La fauna oculta detrás de las huellas en el Chaco cordobés
En esta nota, tres biólogos e investigadores de CONICET comparten algunos hallazgos recientes en torno a la fauna silvestre de la costa de las salinas de Ambargasta, el Parque Nacional Traslasierra, el Parque Provincial Chancaní y sus zonas de influencia. Comparten su experiencia de trabajo científico con pobladores locales en el Chaco cordobés y proponen que es posible conservar la biodiversidad por fuera de las áreas protegidas. Hacen una ciencia colaborativa y multidisciplinaria, e, influenciados por el filósofo Baptiste Morizot, usan el rastreo filosófico como una metáfora de andar-con, dejarse atravesar por lo novedoso y atravesar algunos de los dogmas de la academia.
Por Matías Wajner, Fernando Zamudio y Francis Merlo para La tinta
Entre las tantas maneras de mirar el mundo, parece que las contreras son tan sustanciosas como las que van con el sentido del cauce del río, las que no por consensuadas dejan ser objeto de re-pregunta incisiva que quiebra dogmas. Y las miradas te llegan, así como nos llegó a nosotros cuando Celeste nos dijo: “¡Lean a Morizot!”. Desde ese día, el grupo de WhatsApp cambió a “Morizotianos”; sí, no lo habíamos mencionado, pero armamos un grupo de trabajo en base a él y a sus ideas.
El francés Baptiste Morizot, en su libro Tras el rastro animal, recupera algo tan antiguo como la vida del humano en el planeta, quien se vio empujado a desarrollar el huelleo de animales para resolver parte de sus necesidades más vitales: el alimento. Al aventurarse en la búsqueda de animales y sin tener un cuerpo con las destrezas físicas necesarias, fue imprescindible desarrollar el sofisticado arte de identificar e interpretar el rastro animal. Así de poético como de concreto: seguir las huellas y rastros que dejan los animales sobre el terreno hasta dar con ellos, con mucha expertise, paciencia y un poco de suerte.
El autor nos trae el arte de leer las vidas, intenciones y hasta emociones de los animales a través de sus pisadas, sus marcas y trazos, para inmiscuirnos en un mundo donde múltiples vivientes pueden habitar diplomáticamente los territorios. Como buen filósofo, Baptiste está lleno de preguntas, preguntas que nos hacen pensar a nosotros, tres biólogos de la UNC, caminadores del Chaco Árido cordobés.
Para Morizot, “rastrear es a veces volver a nuestro hogar a la noche, un hogar grande con el cielo por techumbre, y seguir, a través de los cuartos, las huellas omnipresentes dejadas por los seres que viven allí con nosotros; los pequeños indicios pregnantes de su actividad diaria… su arte de habitar, de cohabitar con nosotros, entrelazado con nosotros, en este mundo común”. Para nosotros, rastrear es una advertencia a nuestros sentidos adormecidos y, al mismo tiempo, una metáfora para contar nuestra experiencia de campo con las familias campesinas del Chaco cordobés, quienes colaboran con nuestras investigaciones.
Del las costas de las salinas de Ambargasta al Parque Nacional Traslasierra
Antes de leer a Morizot, ya estábamos embarcados en esta tarea, hoy desacreditada por el gobierno de Argentina, que es hacer ciencia. Sin querer y con el capricho que parecen tener las huellas en el firmamento polvoso del Chaco, dos grupos de trabajo, embarcados en dos tesis doctorales financiadas por CONICET, nos cruzamos haciéndonos preguntas en territorios similares del Chaco Árido cordobés, distantes por 500 km. En la costa de las Salinas de Ambargasta, límite con Santiago del Estero, nos preguntamos: ¿son las formas de vida campesinas y sus territorios un lugar donde se conserva la fauna silvestre? ¿Es la cacería practicada por campesinos una amenaza para las poblaciones de animales? Y en el Parque Nacional Traslasierra, el Parque Provincial Chancaní y sus zonas de influencia, en el oeste provincial, surgen otras: ¿qué animales actúan como dispersores de semillas? ¿Cuál de ellos es más efectivo en la dispersión?
