Crear alianzas migrantes para reflexionar desde el exterior
Bel y Juli son dos argentinas viviendo en España y Tailandia, y, en esta nota, juegan con el cliché de la generación que se va del país. Desde sus experiencias personales, ponen bajo la lupa los relatos mainstream de éxito y prometedores de progreso en quienes migran. Son psicólogas que acompañan a personas que migraron y, en esos vaivenes de lo personal y colectivo, se preguntan cómo construir redes afectivas que contengan otros futuros deseables en contextos de desarraigo.
Por Belén Fragueiro y Julieta Castro para La tinta
“Ser inmigrante es llegar a la mitad.
A mitad del año escolar, de la fiesta, de la maratón, de la orgía, del chisme.
A mitad de lo bueno y de lo malo”.
Extracto de “Las corredoras” de Carmen Escobar (@esamenchis)
Somos hijas de los 90, del menemismo y de ciudades del interior cordobés. Como muchas otras personas, nuestro primer gran viaje fue vivir en Córdoba capital, la primera ciudad que nos vio migrar. Actualmente, somos también parte de un cliché del discurso mediático en la generación millenial: Bel es otra-argentina-viviendo-en-Barcelona y Juli, otra-argentina-con-ciudadanía-italiana que vive en Tailandia gracias al pasaporte argentino.
Las dos estudiamos psicología en la UNC, nos formamos en el campo de la psicología social y comunitaria. Trabajamos con mujeres, niñxs, jóvenes, organizaciones sociales e instituciones donde el abordaje territorial, los derechos humanos, las luchas colectivas, las discusiones feministas y el espacio público eran parte inherente de los procesos. Por eso, cuando el deseo de migrar empezó a tomar fuerza, también estuvo atravesado por una lucha interna que, en ese momento, encontraba solo dos salidas posibles: bajar el ancla o izar las velas. Spoiler alert: las dicotomías y las contradicciones no se nos quitan.
Una experiencia mutante
“Yo quiero creer que vivo con un pie en cada continente.
Pero sé que, en algún momento, tocará poner los dos pies en un solo lugar.
Y mientras llegue ese instante seguiré partida por la mitad.
Y corriendo. Siempre corriendo”.
Extracto de “Las corredoras” de Carmen Escobar
Migrar a veces se siente como estar en un entre, una dicotomía constante en la que te preguntarás dónde es allá, dónde acá y en qué parte de todo este caos te ubicás. A veces comienza como un “viaje”, un “me voy a estudiar”, un “voy a ver qué onda”, otras veces es una escapada, una huida o una búsqueda.
Multiplicidades de sentidos sobre migrar se ven atravesados por contextos muy disímiles, como el género, la clase, la racialización de los cuerpos y/o la fetichización de culturas. Ninguna experiencia migrante es inocua a los prejuicios o las historias -propias y ajenas- de idas y vueltas, de exilios o búsquedas de un “tiempo mejor”.
Somos el cliché de otra-argentina-en-el-extranjero y, además, psicólogas que acompañamos a personas que migraron también. Conocemos la emoción de sentirte bienvenida en una ciudad que no sabés pronunciar bien el nombre o la sorpresa al escucharte hablar un idioma nuevo, de vivir compartiendo cocinas, habitaciones, de los sabores, olores y colores nuevos. Pero también sabemos de la urgencia de sentirse “en casa”, buscar un lugar donde vivir, del estrés de cumplir con las burocracias y de cómo pasamos a hablar de papeles y visados como si fueran signos o planetas astrológicos: “Tengo el NIE blanco en cuadratura al NIE verde”. “Soy sol en visa de estudiantes, ascendente en pareja de hecho”, “Sol en pasaporte italiano en conjunción con el CUE”.
Vivir lejos también es tratar de tener ahorrado el equivalente a un pasaje de urgencia a casa o la posibilidad constante de endeudarse por esa suma. Es intentar no perder a las amigas que viven del otro lado del mar y están con un delay de x horas, a un WhatsApp de distancia.
No somos ingenuas, no podemos contar nuestras historias sin nombrar las injusticias y los privilegios de los atravesamientos racistas, patriarcales y coloniales ¿Quién tiene derecho a migrar? ¿Cuántas personas migran aún con el riesgo a que no se les reconozca un derecho tan fundamental como el de poder vivir con tranquilidad y orgullo en un lugar diferente al que nacieron? ¿Quién se siente migrante?
Un cliente del bar donde trabajaba
me preguntó de qué parte de Italia era, porque “hablaba muy bien para ser inmigrante”,
pero no reconocía mi acento.
