuerzas de seguridad se abusan con los jubilados, los jubilados reciben el apoyo de un grupo de hinchas, las hinchadas entienden la injusticia e imitan a sus pares bajo una premisa unificadora como las palabras de Diego Maradona: “Hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados”.
Pocos meses antes de su muerte, a Diego le pidieron que defina quién era Diego Armando Maradona. “Un tipo normal”, dijo, “que por haber metido un golazo a los ingleses, que mataban a los pibes en Malvinas, hoy todos me reconocen”. ¿Y cómo sucedió tal cosa? “Porque el abuelo se lo contó al padre y el padre se lo contó al hijo”, agregó mientras lucía su indumentaria de DT de Gimnasia de La Plata.
El maradonismo también se transmite. En ese abuelo, hay un trabajador que se jubiló y hoy no le alcanza; en ese padre, hay un laburante que espera poder jubilarse sin saber si eso le va a alcanzar y, en ese hijo, hay un futuro trabajador que ya casi no imagina si existirá una jubilación para él.
*Por Gonzalo Reyes para La tinta / Imagen de portada: Mariana Nedelcu.