En las mañanas chaqueñas, cantan las charatas haciendo la melodía de fondo cerca de la casa y, al mismo tiempo, las chuñas patas negras repican su grito errante retumbando en los montes. La carpa sudada de sueños, el mate dulce y el amargo, uno y uno, la tortilla y retomar las ideas y accionar para las tareas diarias: caminar y seguir las huellas, como Morizot, mirando, preguntando, descifrando; trasladándonos al cuerpo y a la mente del resto de los vivientes. “Volver a poner la mente en la materia: restaurar la inteligencia en el cuerpo y la agencia en la naturaleza”, nos apunta Val Plumwood en El ojo del cocodrilo.
De las huellas al caminar de la ciencia
Hubo una época en que muchos de los y las naturalistas estudiaban el entorno con una visión integradora, combinando diversas técnicas como observaciones detallistas, notas de campo, ilustraciones y diálogos con pobladores locales. Algunos de ellos, como Henry Hudson, reconocían que dichos pobladores, por su interacción constante con el territorio, acumulaban conocimientos invaluables sobre el entorno. Sin embargo, con el tiempo, las ciencias naturales se atomizaron y se fragmentaron en disciplinas especializadas. En este camino, nosotros mismos nos vimos empujados a realizar salidas de campo enfocadas exclusivamente en conseguir los datos necesarios para resolver nuestras tesis y/o proyectos sin prestar mucha atención a lo que el territorio nos estaba pidiendo a gritos que observemos. Una red compleja de seres que se entrelazan unos a otros.
La conexión con los/as pobladores locales y con Morizot nos propuso habitar el campo de otras maneras, dándole cabida a las novedades y los emergentes no contemplados. Un ejemplo de esto se dio cuando, en mayo del 2024, uno de nosotros vivenció cómo pobladores locales vibraban de emoción ante un nuevo comienzo de temporada de matacos (quirquincho bola, Tolypeutes matacus). El “fenómeno mataco” parecía interpelarnos por todos lados. Un animal que, en invierno, se vuelve muy caminador y se encuentra “gordo de grasa” por la temporada veraniega pasada de frutas del monte que supo aprovechar. Poca carne, pero mucho gusto. Al parecer, no se trata solo de comida, sino que es una experiencia de conexión profunda con el monte.
En el diario de campo de uno de nosotros, se lee: “Iba caminando por un sendero en el arenoso y espeso Chaco Árido cuando un ruidito que indica roce animal-yuyo atrae mi atención. Me acerco y veo un tembloroso mataco que se queda inmóvil al hallarse descubierto. Acerco mi mano y el pequeño animal con prominente hocico de chancho se queda quieto sabiendo que su mejor defensa no es huir, sino utilizar su magia metamórfica y transformarse en una pelota de bochas perfecta e imposible de romper para cualquier otra criatura no humana terrestre…”.
Nuestro trabajo, enmarcado en la etnobiología en mayor medida, una disciplina que estudia los vínculos entre las sociedades y las naturalezas, nos acerca a la esencia de aquellos antiguos naturalistas. Nos integramos en los territorios y trabajamos en conjunto con sus habitantes para generar un conocimiento que sea útil tanto para las comunidades locales como para la ciencia y en pos de la construcción de una sociedad más equitativa. En el día a día, combinando métodos etnobiológicos ―la charla y la entrevista― con herramientas de la ecología, como la realización de transectas de huelleo, el uso de cámaras trampa (cámaras que colocamos en los montes y se disparan solas al percibir movimientos), nos permitió crear una estrategia enriquecedora. Esta combinación fortaleció la relación con las comunidades y produjo datos novedosos sobre la fauna silvestre de la región, particularmente, para el norte de Córdoba.
De la construcción colaborativa emergió información inédita sobre la fauna de la zona, sus hábitos y sus roles en los ecosistemas
En la costa de las Salinas de Ambargasta, se avistaron osos meleros (Tamandua tetradactyla) y carpinchos (Hydrochoerus hydrochaeris), reportados por los/as pobladores locales que, en su andar persistente, lo vieron acá y allá, ocupando nuevos territorios. Estas son especies que históricamente no incluían esta zona dentro de su distribución. Pero, entonces, ¿los animales se están moviendo de sus lugares de residencia pasada o están volviendo? Nos preguntamos sin tan simples y prontas respuestas a la vista.
En los mismos territorios, las cámaras trampa, otro tipo de “bicho electrónico” con su inteligencia y sus pilas a cuesta, nos mostraron, además, imágenes del pecarí quimilero (Parachoerus wagneri), una especie en peligro de extinción, cuya presencia en la zona no se había documentado, lo que plantea interrogantes sobre su distribución y posible conexión/desconexión entre las poblaciones que habitan el norte y centro de Argentina.
