Conservadores de la rebeldía

Conservadores de la rebeldía
6 octubre, 2023 por Gonzalo Assusa

La sociedad también tiene sus leyes y su gravedad, su orden cósmico y sus átomos, sus fuerzas y resistencias. ¿La rebeldía es siempre buena? ¿El conservadurismo es propio de la vejez? ¿Qué nace en los claroscuros, cuando lo viejo no termina de soltar y lo nuevo no se quiere independizar para seguir comiendo gratis los domingos en la casa de papimami? Pes-ta-ñeaste. #Datitos sociológicos para todas y todos, como si se los explicara a mi abuelo.

Una vez más, la realidad supera a la ficción escrita por Alex de la Iglesia. Asistimos a una especie de batalla final de Acción mutante. Se dice que la UCR dicta talleres para que no les digan más “viejos meados”. El -antiguo- Ramiro Marra se viralizó recomendando a los jóvenes que no se independicen, que la vivan, que vayan los domingos a comerles la comida y sacar beneficios financieros de los padres, y que le pidan préstamos a la abuelita y se lo devuelvan en el plazo más largo posible.

El gran emergente del contexto electoral actual es el cruce de coordenadas entre juventudes, derechas antisistema y la apropiación para sí de un viejo símbolo de la izquierda. La rebeldía, como supo decir Pablo Stefanoni, se volvió de derecha. Libertarios exigen que, de una vez por todas, lo viejo termine de morir, para que lo nuevo no tarde en aparecer. Acostumbrados a la pulsión plagiadora del líder, hacen elipsis en la parte más importante de la cita de Gramsci: ¿quiénes son los monstruos que surgen en ese claroscuro?

Una especie de sociología evolutiva de sentido común naturalizó que las juventudes fueran hormonalmente rebeldes. Con cierto paternalismo, adultocentrismo y condescendencia, llegó a considerarse que esta irreverencia etaria cumplía incluso una función fundamental para el progreso de cualquier sociedad: empujando al cambio, la transformación y la innovación. Algo de eso hay en el reclamo libertario actual, que convence a base de fuerza más que de argumento: “Nosotros somos la rebeldía”, el dinamismo, por lo menos algo nuevo; “ustedes ya fracasaron”, envejecieron, quedaron obsoletos y deben retirarse o extinguirse.  

La onda de onda me parece muy mala onda

Como dice Homero, en esa época, no nos importaba lo que pensara nadie. No es que los viejos siempre hayan sido conservadores, sino que, como explica Abraham Simpson: “Yo sí estoy en onda, pero luego cambiaron la onda. Ahora la onda que traigo no es onda y la onda de onda me parece muy mala onda. Y te va a pasar a ti”. 

La rueda del tiempo gira sin piedad. Remi Lenoir relata que, con la invención del fuelle, la frase “no es soplar y hacer botellas” entró en obsolescencia, igual que la técnica que habían desarrollado durante años los maestros vidrieros y que les daba con sus aprendices una autoridad equivalente a la de Po sobre Kwai Chang Caine. Un instrumento para recoger aire por una válvula y lanzarlo por un cañón con una dirección determinada transformó para siempre la relación entre generaciones de fabricantes de botellas. Se extinguieron los maestros y los aprendices (adiós a los jedi), aparecieron los propietarios de los fuelles y los asalariados, pero ese vínculo ya no era el mismo. ¿Qué imaginan que hicieron los maestros vidrieros ante esa amenazante invención? 


Hay algo intrínsecamente atractivo en el ludismo tipo Terminator. Llega algo nuevo y te complica la vida, ¿qué hacés? Rompés la máquina que te quita el trabajo (por lo menos, le echaban la culpa a la tecnología y no a inmigrantes). Destruís la IA que te reemplazará y te dominará en el futuro. Pero no hay que olvidar una lección básica de la saga: los seres humanos no son los únicos que tiene capacidad de levantamiento. Las máquinas también se pueden rebelar. 


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Rebeldes eran los conservadores

Desde James Dean para acá, se ataron, cual asociación condicionada, las ideas de rebeldía a la condición juvenil, a la novedad, incluso hasta a lo revolucionario. La rebeldía juvenil se adivina en un continuo de madurez que, con los años, asienta la racionalidad, pero, sobre todo, la razonabilidad, poniendo las cosas en perspectiva y los pies sobre la tierra. La nostalgia y el tradicionalismo llegan indefectiblemente con la vejez, a tiro de la quietud y la muerte, aferrada a conservar la poca vida que queda. 

De hecho, Remi Lenoir recuerda, también, que la creación de la idea misma de “adolescencia” tuvo funcionalidad conservadora (de la vida de los adultos): “Ante la presión ejercida por los jóvenes (los parricidios no eran poco frecuentes en la época), los padres daban muestras de una gran tolerancia en lo referente a la sexualidad, con el objeto de no ceder en lo fundamental: la preservación y la conservación del poder sobre la gestión del patrimonio familiar hasta su muerte”.

Durante la votación del Brexit en 2016, hubo bastante consenso juvenil en culpar al voto añoso por el triunfo de la iniciativa que arrancó Gran Bretaña de una Unión Europea que pesaba más de lo que integraba. En ese momento, sin embargo, la rebeldía estaba en irse, no en quedarse. Las juventudes conservadoras del estatuto europeo de la isla se quejaban de los viejos innovadores separatistas. ¿Cómo funciona en realidad?

