Bandidos fiscales

Bandidos fiscales
27 marzo, 2024 por Gonzalo Assusa

La sociedad también tiene sus leyes y su gravedad, su orden cósmico y sus átomos, sus fuerzas y resistencias. ¿Cómo era el dicho? ¿Ladrón que roba a otro ladrón…? ¿Le roba a los ricos para darle a los pobres…? Pes ta ñeaste. #Datitos sociológicos para todas y todos, como si se los explicara a mi abuelo.

José Luis Espert, legislador de la provincia de Buenos Aires, hace algunos días, llamó a la «rebelión fiscal» contra los aumentos en los impuestos a patentes, inmobiliario residencial y rural, propuestos por el gobernador Axel Kicillof. Todas esas son cargas fiscales a propietarios. De hecho, el impuesto inmobiliario rural grava rentas extraordinarias sin un volumen considerable de generación directa de empleo, siendo de los pocos instrumentos indiscutiblemente progresivos con los que cuenta nuestro país. Espert arguyó que este levantamiento era «la única defensa que tenemos los contribuyentes cuando los políticos no nos dan algo como contrapartida por los impuestos que pagamos. No hay que pagar los impuestos». 

Silbando bajito, y casi sin darnos cuenta, el sedimento de alguna de las inundaciones bíblicas de las que venimos siendo víctimas los últimos años dejó asentada la idea de que los impuestos son, lisa y llanamente, un robo: un acto criminal de una organización (el Estado) que sólo se distingue de la mafia en su tamaño, pero que, en materia de legitimidad, intenciones y métodos, termina resultando prácticamente idéntica. Dejo acá un párrafo de una columna en el diario La Nación. Si no logran imaginar qué clase de funcionario público es autor de estas palabras, no tienen más que googlearlo.

«Para el pensamiento de los libertarios, la contribución es, pura y simplemente, un ‘robo’, a grande y colosal escala, que ni los más grandes y conocidos delincuentes pueden soñar con igualar. Y como si ello fuera poco, solo el gobierno puede utilizar sus fondos para cometer actos de violencia contra sus ciudadanos o contra otros. Por ello, cabe definir al Estado como la organización de los medios políticos que se basa en la sistematización del proceso predatorio sobre un área territorial dada. Una suerte de mafia con ‘respaldo legal'».

Si el Estado es criminal, abusivo y coercitivo, los impuestos son ilegítimos. La historia de este argumento se remonta al bosque de Sherwood.

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El invisible hilo argumental

Hace algo más de una década, circulaba un chiste en la academia: «Cada vez que le dicen doctor a un abogado, muere un becario de CONICET». No sé si en Argentina efectivamente la historia se repite como tragedia o como farsa, pero aquel dicho ha mutado a «cada vez que un científico cobra una beca del CONICET, muere de hambre un niño en Chaco» (la Biafra imaginaria de la geografía nacional).

Nos cansamos de ser especialistas en supervivencia económica con y sin dinero. Ahora seremos expertos en política fiscal. Pequeño manual de bolsillo: maestras, enfermeras, profesoras, agentes de seguridad, agentes de la Justicia, administrativos, gestores y tantos más pueden hacer su trabajo y vivir de eso porque cobran un salario. Siempre que vean sacar la carta de la «vocación» o que escuchen que alguien rifa su sueldo, desconfíen: quien lo hace (aunque no lo diga) vive de otra cosa que no es su propio trabajo. Ese salario de maestras, enfermeras, profesoras, agentes de seguridad y demases lo paga el Estado (empleador de los trabajadores del sector público).

¿Cómo hace el Estado para tener fondos y pagar salarios? Sobre todo, aunque no únicamente, recaudando. Los impuestos preexisten al Estado moderno, pero, en la forma en la que lo conocemos hoy, el Estado centralizó, organizó e institucionalizó este mecanismo de generación de recursos para garantizar los principales servicios públicos a los que tenemos acceso. 

Hay que repetirlo, aunque parezca una perogrullada (aquí vamos, en una época de retorno a las cuestiones más básicas): ese exportador de soja que se autopercibe hoy el equivalente a un sheriff del lejano oeste gringo necesita llevar su soja desde el sur de la provincia de Córdoba hasta algún lugar desde donde su producto ingrese al «mercado internacional». Porque sabrán, el «mercado internacional» no queda en Adelia María, sino en otra parte. Digámoslo sin tapujos: sin Estado, no hay alfabetización para leer el manual de educación vial, para que el chofer del camión lleve esa soja por una ruta que no existiría sin obra pública, a un puerto que no existiría sin obra pública, con sistemas de comunicación que no existirían sin investigación ni obra pública. Andá, máquina, nomás, que nadie te detiene. Vendele vos desde Adelia María, directamente y sin mediaciones, tu yuyo a un empresario en Houston.

