El último panic show de Milei: una noche en las entrañas de la bestia
Javier Milei cerró su campaña en Córdoba ante unas 15 mil almas y desató su rutina habitual: canto y discurso contra la casta, reducida ahora solo al kirchnerismo. En el escenario, lo acompañaban las caras visibles de La Libertad Avanza y Patricia Bullrich, invitada insospechada hasta hace unas semanas. La organización, sin miedo al ridículo, difundió que había 300 mil personas.
Por Gregorio Tatián para La tinta
Hace ya un rato largo que ninguno de los que estamos comprimidos acá, alrededor de la camioneta que traslada a los hermanos Milei entre la multitud, nos movemos de acuerdo a nuestra voluntad. La fuerza de la masa humana nos lleva para un lado y para otro. Hay transpiración, desmayos, desvanecimientos, peleas. De repente, a un par de metros, algo emerge de entre las cabezas: un cochecito de bebé se eleva sacudiéndose para todos lados. No puede tener un bebé adentro. Avanza hacia Javier Milei. Se bambolea. No puede tener un bebé adentro. El cochecito llega hasta Javier Milei. Ya no veo, no llego a ver si Javier Milei hace algo, pero el cochecito empieza a desandar su ruta. Llegó a destino, su objetivo se cumplió. No puede tener un bebé adentro.
El cochecito me queda de frente y lo veo: tiene un bebé adentro.
¿Qué le contarán de esta noche cuando crezca?
Son las dos y media de la tarde de un día caluroso de primavera. A metros de la entrada al estacionamiento del aeropuerto, un pibe joven se fuma un pucho con la caja de PedidosYa en la espalda. Ya parte de su cuerpo, la caja. Cerca de él, una señora con el uniforme de una empresa de limpieza configura el celular para filmar lo que ha venido a filmar. Un poco más allá, una familia entera sostiene carteles escritos a mano. ¿Qué tienen en común? Han venido a esperar al hombre que encarna su esperanza indignada. Tendrán sus razones para esa indignación.
Adentro, un centenar de personas espera que se abra la puerta del sector de arribos y aparezca Javier Milei. Cuando eso sucede, el que lo espera y se gana el primer abrazo del economista es Agustín Laje, un autodenominado intelectual de la ultraderecha más extrema que Córdoba le dio al continente americano.
Son necesarios varios guardaespaldas para que Milei Javier y su hermana Milei Karina circulen hasta el auto que los va a sacar del aeropuerto. Uno de ellos lleva una remera camuflada con el mapa de las Malvinas y un año: 1982. Y está acá, cuidando que a quien idolatra a Margaret Thatcher sus fans no se le tiren encima.
Sí, estos que han venido acá son fans: quieren tocar a Javier Milei, le tiran peluches de leoncitos, intentan un autógrafo. Una selfie, Javier, por favor, una selfie.
Se agolpan con tal devoción que empiezan a caer sobre las mesas del bar del aeropuerto cuando Milei pasa cerca de ahí. Mesas que tienen –tenían, a esta altura- algo servido. Un efectivo de la Policía de Seguridad Aeroportuaria trata de salvar las tazas y los platitos. Algo de café cae en uno de los sillones. Toda la escena tiene algo de pequeño caos. Es una muestra de lo que pasará esta tarde.
Si no sos de Córdoba, tenés que saber algo: el acto de cierre de campaña de Javier Milei se hace a una cuadra de la Casa Radical y a una cuadra del monumento que recuerda a Agustín Tosco, nombre mayor del sindicalismo cordobés –y argentino- y una de las caras del Cordobazo. Desde ese lugar, ya se divisa el escenario que está montado sobre la avenida Yrigoyen y ya desde ahí empieza la venta de banderas, llaveritos y peluches.
Por 1.500 pesos, te llevás una bandera chiquita de Milei. 3.000 la grande. Por 5.000, un peluche de Pochita, un personaje del animé Chainsaw Man que tiene una motosierra en la cabeza.
