Los 12 castigos | Genocidio: decir lo indecible

Los 12 castigos | Genocidio: decir lo indecible
Lucas Crisafulli
11 abril, 2024 por Lucas Crisafulli

¿Por qué desempolvar del baúl de los recuerdos lo que doce criminólogxs propusieron para tratar el delito? Algunxs nos ayudan a pensar problemas actuales vinculados al crimen y su control incluso, a repensar soluciones y alternativas a la violencia estatal como respuesta a la violencia social. Otros nos enseñan todo lo que no debemos hacer. Raphel Lemkin fue un jurista polaco que le puso nombre al peor crimen de todos, el genocidio. ¿Qué importancia tiene esa categoría jurídica y política para Argentina? 

Hacia finales de agosto de 1941, el primer ministro británico, Winston Churchill, pronunció un discurso que se transmitió a través de la cadena de la BBC, en el que contaba lo que Hitler estaba haciendo en Alemania y en los territorios ocupados, como Polonia. Termina su alocución con una famosa frase: «Estamos en presencia de un crimen sin nombre». ¿Cómo nombrar esta nueva forma de aniquilar a los «indeseables»? No se trataba de las matanzas en campos de batalla o de crueldades cometidas contra prisioneros de guerra. Era necesario encontrar un nombre para este crimen que era mucho más grave que multiplicar un homicidio por cien, por mil, incluso, por millones. En un homicidio, matar es el fin, pero, en este nuevo crimen, el homicidio masivo ―junto a otros métodos― es un medio para la consecución de otros fines. Fue Lemkin quien se embarcó en esta empresa.

La vida de Lemkin 

Raphael Lemkin nació en 1900 en la localidad de Bezvodno, un pequeño pueblo del Imperio Ruso que luego formó parte de Polonia y, desde 1945, de Bielorrusia. Estudió derecho, filosofía y filología. Logró hablar y escribir en nueve idiomas, y comprender doce, lo que le dio un acabado conocimiento sobre el lenguaje. A medida que el antisemitismo avanzaba por Europa (y no solo en Alemania), los judíos comenzaron a perder lugares en cargos del Estado y Lemkin tuvo que renunciar al cargo de fiscal y dedicarse al ejercicio de la abogacía. En 1939, Raphael Lemkin logró exiliarse en Estados Unidos, pero 49 miembros de su familia fueron asesinados por el régimen nazi, entre otros, su padre y su madre, que pasaron sus últimos días en el campo de concentración de Treblinka, en la parte ocupada de Polonia. En Estados Unidos, vivió entre Nueva York y Washington. Fue vecino de Theodor Adorno y de Hannah Arendt. En 1950 y 1951, fue nominado para el Premio Nobel de la Paz. 

La mayor obsesión de Lemkin no fue solo crear una categoría que nominara los crímenes sin nombre, sino también que se incorporara al derecho internacional un concepto universal de justicia que permitiera la sanción de estos crímenes y, sobre todo, su prevención. Este concepto es retomado años posteriores por los organismos de derechos humanos en Argentina que hicieron del Nunca más todo un estandarte. 

raphael-lemkin-jurista-genocidio

La Convención

“Soy un hombre viejo y enfermo… estoy virtualmente sin recursos en este momento. Pido prestado dinero a mis amigos en N.Y. para viajar a Washington, luego pido prestado a los amigos de Washington para reembolsar a los amigos de N.Y. La factura de mi hotel en N.Y. permanece impaga durante varias semanas. Los premeditados insultos del botones del ascensor. Finalmente, mis ropas son confiscadas y no me es permitido acceder a mi habitación. Acuerdo pagar mi factura, aportando unos pocos dólares cada semana o cada mes, y finalmente rescato mis cosas… de este modo, me encuentro defendiendo en Naciones Unidas una causa sagrada mientras visto ropas con agujeros…” (Lemkin, Raphael. 2018. Totalmente extraoficial. Autobiografía de Raphel Lemkin. Berg Institute. Madrid; p. 325). 

La causa sagrada que Lemkin estaba defendiendo en Naciones Unidas era la discusión de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. Si bien el Tribunal Militar Internacional de Núremberg había mencionado la palabra, es la primera vez que un documento internacional la define. La mayor resistencia en la discusión de la Convención se concentraba en quiénes podrían ser las víctimas del delito de genocidio. Como planteó Zaffaroni, «no hay ninguna tipificación del homicidio en el mundo que excluya como sujetos pasivos a algunos humanos». En el ámbito del derecho penal interno, los delitos se definen por la acción desplegada por el autor, pero no por quiénes son las víctimas, es decir, se definen por “qué hizo el autor” (o dejó de hacer), pero no “a quién se lo hizo”. 

