Septiembre en tiempos de odio: desorientadas y deseantes

Septiembre en tiempos de odio: desorientadas y deseantes
20 septiembre, 2024 por Noe Gall

 ¿Cómo no dejarse abismar por las imágenes cotidianas de crueldad? Cada día nos pintan un paisaje del horror que pretenden que naturalicemos: una niña gaseada por un policía, una jubilada acostada en la calle bloqueando a la policía, personas dentro de los contenedores de basura buscando comida, viviendo en la calle, durmiendo donde pueden. Ante tanta crueldad cotidiana, cómo hacer para no naturalizar, no ser indiferente, no fingir demencia, no quedar atrapado en la resignación, no frustrarse en la desolación.

Lenin decía que el capitalismo es el horror sin fin. Respiro y pienso que esto tiene que tener un fin. Que el hambre y la desesperación tienen que ser un fin, que no podemos esperar a grandes revoluciones ni revueltas ni elecciones, que sobrevivir este tiempo tiene que ver con formas de hacerle frente a la crueldad, de pensar cómo construimos refugios a donde ir cuando la realidad nos abruma.

Hace poco, llegó a mis manos un libro de poesía de Ana María Villanueva, una militante de la juventud universitaria peronista, estudiante de comunicación social y derecho, víctima de la última dictadura. Esta publicación es inédita, poesía de archivo. María, en pleno otoño del 75, escribe e invoca al amor. Se puede leer cómo el mal acechaba y no como una metáfora, sino como la realidad que todos conocemos. Desaparecen personas en plena luz del día y ella piensa en el amor, en la noche, en los pájaros, la vida, como el deseo de una vida. Ante el mal, la vida; ante la crueldad, el amor. Su poesía, aparte de ser maravillosa y cruda, me dio una clave para pensar en este tiempo. Si Ana María Villanueva podía tener la agencia de desear en los años más oscuros, por qué a nosotras nos está costando tanto navegar esas aguas.

En medio de la crueldad, de la vorágine que instaló el “sálvese quien pueda” ―que se ve reflejado en los trabajos de cada uno de nosotros, intuiciones públicas o privadas, cada quien cuidando su quintita, con desconfianza miedo y recelo―; en tiempos donde la precariedad radicaliza la individualidad, donde el aislamiento es una medida de salud mental para todos, María viene y habla del amor. Y pienso: si ella, que estaba viviendo una persecución como no hubo en nuestra historia, pudo detenerse en ese tiempo a pensar en el amor como una forma de aferrarse a la vida, quizás… quizás es en el amor donde debamos anidar, ejercitar ese viejo músculo como estrategia antifascista. Después de todo, ¿qué saben los fascistas del amor?

Vincularse en tiempos de odio liberal

Hasta no hace mucho tiempo, nos dedicábamos a pensar en las formas de construir vínculos sexoafectivos por fuera de las normas monogámicas o de los mandatos del amor romántico, porque parte de la revolución feminista que atravesamos tuvo que ver con eso: ¿cómo queremos? ¿Cómo nos queremos? Circularon charlas, podcast, libros, artículos, experiencias de personas que elegían el poliamor, el amor libre, empezamos a hablar de ética, de responsabilidad afectiva, de anarquía relacional. Cada gesto, cada actitud, cada práctica virtual o presencial tuvo un nombre, una sanción, un disciplinamiento, un correctivo, sobrecategorizamos cada forma de demostrar afecto o interés, como la ausencia del mismo. Nos volvimos nuestros propios verdugos. El lenguaje potencia, pero a veces también es una trampa. ¿Y ahora? ¿Cómo cogemos?

La desorientación aparece en el horizonte de las relaciones sexoafectivas como una promesa a habitar para quienes hemos fracasado en todas las fórmulas conocidas y para quienes el cuerpo ya les quedó cansado de tanto prueba y error. ¿Qué somos? ¿Cómo somos? ¿Qué queremos? ¿Cómo lo queremos?

La desorientación nos amiga con la idea de que estamos perdidas. Está muy mal visto andar perdida por la vida, probando a tientas con la vida, con la carrera, con la vida profesional, con la vida amorosa. Y las certezas parecen ser algo del siglo XX, algo que ya quedó viejo, oxidado, incómodo, algo que provoca más daño que posibilidades. Algo de la posverdad, de la muerte de la historia, de la ideología, algo de la muerte del partido, tiene que ver con todo esto. Ya nada es, todo es relativo, nadie se atreve a afirmar nada, dar una sentencia es casi una condena o el peligro de quedar demasiado expuestos en nuestros corazones envejecidos. ¿Qué hacemos quienes tenemos ideales, verdades, ganas de disputar sentidos, ganas de amar?

Ilustración: Macarena González / Ilusión y fracaso

Quizás la desorientación sea una banqueta alta en un bar de cervezas artesanales de Güemes, lo más incómodo que encontrarás, pero el único lugar en el cual sentarse en este momento a conversar con otrxs, sabiendo que ambxs estaremos incómodxs, con la esperanza de que después de la cerveza venga el sexo, con la promesa de que el sexo sea aceptable, que no tengamos que poner tantas palabras entre los cuerpos, que el contacto haga lo suyo. Debatiendo si en su casa o la mía, pensando en los parámetros de higiene, en si habrá cambiado las sábanas, si el baño será aceptable, si pasaré frío (esto se parece más a la neurosis que la desorientación).

Me acomodo en esa banqueta sin respaldar, me duelen los pulmones, pero sigo aquí porque quiero coger, la única certeza que guardo desde hace rato y que ningún viento político ha podido voltear. Coger en tiempos de odio liberal es la materialidad de la desorientación, una luz apagada, cuerpos golpeándose en la oscuridad, la tristeza del orgasmo.

