Entrevista a Federico Falco: ¿cómo se narra lo que no se narra? Escrituras para ensanchar el mundo 

Entrevista a Federico Falco: ¿cómo se narra lo que no se narra? Escrituras para ensanchar el mundo 
15 marzo, 2024 por Redacción La tinta

Por Elizabeth Inés Ferreyra para La tinta

En la salita del Cineclub Casero de Alta Gracia, se proyectan imágenes del cuento El Gato Manchado y la Golondrina Sinhá de Jorge Amado con ilustraciones de CARYBÉ. Una chelista acompaña la lectura. Es sábado y la lluvia amenaza desde temprano. El recibimiento a Federico Falco es con un cuento de su infancia. 

«Yo no me lo acuerdo (ríe). Me lo compraron cuando era muy chico. En casa, había muchos libros. Mi mamá era profesora de Letras. Ella me leía y yo miraba los dibujos de este libro cuando no sabía leer. Recuerdo haber tenido muchos libros en mi casa».

María Nahal, la coordinadora del encuentro, anuncia la dinámica de la charla. A cada fragmento de alguna de las obras del autor que se leerán, la chelista Marina Kletlz lo acompaña, junto a las fotografías de Ariela Malem proyectadas en la pantalla. Luego, vendrán las preguntas, algunas de las cuales compartimos a continuación. 

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Imagen: Ariela Malem / @imaginateaca

Vicky Carzoglio lee, de la novela Cielos de Córdoba, un diálogo entre el preadolescente  protagonista y su padre. Luego agrega: En “Los Llanos” el personaje se va de la ciudad al campo; en “Cielos de Córdoba” pasa al revés: padre e hijo dejan el pueblo y se van a la ciudad. Vos naciste en Gral. Cabrera, te fuiste a Bs. As y ahora tengo entendido que vivís en Traslasierra. La pregunta es: ¿Dónde estabas geográficamente y personalmente cuando escribiste “Cielos de Córdoba”, tu primera novela? 

―Fue un proceso caótico. Lo comencé a escribir en Córdoba en 2006. Eran 500 páginas de Word. Era larga. Después la achiqué. La reescribí cuando viví en Nueva York por un máster de Escritura Creativa que gané, pero la terminé en Madrid y salió en 2011. Primero, era un «monster» que retomé después y saqué muchas cosas hasta llegar allí. Era un «novelón» un poco extraño. El núcleo era al principio el fenómeno ovni y otras cosas enmarcadas en Capilla del Monte. Y no funcionaba. Yo, si tengo un cuento de 30 páginas, es porque antes tenía 100. Cuando escribo, voy siguiendo personajes y voy viendo qué pasa, y después hay que pensar: esto ya lo conté, y de manera más resumida es mejor. En general, escribo achicando. Es perderse para encontrar después por dónde ir.

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Imagen: Ariela Malem / @imaginateaca

Ana Orozco lee Cuento de Navidad, de 222 Patitos. Resalta que hay dos atmósferas en el cuento: la de una familia en una situación cotidiana y la irrupción de un asesinato. Y pregunta: «¿Vos te sentás a escribir y dejás que lleguen solas estas otras atmósferas inquietantes o las pensás previamente?». 

No. No lo tengo pensado. Por eso, escribo siempre de más. Escribo y después me sorprendo. Por ejemplo, en «El Hombre de los Gatos», se llega a algo abrumador. Iba escribiendo y esa pieza final completaba el cuento. A veces siento que ahora debería pasar esto y a veces pasa. Una de las cosas que me suele suceder es que uno no puede ser lector mientras está escribiendo. Uno está pensando en el tiempo del verbo o si está en primera o en tercera persona. Cambio y guardo muchas versiones en primera y en tercera persona (risas). Y mucho después, necesito releerlo como si lo escribiera otra persona, para ver el núcleo del texto. Esto me pasa en casi todos los textos, menos en ese cuento que leíste, que es lo más autobiográfico que escribí, porque en ese me interesaba incluir la historia del asesinato.

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Imagen: Ariela Malem / @imaginateaca

Una imagen cenital da pie a María Nahal para leer La hora de los monos. Trae a la charla a sus protagonistas: Fátima pide un historia para dormirse y Enriquue le cuenta una que no lo deja dormir. Entonces, abre la pregunta sobre esos cuentos que tienen una materialidad inquietante.

―Gracias por leer mis textos. Yo no suelo leerlos y agradezco que los lean en otras voces. Hace un tiempo, fui al Amazonas y, cuando iba en un bote, hubo como una redada de la policía. Yo estaba durmiendo y, de repente, alguien saltó al agua en la oscuridad de la noche y nadie dijo nada. De eso que ocurría en la selva fui tomando nota. En ese cuento, lo que me atrae es el desafío técnico. Ponerse en el lugar de los monos. Me dejaste pensando eso de las historias que perturban. Tengo un ahijado que quiere que le cuenten cuentos. Entonces, yo le cuento algo de un cóndor que lo lleva por los aires o de un burro que al final se queda solo. Hay algo de lo perturbador que fascina. Esa es la función de un padrino (ríe). Aunque después me llamen por teléfono para decirme que mi sobrino no se pudo dormir. Me parece que extrapolo o exagero un poco, pero sé que las historias tienen que ser un poco eso. Hay muchas historias «bienintencionadas», capitalistas, que necesitan terminar felices para que después se sigan comprando. 