Inglaterra, Sudáfrica, Polonia y la Unión Soviética eran renuentes a incorporar a los grupos políticos, económicos y sociales como las víctimas de un genocidio, aunque estaban dispuestas a incorporar a grupos étnicos, raciales y religiosos. Yugoslavia y Francia expresaron que la exclusión de algunos grupos (como los políticos) podía implicar implícitamente la habilitación para su aniquilación. Con 29 votos a favor, en diciembre de 1948, quedaron incluidos los grupos políticos a la definición de genocidio de la Convención, tal como fue la idea originaria de Lemkin. Sin embargo, sucedió algo muy extraño; Uruguay y Egipto pidieron que se votara de nuevo, moción que recogió apenas 22 votos, siete menos que la primera votación, pero que alcanzó para excluir a los grupos políticos de la definición debido a que varios representantes de países no estaban presentes cuando se votó por segunda vez. De esta manera, genocidio quedó definido de la siguiente manera:

«En la presente Convención, se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:

  1. Matanza de miembros del grupo;
  2. Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
  3. Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; 
  4. Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; 
  5. Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.

La definición está elaborada a la medida de lo que los nazis habían cometido en Europa. Sin embargo, la intención de la convención no solo era la sanción del delito, sino también prevenir estos hechos y, tal como mencionó el representante francés de la Convención, Donnedieu de Vabres, la exclusión de un grupo de la definición podría implicar “la legitimación de un crimen de esa clase que se perpetrara contra un grupo político”. 

¿Esto significa que la destrucción total o parcial de un grupo político no implica un genocidio? La pregunta tiene dos respuestas. Las interpretaciones más conservadoras de la Convención dirían que solo la destrucción total o parcial de grupos nacionales, étnicos, raciales y religiosos son un genocidio, por lo que la misma acción perpetrada contra un grupo político podría ser un crimen de lesa humanidad, pero no un genocidio. Esta discusión no es para nada menor si tomamos en cuenta que la última dictadura en Argentina llevó adelante el aniquilamiento de un grupo por su pertenencia político-ideológica. Sin embargo, es posible realizar otra interpretación más acorde con el espíritu originario de la convención, pero también con el objetivo que tuvo Lemkin al definir la palabra genocidio: evitar las masacres, sin importar si los masacrados pertenecían a un grupo religioso, étnico o político. 

Si la destrucción se produce contra un grupo político, es válido interpretar que ese grupo político es parte de un grupo nacional y, por lo tanto, incluidos en la definición de genocidio. Esta interpretación es acorde con la Convención, ya que esta, al definir genocidio, no estipula que el motivo de la destrucción debe ser la pertenencia a una nación del grupo destruido. El motivo puede ser otro (incluido, claro, el político) aunque la consecuencia sea la destrucción (parcial) de un grupo nacional. Esto significa que las acciones desplegadas por el Estado argentino entre 1976 a 1983 (incluso, podríamos rastrear acciones antes de esa fecha, sobre todo, con la participación de la Triple A en Buenos Aires y el Comando Libertadores de América en Córdoba) pueden ser calificadas como un genocidio en los términos de la Convención. Pero ¿qué es un genocidio para Lemkin?

El término genocidio se compone de las palabras latinas genos, que significa pueblo, raza, origen común de una tribu o un clan; y el sufijo cidium, que significa aniquilamiento o matanza. La primera vez que aparece este término en el mundo fue en el libro de Lemkin, El dominio del Eje en la Europa ocupada, de 1944, en el que dice: “El genocidio tiene dos etapas: una, la destrucción del patrón nacional del grupo oprimido; la otra, la imposición del patrón nacional del grupo opresor”. Para el autor, en un genocidio, la matanza no es el fin, sino el medio para disciplinar al conjunto de la sociedad, se utiliza para desparramar terror. El genocidio busca transformar la identidad de un pueblo eliminando a todos sus miembros o a un número significativo para transformar la identidad de los sobrevivientes. El objetivo del genocidio es la destrucción de la identidad de los oprimidos para lograr imponer la identidad del opresor. Según Lemkin, el genocidio debería comprenderse más bien como un plan coordinado de diferentes acciones cuyo objetivo es la destrucción de las bases esenciales de la vida de grupos de ciudadanos.


Cada genocidio a lo largo de la historia ha tenido como objetivo la destrucción de la identidad de un grupo para imponer la identidad del opresor. Las matanzas, las esterilizaciones, las torturas, los saqueos, los linchamientos, las violaciones y los traslados a campos de concentración son los medios de lograr la destrucción de la identidad y reemplazarla por otra identidad. 


