Diálogos feministas desde Córdoba: Lidia Zurbriggen

Diálogos feministas desde Córdoba: Lidia Zurbriggen

¿Hacia dónde vamos? ¿Qué debería hacer el movimiento feminista? ¿Cuáles son los desafíos hoy? Sin respuestas claras, entre la preocupación y la inquietud, conversamos con compañeras que hace décadas luchan por los sueños colectivos. Esta vez, entrevistamos a Lidia Zurbriggen, activista feminista, jubilada docente y socorrista cordobesa. Una vida de activismo, el feminismo hoy, la calle como escenario de disputa y la trinchera de los afectos.

Por Nadya Scherbovsky y Anabella Antonelli para La tinta

Lidia entra con una sonrisa. Es jueves, son las 15 horas de un agosto que recién comienza, pero que ya nos muestra sus garras. «Tengo 60 años, soy una chica grande -dice riendo-. Pero sigo muy activa, el activismo feminista me atraviesa casi todo el tiempo y me genera mucha energía, mucha pasión». Se jubiló como trabajadora de la educación, siempre en escuela pública, tiene dos hijos «re bonitos que ya están grandes» y convive con su compañero en un barrio de la ciudad de Córdoba.

Las tres nos lanzamos a la charla con la preocupación del resultado de las PASO y de un escenario sumamente amenazante para la defensa de los derechos humanos, la organización social y los feminismos. «Me genera mucha impotencia, mucho enojo y dolor, por supuesto. Yo creo que hay que salir a manifestarse, porque de alguna manera hay que pararlos y, aunque no solamente, la lucha callejera es muy importante», dice Lidia y señala la victoria en capital de la Lista Unidad en las Escuelas en las elecciones de UEPC (Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba), fruto de años de organización, manifestaciones y apertura a la unidad. «También la organización del pueblo jujeño ha potenciado muchos debates para repensar cómo seguimos como pueblo organizado para enfrentar las injusticias y la represión. Los sectores de poder están envalentonados», afirma.

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Imagen: Cobertura Colaborativa 8A

—Sos una referencia ineludible del feminismo cordobés, ¿cómo se despertó tu interés por el feminismo y quiénes fueron parte de esos primeros pasos?

—Estuve organizada en un partido político trotskista alrededor de 10 años, desde el 88. Estaba convencida y no reniego de esa etapa de mi vida porque aprendí mucho. Pero en un momento empecé a ver determinadas injusticias que estaban naturalizadas. Si había algún congreso partidario, generalmente iban los varones; si viajaba una compañera, iba con el niño pequeño, pero si viajaba el compañero, viajaba solo; dos compañeras peleaban para que los padres de sus hijos, también del partido, pasen la cuota alimentaria y una de ellas, que no vivía en Córdoba, tenía que venir a la ciudad para que el padre vea a su hija. A finales de los 90, empezamos a hablar entre varias compañeras de todo esto y cae en mis manos un libro, me lo presta una compañera enfermera, que se llama Mujer, psicoanálisis y marxismo, de Marie Langer. Era sobre el trabajo invisible, las tareas de cuidado y de reproducción. Me abrió un montón, empecé a comprender y me veía reflejada, porque más allá de que mi compañero siempre se ocupó de nuestros hijos y de las tareas, la responsabilidad la tenía yo. Recuerdo estar en una formación docente y pensar: «Tengo que comprar los pañales», «hay oferta en el Disco».

Esa mochila que tenemos hace miles de años. Cuando tuve que trabajar doble turno, tenía culpa porque estaba poco tiempo con los chicos, entonces me quedaba hasta la noche muy tarde preparando cosas ricas para que tengan al otro día y no sientan esa ausencia. A partir de esa lectura, empezó a hacerme mucho ruido la organización y mi vida. Después llega, de parte de mi hermana Ruth, el libro La Verdad Obrera de Flora Tristán, donde habla de la doble opresión que sufrimos. Eso que nos estaba pasando, las lecturas y conversarlo me acercaron al feminismo. Luego, en el año 2000, me invitan a una reunión en la Biblioteca Popular Juana Manuela Gorriti para organizar un encuentro feminista en Río Ceballos, movilizadas por el Encuentro Feminista Latinoamericano que se había hecho en República Dominicana. La intención era dinamizar más el movimiento de mujeres de acá. Entonces, conocí a Marta Sagadín de la Biblioteca, a Valentina Macchietto, que estaba en la Secretaría de derechos humanos del gremio docente. Creo que llegué ahí porque Idilia Palacín me invitó, otra compañera maestra muy querida y de la que aprendimos mucho. Cuando fue la revolución nicaragüense, ella era médica y nutricionista, estuvo ayudando y acompañando ese proceso, y nos contaba de las asambleas de las compañeras que estaban en el ejército y cómo se tenían que enfrentar a los comandantes.

Así empecé, y vos empezás y no parás. En paralelo, me organicé en las Mufas: Mujeres Feministas Anticapitalistas, que después fuimos las Histéricas, las Mufas y las Otras. Empecé a participar de los entonces Encuentros Nacionales de Mujeres en el año 2000 y no me he perdido ninguno. Valentina me dijo: «Es un viaje de ida», y lo fue. La organización que se da ahí y cómo nos autogestionamos para participar es una muestra de todo lo que podemos hacer.

Así empecé a definirme como feminista.

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Imagen: Eloísa Molina para La tinta

—Por esos años, estuviste además en una agrupación feminista docente.

—Sí, Valentina nos propone empezar a juntarnos en el sindicato para ver qué podíamos hacer como docentes feministas y del movimiento de mujeres. Planteábamos fundamentalmente que necesitábamos educación sexual integral en las escuelas, antes de tener la ley (26.150). Nos llamábamos Mujeres y Derechos Humanos en UEPC, no de UEPC, porque éramos activistas de sectores opositores a la conducción. Los martes, después de trabajar muchas horas, nos encontrábamos en la delegación capital, fue entre el 2000 y el 2013. Hicimos talleres sobre relaciones de poder, estereotipos de género, prevención de violencia machista en el noviazgo, prevención del abuso sexual infantil. También hablábamos de nuestra sexualidad, porque si queríamos educación sexual en la escuela, teníamos que partir de nosotras. Desde el 2014, nos empezamos a llamar Mujeres, Educación y Géneros.

—¿Cómo ves los cambios con relación al activismo de la militancia y de la organización feminista hoy?

—La masividad del feminismo en el Ni Una Menos fue conmovedora, el desborde callejero que siguió, hasta la pandemia lamentablemente, nos deslumbraba. Aunque hubo 8 de marzo que fueron muy importantes y tomábamos las calles en los Encuentros, esas marchas que son la fiesta del encuentro, me parece que fue una manera de decir: «Basta, acá estamos nosotras, vamos a pelear por lo que necesitamos, por lo que deseamos, por lo que sentimos y a nosotras no nos para nadie». El Ni Una Menos siguiente, el del 2016, fue más politizado todavía, porque empezamos a hablar mucho de la deuda. Fueron momentos bisagra para el movimiento feminista.

Algo importante fue la incorporación de las pibas adolescentes desde el 2018 y la marea verde, y también de los llamados feminismos populares. Son muy ricos los debates que se dieron cuando empiezan a formar parte, aunque seguramente estaban, pero no eran reconocidas por el conjunto de los feminismos. El movimiento feminista es muy heterogéneo, más en estos últimos años. Es más rico, nos interpela a nosotras y a la sociedad, por eso fue posible tomar masivamente las calles. En las organizaciones político-partidarias y en los movimientos sociales, surgieron espacios de mujeres y diversidad sexual. Más allá de que es muy difícil con los varones organizados, las compañeras siguen dando pelea. Pudimos dar debates en todos los espacios que habitamos: en la organización, el lugar de trabajo, en la mesa familiar. Después de la pandemia, ya sea porque la calle estaba prohibida, aunque la hemos tomado en algún momento, o por la precarización de la vida y la situación económica, estamos más complicadas para tomar la calle, salir a pegatinear o hacer intervenciones públicas. Es contradictorio porque el Encuentro Plurinacional de San Luis desbordó la ciudad y el de este año en Bariloche también va a ser así. A lo mejor, en esta provincia nos está costando más tomar la calle, de la forma que lo hicimos desde el 2015.

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Imagen: Anabella Antonelli para La tinta

—Después de décadas de acompañar a personas que desean abortar y militar la ley, ¿cómo viviste la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y su actual aplicación?

—La pelea por la legalización del aborto hace mucho que se viene dando. Me acuerdo del espacio donde está Dora Coledesky, que la conocí en el Encuentro Feminista de Río Ceballos y empecé a leer los boletines de ellas sobre el tema. Fue también uno de los ejes de nuestro activismo como Mufas y en los entonces Encuentros Nacionales de Mujeres se pudo instalar la discusión política por el aborto. Un hecho importante ahí fue la Asamblea por el Derecho al Aborto en el 2003 en Rosario y el Taller de Estrategias por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, que no discutía abortos sí o abortos no, sino las estrategias para dar la pelea por su legalización en Argentina. Otro hito fue la construcción de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto. La ley fue producto de la organización del movimiento feminista en general, de muchos espacios e individuas que pelearon. La Campaña ayudó muchísimo, allí se generaron muchas discusiones. El debate en el Congreso y la aprobación trajeron muchísimas emociones porque se concretó el deseo de que sea un derecho para todas las personas que quieran acceder. Demostró la fuerza que tenemos como movimiento y que podemos. Recuerdo un flyer que decía: «Luchar sirve». Fue reparador para quienes atravesamos un aborto en la ilegalidad o inseguros, y fue un acto de justicia también, hacia adelante y para atrás.

Como luchar sirve, lo que está diciendo este personaje siniestro (por Javier Milei), no va a poder hacerlo. Los derechos no se plebiscitan y con la fuerza que tenemos vamos a poner límites. La legalización del aborto en Argentina ha sido muy importante también para las compañeras de Latinoamérica, es un faro para el activismo y un referente para seguir peleándola en países donde no es legal y está criminalizado.

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Imagen: La tinta

—¿Cómo se transformó la práctica socorrista desde la aprobación de la ley?

—Desde que se aprobó, la hacemos vivir, porque hablamos mucho de la ley, la difundimos. Hemos llevado la campaña El derecho a abortar es ley, si te lo niegan es delito a las escuelas, los centros de salud, los movimientos sociales, a la comunidad. Seguimos dando información sobre cómo autogestionarse un aborto, hacemos talleres donde informamos sobre el uso de los medicamentos para interrumpir un embarazo de manera segura y cuidada. Si la persona decide ir a un centro de salud, les indicamos en cuáles será bien atendida, escuchada, sin que cuestionen su decisión. Hicimos un mapeo que releva dónde hay personal garantista. Si decide hacerlo de forma autogestionada, se organizan para ver cómo consiguen el misoprostol.

Del 1 de enero al 30 de junio, desde la colectiva de Córdoba capital, hemos informado y acompañado telefónicamente a 887 personas que se comunicaron con nosotras. En la provincia, junto con los otros espacios socorristas, en el primer trimestre, acompañamos a 1.222 personas y, en el país, incluyendo a Córdoba, a 5.109 personas.

Nos siguen llamando a la línea pública porque hemos dado respuestas y nos hemos ganado el reconocimiento y el respeto de las organizaciones y de quienes acompañamos, que pasan el dato de las líneas públicas. No éramos las únicas, en muchos centros de salud también se daban respuestas a través de las interrupciones legales de embarazo y hay cooperativas autogestivas que estuvieron dando respuestas. Yo he aprendido a lo largo de mi activismo que la pelea siempre es colectiva y que es necesaria la organización. La Red Socorrista sola no podría. Los derechos se logran luchando colectivamente. 

Hoy, habitamos la Red Compañera, una red de acompañantes feministas de Latinoamérica y el Caribe, que nos ayuda a seguir organizándonos de conjunto, a acompañarnos entre nosotras, a darnos nuevos debates y construir nuevos aprendizajes, y ver cómo acompañamos quienes tenemos la posibilidad del aborto legal a las colectivas y a las organizaciones que habitan territorios donde todavía no hay legalidad. Alojarse en esas redes es importante en este momento.

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Imagen: Anabella Antonelli para La tinta

—¿Cómo es vivir una vida feminista?

—Yo disfruto mucho de mi activismo, tengo amigas socorristas, disfruto de estar con ellas, de encontrarme en las plenarias socorristas, me encanta viajar por alguna tarea de la red con compañeras, organizar las plenarias junto con otras, tomarme unos vinos o una cervecita con las compañeras socorristas y con las amigas que no son socorristas. Disfruto un montón de ir al cine con ellas, de encontrarme en el parque o en la casa de alguna, más allá de las tensiones que puede haber entre nosotras, porque las hay. Me he reencontrado con otras que en algún momento, producto de la ruptura del partido, dejamos de saludarnos, esas cosas horribles que hacemos por dogmáticas, y en estos últimos años, nos reencontramos de una manera muy amorosa. Tengo una buena vida porque el activismo feminista a mí y a muchas personas nos permite tener momentos de felicidad. Nosotras peleamos con alegría, con optimismo, más allá de que nos golpea la vida, pero peleamos convencidas.

—Esquivar la idea sacrificial de la militancia.

—Totalmente. No reniego de haber estado organizada en otro tipo de estructuras, pero después elegí otro camino, otro activismo.

*Por Nadya Scherbovsky y Anabella Antonelli para La tinta / Imagen de portada: Anabella Antonelli.

Palabras claves: feminismo, legalización del aborto, Socorristas en red

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Un femicidio no es un espectáculo

Un femicidio no es un espectáculo
27 marzo, 2025 por Jazmín Iphar

Néstor Aguilar Soto era el único imputado en la causa por el femicidio de Catalina Gutiérrez y fue condenado a prisión perpetua. En el juicio, había declarado: “Soy un homicida, pero quiero defenderme y no soy un femicida”, y mostró detalles del momento y cómo cometió el asesinato. Esa escena, que ocurrió en la sala donde se desarrollaba el proceso legal, fue replicada por muchos medios locales como Telefé, Canal 12, La Voz, entre otros. ¿Por qué se piensa que es útil la información difundida? En 24 horas, ocurrieron dos femicidios en Córdoba, uno en Río Ceballos y otro en La Granja.

Por Verónika Ferrucci y Jazmín Iphar para La tinta

#ColegasNoSon

El pasado 19 de marzo, culminó el juicio por el femicidio de Catalina Gutiérrez, ocurrido el 17 de julio de 2024, donde el único imputado era Néstor Aguilar Soto, quien fue condenado a prisión perpetua por las autoridades de la Cámara en lo Correccional y Criminal de 11º Nominación de Córdoba, luego de un juicio con jurado popular. La cobertura mediática que vimos fue, al menos, irresponsable.

En la 6° audiencia del juicio, la abogada defensora de Soto, Ángela Burgos, sostuvo la estrategia judicial para que se cambie la carátula y el acusado no sea juzgado por un caso de violencia de género, ya que consideraba que eran “descabellados” esos términos, e insistió en que debía ser sentenciado por «homicidio simple». Ante los jurados populares, el acusado declaró: “Soy un homicida, pero quiero defenderme y no soy un femicida”. Y, durante la audiencia, mostró la mecánica que utilizó para matar a quien era su compañera de facultad, usando a su abogada de víctima en la simulación.

Desde la Organización Feministas en Derecho, que congrega a estudiantes y abogadas de la Facultad de Derecho de la UNC, repudiaron la actuación de la abogada Burgos por incumplimiento de deberes éticos. «Ilustrar gráficamente un femicidio no solo revictimiza a la víctima y a la familia, sino que implica una falta al Código de Ética de los abogados y abogadas en Córdoba. Tal como lo establece el art. 21 de la Ley provincial 5805 del Ejercicio de la Profesión de Abogado: ‘Los abogados son pasibles de algunas de las sanciones establecidas en esta Ley (…) por cualquiera de las siguientes faltas: Inc. 15) Excederse en las necesidades de la defensa formulando juicios o términos ofensivos a la dignidad del colega adversario o que importen violencia impropia o vejación inútil a la parte contraria, magistrados y funcionarios’”. 

Carlos Hairabedián, abogado querellante, había solicitado que se vuelva a incluir el agravante de alevosía en la causa, retornando a la carátula inicial. La fiscalía modificó la carátula del caso y sumó la agravante de criminis causa. Finalmente, la condena contempló como agravantes femicidio y criminis causa. 

¿Por qué se puso en juego la figura del término femicidio?

A tono con la época, la abogada trabajó durante todo el proceso legal para que no sea juzgado por femicidio e hizo su parte en los medios que amplificaron su voz, donde tuvo un protagonismo central. En muchos casos, sin repreguntas, aun cuando se expresaba con gritos y discusiones con quienes les hacían preguntas. Fueron pocos los casos de quienes cuestionaron el posicionamiento de la abogada, entre esos, las panelistas del programa «Mujeres Argentinas» de Canal 13, cuando Burgos dijo que “la víctima podría haber sido un hombre» y que «si sos mujer y matás, te van a juzgar como se les dé la gana”. Ante la contraargumentación, terminó abandonando la entrevista. 

En estos momentos, donde es necesario volver a aclarar no solo los marcos normativos vigentes para los casos de femicidios, también se debe insistir sobre los términos del concepto. Como aclararon las Feministas en Derecho, tomando una cita de Mariana Villarreal: “El femicidio es un término político. Es una denuncia a una sociedad patriarcal que sostiene el ejercicio de violencias como modo para controlar que las mujeres se comporten conforme a los mandatos de género, donde la razón detrás de su muerte es la de asegurar lo que se espera de ellas”.

El scroll por los portales web y redes sociales de noticias locales y nacionales estuvo lleno de las fotos donde Soto muestra la maniobra con que mató a Catalina, junto a titulares que hablan de “relato escalofriante” o “el minuto a minuto del crimen”. Canal 12, La Voz, Telefé: ¿por qué piensan que es útil difundir esa información? ¿En serio nos van a poner a debatir cosas que creíamos saldadas desde 2015?

Este año, se cumple una década del Ni Una Menos y, en enero de 2025, tuvimos 1 femicidio cada 26 horas, según relevó el Observatorio «Ahora que sí nos ven». Mientras tanto, los grandes medios cordobeses parecen ignorar los marcos legales nacionales e internacionales, protocolos de acción, guías de trabajo periodístico, capacitaciones en perspectiva de género y los años de debate e investigaciones que indican con claridad cómo realizar coberturas éticamente responsables y con perspectiva de género. 

Desde el Colectivo Ni Una Menos, detallaron: «Ilustrar gráficamente un femicidio, con un enfoque sensacionalista, más que una cobertura, se parece a una manual de información para posibles agresores. Además, cuando se detallan maniobras, métodos y circunstancias de un femicidio, se revictimiza a la víctima y a su familia. Este tipo de coberturas deshumaniza a la víctima, reduciéndola a un mero objeto de morbo, perpetuando la cultura de la violencia en la que los agresores pueden encontrar justificaciones en la narrativa que se les ofrece”. 

Relatar desde la perspectiva del femicida habilita la justificación del actuar: “Catalina me pegó una cachetada y me agarró del cuello, y ahí se me apagó la tele, arrancó el Néstor loco”. 


Ya lo ha dicho Rita Segato en los comienzos de sus investigaciones y desarrollos teóricos: «Los femicidios se repiten porque se muestran como un espectáculo. La curiosidad morbosa llama a la gente a curiosear. Cuando se informa, se informa para atraer espectadores, por lo tanto, se produce un espectáculo del crimen y, ahí, ese crimen se va a promover. Aunque al agresor se lo muestre como un monstruo, es un monstruo potente y, para muchos hombres, la posición de mostrar potencia es una meta. Entonces, el monstruo potente es éticamente criticado, es inmoral, pero, a pesar de eso, es mostrado como un protagonista de una historia y un protagonista potente de una historia. Y eso es convocante para algunos hombres, por eso, se repite».


La mediatización y espectacularización, el enfoque policial, el relato constante y detallado de cómo se mata a una mujer se transforma en un espectáculo. Lamentablemente, no es novedad la forma en que muchos medios locales abordan los contenidos de las violencias de género en un contexto donde los femicidios y las denuncias por violencias en los hogares aumentan, y la política del Gobierno nacional ha sido el desmantelamiento de las políticas de prevención y asistencia como parte de la batalla cultural contra feministas y diversidades, frente a un nuevo discurso negacionista y odiante propulsado por el presidente Javier Milei.


*Si fuiste víctima de violencia de género, en Córdoba, podés comunicarte con el Polo de la Mujer al 0800-888-9898 las 24 horas del día, todos los días del año. También podés enviar un mensaje de WhatsApp al 3518141400. O acercarte y hacer la denuncia en la Unidad Judicial de Violencia Familiar, ubicada en la calle Entre Ríos n.° 680.

*Por Verónika Ferrucci y Jazmín Iphar para La tinta / Imagen de portada: La tinta.

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Palabras claves: Catalina Gutiérrez, Femicidio, Néstor Aguilar Soto

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