Hoy, más que nunca, recordar la piña a Astiz
Cada 1° de septiembre, se realiza en Bariloche una jornada conmemorativa para celebrar «la piña de la dignidad». La «embocatoria» conmemora el día que un vecino, ex preso político, reconoció en la calle al genocida Alfredo Astiz y le propinó la paliza de su vida. Era la primera vez que alguien golpeaba públicamente a un represor tras la dictadura cívico-militar. «Es angustiante vivir estas épocas de retrocesos, pero creo que el pueblo argentino se manifestará», afirma Alfredo Chaves, a casi 30 años del hecho.
Hoy se cumple un nuevo aniversario de una anécdota que merece ser recordada. La de un hombre común que reconoce en la vía pública a un monstruo extraordinario y le da una paliza sincera; una piña de la dignidad que se convierte en la primera vez que golpean a un genocida en las calles argentinas; un puño cargado de memoria que inauguró una etapa de repudios públicos y escraches a represores, en plena época de indultos menemistas.
Era el 1° de septiembre de 1995. Alfredo Chaves tenía 36 años en ese momento y se desempeñaba como guardaparque en Bariloche. Se había mudado allí hacía más de una década, huyendo de la persecución de la dictadura cívico-militar. Unos años antes, en mayo de 1978, había sido secuestrado y trasladado al centro clandestino de tortura y exterminio El Vesubio (Buenos Aires), donde permaneció durante ocho meses detenido-desaparecido.
Alfredo circulaba en su camioneta Ford F-100 por la avenida Bustillo, la ruta que bordea el lago Nahuel Huapi y une el centro con los circuitos turísticos. Venía de dejar a una de sus hijas en la escuela y de tomar unos mates con su papá, antes de volver para la zona del trabajo, en el Llao Llao. Circulaba sin sobresaltos hasta que, en un instante, lo vio. «En realidad, más que verlo, lo vibré, percibí su presencia», recuerda Chaves a Revista Livertá.
Era Alfredo Astiz, el «Ángel de la Muerte», integrante del grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y responsable de la desaparición y muerte de decenas de personas, entre ellas, de la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor.
Astiz no solo era ícono del gobierno militar, sino símbolo de la impunidad noventista. Tras las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de Alfonsín, y los indultos de Menem, el capitán de fragata se paseaba a sus anchas por discotecas y lugares turísticos del país. Por esos días, se comentaba que Astiz podía estar vacacionando en Bariloche.
«En ese momento, lo veo. Paso por delante de él y empiezo a preguntarme si era. No lo conocía personalmente, solo por fotos y se lo veía distinto. Hasta que, en un momento, me dije: ‘Y si es, ¿qué hago?’. Hice dos kilómetros pensando. Pegué la vuelta, volví a pasar por en frente de donde estaba y seguía ahí. Di una vuelta por la rotonda, me quedé parado un rato mirando si tenía custodia, tratando de dilucidar si era o no, temblando como una hoja de nervios. Yo pensaba que tenía que hacer algo, que no se podía soportar esa situación criminal, que uno de esa calaña esté mojándole la oreja a la sociedad con esa parada soberbia que tenía. Y, en un momento, tuve una fantasía: la imagen clara de un micro que paraba con una Madre de Plaza de Mayo con su pañuelo, él se subía y se le sentaba al lado, y era algo que no podía pasar”, recordó.
El excapitán de la Armada estaba vestido con ropa de esquí, con una pose muy soberbia, esperando el vehículo que lo lleve a esquiar al Cerro Catedral. Chaves estacionó la camioneta unos kilómetros más adelante y la dejó en marcha. Se acercó al represor y le preguntó:
—¿Vos sos Astiz?
—Sí, ¿vos quién sos?
—Vos sos un hijo de puta que todavía tiene cara de andar caminando por la calle ―expresó Chaves en nombre de todos. Y, acto seguido, la piña de la dignidad directo a la cara y el infame, directo al piso.
Después vinieron más golpes de puño, una patada en los testículos y hasta dedos en los ojos. Astiz intentó defenderse, pero Chaves encarnaba la bronca y la memoria de muchos.
—Vos te cagaste con los ingleses y lo único que sabés es matar adolescentes por la espalda. Tiraste monjas de los aviones, hijo de puta, cobarde, traidor a la patria ―gritó el pugilista espontáneo, que recuerda haber disfrutado más ese verdugueo que las trompadas en sí.
Entre la atónita mirada de transeúntes y conductores, un amigo lo separó y lo subió a un auto. La sangre le hervía y el cuerpo le temblaba: había enfrentado a una de las caras de la tortura genocida.
Luego del hecho, el torturador regresó a su hotel y, a los pocos días, se fue de Bariloche. Intentó acusar a Chaves por el delito de lesiones leves, pero el caso, que tomó gran repercusión popular y mediática, no prosperó en la Justicia.
En diálogo con La tinta, y al cumplirse un nuevo aniversario, Alfredo Chaves remarca que lo sucedido «fue un hecho político».
«Lejos de pretender justicia por mano propia, fue apenas un desagravio mínimo, por tener que soportar la presencia de los criminales caminando libremente por la calle, cruzándose con sus propias víctimas».
La efeméride cobra este año aún más relevancia. En las últimas semanas, el nombre de Astiz volvió a estar en las primeras planas, luego de que legisladores de La Libertad Avanza lo visitaran en la cárcel y trascendiera un proyecto de ley del oficialismo para brindar beneficios a represores condenados.
«Los diputados libertarios, comandados por la vicepresidenta Victoria Villarruel, intentan reivindicar la postura de los genocidas, con proyectos para alivianar sus penas. Son compromisos previos contraídos con ellos en campaña (…) Es angustiante vivir estas épocas de retrocesos furibundos, después de 40 años de democracia, pero creo que el pueblo argentino se manifestará, como lo hizo anteriormente con la pretendida ley del 2×1″, expone Chaves a La tinta.
Y finalmente, reflexiona: «Con esperanza, nos mantenemos firmes en la resistencia. No vamos a permitir que pasen este tipo de leyes que benefician a estos criminales. Nuestro pueblo tiene en sus manos la posibilidad de tomar en sus manos su destino y encaminarlo a una sociedad más justa e igualitaria».
* Por Ezequiel Luque para La tinta / Imagen de tapa: Matías Tejeda.