En el caso de la “Campaña del Desierto”, el objeto del Estado argentino fue construir una identidad nacional que excluyera el componente indígena y negro, de tal manera de construir el mito nacional de que los argentinos descendemos de los barcos. En el caso del Tercer Reich, el nazismo asciende al poder en momentos de gran apertura de la cultura alemana, en la que la identidad nacional se componía de variadas culturas. Berlín fue, en la década del 20, un escenario de gran tolerancia a la diversidad sexogenérica. En 1897, el sexólogo judío Magnus Hirschfeld fundó el Comité Científico Humanitario (Wissenschaftlich-humanitäres Komitee) para defender los derechos de homosexuales y pedir por la anulación del artículo 175 del Código Penal alemán, que sanciona a varones por tener relaciones sexuales con otros varones. Por cierto, durante el nazismo, se aumentaron las penas por este artículo, que estuvo vigente hasta 1994, con algunas modificaciones producidas en 1951 con respecto al monto de la pena. Magnus Hirschfeld también realizó en Berlín la primera cirugía de cambio de sexo, en 1931, a la artista trans Lili Elbe. El nazismo intentó imponer una nueva identidad pangermánica en el Estado alemán, excluyendo todo aquello que no entrara en la categoría de ario como un sujeto superior. 

De esta manera, el aniquilamiento de judíos, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, personas con discapacidad fue el medio utilizado por el nazismo para imponer una nueva identidad alemana que excluyera todas esas otras identidades. Por eso, la dicotomía judíos/alemanes es parte del triunfo del proyecto nazi, ya que olvida que la mayor parte de los judíos asesinados fueron también alemanes. 

¿Qué identidad destruyó la dictadura argentina? ¿Qué identidad impuso? La violencia aplicada por el Estado intentó destruir una nueva forma de vinculación popular basada en la solidaridad, que surgió en América Latina. La respuesta a la pregunta de cómo fue posible que, durante los 90, se aplicaran las políticas neoliberales de desguace del Estado y desprotección de la población, frente a una sociedad que otrora generaba grandes resistencias a las políticas en contra de sus intereses, debe buscarse en cómo la violencia genocida destruyó las relaciones de empatía, solidaridad y cooperación, y las reemplazó por lógicas de competencia, meritocracia y delación.

raphael-lemkin-jurista-genocidio

Coda

Cuando Lemkin estudió las matanzas del pueblo armenio en manos del gobierno de los Jóvenes Turcos, supo que esos horrores podían repetirse. Quizás no imaginó que el nazismo se encruelecería con los judíos y, particularmente, con su madre y padre, pero sabía de la necesidad de legislar en el derecho internacional el delito de genocidio para sancionarlo y prevenirlo. Desafortunadamente, no impidió que el siglo XX fuera testigo de varios genocidios posteriores a la sanción de la Convención. Los crímenes cometidos por Francia en Argelia e Indochina, los cometidos por los ingleses en India y Bangladesh y Sri Lanka, los cometidos por el Ejército y milicias civiles anticomunistas en Indonesia, los cometidos por el Ejército indochino en contra del pueblo timorense en Timor Oriental, los cometidos en la ex Yugoslavia y las matanzas masivas de la población tutsi perpetradas por el gobierno de origen hutu en Ruanda son algunos de los ejemplos de genocidios que se sucedieron posteriormente a la sanción de la Convención para la Sanción y Prevención del Delito de Genocidio. 

Al igual que en el derecho interno, la mera existencia de una ley internacional no asegura la comisión de aquello que se prohíbe. Es necesario, además, una serie de acciones nacionales e internacionales para enfrentar a los genocidios. Sin embargo, el valor de una ley internacional que nombre, sancione e intente prevenir estos hechos es enorme. Es una condición necesaria, aunque no suficiente, para su prevención. Lemkin decía que “la función de la memoria no es solamente registrar los acontecimientos del pasado, sino también estimular la conciencia”. ¿Conciencia de qué? Hay un elemento que es común a todos los genocidios: la paulatina construcción de un enemigo, el cual funciona como un chivo expiatorio al que se le atribuyen todos los males sociales. Durante la Campaña del Desierto, fue el malón de indios que atacaban en las fronteras. En Turquía, fueron los armenios. Para los nazis, los enemigos eran los judíos, los homosexuales, los gitanos, los testigos de Jehová, las personas con discapacidad. En Indonesia, fueron los comunistas; en Ruanda, los tutsi; en Argentina, los subversivos, aunque este rótulo podía ser usado para referirse a un integrante de una agrupación revolucionaria, un miembro de un centro de estudiantes de una escuela secundaria, un cantante de música popular o un obrero sindicalizado. 