Además, identificamos felinos como el gato del pajonal (Leopardus colocolo) y el yaguarundí (Herpailurus yagouaroundi), depredadores que muchos lugareños desconocían que habitaban en la zona. Es que, a veces, o, más bien, la mayoría de las veces, la fauna se nos oculta a propios y ajenos. También nos sorprendimos con registros de ciervos axis (Axis axis), una especie exótica, originaria de la India, que, desde un tiempo para acá y debido a los cotos de caza de donde se escapan, habita en silvestre en el litoral argentino y, desde hace muy poco tiempo, empezó a aparecer en Córdoba. ¿Qué hacer con estas apariciones que, desde la academia, nos pregonan una invasión perjudicial para la fauna nativa, pero que, desde el territorio, aparecen como novedades a festejar?
Conocer qué comen los animales del monte, especialmente, cuando se trata de los dispersores de semillas, es crucial porque nos ayuda a entender su rol en la regeneración de ecosistemas y el mantenimiento de la biodiversidad. Estos animales, al comer frutos y luego excretar semillas, facilitan la dispersión de plantas esenciales para la provisión de servicios ecosistémicos como la producción de alimentos, la captura de carbono y la provisión de hábitats, beneficiando tanto al ambiente como a las comunidades humanas.
Al suroeste de la costa de Ambargasta, en el Parque Nacional Traslasierra, la observación de los rastros de la chuña patas negras (Chunga burmeisteri), particularmente, de sus heces y la aparición frecuente de semillas en las mismas, despertó preguntas sobre su papel en el ecosistema: ¿un ave caminadora, errante, aparentemente omnívora, podría estar dispersando semillas? Así, en el compartir con la gente de la zona, llegamos a don Sánchez que, entre charlas y caminatas por sus campos, comentó que “la chuña siembra la algarroba… agarra la chaucha y la golpea contra el piso para romperla y comerla”. En su explicación, el interlocutor local, con años de espinas y polvaredas, hacía de chuña ―la interpretaba― y movía los brazos y la cabeza, captando a través de su cuerpo humano lo que el animal hace y él vio con sus propios ojos en el campo. La afirmación de don Sánchez nos retumbaba como el eco en el paredón de los túneles de Taninga y viene a complementar los experimentos que hacía unos meses habíamos, en paralelo, comenzado en el laboratorio.
Como el final de un cuento feliz, la germinación de semillas de árboles nativos (algarrobo, mistol y tintitaco) obtenidas de las heces de la chuña germinaban tan bien como las semillas obtenidas directamente de los árboles (es decir, que no pasaron por el sistema digestivo del animal). De esta manera, pudimos saber que, efectivamente, como don Sánchez relataba, la chuña dispersa semillas, particularmente, de algarrobo dulce (Neltuma flexuosa), por lo que sería una de las responsables de la regeneración del bosque chaqueño. Es que animales y plantas nos necesitamos.
Apenas el comienzo y muchos rastros por seguir
Estos hallazgos evidencian el valor de la colaboración entre la academia y las comunidades locales, y enriquecen el conocimiento. Creemos que el rol de la universidad y el CONICET debe estar intrínsecamente vinculado a los territorios, sirviendo como un puente que genere y recupere conocimientos que fluyan en todas las direcciones, haciendo del compartir un tejido de saberes sin jerarquías, más plural. Nuestros resultados sugieren que es posible una convivencia con vínculos de cuidado entre las actividades humanas y la vida silvestre, cuestionando la necesidad de excluir a las comunidades humanas de los espacios destinados a la conservación.
Volviendo a Morizot, compañero de pensamientos, abogamos por una “diplomacia” entre los vivientes, una forma de con-vivir que permita que quepan todas las relaciones, incluso, aquellas como las cacerías para las vidas indígenas y campesinas donde la muerte, pueda ser también parte de los vínculos profundos que se tejen en lo hondo de los territorios de la Argentina.
*Por Matías Wajner, Fernando Zamudio y Francis Merlo para La tinta / Imagen de portada: Francis Merlo.
*Matías Wajner y Fernando Zamudio trabajan en el Laboratorio de Interacciones Ecológicas y Conservación del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV, CONICET-UNC), y Francis Merlo, en el Laboratorio de Biogeografía Aplicada del Instituto de Diversidad y Ecología Animal (IDEA, CONICET-UNC).