Soriano, Arroyo, Wainfeld: los buenos mueren
En unos años 90 más cercanos de lo que el calendario indica, una dupla de hermanos vino a revolucionar el punk rock argento. Líderes de Attaque 77, los porteños Pertussi ganaron rápida fama de la mano de letras callejeras, historias barriales y un empujoncito del mainstream mediático rockero de época, léase el conglomerado Rock&Pop y sus sucedáneos. Quince años después de su fulgurante aparición, y cinco antes de que el frontman dejara la banda, el tema “Western” fue hit, a caballo de una letra dedicada al malogrado René Favaloro que machacaba con una verdad irrefutable: los buenos mueren.
Algo de esa máxima resuena en estos días de vértigo, donde han partido tres de esos imprescindibles. Sin pretensiones de jerarquización, apenas por orden de (des)aparición, pegó fuerte primero la muerte del gran Pepe Soriano, intelectual de fuste recordado por personificar al alemán Schultz en La Patagonia Rebelde, premiado aquí y en Europa, maestro de actores. Su partida a días de cumplir 94 años fue motivo para recordar una extensa y fructífera obra en teatro, cine y televisión, y un compromiso con su tiempo y la cultura que lo llevó, entre otros roles, a presidir la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes (SAGAI).
Una semanita más tarde, impacto por partida doble, en Córdoba y el país. Abandonó esta tierra, pero deja un ejemplo de lucha y coherencia el abogado Rubén Arroyo, militante de derechos humanos, exmiembro de la CONADEP Córdoba. Laboralista vinculado al sindicalismo combativo de los 60 y 70, comprometido hasta sus últimos días con la lucha por la plena vigencia de los DD. HH. (colaborando incluso con la familia de Blas Correas, asesinado por la violencia institucional), Arroyo tuvo puntos altos en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos Córdoba y en la denuncia valiente y sin cortapisas del terrorismo estatal.
El organismo de derechos humanos local recordó en un comunicado que “hace casi una década, en 2014, Rubén Arroyo dio impulso a la reorganización de esta APDH Córdoba, que hoy lo despide con dolor, pero con el orgullo de haber compartido el camino por Memoria, Verdad y Justicia, y para que Nunca Más el autoritarismo y el terrorismo de Estado imperen en nuestro país”.
Apenitas horas después del final de la larga batalla de Arroyo contra un destino inexorable, otra noticia conmovió el campo popular. Ahora era Mario Wainfeld el que partía, abogado, político, periodista activo, también del palo laboralista, siempre del lado de los más jodidos del sistema. Analista de fuste, promotor de políticas públicas de avanzada, aun antes de que el Estado las implementara (la AUH, por ejemplo), Wainfeld murió a los 74 años con todavía mucho por dar. Autodefinido como “ateo en la religión de los sondeos”, en su última nota en Página/12, alertaba sobre el escenario electoral de cara a octubre, señalaba los peligros del fenómeno Milei, reforzaba qué falso es eso de que peor no se puede estar.
“En el reino del revés a la Argentina faltan dosis de introspección positiva que valore a su sociedad, a su gente, a un Estado imperfecto, pero no inexistente, a la tolerancia entre colectividades de distintos credos religiosos, a la impronta del ius soli y a la incorporación de sucesivas corrientes migratorias por mentar ejemplos random. Un inventario prospectivo, comparando con distintas etapas históricas y con distintas realidades de países vecinos y hermanos”, escribió, para rematar con su clásico “la seguimos mañana”.
Por obvias razones, no será posible. Tampoco que el nonagenario Soriano siga jodiendo con la importancia que en un país tiene la cultura o que Arroyo continúe denunciando el terrorismo de Estado. Quedan sus trayectorias, sus legados y un vacío grande, sólo rellenable con más lucha por los derechos humanos.
Un camino necesario, una tarea indispensable para que, desde el 10 de diciembre, el país no se convierta en un western malo, lleno de motosierras, muerte y balazos.
*Por Adrián Camerano para La tinta.