Carta abierta a la Pepa Gaitán


Hace 15 años que la bala que te mató roza sistemáticamente la identidad de cada lesbiana. Desde entonces, ya se sucedieron una investigación, un proceso, una condena con sabor a poco, varias placas con tu nombre, un día de conmemoración donde tu rostro se viraliza y nos juntamos en plazas y aquelarres a lo largo y a lo ancho del país. Sin embargo, esa bala regresa.
Por Alerta Torta para La tinta
La bala que mató a la Pepa regresa con otras formas, con otras palabras, a veces con más fuerza y otras en silencio, regresa y nos roza, nos recuerda, en un acto tan fúnebre como despabilante, que algunos resquicios de odio prehistóricos siguen allí, agazapados, como las bestias, esperando una oportunidad para estirar sus garras, para dejar su marca, para infundir terror, para renovar pactos de hombría que no tienen firma.
Si nos tomáramos el trabajo de asir la bala, de mirarla detenidamente, si nos metiéramos dentro de ella hasta alcanzar cada una de sus significaciones, si después o a pesar de los 15 años insistiéramos en ver sus sentidos traslúcidos, seguramente, veríamos en ella la actualización de un retrato social escalofriante para quienes habitamos las disidencias. Notaríamos que, otra vez, se materializó la posibilidad de matarnos en cualquier esquina, prendernos fuego en cualquier cama o golpearnos en cualquier horario.

Después de aquella primera bala (que pensamos, ingenuamente, utópicamente, la última), vinieron años de muchas transformaciones. Apenas unos meses después, Argentina se convirtió en el primer país de Latinoamérica en legislar el matrimonio igualitario y la adopción homoparental. Más tarde, llegó la Ley de Identidad de Género que reconoció el derecho a la existencia de tantas y tantos compañeres trans que, durante décadas, siquiera pudieron nombrarse sin el devenir del edicto, la cárcel o epitafios apócrifos. Y, finalmente, nos abrimos paso entre esa bruma densa y tirana que conforma el binarismo, siempre un perro fiel del discurso biologicista, para reconocer de manera legal a todas aquellas identidades que no se autoperciben dentro de aquel molde tan pequeñito.
Sucede, mi chonga predilecta, que después de aquella bala que nos transformó en singular y, sobre todo, en colectivo, entendimos que la organización y la visibilidad eran bastiones más que significativos para la supervivencia y que lo comunitario era una metamorfosis cotidiana y continua, necesaria, el único abrigo frente a los vendavales de un individualismo de época.
Claro está, a estas alturas, que aquella red empapada de feminismo y envalentonada por el tesón democrático iba en búsqueda de contiendas culturalmente más cercanas: la militancia para la materialización de aquellos derechos conseguidos. En cambio, para la depredación del Estado y la tierra, para el canibalismo disfrazado de libertad y leones, para el tsunami fascista, nunca se está lo suficientemente preparadx.
Por estos días, Pepa de nuestros corazones, no se ve la primavera. Nos gobierna un grupo de hombres monstruosos, hombres que tratamos de suavizar con diagnósticos apresurados o el bombardeo tragicómico de un meme, pero que, de ambos lados de la mecha, son sanos hijos del patriarcado, alimentados con el hambre de muchxs niñxs y muchxs viejxs, educados para poner en marcha una ingeniería del odio y el sufrimiento que, con precisión quirúrgica, va drenando los sueños de las personas y ofrendando nuestra soberanía por altares foráneos e ídolos que juegan a ser Hitler.
Son hombres/mercenarios que niegan el calentamiento global, que hablan de niños envaselinados, que venden monedas truchas, que rompen los límites de lo decible a diario y que, como has de esperarte a estas instancias del relato, demonizan y atacan cualquier existencia disidente. Sin ir más lejos, en estos últimos meses, han revivido un cadáver del tipo Frankenstein, harto repetido en la historia argentina, el viejo y conocido “enemigo interno”: adiviná quiénes somos el nuevo chivo expiatorio, adiviná de qué colores pintaron esta excusa cobarde con que pretenden salir por la tangente ante tanto manoseo, ante tanto desastre.
Y sabemos, Pepa, que “¡al clóset y a la cárcel no volvemos nunca más!”, pero ¿cómo se gestiona, se procesa o se digiere un odio tan visceral? Al asedio de los discursos oficiales que nos señalan, como en el antaño dictatorial, de rarxs, de enfermxs, de peligrosxs, se le suma un presidente que, con la liviandad de un pajarito, nos acusa de pedófilxs. Otra vez nos queman banderas, nos censuran los besos, nos desfinancian la salud, nos cajonean las causas y nos amputan los pronombres. No obstante, entre tanto espanto y propaganda heteronormada, asoma un aprendizaje histórico de la comunidad LGBTIQNB+, la resistencia. Si algo hemos cultivado después de aquella bala, ese algo se llama visibilidad y también nos lo enseñó tu mamá.