¿Qué otras historias contar? Habilitar otros horizontes, ya que el mundo en que vivimos no es perfecto, hay que dar esos espacios, porque las historias ensanchan el mundo. Seguramente, acá hay quienes han hecho las cosas mal. Hay que dar esa voz a los textos. No vivir en Disney. Dar oportunidad a los vampiros, para que esas cosas ocurran. Ahora que estoy en Traslasierra, me contaron una historia de unos vampiros que atacan a unas chanchas (…). A mí me parece fascinante lo que ocurre con los animales. Hay comunicación y entendimiento más allá de las palabras. Sé que me repito, pero el lenguaje tiene un límite y es un gran lío. Creo que es un arma de doble filo. Que está buenísimo, pero lo usamos con más liviandad de lo que requiere. Y con los animales nos lleva a algo más primitivo y atávico. En las relaciones entre seres humanos es conflictivo, pero en los animales es más simple. 

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Imagen: Ariela Malem / @imaginateaca

Un solitario banco de plaza en medio de la nieve recibe sombras desdibujadas de un árbol. Próxima lectura: Un Cementerio Perfecto. A la lectora Adriana Desanzo le llamó la atención lo que hace el personaje Víctor Bagiardelli en el territorio del diseño del cementerio y lo une a la idea del proceso en solitario del escritor. También mencionó  la búsqueda de perfección que motiva al personaje a lograr ese cementerio perfecto, en resonancia con la búsqueda del autor.

―No sé si es necesario estar solo para escribir. A veces lo he hecho en una habitación y otras en un bar. Pero hay cosas de lo social que en mí es raro. Como estar aquí, por ejemplo (ríe). En eso tengo algo de Víctor. Lo del cuento surge porque me contaron que alguien se ganaba la vida diseñando hoteles alojamiento. Me debe haber quedado dando vueltas esa idea. Si escribiera de hoteles alojamiento me recordaría a Porcel y Olmedo. Pero, si alguien diseña Eros, también puede haber Thanatos. Y más si es un obsesivo. Pienso en cómo se construyen esos paisajes. En ese momento, quizás hubo algo de eso. 

Hay que escribir sobre cosas que a uno le gusten. Lo botánico me atrae mucho, me parece divertido (…). En mi pueblo, no había un cementerio parque y mi abuelo se burlaba porque él tenía una parcela en el pueblo del lado. Hay algo de la vida de los pueblos que me gusta. Nos conocemos todos y hay un montón de cosas entrecruzadas. A mí me cuesta mucho escribir sobre ciudades. Tienen algo positivo como el anonimato, pero está también lo sin red de los vínculos. En el pueblo, se detecta rápidamente al extranjero, lo que divide de este lado de las vías y del otro. Hay cosas que se facilitan, pero también están los prejuicios. El 80% de la conversación en el pueblo es sobre las lógicas del pueblo, quién se casó con quién, quién hizo tal cosa, las familias de siempre, algo del control social como de llevar las cuentas ordenadas, qué moral se aplica o la doble moral en juego. Esto me apabulla, pero me gusta como objeto de estudio, es interesante para contar. Por ahí, creo que estoy hablando de Manuel Puig, pero no. Ahora se agregan las redes sociales (risas). Hay que poder ver cómo las historias ensanchan el mundo. ¿Puede una hoja de roble rosa caer acá? 

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Imagen: Ariela Malem / @imaginateaca

La última parada es la lectura por parte de Mirna Barbareschi, de dos  fragmentos de la novela premiada Los Llanos, donde el narrador -personaje se hace algunas preguntas, entre ellas:  “¿Qué hace la gente triste de las películas con todas las horas del día? ¿Qué hacen cuando no está sonando la musiquita? Es como si en el tiempo del duelo no hubiera narrativa”. (Los llanos p. 179).   La lectora reflexiona y pregunta – “ A raíz de esto pensé que, tal vez el duelo podría no tener estructura narrativa -trama, personajes, etc.- pero que sí era pasible de ser narrado. ¿Te propusiste ese resultado u objetivo de manera técnica?” 

― Si. A mí me gustan los desafíos. Como a esa gente que arma puzzles de dos millones de piezas. Eso me entusiasma mucho. Lo estructural, la técnica, para mí, es vital. Hay mil formas de ponerse a escribir. Yo, si me pusiera a escribir sobre un duelo o la meseta de la mediana edad, por ejemplo, no tendría por dónde entrar. Entonces, comienzo por no pensar esas cosas. En las películas hollywoodenses, hay una parte donde todo tiene que estar mal y ahí te ponen la musiquita. Otra cosa molesta de esas películas es, si se trata de un escritor y logra escribir su novela, que lo hace en tres minutos. ¿Cómo se rellenan las horas de un duelo? Hay un párrafo tras otro, tras otro y se va haciendo. A mí me gustan los desafíos. Como a esa gente que arma puzzles de dos millones de piezas. Eso me entusiasma mucho. Al monstruo que me da miedo lo voy teniendo de costado. Lo estructural, la técnica, para mí, es vital.

Mirna interviene nuevamente diciendo:- “Mi impresión como lectora es que en vez de armar algo, me había sugerido la idea contraria, la de la histología, de separar tejidos, de ir descomponiendo el material para ver de qué estaba hecho…

-Como una autopsia…

-Algo así, sí, –estuvo de acuerdo Mirna -.

―Es lo mismo, pero en sentido inverso. Estoy pensando en procesos creativos. ¿Cómo se narra algo que no se narra? Me gustó lo que decís, esa idea de una estructura como de autopsia. Ya en mi mente se está espiralando un desafío de escritura (risas). Estaba pensando que, cuando estás en una ciudad, no notás el paso del tiempo. Eso aparece en la primera parte de la novela. ¿Dónde se fue el verano? ¿Cómo contarlo? Esas cosas estaban allí y se empezaron a amalgamar.

*Por Elizabeth Inés Ferreyra  para La tinta / Imagen de portada: Pili Lascano Cowan.

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Palabras claves: Federico Falco, literatura

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