Alguien en el aula nombra a Brecht y su pelea con la mímesis aristotélica, su crítica a la catarsis, su apuesta por el teatro épico, el extrañamiento, el distanciamiento, algo que irrumpe en un tiempo y espacio, y nos devuelve al aquí y ahora. Coger con extrañxs es un poco eso. Abrir la app, match, palo y a la bolsa, el riesgo, la perfo, la promesa del sexo. La irrupción temporal del orgasmo con alguien que podés no volver a ver nunca más produce una extrañeza en la narración afectiva vincular de tu vida. Un cuerpo irrumpe, genera una afectación transitoria, pero que queda en la memoria o en la narración de esa desorientación.

La comunidad gay ha sabido hacer de esta práctica una forma de vida y no ha necesitado pensar en la desorientación. Nosotras estamos desorientadas ante nosotras mismas y eso pone una distancia tal como la que puede generar el extrañamiento brechtiano, nadie aparece en el escenario de nuestras vidas con un cartel indicando algo que allí está latente, el amor. En nuestros acervos culturales, hoy, genera tanta incomodidad pronunciar como escuchar la palabra amor.

¿Quién le teme al amor?

¿Se enamoran? ¿Es el amor un lugar a habitar hasta que pase el tsunami fascista? O algo de todo esto también se nos coló en nuestras formas de vincularnos. La desorientación no es solo un problema de gente “sola”. Parejas monógamas, parejas infieles, parejas abiertas, solteros monógamos, solteros mentirosxs, ¿quién está solo? Hay solos y solas, o los que se hacen los solos y solas, hay solterxs crónicxs que hemos elegido otras formas de vidas afectivas por fuera de las parejas monogámicas y andamos desorientadxs también. Entre no estar sola y estar con alguien, cabe un mundo que hay que cuidar porque andamos con el alma a flor de piel y ya hay demasiada hostilidad afuera.

La sobreexplotación laboral para sobrevivir en este tiempo, la polarización ideológica que existe entre quienes padecemos este presente y quienes no están tan en desacuerdo, y las vidas rotas; estar sola no está siendo una mera opción de vida, está siendo la consecuencia de este tiempo. ¿Cómo construimos esas otras formas de relacionarnos por fuera de los bordes ya conocidos sin rompernos? ¿A qué imaginarios sociales acudimos cuando nuestro mayor consumo está mediado por las redes sociales y la construcción narrativa de un algoritmo que funciona como un ente regulador de las representaciones posibles? 

Ilustración: Macarena González / Ilusión y fracaso

No hemos encontrado formas de representación amorosa que no sean las monogámicas. ¿A quién presumís en tus redes sociales? ¿Tus amigos conocen tus vínculos? ¿Tu familia? ¿Incluís a tus vínculos a tu vida social? ¿A quién invitás a tu cumpleaños? ¿Con quién pasás Navidad? ¿Con quién te vas de vacaciones? ¿Cómo te llevás con tus exparejas? ¿Podés construir amistad después del amor?

Somos la generación con miedo a amar. Entendimos que el problema era el “amor romántico”, es decir, la pura proyección en el otrx. Sin embargo, amar es riesgo puro, abrirse y caer en un saco roto, hacer el ridículo, quedar expuestos, no ser correspondidos, ser rechazados. Pero, y sobre todo, es la belleza de crear un lenguaje común e intimidad con otras personas. Sin ese lenguaje, muchas relaciones se quedan como en un limbo de los vínculos. El temor a las palabras está haciendo estragos, por no querer “ponerle un nombre” a la relación, quedan en el medio, ni amar ni duelar, ni dejar ni ser dejado, ni dejarse amar.

El limbo del deseo

Hubo un tiempo en mi vida, no muy lejano, donde estuve bastante peleada con el lenguaje, empecé a desconfiar de la capacidad de las palabras y su poder totalizador. Hubo un tiempo donde los grises, lo incierto, el misterio, me parecieron de una potencia emancipadora y hermosa, la posibilidad de crear algo nuevo, no darle inteligibilidad a un vínculo de entrada y esperar a que se manifestara en el andar. Estuve en ese limbo casi tres años, naufragando sin rumbo, perdiendo el tiempo con elegancia, alimentando las neurosis de muchas personas.

Ilustración: Macarena González / Ilusión y fracaso

Pienso que en este tiempo que estamos viviendo, hablar de amor, y de cómo construimos o mantenemos vínculos, es una estrategia de supervivencia. Que la coyuntura no nos lleve puestas, que la indiferencia no sea la herramienta para sobrevivir depende de nosotras. Que amar siempre tuvo que ver con entregarse y abrazar el lenguaje, llenarnos de poesía y de amor, que si Ana María Villanueva se imaginó un deseo posible en medio de una dictadura, nosotras también podemos hacer el ejercicio de imaginar vida, amor, deseo. 

Si hoy
septiembre primavera y caños
tuviera que escribir
el mejor de mis versos
el más dulce
por todo lo feliz
que un día llegué a ser
si tuviera y pudiera reír
y escribirlo
acordarme y decir
compartir otra vez
en un verso el mejor
salvaje calendario
de otros amaneceres 
extrañándote a veces
creciendo
queriendo
inventando caminos de sal

Si hoy
estando tan lejos
solo y extrañándome
a veces
te buscara
un viernes en octubre
para decirte cosas
en tiempo de palomas
olvidaría voces
mares
silencio noches
y este contradictorio compañero
entonces
sol fusil y soledad
hoy te regalo
mi sonrisa
la mejor
la más dulce
en un poema.

18-SEP. 74. 


*Por Noe Gall para La tinta / Ilustraciones: Macarena González.

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Palabras claves: Amor, Deseo, Dictadura, fascismo, Vínculos

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