Hacer la democracia: políticas de la humildad
40 años de democracia después, el candidato a presidente Javier Milei expresó en uno de sus tantos pasos por la televisión que no cree en la democracia y, en otra entrevista, manifestó su preferencia de que “estalle la economía, que estalle todo”. Después de las elecciones pasadas, la candidata Patricia Bullrich, quien quedó afuera de la carrera hacia el sillón de Rivadavia y que había advertido los peligros de los dichos del candidato de la Libertad Avanza, luego de darle su apoyo, ha dicho -también en televisión- que el próximo 19 estalla todo, pero mejor si pasa antes. No hay vocaciones de cambio, como fueron los lemas lavados de las anteriores campañas, lo que hay ahora es el deseo de romper, de destrucción del otro y de hacer estallar la democracia y el país.
Por Camila Vázquez para La tinta
Una psicoanalista chilena que me gusta mucho, Constanza Michelson, autora del libro Hacer la noche y productora del podcast El oficio de vivir, se refiere, a menudo, a la democracia como se refiere al amor. Podemos seguir pensando, incluso bajo cláusulas y contratos progres, que amor y democracia son estados ideales, perfectos, sin suturas, que “cuando no funcionan”, se pueden romper. Ya sabemos que el amor no sirve para nada y esa es su potencia. No sirve en términos utilitarios, si no, ¿cómo es que pasamos tantos duelos, tantas desilusiones?
Se puede vivir en el gesto patriarcal de creerse fundadores de lo nuevo (pero reproducir modelos económicos y opresivos que nacieron en la dictadura). A mí me parece, en cambio, que el amor empieza cuando queremos con y a pesar de los agujeros propios y del otrx, claro que no a cualquier costo. Tener una visión de extrema idealización del amor como de la política (sea porque sos tan limpix moralmente que no votás a nadie por fuera de tu partido como porque creas, cruel e inocentemente, en los discursos explosivos de la derecha) es ignorante y violento a la vez.
La democracia falla. Mirá si fallará que un candidato es capaz de negar el genocidio de la dictadura en plena TV pública, su candidata a vicepresidenta fogonea a los torturadores, uno de ellos mismos los apoya desde la cárcel; agitan corridas cambiarias y alientan los mismos artífices del 2001 al caos social con enunciados como “que explote todo”. Ningún candidato que esté a favor de la democracia alienta a la desaparición de un partido político ni a la destrucción del medio ambiente, ni a la anulación de derechos fundamentales.
La democracia falla, pero es la única forma política que no aniquila al otro. Creo que lo más revolucionario que podemos hacer en estos días es ser modestos y humildes, descreer de los discursos rimbombantes que dicen tener la píldora para modificarlo todo. Creo que lo más revolucionario es sostener lo pequeño, lo fallado. Hacer algo para que se sienta mejor.
Justamente porque nuestras instituciones, las que sostienen a la democracia, peligran (esas escuelas que se caen a pedazos, esos hospitales con médicos colapsados, estxs docentes sometidxs a la tecnocracia) es que tenemos que cuidarlas. No es haciéndolas desaparecer. Los que desaparecen son otros: los genocidas. No es con menos Estado que la cuidamos: es con más Estado. Cuidar está en las antípodas del gesto pijudo (lo quiero decir así) de destruir a base de motosierra. Cuidar es una tarea silenciosa y marginal. Cuidar es todo apertura a lo falible, a lo que es frágil y puede romperse. No demos por sentado el amor. No demos por sentada la democracia. Cuidémosla.
*Por Camila Vázquez para La tinta / Imagen de portada: Soledad Sgarella.