Los colores de la violencia institucional
Se conoció la condena a los efectivos policiales que asesinaron a Lucas González y la novedad es que se usó como agravante al odio racial. Una sentencia histórica que reconoce que el “olfato policial” es racista. ¿De qué se trata esto? En esta nota, el autor comparte algunas reflexiones.
Por Nicolás Cabrera para La tinta
El martes, se conoció el fallo del caso Lucas González. El Tribunal Oral en lo Criminal n.° 25 condenó a prisión perpetua a tres efectivos de la Policía de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Gabriel Isassi, Fabián López y Juan José Nieva fueron los autores materiales del crimen del joven futbolista de 17 años, asesinado en noviembre del 2021 en el barrio porteño de Barracas. Otros seis uniformados recibieron penas de entre cuatro y ocho años de prisión.
Los jueces decidieron que fue un homicidio quíntuplemente agravado: “Por haber sido cometido con arma de fuego, alevosía, por odio racial, por el concurso premeditado de dos o más personas, y por ser integrantes de una fuerza de seguridad”. El abogado de la familia de Lucas, Gregorio Dalbón, expresó a los medios: “Es un fallo histórico: no sólo establece que a Lucas lo mató el Estado, en este caso, el Estado de la Ciudad de Buenos Aires, sino que el crimen se cometió por racismo. A Lucas lo mataron por su color de piel”.
Es una sentencia histórica. Por primera vez, se argumenta que la “violencia institucional” tiene color. Los de azul dispararon porque Lucas y sus amigos eran jóvenes morochos que venían de una villa. La Justicia reconoce que el “olfato policial” tiene “odio racial”. Lo que sigue son algunas reflexiones sobre algo ya sabido, pero siempre negado.
América Latina encabeza dos podios: somos la región más desigual y letal del mundo. No somos la más pobre, pero sí la que mayor brecha registra entre privilegiadxs y desposeídxs. Tampoco hay más violencia que en otros rincones, pero en ningún lugar del mundo se mata y se muere violentamente como en la patria grande y el Caribe. Si unimos ambas variables, llegamos a una conclusión que será nuestro punto de partida: las probabilidades de morir violentamente en América Latina se distribuyen desigualmente.
Ejemplifico con algunos números. Nuestra región representa el 8% de la población mundial, pero concentra el 50% de los homicidios globales. En América Latina y Caribe, el 92% de las víctimas de asesinato son varones. En el mundo, la tasa de homicidio entre jóvenes se ubica alrededor del 16 cada 100.000 habitantes. En nuestro continente, se estima en 64 cada 100.000 personas.
Pero además de ser varones y jóvenes, las víctimas más frecuentes de asesinatos tienen otro rasgo en común: la racialización. Las formas en que esas personas son racializadas difiere según la época y el lugar. En EE. UU., por ejemplo, son las personas afroamericanas y latinas quienes más padecen ese racismo. El movimiento “Black Lives Matter” es síntoma de aquello. En Brasil, son los negros, negras e indígenas. En Francia, para citar un ejemplo en boga, la racialización se extiende principalmente a lxs franceses de ascendencia u origen africano. El racismo es global, pero se articula localmente.
Argentina no es la excepción, aunque la negación sea crónica. Primero fue todo aquello que no se consideraba blanco y europeo: pueblos originarios y afrodescendientes, por ejemplo. Ya en el siglo XX, con las migraciones internas y el empoderamiento de clase, llegaron los “cabecitas negras”. Muchos de sus hijxs y nietxs, tiempo después, empezaron a ser racializadxs como “negros villeros”. En las últimas décadas, la migración de países cercanos –Perú, Bolivia, Paraguay– trajo nuevas víctimas. No son etapas que se sustituyen, son procesos que se superponen. Raíces profundas de un racismo estructural.
Y estructural significa persistente, omnipresente, capilar. Una dinámica tan arraigada que permea todas las instituciones. Entre ellas, obviamente, la que más mata: policías. Por eso, la sentencia del caso Lucas González es tan importante. La Justicia reconoce una verdad a cielo abierto: la violencia institucional no es aleatoria. Tiene una regularidad, busca un perfil, construye peligrosos. Varón, joven, pobre y racializado… los sospechosos de siempre.
Es un avance, pero falta mucho. La lista de “casos aislados” es larga, basta bucear por la página del colectivo Identidad Marrón para ver que los “negros de mierda” víctimas de violencia institucional abundan. La enorme mayoría son pobres, pero no todos. Dicho de otra forma: todos los pobres son racializados, pero no todos los racializados son pobres. A veces se confunde lo igual con lo parecido.
Entender al racismo como agravante de las violencias policiales –y de tantos otros tipos de violencia– supone reconocer dinámicas coloniales. Ya que, como lo dijeron muchxs autorxs, no hay colonización sin estratificación racial. A veces parece algo abstracto, lejano, extranjero. Hasta que uno visita una cárcel. Escucha cantos en un partido de fútbol. Navega por Twitter. Lee comentarios en La Nación. Ve los spots de Milei o Bullrich. O… sucede lo peor: hay un muerto en los noticieros.
*Por Nicolás Cabrera para La tinta / Imagen de portada: Pepe Mateos.