Hasta la llegada de E. P. Thompson, le llamaron motines del hambre. Un diciembre cualquiera para Argentina. Un razonamiento muy básico sobre una serie de levantamientos populares durante el siglo XVIII en Inglaterra: subía el precio de los granos y, consecuentemente, el del pan, principal componente de la dieta campesina inglesa de la época. ¿Qué hace la gente cuando tiene hambre? Lógicamente: protesta y saquea. A eso le llamó Thompson la visión espasmódica sobre la historia: “Estas irrupciones son compulsivas, más que autoconscientes o autoactivadas; son simples respuestas a estímulos económicos. Es suficiente mencionar una mala cosecha o una disminución en el comercio para que todas las exigencias de una explicación histórica queden satisfechas”. En pocas palabras: en la historia oficial de la época, los campesinos aparecían menos como sujetos políticos que como perros pavlovianos. 

Thompson sabía que la explicación era, en parte, perezosa. ¿Qué hace la gente cuando tiene hambre? A veces (la historia lo muestra), simplemente nada. Hay evidencia de pueblos que, literalmente, mueren de hambre. ¿Por qué la historia necesitó poner la fuente causal de los motines de las multitudes campesinas en el estómago de esas personas? En “La economía moral de la multitud” de 1971, Thompson encontró que no se trataba simplemente de asaltos o robos. Las multitudes expropiaban a los molineros acopiadores que especulaban para generar escasez y aumento de los precios. ¿Se imagina, lector, lectora, algo semejante? Es un ejercicio intelectual desafiante para la ciudadanía argentina, pero denme con el gusto: imaginen que es posible que alguien fuese capaz de tirar leche en la ruta con tal de no venderla a un mal precio. Pero todavía más. Inténtenlo con todas sus fuerzas: imaginen que multitudes protestan contra eso, movidos por algo más que el sonido de su panza vacía. 

Las insurrecciones de esta época, sostuvo Thompson, exhibían una asombrosa disciplina y un estricto modelo de conducta. Las multitudes les quitaban el grano a los molineros, pero también les dejaban el dinero correspondiente al precio que consideraban adecuado (más bajo que el de mercado) y muchas veces llevaban por la fuerza al molinero para volverlo objeto del escarnio público en la plaza del mercado. ¿Para qué hacer todo eso sólo por la compulsión del hambre? En el fondo, los motines de subsistencia constituían acciones políticas con todas las letras: protestaban contra una forma de comercio que consideraban injusta, ilegítima, dañina para el bien común. “Los paternalistas y los pobres continuaron lamentándose del desarrollo de estas prácticas de mercado que nosotros, en visión retrospectiva, tendemos a aceptar como inevitables y naturales. Pero lo que puede parecer ahora como inevitable, no era necesariamente, en el siglo XVIII, materia aprobable”. 

Lo nuevo era la economía liberal, la desmoralización del comercio, el imperio del mercado y sus manos mágicas. Lo viejo era una economía todavía atada a consideraciones morales, al estilo de “con la comida no se puede especular”. La rebeldía de las multitudes populares de la época fue, paradójicamente, conservadora: se fundó en una historia de costumbres y derechos para rebelarse contra lo nuevo, la economía política capitalista y la mercantilización de toda la vida, sin refugio para lo legítimo, para lo moral, para los límites, para lo razonable. 

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Rebelate, no soltés

Soltá, me decían de chiquito cuando me querían quitar algo. Soltá, manda la moral de la hipermodernidad líquida. Soltá que hay que moverse y uno no puede moverse agarrado. Una ética post-darwiniana: adaptarse es de mediocre. Detenerse es la muerte, es ponerse viejo, es que tu onda ya no esté de onda. Es que te pase a vos. 


Salí de tu zona de confort, porque la nueva religión laica es igual de sufriente y promesante que la medieval, sólo que más acelerada (con lo mucho que nos costó conseguir este poquito, ¡alguien por dios puede pensar en el confort!). Los profetas de nuestro tiempo nos fueron avisando de a poquito: acostúmbrense a la incertidumbre y aprendan a disfrutarla. 


“La resistencia puede ser alienante y la sumisión puede ser liberadora. Tal es la paradoja”, alega Bourdieu. La primera impresión es que la rebelión es sexy, pero, ¿contra qué? Si decimos rebeldes, pensamos en el bando jedi de Star Wars. Pero, ¿no fue rebelión lo de los Sith lords contra la República intergaláctica? ¿Siempre la rebelión es progreso? ¿Lo nuevo avanza? ¿No importa si es contra el imperio o contra la república? Como decía O’Donnell, mandar a la mierda la jerarquía no es resolverla ni superarla. A veces, mandando todo a la mierda también se manda a la mierda la democracia.  El momento llegó, la rebelión de las máquinas empezó. Taladra el piso de derechos como las excavadoras de Matrix, incinera la costumbre de los refugios, arrasa con los límites de “hasta acá” y “con esto no”. ¿En qué vereda te encontró? No tengamos pudor. La vida también se conserva. Y recordá que la rebeldía de los motines de subsistencia fue conservadora. No soltó el pasado, se aferró a los derechos históricos. La novedad está sobrevalorada. Como en los terremotos, en la vida, hay que poder agarrarse de algo.

*Por Gonzalo Assusa para La tinta / Collage de portada: Eze Luque.

Palabras claves: conservadores, elecciones presidenciales, juventud, sociología

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