Si alguien esperaba ver acá un rejunte de rappis, cosplayers y freaks de distinta laya, que se desengañe rapidito. Acá hay un acto político y hay público en cantidad y de todas las edades y extracciones sociales. Señoras bienudas que acaban de bajar de sus 4×4, estudiantes universitarios de otras provincias han salido de sus departamentos, laburantes con sus familias, personas que te pueden contar en primera persona cómo es vivir en una villa. Mileísmo transversal y homogéneo. Javier Milei, sea lo que sea, ha reunido pueblo.
¿Y qué dice este pueblo que vino hoy a soportar el calor para ver a su líder de pelo revuelto?
Veamos:
Augusto vino con un amigo y, entre los dos, llevan una bandera grande con la que la gente se saca fotos: «Bienvenido Javier a la República de Córdoba». «Hoy el pueblo nacional y popular está con la libertad, con las ideas de un cambio de paradigma, quiere que el Estado le saque el pie de encima», dice. Sí, ha enunciado la unidad conceptual «pueblo nacional y popular». Y no por casualidad. De hecho, asegura que ese pueblo «en vez de querer que el Estado esté presente, quiere más libertad». Sonríe mucho, parece feliz. En su brazo tiene una calcomanía con la siguiente consigna: «Vamos a sepultar al kirchnerismo».
Fabián es un hombre fornido de más de 60 años que tiene una remera de Malvinas. Es de los pibes que fueron llevados al sur en 1982, pero nunca embarcaron a las islas y hoy reclaman ser reconocidos como veteranos. «Lo que dijo Milei sobre Thatcher es sobre la política que ella usó, no es algo personalizado», asegura. Habla firme y seguro. No dice que en la década del 70 hubo una guerra, pero sostiene que «nosotros hubiéramos sido lo que tuvo Perú con las FARC (sic)». «Durante el Cordobazo y después no podías salir a la calle que te mataban. No eran solo los milicos los que mataban», agrega. Entonces, hay algo que explicar. O alguien: Patricia Bullrich, ahora parte de esto que hoy ha venido a ver. Lo resume así: «Fue en su momento una guerrillera, es cierto. En este momento, lamentablemente, es la única que puede poner justicia».
Tomi es de barrio Ituzaingó y está caracterizado como Javier Milei con traje. No está disfrazado, aclara: es cosplayer. No es lo mismo. Está a gusto con la sociedad con el PRO: «La alianza fue para derrotar al kirchnerismo y al massismo asqueroso. Me pareció genial». Ok, pero entonces, ¿Macri y Bullrich no son casta? «Eso lo veremos después, todo político es casta».
Por ahí cerca anda Noelia, una emprendedora que no cobra ningún plan -así dice ella cuando le preguntan a qué se dedica- y vive en Villa Angelelli, suburbio del suburbio del suburbio del sur de esta ciudad. Lleva un cartel con el que celebra al “Bukele argentino” porque “tiene la decisión de tener sus propias reglas, no dejarse manejar por la mafia y manejar la cárcel”.
Federico tiene una gorra roja que imita las que usa Trump y reza “Make America great again”. Se ilusiona con la “revolución” de los países de occidente, como la de Trump en Estados Unidos, la de Meloni en Italia, la de Vox en España, la de Bolsonaro en Brasil y la -eventual- de Milei en Argentina. Cuando se le pregunta si piensa que puede haber fraude el domingo, un dedo índice le toca el hombro y le hace señas de que no. La pregunta disparó alguna alarma. A pesar de no tener identificaciones de ninguna ‘orga’, otro de los de su grupo hace de comisario político y le señala la respuesta con gesto marcial y poco sutil. Federico obedece: “No, no, de ninguna manera, no veo posibilidades de que eso suceda”. “Somos gente democrática, sobre todo democrática. No va a pasar nada, aceptamos la democracia, somos gente democrática”, interrumpe el comisario político y se pierde de nuevo en el grupo sin dar lugar a repreguntas.
Florencia es otra emprendedora popular que tiene una bandera de alta efectividad, que enuncia sus pretensiones sin vueltas: “Quiero tener el derecho de trabajar para progresar y no para sobrevivir”. Cuenta que también le gusta la propuesta de Milei de los vouchers para la educación. “Al principio no la entendía y después busqué información. Vi un video de Instagram de un chico que lo explicaba”. ¿Y dónde funcionó? “En Suiza se aplicó y funcionó bastante bien”.
