El primer debate de una elección histórica en Estados Unidos
En lo que es el pistoletazo de salida de las elecciones presidenciales del próximo 5 de noviembre en Estados Unidos, anoche, se llevó adelante el primero de los tres debates entre Donald Trump y Joe Biden, eventos que han sido clave en el devenir político del país. El impacto del debate en la campaña electoral es significativo no solo por ser un momento histórico, sino también por su capacidad de moldear la percepción de los candidatos entre los votantes.
Ciertos momentos o respuestas en el debate presidencial pueden alterar drásticamente la trayectoria de una campaña electoral, influyendo decisivamente en la opinión pública y en las intenciones de voto. Asimismo, la importancia del formato y la moderación juega un papel crucial. Desde el famoso debate televisado entre Kennedy y Nixon en 1960, donde la imagen en pantalla cambió la percepción pública, hasta los debates más recientes que reflejan la polarización política contemporánea, estos encuentros han dejado momentos icónicos grabados en la memoria colectiva.
En 1960, Nixon, visiblemente enfermo y sin maquillaje adecuado para la televisión, se enfrentó a un Kennedy que apareció fresco y confiado. Esta disparidad visual jugó un papel crucial en una elección ajustada, donde la habilidad en los medios electrónicos comenzó a definir campañas presidenciales. En 1976, Gerald Ford cometió un error estratégico al negar la dominación soviética en Europa del Este, un lapsus que afectó profundamente su campaña contra Jimmy Carter en plena Guerra Fría. Este debate demostró cómo un desliz puede eclipsar las cualidades del candidato. En 1980, Reagan supo utilizar el humor para su ventaja cuando Carter lo acusó de recortar fondos de Medicare. Su respuesta, «There you go again», resonó con los votantes y ayudó a consolidar su imagen carismática y resiliente, atrayendo a una audiencia récord para debates presidenciales en ese entonces.
En 1992, un gesto tan simple como mirar el reloj durante el debate costó caro a George H. W. Bush, proyectando una imagen de desconexión y arrogancia frente a un Clinton más dinámico y conectado con los problemas de la gente común. Más recientemente, en 2012, Hillary Clinton y Donald Trump protagonizaron un debate que reflejó la intensa división política del país. Trump, con su estilo disruptivo y respuestas controversiales, desafió las normas establecidas, mientras Clinton buscaba desacreditarlo con acusaciones sobre sus impuestos. La dinámica entre ambos, marcada por interrupciones y tensión palpable, anticipó las elecciones que definirían el rumbo del país en los años siguientes. Recientemente, en 2020, otro debate tenso entre Trump y Biden capturó la atención mundial, con momentos que reflejaron la polarización y las diferencias ideológicas profundas. Biden, enfrentando a un Trump combativo, respondió con una frase que resonó ampliamente: «¿Podrías callarte, hombre?». Este debate fue solo el inicio de una campaña marcada por desafíos sin precedentes, incluyendo la cancelación de un debate debido a la pandemia global.
Anoche, fue el primer choque entre los candidatos presidenciales y tuvo características únicas que los distinguen de todos los duelos en las elecciones pasadas en Estados Unidos. Nunca antes se había visto un presidente debatiendo con un expresidente. Tampoco se repitió el mismo duelo de la elección anterior. Nunca antes se vieron dos candidatos tan viejos en escena. Y nunca antes dos candidatos a presidente se enfrentaron tan temprano, antes de que arranque formalmente la campaña. Por estas razones y por todo lo que está en juego, el debate presidencial Biden y Trump ya ocupa un lugar singular en la historia.
Desde su último debate el 22 de octubre de 2020, pocos días antes de la elección en la que Biden derrotó a Trump, nunca más cruzaron sus caminos. Este año, y por primera vez desde 1988, la Comisión de Debates Presidenciales fue ignorada, volviendo al modelo del siglo pasado, cuando eran las cadenas de televisión las responsables de organizar el enfrentamiento. CNN llevará adelante el primer debate, mientras que el segundo será auspiciado por ABC. Se trata, entonces, del primer debate entre dos personas que alguna vez ocuparon el Salón Oval de la Casa Blanca. Sucede que es la primera vez que un expresidente que pierde una elección intenta convertirse en mandatario nuevamente.
