El favor de una imagen

El favor de una imagen
17 abril, 2024 por Claudia Huergo

Notas para la presentación del libro “Cuadernos del merodeo” de Gustavo Fontán. Cielo Invertido Ediciones. Córdoba, abril 2024.

Cuadernos de merodeo funciona como un ideario o documentario o recolectario de existentes. ¿De qué modo es que existen las huellas, la memoria, el futuro, las imágenes, las ideas? Recuerdo que Vinciane Despret decía en su libro A la salud de nuestros muertos: «La cuestión no es si los muertos existen o no, sino cuál es su modo de existencia».

Así como las conversaciones llevan tiempo, no suceden de inmediato ni solo porque hagas un esfuerzo, las imágenes también llevan tiempo. Gustavo nos abre el registro de su actividad de pesquisa, merodeo y abre con eso también la dimensión temporal de los procesos, un estado de disponibilidad hacia las cosas, un estado de atención que se aleja de la pretensión del foco, de la aprehensión inmediata del mundo y con eso hace mundo, enlaza mundos.

Antes de eso, están los sistemas de afinidades, también buscadores, también sistemas de acecho y pesquisa como el de Flavia y Dolo, de Cielo Invertido, su intuición lectora que las lleva a leer en todas partes, que las lleva a leer libros donde antes no había un libro. Todo eso estaba, estaba Gustavo, su grupo, sus películas, las entrevistas en YouTube, estaba Cielo Invertido, estaba yo. Pero todavía no existíamos de este modo, en este plegamiento de 48 horas entre estreno de película, charlas, reencuentros, emocionalidad, gestos amorosos, presentación del libro en el Séptimo Arte, almuerzo. Tiempo.  Tiempo que abre un boquete en los ritmos del asedio y los peligros a los que estamos expuestos en el viaje horrible de asistir a una época donde tenemos que probar nuestra existencia en el sentido más ruin y utilitario, encarnado en unas razones de mercado que se dedica a desbarrancar nuestra cultura, nuestras formas de vida, nuestros lenguajes, nuestros tiempos.

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Película La terminal, de Gustavo Fontán

Pido, para los días venideros, el favor de una imagen

¿Qué pliega Gustavo en esa plegaria con que empieza sus viajes? Anclar una existencia a una complejidad, mostrar la forma de proliferación de una idea-imagen que avanza mientras retrocede, bregar en contra de la tiranía de la transparencia, a favor del espesor de las experiencias, son algunos de los pliegues que nos comparte Gustavo cuando abre estas notas/diarios de rodaje, a la posibilidad de una publicación. Es como levantar un tronco caído y descubrir las formas de vida que anidan entremezcladas en la descomposición de la materia. No para poner allí un reflector y quemar la imagen, más bien como él dice: cuidando que las imágenes no pierdan la bruma que las habita.

Tampoco es al modo de la frase de John Lennon: la vida es eso que pasa mientras estamos haciendo otras cosas. Su interés en las zonas de paso, como una terminal, radica en el flujo de un tránsito de lo que aparece y desaparece. En los restos de las experiencias humanas que ocurren allí: el dolor, el miedo, la esperanza. Filmar esos flujos de superficie y también las marcas, las heridas, que alberga el espacio.

Algo de esta atmósfera posibilita el registro de las apariciones, atender a los sueños que vuelven datables los enlaces y asociaciones inesperadas. La plegaria funciona; el favor de una imagen aparece muchas veces en sueños, la escena de un desmayo, la caída de un hombre en la vía pública puede esperar años ahí hasta figurar la muerte del padre y poner a rodar la historia de un hombre caído del mapa, alguien que viaja movido a su vez por un sueño: Ramón soñó que su padre moría y emprende un largo viaje para visitarlo. En el camino, conoce a un conjunto de personas y de historias, diversas, pero hermanadas en la fragilidad

Escribe Gustavo: Agitamos la forma para que los cuerpos que van y vienen nos ofrezcan su fantasma. No agitamos la forma por elocuencia. Agitamos la forma para ver qué aparece.

Yo agregaría: agitamos la forma porque somos agitados-habitados por esos fantasmas. Vinciane agregaría que los muertos entran en la vida de los vivos y los hacen actuar. 

Las cosas a veces no empiezan con una idea, sino con una fijeza. Agitar las formas puede ser lograr otra toma. Otro punto de vista. Algo de esa tensión, entre el recuperar una huella o desbordarla, llevarla hacia otro lugar.

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Película La terminal, de Gustavo Fontán

El  espesor

La propuesta de Gustavo toma como dato primario la terrenalidad, la suciedad e inestabilidad, como condición de la imagen. Ninguna trascendencia: en la fragilidad de la materia encuentra la fragilidad de la vida. Así como cuida que las imágenes no pierdan la bruma que las habita, está el cuidado, el resguardo de la ambigüedad.  

Foucault decía que es el siglo XIX el que descubre el espesor de la vida, el espesor del lenguaje. Pensar es constituir espesores. Ya no exponerlo todo, ya no desarrollar, desplegar, sino plegar, hacer nacer una profundidad. 

Similar indicación encuentro en lo que Gustavo dice respecto al tratamiento de la luz, la sombra y el sonido: son esos elementos que dotan de espesor a la imagen, lo que la aleja de la transparencia: buscar que el presente albergue restos de pasado, por un lado, y las promesas de lo por venir, por el otro. 

El favor que nos hace a los lectores es convidarnos algo de ese procedimiento, una suerte de restitución de los procesos de acople y desacople, unos mapas sensibles que, contra toda idea de transparencia y naturalidad, nos ubican frente a la complejidad de las huellas. Cómo se componen y cómo se descomponen. La temporalidad que propone creo que discute en acto la cuestión de la aceleración y la lentitud. Instaura la temporalidad del ensueño, lo que León Rozitchner proponía como un materialismo ensoñado.

Si hay imágenes que no nos dejan ensoñar, imaginar, si hay pensamientos sobre el movimiento que no nos dejan mover, necesitamos todo tipo de dispositivos que afinen nuestra atención hacia lo existente. Inscribo este libro dentro de nuestros insumos de re-existencia.  

*Por Claudia Huergo para La tinta / Imagen de portada: película La terminal, de Gustavo Fontán.

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Palabras claves: Claudia Huergo, Gustavo Fontán, literatura

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