Hemos comprendido que visibilizarse es la única forma de fortalecer el orgullo, aun a sabiendas que, en ese acto, corren riesgo nuestros cuerpos y nuestros espíritus. Sabemos, Pepa, que es en la ocupación de las calles, de las plazas, de las aulas donde se agrieta esa moral acartonada, pestilente e impracticable que con tanto empeño cela y defiende la derecha. Sabemos que el cercenamiento de nuestros derechos es la cortina de humo de un remate que no tiene precedentes, sabemos que, otra vez, somos punta de lanza, sabemos que el amor ya no vence al odio, sabemos que al odio se lo vence con organización popular, sabemos, sabemos… Y ahí estaremos, dando las batallas que haya que dar, con tu sonrisa maravillosa como estandarte, con esa bala polisémica en la mano, con la memoria despierta y los ojos impávidos, una hueste lesbianx cuidando esa identidad infinita, inagotable e incontenible que somos lxs lesbianxs.
Te abrazamos, Pepa, te metamorfoseamos, te democratizamos, te independizamos, te viralizamos, te llevamos a donde las pulsiones de vida, de amor, de justicia y de transformación nos van llevando.
Nota al pie
- Natalia Pepa Gaitán fue fusiladx en una esquina del B° Liceo 2° sección, de la ciudad de Córdoba, el 7 de marzo de 2010. El 15 de julio del mismo año, en Argentina, se sancionó la Ley de Matrimonio Igualitario. Pepa tenía 27 años. Era unx lesbianx visible cuando el deseo aún era ilegal. La investigación y el debido proceso que devino en una condena a 14 años al lesbicida, Daniel Torres, fueron posibles gracias al trabajo, la valentía y la perseverancia de activistas y organizaciones LGBTQ+. La figura de femicidio (Ley 26791) recién fue incorporada al Código Penal en diciembre de 2012. El asesino de Pepa está libre desde 2019. Su mamá, Graciela Vázquez, sostuvo y visibilizó que la identidad de su hijx fue la única causal del fusilamiento hasta su fallecimiento el 10 de abril de 2018. Pepa era pobre y conocía bien cómo huele la discriminación. En 2020, la Municipalidad de Córdoba sancionó la Ordenanza 11906 que declara el 7 de marzo como Día de Visibilidad Lésbica. En 2016, Higui, otrx lesbianx visible y pobre del conurbano bonaerense, víctima de un ataque lesbodiante, fue encarcelada por defenderse; su absolución llegó recién en marzo de 2022, gracias a la presión popular. El 6 de mayo de 2023, Pamela Cobbas, Roxana Figueroa, Andrea Amarante y Sofía Castro Riglos, cuatro identidades lésbicas visibles y pobres, fueron prendidas fuego en una habitación de un hotel familiar de Barracas. Solo Sofía sobrevivió. La Justicia aún no reconoce que fue un crimen de odio.
*Por Alerta Torta para La tinta / Imagen de portada: La tinta.
