A mí, la cárcel me cambió la universidad

A mí, la cárcel me cambió la universidad
15 octubre, 2024 por Redacción La tinta

Estudiantes de la Facultad de Derecho que están en el Complejo Penitenciario EP3 de mujeres de Bouwer sacaron un comunicado para agradecer a quienes están luchando por la universidad. «Se trata de un beneficio para nosotras, dado que, de otra manera, no tendríamos otro acceso a la educación universitaria». Necesario poner en agenda los otros alcances que tiene la universidad. En esta nota, quienes estuvieron en el origen del Programa Universitario en la Cárcel que está cumpliendo 25 años hacen memoria sobre aquel primer ingreso formal de la enseñanza superior a la cárcel y sobre las transformaciones que fue generando en quienes participan.

Por Magdalena Brocca para La tinta

Hacia fines de los 90, la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, como el resto de las facultades, navegaba en un mar de ajuste presupuestario, salarios paupérrimos, amenazas de achiques, el arancelamiento como solución y el cupo como propuesta (cualquier semejanza con la actualidad es solo una tragedia).

Ahí, en esa universidad, en el centro de estudiantes, estábamos en la resistencia al neoliberalismo. Yo estudiaba la carrera de Filosofía. Soy hija de universitarios y la Ciudad Universitaria fue como mi casa, ya que siempre viví muy cerca. En los 90, no era común encontrarse con personas que fueran primera generación de universitarios. Aunque la universidad era pública, no era muy para todxs (ni siquiera para muchxs). 

Estudiaba y militaba en defensa de la universidad pública, en la resistencia a la Ley de Educación Superior. Ya en esos años, intuíamos que los significados y sentidos de lo que la universidad pública es debían incluir algo más que lo gratuito y el ingreso sin restricciones. Todos los días, peleábamos contra el arancelamiento y el cupo (que existían y amenazaban profundizarse con la embestida neoliberal), pero creíamos que había algo más en el concepto de “lo público” de la universidad.

Creíamos firmemente que tenía que abrirse, que a nuestra formación y a la producción del conocimiento teníamos que pensarlas en relación con las necesidades de nuestro pueblo y del desarrollo nacional para mejorar las condiciones de vida de todas y todos. Así, apareció el proyecto de llevar la universidad a la cárcel. No éramos conscientes de la magnitud de lo que estábamos emprendiendo.

Cuando entré a la cárcel, encontré un mundo de personas que no eran muy distintas a mí, con algunas experiencias de vida diferentes de las propias, pero a veces tampoco tanto. Sin embargo, para todas las personas que conocí ahí, la universidad nunca había sido un horizonte posible.

La universidad es la que más «ganó» 

Con el Programa Universitario en la Cárcel, las personas universitarias somos quienes más aprendimos. A mí me transformó la vida, la carrera, la militancia y la manera de entender muchas cosas de mi propia formación y trayectoria. Entre las muchas cosas que aprendí, es que, para que la universidad sea realmente pública, hace falta mucho más que la gratuidad y el ingreso irrestricto. Que no alcanza con decir “cualquiera” puede inscribirse en la universidad, porque tiene que constituirse como un horizonte real. También entendí que estudiar una carrera universitaria es mucho más que buscar un título. 

Una de las cosas que más me impactó siempre del efecto de la universidad y de lo que significa ser universitario es que quienes estaban presos cambiaron su número de prontuario por “estudiante de tal carrera” y el número de matrícula universitaria al firmar escritos judiciales o administrativos. También comprendí el valor que tenía la libreta de estudiante frente a sus familias, amigos y frente a ellos mismos. 

El PUC transformó completamente mi manera de entender la universidad pública. Y ya egresada, cuando me tocó coordinar la Dirección de Inclusión Social de la entonces Secretaría de Asuntos Estudiantiles de la UNC, a todas las políticas, los programas, las propuestas y las acciones los pensé desde esos aprendizajes. No es suficiente la gratuidad, que no haya cupos de ingreso, no alcanza solo con las becas si no que, una vez que la universidad aparece como horizonte posible, hay que diseñar dispositivos institucionales que permitan la inclusión de estudiantes en las lógicas y culturas institucionales de las distintas facultades. 

A mí, la cárcel me cambió la universidad. Después del PUC, la universidad pública, para quienes pasamos por ese programa, cobró infinidad de sentidos que antes no tenía. Y creo que hoy, 25 años después, en un contexto en el que todos los días se intenta poner en cuestión esos sentidos, es un excelente escenario para revisar estos aprendizajes, ponerlos sobre la mesa y darles el enorme valor que tienen para seguir pensando y transformando nuestras instituciones.

*Por Magdalena Brocca para La tinta / Imagen de portada: A/D.

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Palabras claves: Programa Universitario en la Cárcel, Universidad Nacional de Córdoba, universidad pública

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