Cada proceso genocida fue distinto, cometido por gobiernos diferentes, incluso, con ideologías diferentes. En general, estas prácticas suceden en gobiernos antidemocráticos y estamos acostumbrados a pensar que la antítesis por antonomasia de la democracia es el fascismo, por lo que es alta la tentación de llamar fascista a todo gobierno antidemocrático. Esto no significa abrir un juicio sobre si es peor o mejor que el fascismo, sino plantear interrogantes para dejar de pensar las experiencias traumáticas de la historia como parte de una empresa multinacional que va abriendo sucursales por diferentes partes del mundo. Pueden suceder otros genocidios en la historia que no sean parte de un proyecto fascista, sino otra cosa, peor incluso. 

Recordar a Lemkin, su obra, su pensamiento, su tesón para hacer de la humanidad su patria, puede ser un poderoso antídoto para evitar los genocidios. Claro, no alcanza, es necesaria una serie de acciones que eviten el mecanismo social y político de construcción de enemigos. Sostuvo Silvia Bleichmar que “una de las primeras formas de ejercer la impunidad es la invisibilización de la víctima”. La historia demuestra que cada proceso genocida ha desubjetivado, animalizado, minimizado a un grupo de personas que luego se transforman en víctimas del genocidio. Hay un paso previo muy importante al genocidio que es el aumento de la crueldad que hace socialmente viable el aniquilamiento del otro. 

Si bien la imposición deliberada de las diferentes maneras de hacer sufrir son tan viejas como la propia humanidad, asistimos a un momento histórico de disfrute y placer de ese dolor ajeno. En la actualidad, la economía está haciendo gran parte del trabajo que otrora realizaban las cámaras de gas. No hay ya clandestinidad de las prácticas del horror, sino una exaltación morbosa de números que cierran, una aritmética de la crueldad, aunque eso significa miseria y hambre para una enorme cantidad de personas. Bertolt Brecht decía que: «Hay muchas maneras de matar. Pueden meterte un cuchillo en el vientre. Quitarte el pan. No curarte de una enfermedad. Meterte en una mala vivienda. Empujarte hasta el suicidio. Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo. Llevarte a la guerra, etc… Solo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro Estado».

Quizás el siglo XXI sea testigo de otras maneras del aniquilamiento. Estudiamos a Lemkin y a los genocidios no solo para comprender procesos históricos del pasado, sino también para entender que aquello que ocurrió, aunque de otra forma, con otros nombres, con otro aroma, puede volver a ocurrir. 

*Por Lucas Crisafulli para La tinta / Imagen de portada: A/D.


Genocidio 

(Poema escrito por Raphael Lemkin y compilado en el libro Genocidio. (Pensamientos en Rima). Traducción y edición a cargo de Julián Axat. Ediciones Askasis. Valparaíso, 2023. 

“Vinieron a matarte,
y no por mera sed de sangre –
Dios les mandó
para gobernar sobre todas las demás naciones.
Tu único pecado, tu mismo nombre.
Ellos exterminarán tu semilla
por causas de raza y religión.
Apretado en el vagón de ganado,
en tu frente la marca
de la bota del policía.
Tus ojos llenos de angustia;
nunca más vas a ver a tu familia,
vendidos como esclavos, torturados y saqueados.
Todo el trabajo que una vez hiciste,
esforzándote para mantener esposa e hijo,
para llenar sus almas de orgullo,
para fortalecerse en la lucha —
ahora se reducirá
a los jadeos finales y el toque de muerte.
El humo de tus cadáveres quemados,
El humo de sus cadáveres quemados
se elevará más y más alto,
al cielo.
Sus lápidas saqueadas —
mientras el perro y el cerdo
roen los huesos de tus antepasados.
En la casa vacía,
el gato huérfano,
el favorito de tu hija,
solitario desde la cuna vacía,
emergerá.
El piano silencioso permanece,
esperando en vano que la voz acompañe —
y tu violín
yace mudo como un trozo de madera seca.
El libro que escribiste
será consumido en llamas.
En la escuela, donde antes enseñaste,
el estudiante brillante será castigado
por elogiar tu nombre.
Y esto por señal y por memoria:
tus huérfanos nunca volverán a reír.
En tierras lejanas,
el cartero, con las manos vacías,
visitará a sus parientes,
con una lágrima en la mejilla.
Una ciudad de Dios era esta
y ahora… yace desierta, compadeciéndose a sí misma.


Palabras claves: criminología, genocidio, Los 12 castigos

Compartir: