Los pueblos no se equivocan ni aciertan: optan
Por Sergio Tagle para La tinta
El triunfo en las elecciones presidenciales de Javier Milei, su contundencia, provocó emociones dispares entre quienes no lo votaron, la mayoría lóbregas. Hay argumentos que anticipan un futuro inmediato teñido de un oscuro pesimismo, que respetan los rigores del análisis político. En tanto tales, son atendibles y base de futuras resistencias. Otros, en particular militancias e intelectualidades orgánicas al progresismo, produjeron una asombrosa regresión del desarrollo alcanzado por la sociología y la antropología en sus estudios sobre lo popular y arribaron a una conclusión en extremo simple y perezosa: si no votaron a mi candidato, esto quiere decir que el pueblo se equivocó. De esta manera, omiten o -en el mejor de los casos- subordinan en su pensar a las sórdidas condiciones sociales de existencia que son hogar existencial de los votantes populares.
La degradación de las condiciones populares de vida, según demuestran economistas del campo popular-democrático respetuosos de la ciencia que estudiaron, comenzó con el agotamiento del primer progresismo argentino y latinoamericano. Lo afirma también Álvaro García Linera, quien agrega que después de la necesaria e imprescindible reparación de derechos y políticas de inclusión, los gobiernos latinoamericanos debieron profundizar sus rumbos con reformas de segunda generación como progresividad impositiva, entre muchas otras cuestiones. Su ausencia fue generando necesidades cuyos sujetos creyeron encontrar respuesta en alternativas neoliberales. Primero, Macri, que cumplió su misión: enriquecer a los ricos y empobrecer a trabajadores y pobres. Y ahora, Milei.
Cada vez que en una elección triunfaba un candidato/a kirchnerista/peronista, dirigentes y periodistas del macrismo explicaban esta opción ciudadana apelando a los lugares comunes más básicos del antiperonismo, que incluyen la manipulación de la voluntad popular a través de dádivas y “planes platita”, descalificados por la arrogancia de aquellos a quienes les sobra el dinero o, al menos, lo tienen para cenar esta noche. Para ellos, el pueblo carece de una conciencia con mínimos grados de autonomía.
Lo propio ocurre con franjas del activismo, como algún periodismo kirchnerista mainstream. En momentos de derrota electoral (este domingo y el domingo que consagró a Macri), muy lejos de las sólidas teorías sobre el populismo -como la de Ernesto Laclau que, es de suponer, conocen y manejan con solvencia-, limitan la complejidad social a dos pequeños cuadrados en blanco. Uno dice acertó y otro equivocó. “De dónde provienen las ideas correctas”, se preguntaba Mao Tse Tung, el más peronista de los marxistas, junto a Antonio Gramsci. Mao escribió que las ideas no caen del cielo, no son innatas de los cerebros. Sólo pueden provenir de la práctica social entendida como praxis. Esto es, la actividad humana que define a las personas individualmente -y como integrante de colectivos- tiene capacidad de producir realidad histórica. Mao dice que la primera etapa del proceso de conocimiento está en el movimiento que parte de la materia objetiva y se desplaza a la conciencia subjetiva; que se desliza de la existencia a las ideas.
No es necesario ser maoísta para saber o intuir estos aportes del líder de la Revolución China. Alcanza con Aristóteles, significado nacional y popularmente por Perón. Si la única verdad es la realidad, es tarea de una militancia teórica descifrar qué es la realidad y cómo nos aproximamos a una verdad siempre precaria, provisoria. Mao, así como el marxismo en general y también corrientes sociológicas y de la teoría política que absorben algunos de sus núcleos conceptuales, como en el método de Paulo Freire, nos dibujan las flechas del movimiento: desde abajo y hacia arriba; desde lo concreto a lo abstracto, entendiendo por “concreto” condiciones materiales de existencia, sí, pero mezcladas, amontonadas, enredadas con subjetividades, identidades políticas; con “materialidades” culturales y simbólicas.
Sin pretender acá ni siquiera sugerir “un método”, decimos que los clásicos citados y tantos otros/as del pensamiento crítico, el que impugna las raíces de la opresión, proponen empezar el examen de lo real, no en nuestra ideología, (mucho menos empezar y terminar en nuestra ideología), sino comenzar en el acontecimiento o sujeto social examinado. De esta manera, podremos afirmar que el pueblo no se equivoca ni es portador de una Verdad con mayúsculas. Las mayorías sociales votan según lo que les indica la víscera más sensible (otra vez, Perón), que, en tiempos de bienestar, es el bolsillo. Pero en tiempos de miseria generalizada, como los actuales, es el estómago.
No es portador de verdad porque no es prioridad ni objetivo de Javier Milei repartir panes entre los hambrientos y una mayoría social que incluye a los más pobres lo votó. Lo hizo como salida de emergencia de una situación opresiva y optó por quien promete tornar aún más irrespirable a su sobrevida. El pensar político requiere de calma. De tiempo.
La democracia que cumple 40 años, por su parte, no permite elegir, sino optar, siempre solo por dos alternativas: progresismo/centroizquierdismo y neoliberalismo. El primero calma sufrimientos sociales, lo cual no es poco. Pero no desmonta las bases económicas e institucionales del viejo bloque histórico hegemónico que -por lo tanto- vuelve como lo hizo, con furia, en los últimos comicios presidenciales.
El pueblo no se equivocó ni acertó. Dio “un manotazo de ahogado” para sacarse de encima lo que, según percibía, hacía imposible su sobrevida biológica. Si la praxis social transforma conciencias, columnas populares integradas por quienes votaron a uno y a otro ocuparán calles y espacios públicos; protagonizarán acciones de resistencia actualizando una memoria histórica que -en el pasado reciente- remite a la segunda mitad de los 90, al 2001; contra el 2×1 de Macri y cuando Macri empezó su “reformismo permanente” con las jubilaciones. De aquel gobierno, quedó pendiente continuar con la reforma laboral, del Estado y tributaria regresiva. Lo que hoy quiere Milei. Su padrino político no pudo. Se lo impidió una gigantesca movilización popular frente al Congreso.
Existe una latente conciencia popular que, si las fuerzas nacional-populares la acompañan o, aún más, la promueven, está dispuesta a enfrentar en combates callejeros a sus enemigos. Cuando lo hace, el pueblo tiene razón.
*Por Sergio Tagle para La tinta / Imagen de portada: Ana Medero para La tinta.