El nuevo rol global de China y su creciente influencia en Medio Oriente
El gigante asiático avanza con una política de expansión diplomática y comercial que pone en alerta a Estados Unidos. Además, Beijing se muestra como un mediador eficaz para conflictos regionales.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
En los últimos tiempos, venimos asistiendo a un importante cambio en el panorama geopolítico global, donde Medio Oriente no es la excepción. Allí, diversos países han estado restableciendo relaciones que antes parecían irreconciliables. Irán, Arabia Saudí y Siria son solo algunos ejemplos de esta recomposición del status quo. Sin embargo, quizás, el punto más interesante de este fenómeno es el papel que la República Popular China (RPCh) ha desempeñado como mediadora en estos conflictos.
Históricamente, Estados Unidos asumió el papel de mediador en diversas disputas internacionales. No obstante, los resultados de dichas intervenciones han dejado mucho que desear, ya que, en lugar de encontrar soluciones duraderas, se ha perpetuado un ciclo interminable de guerras y conflictos en la región. A su vez, la credibilidad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) como organismo mediador se ha visto disminuida en el ámbito internacional, dejando un vacío en la búsqueda de soluciones pacíficas que Beijing parece dispuesto a tomar.
Es aquí donde China, una potencia emergente, ha encontrado su oportunidad para posicionarse como un actor relevante en el escenario de la mediación internacional. Con una creciente influencia global, el gigante asiático ha demostrado una notable capacidad para promover el diálogo y el entendimiento entre naciones históricamente en conflicto. Es importante destacar que no se trata de establecer una dicotomía simplista entre “China buena” y “Estados Unidos malo”. Más bien, resulta fundamental analizar cuidadosamente cómo estos cambios están moldeando las dinámicas regionales y globales.
La participación de China en el restablecimiento de relaciones entre Irán y Arabia Saudí, por ejemplo, es un caso relevante que merece una atención detallada. China ha emergido como un actor importante en la mediación de conflictos, pero también es necesario evaluar las implicancias y consecuencias de este fenómeno en el contexto geopolítico actual. ¿Qué impacto tendrá en la dinámica global? ¿Cuáles son los desafíos y oportunidades que se presentan?
En sus más recientes movimientos internacionales, Xi Jinping, el presidente y jefe del Partido Comunista de China, ha demostrado que su país se encuentra decidido a tener un rol internacional. En los últimos años, Beijing ha buscado aumentar su influencia y presencia en el mundo a través de iniciativas como la Nueva Ruta de la Seda, que busca establecer vínculos comerciales y de infraestructura con países de Asia, Europa y África. Además, el gigante asiático continúa expandiendo su presencia militar en el mar del sur de China, al mismo tiempo que se involucró activamente en conflictos como la guerra civil en Siria.
El nuevo rol internacional de China es parte de una estrategia más amplia de la RPCh para consolidar su posición como una potencia global, no solo económicamente, sino también política y militar. El nuevo rol internacional de China, ya consolidado como un actor de primer orden, es tal que, incluso, propició recientemente un acuerdo histórico y sin precedentes entre Irán y Arabia Saudí. A comienzos de marzo de este año, ambos países acordaron volver a establecer relaciones diplomáticas después de siete años.
En 2016, los lazos diplomáticos fueron cortados luego de que la embajada saudí en Teherán fuera atacada como respuesta a la ejecución de un clérigo chiíta ordenada por la monarquía saudí. El enfrentamiento entre ambos países se remonta, por lo menos, a la década de 1980 y llegó a ser calificado por algunos analistas como “la nueva Guerra Fría de Medio Oriente”. Sin embargo, aproximadamente para mayo, se había previsto que reanuden sus lazos diplomáticos, a la vez que reabran sus respectivas embajadas y establecimientos consulares. En esa línea, reactivarán acuerdos de cooperación en materia de seguridad, comercio, economía e inversión que habían sido firmados a comienzos de la década de 2000 y a finales de 1990.
En marzo pasado, el jefe del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de la República Islámica de Irán, Ali Shamkhani, se reunió con su homólogo saudí, Mosaed Bin Mohammad al Alban, justamente en Beijing, ciudad donde se firmó el acuerdo. Arabia Saudí siempre se mostró mucho más cerca de Estados Unidos, no obstante, la monarquía ve en China a un actor de peso que merece ser escuchado, además de tener cada vez más profundos lazos comerciales con Beijing. Esto, por supuesto, allana el camino para que tanto Irán como Arabia Saudí se unan al revitalizado bloque de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), además de futuras adhesiones, ya en marcha, de países latinoamericanos como Argentina. Lula da Silva, por ejemplo, está decidido a darle un nuevo impulso al bloque, en un contexto de incertidumbre y competencia global.
El acuerdo alcanzado entre ambos países de Medio Oriente, gracias a la mediación china, puede ser uno de los puntos centrales que potencien al petroyuan, mencionado por Vladimir Putin en su reunión con Xi, apenas unos días después del anuncio del restablecimiento de relaciones entre Irán y Arabia Saudí. En aquel momento, Putin se apuró a anunciar la muerte del petrodólar y el final de la hegemonía del dólar estadounidense en los mercados internacionales. Más allá de lo grandilocuente de una afirmación que parece tener, aún, poco correlato con la realidad, lo cierto es que la internacionalización de la moneda china, el yuan, y la consecuente desdolarización de los mercados mundiales ya son un hecho. Por poner algunos ejemplos, más de dos tercios del total del comercio bilateral entre Rusia y China se realiza actualmente con yuanes y rublos. En esa línea, Rusia ya anunció que utilizará el yuan chino para comerciar con sus socios en países de Asia, África y América Latina. Se trata de una respuesta a las sanciones impuestas por Estados Unidos y los países miembros de la OTAN contra Moscú, tras el lanzamiento de la “operación militar especial” contra Ucrania.
En principio, esto puede tener duras consecuencias económicas contra unos Estados Unidos que presentan una crisis económica en ciernes, en un contexto donde la República Popular China volvió a retomar sendas de crecimiento similares a las anteriores al inicio de la pandemia de Covid-19.
Resulta comprensible que algunos observadores tengan reservas en relación a este proceso de recomposición del status quo en Medio Oriente. Algunos argumentan que esto podría significar un entierro de las posibilidades de cambio democrático en la región, limitando las oportunidades de progreso y desarrollo en favor de una estabilidad frágil.
A partir de los nuevos movimientos de Beijing, el mundo multipolar podría tener un nuevo empuje, con el liderazgo de China y sus principales socios, con el apoyo de recursos escasos y altamente demandados como el petróleo, el gas y el litio, abundantes en los países potenciales futuros miembros del bloque.
Una consolidación del mundo multipolar tiene como objetivos principales fomentar la cooperación, la diversidad, el equilibrio y la descentralización del poder, lo que podría conducir a un sistema internacional más justo y estable. Por supuesto, no hay que pecar de ingenuidad y creer que todo esto sucederá de un día para el otro si es que, efectivamente, en algún momento sucede. Las intenciones chinas nunca suelen ser demasiado claras y siempre están abiertas a la libre interpretación. Sin embargo, está claro que el gigante asiático está decidido a tener un nuevo rol en el escenario global. Medio Oriente es apenas una muestra de esto, pero probablemente una de las más importantes.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Foto de portada: AFP.