Para hacer algo de todo lo que le piden (ustedes eran muy chiquitos, pero, en 2020 y en cada nueva sequía, a los empresarios rurales se les actualiza el WhatsApp y pierden el contacto del manco papá Mercado, y, una vez más, vuelven llorando a pedir auxilio a mamá Estado), el sector público recauda. Para hacerlo, tiene dos grandes tipos de impuestos. Los indirectos, que gravan sobre todo el consumo, son pagados en tasas iguales por una población desigual, por lo que pesan más (en proporción) en el presupuesto de los que menos tienen (esos que poseen mayor propensión al consumo, dicen los economistas, o que, en criollo, gastan todo lo que ganan en comer y tratar de seguir sobreviviendo, solo a veces con éxito, y por eso no pueden ahorrar). Por el otro lado, están los impuestos directos, que gravan propiedades, rentas o ingresos, y que, por lo tanto, pueden tener algún tipo de criterio progresivo o igualitario, y repartir el peso de las cargas y las responsabilidades de acuerdo con las posibilidades, los recursos y las condiciones de cada quien. «La sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!», como reza el aforismo marxista (o progresista, o peronista, o justicialista, o laborista). 

Dato de vital importancia: en cualquier país de ese mundo desarrollado hacia el que nos encaminamos en una nave espacial que se remonta desde Córdoba a la estratósfera y llega en una hora y media a Japón, Corea o cualquier parte del mundo u otro planeta si se detecta vida, el presupuesto se nutre más de los impuestos directos y menos de los impuestos indirectos. ¿La razón? Porque existe consenso en torno a que los impuestos directos y progresivos son más justos. Pero hasta ahí llegó nuestro amor con ser descendientes de los barcos.

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Imagen: Ezequiel Luque

Roberto capucha, el forajido

Una vida estuve convencido de que Robin Hood era el ladrón que le robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Pero les invito a que vean cada una de las películas que mi generación vio. La protagonizada por Kevin Costner en 1991, la de Patrick Bergin en el mismo año, la de Russell Crowe en 2010 y la de dibujitos animados de 1973. Spoiler alert: en ninguna de estas películas Robin Hood le roba a los ricos, sino que organiza golpes contra el sheriff de Nottinham. Es más: Robin de Locksley, su nombre original, era (spoiler alert recargado) ¡un noble! ¿Y saben por qué con su organización asaltaba al sheriff y sus enviados? Porque ellos cometían el horroroso crimen de recaudar. ¿Qué era eso que Robin robaba y luego «regalaba» a la organización de la que formaba parte? Impuestos. 

En la escena «Día de los impuestos» de la película de 1973, el sheriff es un enorme lobo gris abusivo que tortura a un perro viejo lisiado, sacándole hasta la última moneda escondida en su maltrecha y enyesada pierna, en beneficio de un antipático e impopular monarca como el príncipe Juan. Al limpiar al pobre perro, el lobo sheriff sale de la escena cantando: «Me llaman haragán, pero hago mi trabajo», para irse a otro hogar y repetir el método de abuso. 

En la película de 2010, cuando Godfrey (un traidor aliado a la corona francesa que prepara el terreno para una invasión extranjera) llega a las puertas de uno de los nobles ingleses, que luego se rebelaría contra el príncipe Juan, exige que abran la fortaleza, amenazando con prender fuego todo: «Paga o arde«. 

En todas estas películas, el príncipe Juan se encapricha y decide aumentar los impuestos como una forma de castigo contra el pueblo (en algunas de estas historias, pueblo significa nobles). En la película animada de 1973, el príncipe se enoja por una canción popular que lo retrata como el «peor», por lo que exige: «Dupliquen los impuestos, tripliquen los impuestos, estrujen hasta la última gota». Incluso, en la parodia Robin Hood: Men in Tights de 1993, el protagonista amenaza al príncipe Juan: «Si no baja estos diabólicos impuestos, lideraré una rebelión del pueblo inglés contra la corona». 

Todas y cada una de esas Robin Hood forman parte de una tradición cinematográfica sobre la Gran Bretaña premoderna, en la que los monarcas son unos saqueadores irracionales que terminan provocando la rebelión de un pueblo que se niega a vivir oprimido y expoliado (pero que acepta de buena gana la sucesión de gobernantes por herencia y derecho divino). ¿Qué grita, antes de morir, William Wallace? VLLC.


En el centro de toda esa trama, nunca estuvieron los ricos y los pobres. Había Estado monárquico y nobles. La corona es el villano que tortura a los débiles para quitarles el dinero. ¿Quién es el héroe? Un forajido de origen noble, que tiene los suficientes códigos de clase como para saber que, en el barrio (los chetos le dicen barrio al country), no se roba. Roberto Capucha roba pura y exclusivamente a los recaudadores de impuestos. Esa es su acción rebelde y heroica. Y ese sociológico acto fallido por el cual reemplazamos «Estado» por «ricos» y «nobles» por «pobres» recorre todos esos siglos desde Sherwood hasta la legislatura bonaerense. Aunque, como dice la austeridad científica libertaria, esos temas no son dignos de ser investigados en un país como el nuestro. 


Curiosamente, la academia gringa ha bautizado «Paradoja de Robin Hood» a una combinación de factores que se encuentra más en América Latina que en cualquier otro lugar del mundo: la contraintuitiva falta de apoyo a la progresividad impositiva entre personas de sectores populares: ¿cómo es que siendo pobres no respalden medidas como los impuestos a la riqueza cuando su situación objetiva está del lado de la redistribución y no de la protección de los intereses de los empresarios? 

Años de cinematografías, industrias e imágenes culturales componen el sentido común y nos enseñan que el Estado recaudador es esa casta de lobos grises gigantes que se abusan de los pobres perros sabuesos con muletas, como sucede en la película animada de la década de los setenta. Maestras, enfermeras, profesoras, agentes de seguridad, agentes de la Justicia, administrativos, gestores y tantos más (como quien escribe) vieron esas películas y también lo aprendieron. 

Con la nuestra, el que las hace, las paga

«Con la nuestra» se ha vuelto una expresión que tiene esa eficacia simbólica de un martillo: golpe de efecto como todo fundamento. Conecta, de la nada y por arte de magia, contra-lógica, un laboratorio científico en la metrópolis capital, que vampiriza los recursos de todo el territorio federal, con el hambre en un interior provincial profundo, camino de tierra, estudiantes diaspóricos y Facundos Quirogas listos para enfrentar su muerte anunciada en Barranca Yaco. 

¿De dónde viene el envión para dar semejante salto de gigante? ¿De qué está hecho el invisible hilo argumental que ata el INCAA a una niña famélica en Chaco? La respuesta está en parafrasear la famosa campaña presidencial de Bill Clinton de principio de los noventa: «De dinero, estúpido». Pero no de cualquier dinero: del dinero del fisco. Para todo lo demás, somos punitivistas. El que las hace, las paga. Salvo que el que las haga sea un propietario rural, hermano de un legislador libertario, que el hacer sea evadir y que el pagar sea pagar impuestos.  

*Por Gonzalo Assusa para La tinta / Imagen de portada: Ezequiel Luque.

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Palabras claves: Impuestos, sociología

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El «milagro» de Davos: zarandeos, glitter y cruces

El «milagro» de Davos: zarandeos, glitter y cruces
7 febrero, 2025 por Redacción La tinta

¿Pueden la fe y el folclore transformarse en espacios de resistencia, visibilización y lucha para las diversidades y disidencias sexuales frente a los discursos de odio que circulan y son legitimados por el presidente y sus políticas de Estado?

Por Lucas Leal para La tinta

A Lucía Riba, la primera teóloga feminista que conocí y que, sin saberlo, me hizo pensarme como creyente desde mi propia sexualidad. (2008)

A Susy Shock, la primera trava que conocí cantando zambas y coplas, y a la que escuché decir, por primera vez, que debíamos reapropiarnos de nuestro folclore y resignificarlo. (2010)

Para quienes crecimos en el interior, guitarra y rosario en mano desde pequeños, el folclore y la religión, con sus respectivos guiones, configuraron nuestras subjetividades, cuerpos y deseos, puesto que ―a diferencia de las grandes ciudades― la parroquia o el taller de folclore son los “únicos” espacios de socialización. Nací en un barrio de San Miguel de Tucumán, en una cultura en la que la religiosidad popular con sus misas, procesiones y devociones lo impregnaban todo. Durante toda mi adolescencia, participé activamente de un grupo juvenil en la capilla del barrio. Lo mismo podría decir del folclore, dado que, a los 8 años, aprendí a tocar la guitarra y, tiempo después, a bailar zambas y chacareras. Tardé mucho tiempo en comprender que estas dimensiones no se oponían a mi sexualidad porque ambas sostienen el binarismo y la heterosexualidad obligatoria como única forma válida y legítima de existencia. La Iglesia, por un lado, con sus discursos, doctrinas, rituales, y el folclore, por otro, con sus letras y figuras para la danza, actúan de modo performativo en una repetición que nos hizo/hace creer y pensar que nuestras vidas no valen por no “ajustarse” a esa “norma”. Mensajes tales como que la seducción y el deseo sólo son legítimos entre el varón y la mujer; que el único modelo de familia es heterosexual; que hay roles y modos de comportarse socialmente, y debemos cumplir con ellos por ser varones o mujeres se instalan en nuestras subjetividades desde estos dos dispositivos.

Para sorpresa de muches, sin embargo, algo “milagroso” suscitó el discurso en contra del colectivo LGBTIQ+, los feminismos y la perspectiva de género, entre otras cosas, que Javier Milei pronunció en Davos. ¿Pueden la fe y el folclore transformarse en espacios de resistencia, visibilización y lucha para las diversidades y disidencias sexuales frente a los discursos de odio que circulan y son legitimados por el presidente y sus políticas de Estado? ¿Es posible que estos dispositivos “tradicionales”, que en algún momento invisibilizan nuestras identidades, ahora, resignificados, acompañen la defensa de los derechos que hemos conseguido y que hoy pretenden quitarnos en esta llamada “batalla cultural”?

¡Y se va la primera!

El tradicional Festival de Cosquín 2025, que consuma el ideal del imaginario del folclore consagrando cantores y cantoras, se transformó, en su edición número 65, en un espacio de resistencia, lucha y visibilización de las diversidades y disidencias sexogenéricas.

Cabe mencionar, en primer lugar, la Luna disidente que, por tercer año consecutivo, se llevó a cabo en el conocido “Patio de la Pirincha”. Este espacio autogestivo y colectivo es el patio de una casa (¡el patio de quien conocemos como la Piri!) que fue transformándose, desde el año 2001 a esta parte, en un espacio de referencia para artistes y promotores de la cultura en el que se impulsan proyectos, talleres y espectáculos varios durante todo el año. La Luna disidente nace en 2023 por iniciativa de la Piri, Maxi Ibañez, escritor y poeta, y La Ferni, cantora trans no binaria. Esta noche arcoíris convoca artistes locales y de distintos puntos del país donde, desde el folclore, se celebra y se resiste. 

Algo totalmente “disruptivo” fue lo que aconteció, en esta edición, en el escenario mayor Atahualpa Yupanqui en la plaza Próspero Molina. En la segunda noche, la cantora cordobesa, Paola Bernal, abrió su presentación con una emotiva interpretación de la Canción de cuna para niñxs diversxs, de la artista travesti, Susy Shock. Esta canción aparece en una de sus frases, una plegaria por un mundo más digno y más justo para las infancias.

Días después, en la cuarta luna, la quenista iruyense, Micaela Chauque, dedicó una chacarera a las mujeres y las diversidades. En el escenario, irrumpió el conocido gauche disidente, Legon Queen, quien, junto a la bailarina trans, Valeria Ortega, entre redondas, zapateos y zarandeos, dieron un claro mensaje de resistencia con su mera presencia. El cierre de Micaela fue una verdadera fiesta multicolor con un enganchado de carnavalitos y las banderas del colectivo LGBTIQ+ flameando como signo de reconocimiento y visibilidad frente al odio y la invisibilización. 

La sexta luna contó con dos momentos significativos. Por un lado, la cantante Luciana Jury cerró su presentación con la canción “Las ramas”, de su propia autoría, mientras bailaba una pareja de mujeres y citó a Susy Shock al concluir la misma, con la conocida frase: “Buena vida y poca vergüenza”.  Minutos después, Micaela Vita, cantante del grupo Duratierra, hizo un llamado a reivindicar la memoria en nuestra patria y, entre los nombres de artistes y personas significativas, ante la ovación del público, dijo: “Esta es la patria de Diana Sacayán… de Susy Shock”. Acto seguido, junto al músico trans, Valen Bonetto, interpretaron la chacarera “La del Pueblo” que, entre otras cosas, dice: “Marica, ¿qué hay de la espina que te han clavao en el pecho? Tus alas de mariposa surcando un mundo deshecho; Marica, para cantar, que no se te olvide amar».

Sin lugar a dudas, uno de los momentos más relevantes del festival llegó en la séptima luna, cuando la reconocida cantora, Yamila Cafrune, invitó a compartir el escenario a La Ferni, quien, recordemos, en el año 2021, logró que el festival cambiara su estatuto que reconocía las categorías “voz masculina” y “voz femenina” por una categoría sin distinción de género, denominada “voz solista”. La canción elegida por La Ferni fue “Cantor(a) de oficio”, una bella poesía de Miguel Ángel Morelli que vio la luz en 1976, un contexto complejo y oscuro de nuestra historia si los hubo, en la voz de Mercedes Sosa. La letra pone de relieve la responsabilidad de les artistes en la construcción de un mundo más bello, con la música y la voz como herramientas. El momento culmen de la canción fue cuando La Ferni, con voz vibrante y emocionada, declaró: 

“Nadie debe creer que los, las y les artistas pertenecemos a un mundo extraño donde todo es escenario y fantasía. Les artistas somos hombres y mujeres, y también somos travestis, trans, no binaries, maricas, tortas, bisexuales, identidades sexogenéricas disidentes, legítimas, empoderadas, orgullosas y visibles que, ya sin ocultarnos nunca más, transitamos las calles y los días, sufrimos el sufrimiento de nuestro pueblo y latimos también con su alegría”.

Miro el video y se me pone la piel de gallina. ¿Quién diría que, en pleno 2025, en contexto de fascismos y en tierras cordobesas donde sabemos que existe una clara adhesión a las ideas de La Libertad Avanza, ella, en nombre de todes, nos hizo visibles? ¿Podemos imaginar la potencia que tiene decir y sostener en ese escenario, en el que aparentemente sólo tienen lugar el binarismo, el amor romántico con sus mitos y las performances normativas del género, que las identidades disidentes somos legítimas, empoderadas, orgullosas y visibles?

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Imagen: La Voz.

¡Y se va la segunda!

La jerarquía de la Iglesia, cuyos discursos y prácticas habitualmente se vinculan como contrarias a las diversidades y disidencias sexuales, tomó por sorpresa a la sociedad toda cuando, el 30 de enero, pudo leerse en redes sociales el comunicado de la Arquidiócesis de Mendoza por medio de la Pastoral de la Diversidad Sexual, que expresa su profunda preocupación “ante discursos que consideran al antirracismo, al feminismo y a la lucha por los derechos de la comunidad LGBTIQ+ como un cáncer que hay que extirpar«, señalando que dichas expresiones «promueven la discriminación y la violencia contra minorías» y resultan “alarmantes y contrarias a los valores evangélicos”. El comunicado expresa, sin titubeos: “No podemos ni debemos permanecer indiferentes ante estas manifestaciones de odio. Podemos tener diferencias de opinión o posicionamientos, pero nunca debemos dejar de abrazar y acompañar, desde los principios evangélicos, a las personas que integran estos colectivos, especialmente, a quienes son más vulnerables y marginados. Con estas palabras, la Arquidiócesis de Mendoza manifiesta su adhesión a la marcha antifascista y antirracista del 1° de febrero, e invita a la comunidad a sumarse al esfuerzo de construir “una sociedad donde nadie sea excluido y donde prevalezcan el amor, el respeto y la solidaridad”. Cabe mencionar que Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, permite la posibilidad de cambio con el nombre autopercibido para personas trans en las actas de bautismo oficiales y afirmó, recientemente, su preocupación ante «la desmesura de algunas afirmaciones que están apareciendo en discursos locales», alertando sobre el riesgo de retrocesos en derechos conquistados por consenso social.

A la contundencia de este comunicado, se sumó la Pastoral Social de la diócesis de Merlo-Moreno, afirmando que “rechaza enfáticamente las declaraciones discriminatorias y violentas del presidente Javier Milei en Davos”, dado que “estas expresiones que legitiman el odio, la persecución y estigmatización hacia las mujeres y personas del colectivo LGBTIQ+ vulneran los derechos humanos elementales y desconocen los marcos legales internacionales con rango constitucional en Argentina”. Continúa el comunicado: «En repudio a sus dichos; adherimos, convocamos y acompañamos la marcha que se realizará el día 1° de febrero de 2025». La libertad, se afirma, es con dignidad y justicia social, con y para todos. 