El jueves pasado, el republicano embistió con la inmigración y los precios, mientras que el presidente contraatacó con el aborto, sosteniendo que va a recuperar el derecho al aborto de Roe contra Wade y los peligros para la democracia. Se ha llegado a un consenso en que la agresividad de Trump durante los debates del 2020 resultó contraproducente. Durante un mitin el fin de semana pasado en Filadelfia, Trump consultó a sus seguidores sobre cómo debería enfrentar a Biden: “¿Debería ser duro y desagradable? ¿O debería ser amable y tranquilo, y dejarle hablar?”. Por supuesto, sus fieles clamaron por firmeza. Es característico de Trump. Sin embargo, el simple hecho de preguntarlo demuestra que el expresidente es consciente de que mostrar su lado más duro quizás no sea la estrategia más productiva. No necesita ganarse a sus seguidores, sino mostrar que puede ser suficientemente razonable y sensato para que los votantes moderados e independientes no le den la espalda.
El debate también puso de relieve la política exterior como un tema de vital importancia, eclipsando otras cuestiones significativas como la inmigración. Trump y Biden intercambiaron visiones radicalmente opuestas sobre la estrategia hacia Rusia, pintando escenarios extremos que reflejan la polarización y el riesgo percibido en el escenario global. Mientras Trump enfatizó una línea dura contra Vladimir Putin, destacando su teórica capacidad para imponer respeto y evitar conflictos, Biden argumentó que la reelección de Trump podría desencadenar una peligrosa espiral hacia una Tercera Guerra Mundial, debido a sus políticas de desfinanciamiento de la OTAN y su enfoque en la diplomacia. Estas visiones contrastantes no solo delinean diferencias ideológicas fundamentales, sino que también subrayan la incertidumbre que rodea la política exterior estadounidense en tiempos de creciente tensión global.
Según las encuestas actuales, si las elecciones fueran hoy, Trump sería elegido presidente. La mayoría de los sondeos muestran que tiene ventaja en la mayoría de los estados decisivos que probablemente inclinen el resultado del Colegio Electoral a su favor. Estos estados incluyen principalmente a Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Arizona, Nevada y Georgia, donde tendrá lugar el debate. No obstante, Biden ha comenzado a ver una luz de esperanza. La intención de voto está muy reñida y, aunque la mayoría de los agregadores de encuestas todavía sitúan al republicano por delante, uno de los más respetados, FiveThirtyEight, muestra a Biden con una ligera ventaja de 0,1 puntos en el voto popular. Aunque esto no sería suficiente para ganar en el Colegio Electoral, marca la primera vez que lidera en el agregador desde hace casi cuatro meses.
El sorpresivo ―para mal― desempeño de Biden en el debate desencadenó una ola de especulaciones y preocupaciones dentro del círculo demócrata. Su aparente deterioro físico y algunas titubeantes respuestas han avivado el debate sobre su capacidad para continuar en la carrera presidencial. A medida que las críticas aumentan, se plantea seriamente la posibilidad de que los líderes demócratas consideren un cambio drástico en la candidatura, optando por sustituir a Biden por un candidato más vigoroso y visible. Sin embargo, la ventana para hacer este cambio es estrecha y la fortaleza electoral de Donald Trump, con una base sólida y leal, representa un desafío formidable. La urgencia de esta decisión se ve acentuada por el corto tiempo disponible para introducir y consolidar a un nuevo candidato en el electorado, complicando aún más las perspectivas de los demócratas de revertir el curso electoral a su favor.
Entre los nombres que se barajan como posibles sustitutos de Biden en la contienda electoral, aparecen figuras prominentes del panorama político como Gavin Newsom, gobernador de California; Gretchen Whitmer, gobernadora de Michigan; Wes Moore, gobernador de Maryland; y la vicepresidenta Kamala Harris. Sin embargo, las perspectivas de cualquiera de estos candidatos enfrentándose exitosamente a Trump en las elecciones son vistas con escepticismo por analistas y estrategas políticos. La falta de tiempo para construir una campaña sólida y cohesionada, sumado al arraigo de la base electoral de Trump, plantea un desafío significativo para los demócratas que buscan cambiar el curso electoral antes de noviembre. Esta situación deja a los líderes del partido demócrata en una encrucijada crítica, donde la decisión sobre el candidato presidencial podría ser determinante no solo para las elecciones, sino también para el futuro político y la dirección del país en un contexto internacional cada vez más complejo.
Estos encuentros no solo reflejan la polarización política del país, sino que también moldean la percepción pública de los candidatos. Cada gesto, respuesta o interrupción puede influir decisivamente en las intenciones de voto y en la narrativa de la campaña. Así, el primer debate entre Biden y Trump, con su contexto único y las altas apuestas involucradas, ya ha asegurado un lugar destacado en la historia política estadounidense, marcando el inicio de una serie de enfrentamientos que definirán el curso de las elecciones de noviembre.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Imagen de portada: REUTERS.