Matías viajó a dedo de Sunchales a Rosario para ir al acto de Milei en esa ciudad. Después siguió a dedo hasta Villa María y ahí tomó un colectivo a Córdoba. Un tour completo basado en su más íntima convicción: que el dinero no pase por el Estado, especialmente en salud y educación. Luego, no logrará explicar si le dejaría al Estado alguna función mínima o si quiere que directamente desaparezca. Lo que sí sabe es que no quiere que el Estado administre recursos.
Fernando resalta entre la multitud. Tiene una máscara de motosierra que le envuelve toda la cabeza y que lo hace parecer un unicornio mecánico con la falsa parte cortante saliéndole de la frente, además de unos feroces dientes carnívoros abajo. En las manos también tiene sierras dentadas como si fuera el joven manos de motosierra. Le ha dedicado varias horas de su vida a construir esta imagen de ferocidad, de rabia contenida.
—La libertad, carajo, la libertad. Vamos a cortar todo -el tono rabioso va a tono con su imagen-.
—¿Qué van a cortar?
—Todo lo que es el Banco Central. Se acaban los garcas. Los garcas se acaban.
—¿Los garcas están en el Banco Central?
—Sí -acá el tono cambia, se retrae, se intimida-.
—¿Por qué?
—Me da mucha vergüenza, disculpá. Me da mucha vergüenza.
Dice eso y vuelve a su mutismo de motosierra entre el cartón y la goma espuma. Le puso la vida a su disfraz, pero se le derrumba frente a la más sencilla de las preguntas. Qué derrota para su rentabilidad esa ecuación. Pobre.
Ser musicalizador de este evento es un problema. No hay una línea definida y muchas canciones están vinculadas a otros colores políticos. Suenan Guasones, Tan Biónica -licencia permitida por la actual sociedad política con el PRO-, Callejeros. Ok, hay una línea: rock nacional.
La convocatoria era a las 19 y ya estamos pasados media hora. La cosa se estira y algunos optan por la retirada anticipada. “Esto es un quilombo, me voy”, refunfuña. Tomi y sus amigos cosplayers no aguantan el calor, ataviados como están, y denuncian a los gritos un supuesto desmayo inminente para salir rápido del bloque humano en el que estamos.
En los edificios que miran a la Hipólito Irigoyen, se multiplican en balcones las banderas amarillas con el nombre de Milei y banderas argentinas. Una de ellas dice “Massa con la casta, Milei con el pueblo”. Está en el balcón de uno de los pisos más lujosos de una de las principales avenidas de la ciudad. Un piso así roza los 400 mil dólares en los sitios que venden propiedades, con un precio que está por encima de los 2.300 dólares por metro cuadrado. ¿Cuánto medirá la bandera que dice lo que dice la que cuelga de ese balcón?
Entonces, llega el momento que todos los que estamos acá vinimos a ver. “Panic show” de La Renga enciende a la gente. La puesta en escena no puede ser más literal: por el medio de la Hipólito Yrigoyen, Javier Milei, el candidato, y su hermana Karina, el jefe -así la llama él mismo-, entran montados en la caja de una camioneta con dirección al escenario pasando entre los fans (¿o acá ya debería decir militantes?). Muy a su pesar y sin poder evitarlo, Chizzo de La Renga canta: “Rugió la bestia en medio de la avenida”. Milei por la Irigoyen. Ruge la bestia en medio de la avenida.
Javier Milei es el de siempre: la misma campera deportiva abajo y la misma campera de cuero arriba que usó durante los últimos días y que van a contramano de la temperatura. Un outfit imposible para el calor que hace acá y que ha expulsado a algunos de sus más fervientes admiradores.
La camioneta atraviesa el público y pasa frente a gente que vocifera alaridos, llora, se empuja, lo quiere tocar. El cerebro de Javier le ordena a la cara una sonrisa. La cara dice que no, por favor que no. Y la sonrisa sale así, con esa falta de naturalidad. Milei agita los brazos.