Otro gesto institucional provino del arzobispado de Buenos Aires, liderado por el arzobispo Jorge García Cuerva, quien expresó su malestar por la colocación de vallas en torno a la Catedral Metropolitana en la jornada de la movilización, ya que, desde agosto de 2023, se había decidido quitar las mismas sin que se hayan recibido ataques o agresiones por parte de manifestantes de ese tiempo a esta parte. Sin embargo, y tal como lo expresa el comunicado, el 1° de febrero, la catedral apareció vallada aún cuando, la tarde anterior, se expresó la negativa ante la consulta. El comunicado sostiene: “El Arzobispado de Buenos Aires quiere expresar que la imagen que hoy brinda la iglesia mayor no fue por decisión eclesiástica y a todos vuelve a reiterar su convicción de que nada se construye con el odio y la división ni dando expresiones subrepticias de ello por medio de signos externos (…) reiteramos el compromiso de la Iglesia católica en esta Ciudad de Buenos Aires de acompañar a todos sin hacer distinción alguna y de abrir siempre sus puertas para los que quieran seguir a Jesús”.  

¿Podría considerarse hoy a la Iglesia católica y el papa Francisco como nuestras alianzas en este momento? Le pregunté a Eduardo Mattio, docente universitario, con el que compartimos sorprendidos estas noticias. “Así parece”, me respondió. Ciertamente, desde hace un tiempo, el papa Francisco se ha pronunciado como líder de Estado, por ejemplo, en contra de la criminalización de la homosexualidad y ha promovido, en el seno de la Iglesia, la presencia de comunidades creyentes LGBTIQ+. Si bien no podemos negar la historia de oposición y los discursos eclesiásticos que durante siglos nos invisibilizaron, violentaron y marginaron. Pero, en este contexto, ¿no es acaso un bálsamo que, en medio de tanto discurso de odio, una institución como la Iglesia valide y legitime nuestras identidades con estos pronunciamientos? En medio de la violencia estatal, ¿no resulta relevante que Francisco y parte de la Iglesia apoyen, desde su lugar, nuestras luchas y derechos conseguidos? ¿No radica aquí el sentido profundo de la fe y de la práctica de Jesús en la que el amor al prójimo se expresa en gestos concretos de respeto, reconocimiento y valoración de la dignidad de toda persona? Al menos, esta es la Iglesia a la que adhiero y la que deseo. Y, sin lugar a dudas, esta perspectiva tiene que ver con la presencia y la militancia de muchas personas creyentes LGBTIQ+ que, desde dentro de las comunidades cristianas, resignifican las prácticas, los rituales y la doctrina.

 ¡Se acaba!  

Es 1° de febrero. Son las 18 horas. Y en la plaza Próspero Molina se inicia la marcha antifascista y antirracista convocada por el colectivo LGBTIQ+ que se unió, en esta localidad, a la marcha por el agua. Allí, están presentes locales, turistas y muches de les artistas nombrades a lo largo de este artículo. Cuando arrancó la movilización, sonaron las campanas de la parroquia en un claro gesto y señal de apoyo y acompañamiento a lo que estaba por acontecer.

Parece que esta “batalla” recién comienza, porque “resucitaron” en redes sociales y otros espacios esos discursos que vuelven a estigmatizar, patologizar y marginar nuestras identidades, pero, esta vez, legitimados por las palabras y las políticas de quienes nos gobiernan. Lo que nos queda es hacer lo que bien sabemos hacer como colectivo: organizarnos, visibilizarnos, resistir, luchar y crear belleza. Hacer memoria de quienes nos precedieron, hicieron historia y pusieron el cuerpo; habitar todos los espacios (sobre todo, ¡los que creímos que no eran para nosotres, como el folclore y la religión!) y resignificarlos para construir otras narrativas acerca de nosotres. Subamos a los escenarios y altares para contar lo hermoso que es ser quienes somos porque lo que está en juego es la comprensión de eso que llamamos “lo humano” y el reconocimiento, por parte de todas/es/os, de que nuestras vidas son deseables, son vivibles, ¡VALEN! Quizá, hasta que algunes entiendan esta cuestión tan simple, pero, a la vez, profunda, debamos seguir lo que decía la querida Lohana Berkins: «Que digan y piensen lo que quieran de nosotras… pero que no nos nieguen (ni nos quiten, agrego) los derechos que nos corresponden». 

*Por Lucas Leal para La tinta / Imagen de portada: La Voz.

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Palabras claves: Cosquín, Disidencias, Folklore, LGBTTIQ+

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