La camioneta frena y los Milei bajan a la calle. Ahora el caos es total, celulares caen al piso o a la mano rápida de algún experto en sacar ventaja de las muchedumbres.
Después de un rato largo, Javier Milei llega y sube al escenario. Pico de éxtasis de esta multitud, desorganizada salvo por algunas excepciones: los Pumas Libertarios de Adelia María, la agrupación de la diputada electa María Celeste Ponce; el Partido Demócrata de Rodolfo Eiben; el MID, de la también diputada electa María Cecilia Ibáñez; y una rareza, la OCM, Organización para la Clase Media.
El discurso arranca como siempre. “Panic Show” cantada a capella por la voz aguardentosa del líder y repetición del mantra “Viva la libertad, carajo” que tiene el eco obediente de “¡Viva!” del público.
El primer mensaje fue para Córdoba, para tratar de zanjar un debate que introdujo Sergio Massa. “El fullero quiso decirles a los cordobeses que yo siento desprecio por Córdoba. ¿De qué me está hablando si el mejor regalo que me dio la vida me lo dio Córdoba? Avísenle al panqueque que Conan es cordobés”, bramó Milei.
“Massa, basura, vos sos la dictadura”, cantan aquí los que el domingo van a meter en un sobre la misma boleta que el Tigre Acosta. Disculpas, tú que lees, por la obviedad. Pero es un dato: acá no parece importarle mucho a nadie qué va a votar ese hombre, condenado por privaciones ilegales de la libertad, torturas, homicidios, apropiaciones y abusos sexuales cometidos en el lugar donde el proyecto político que aquí han venido a apoyar quiere hacer un alegre parque.
Milei arranca las presentaciones y el público regala su termómetro de silbidos/aplausos. Martín Menem, sobrino del expresidente, demuestra que el públicó no olvidó los 90 del todo y se lleva algunos silbidos; aplausos para Agustín Laje, Diana Mondino, Carolina Píparo, Ramiro Marra, María Celeste Ponce, Romina Diez; y un rugido cuando el orador nombra a Victoria Villarruel. Vicky representa. A veces, las definiciones ideológicas se revelan por gestos.
“Para lograr el objetivo de dar vuelta el resultado de las urnas y ganar el ballotage, tengo para presentarles a una querida oradora, a una invitada de lujo: la señora Patricia Bullrich”, grita Milei. Mientras la nombrada sube al escenario, Milei agita. Teme que su nueva socia incomode. Pero no: el público aplaude y surge el “Patriciaaa, Patriciaaa”.
Mientras Bullrich arranca a hablar, una metáfora sucede: un grupo de hombres boxea a un chico en cuero, al que acusan de intentar robar algo. El griterío es impreciso, pero más hombres se suman a golpearlo. Le desfiguran la cara, pero el chico se defiende, guapo. La golpiza dura como un minuto hasta que el golpeado desaparece entre la multitud.
—¿Cómo le van a pegar así? -comenta un adolescente que no pasa los 15-.
—Parece que andaba robando -le contesta su amiga-.
—Ah, que lo maten entonces.
¿Importa lo que está diciendo Bullrich?
El equipo de prensa de La Libertad Avanza difunde que hay 300 mil personas. La cifra no pasó por el tamiz del mínimo pudor ni tuvo los frenos del miedo al ridículo. Pero la convocatoria es digna: acá hay unas 15 o 20 mil personas esperanzadas de recibir el empujón final antes del domingo electoral.
Milei toca las canciones que acá ya todos nos sabemos. Que la inflación, que la libertad, que los fiscales cuiden los votos y que ojo con el fraude.
“El miedo paraliza y, si el miedo paraliza, gana la maldita casta política”. La frase truena en la voz de Milei. A su lado, Patricia Bullrich, impertérrita, mastica sus 50 años en la política. Al frente de los dos, los carteles rezan: “Libertad o kirchnerismo”.
Al final, su discurso disruptivo se diluye en la lava de la vieja dicotomía argentina: peronismo vs. antiperonismo. El arrebato liberal se vuelve mainstream. Ahora tiene olor a casta. Bienvenidos al statu quo.
*Por Gregorio Tatián para La tinta / Imagen de portada: Ezequiel Luque para La tinta.