No sé qué me dio más bronca en el momento,
si la xenofobia o mi nivel de adaptación.
Es imposible atravesar esta experiencia sin cambios, internos y externos. Se vive algo así como un devenir identitario, comienza a mutar tu acento, tus intereses y hasta lo que en algún momento te motivó a viajar. Algún mecanismo de adaptación inconsciente se activa, necesitás sobrevivir, adaptarte. Es una mutación repleta de contradicciones, emociones intensas y ficciones propias que puede ir desde el estado eufórico, romántico y hedonista, como si estuvieras en una película de Richard Linklater, viajando en tren, encontrándote con un desconocidx con quien pasás un día caminando y charlando mientras descubren una ciudad europea… a una nostalgia que te ahueca el pecho, que te pone de frente el desarraigo, la autoexigencia y el miedo de empezar, una vez más, desde cero, lejos de todo(s) lo(s) conocido(s), lejos de las redes de afecto.
Nuevos horizontes / Nuevos mandatos
Desde nuestras experiencias y las nuevas historias que conocemos a través de amistades y personas que acompañamos, encontramos que los relatos mainstream del migrar no se corresponden con los imaginarios y las narraciones que conocemos. Más allá de las historias de crisis, guerras y necesidades concretas de existencia que hacen que la vida en un lugar sea imposible y la única opción sea huir, los relatos que más se comparten están teñidos de ideas de progreso meritocrático, seguridad y/o de “ascenso” social -al menos- en términos de objetos de consumo.
En Argentina, los “casos de éxito” son argentinos que migran y triunfan en el norte global: “Se fue del país para poder cumplir sus sueños”, “Se fue a buscar un futuro mejor y lo encontró”. En algunos países como España o Italia, los “casos de éxito” son los europeos que triunfan en su propio norte, en una ciudad o una provincia con más riqueza, o en los «exitosos y ejemplares» países nórdicos. ¿Siempre es mejor en otro lado?
Estos nuevos horizontes también vienen con nuevos mandatos del supuesto ser migrante. Algo así como unos mandamientos neocoloniales que operan de una manera muy silenciosa:
I- Estarás y te mostrarás agradecidx por tener un pasaporte europeo.
II- Trabajarás, ahorrarás y te llenarás de euros o dólares para progresar.
III- Viajarás a tu país de origen llevando regalos, éxitos y orgullo a tu familia.
IV- Adoptarás palabras y modismos del lugar donde vives, y tratarás de pasar desapercibida.
V- Te esforzarás por demostrar que sos una buena trabajadora, profesional y sudaca.
VI- Tendrás el dinero suficiente para ir y venir cuando quieras.
VII- Evitarás entrar en discusiones o conflictos. Te quedarás calladx ante la violencia machista/laboral/médica/policial, porque “acá son así”.
Nosotras no nos percatamos del poder que estaban teniendo estos mandatos en nosotras o en otros hasta que comenzamos a hablar con otras personas que migraron. Tanto los relatos exitistas que consumimos como los mandatos que nadie dice en voz muy alta se permean, se hacen carne. Atraviesan nuestras subjetividades migrantes, feminizadas, transformándose en mitos que necesitamos desmontar y alejarnos de creer que estás sola -lejos- con tu experiencia y sentir muy propio un malestar que, al final, es compartido.
Crear alianzas
“Sin embargo, no todo siempre es correr.
Cuando te tomas una pausa para no morir deshidratada
nunca falta esa otra corredora que sabe exactamente qué significa vivir
tratando de alcanzar al resto.
Es el encuentro agradecido con otra maratonista.
Y a partir de entonces, correremos juntas”.
Extracto de “Las corredoras” de Carmen Escobar
Que nos estén esperando en un aeropuerto desconocido a la madrugada; que nos ayuden a resolver papeles, que se casen por papeles; que nos traduzcan un idioma o un código social, tips de cómo resolver el tema vivienda; cómo sacar citas para un trámite o a dónde salir en caso de tener una cita; qué decir o no decir en el centro de salud para que te atiendan; en qué plataformas o lugares encontrar un trabajo; dónde es más barato para comprar yerba… en fin. Hay grupos de Facebook y de WhatsApp para resolver todas estas cosas, y llevamos una lista de referidxs: del amigx del amigx que vive en ese lugar para escribirle en caso de emergencia o unas ganas de tomar una cerveza y punto.
Pero, luego, se comienzan a sentir otras cosas que andaban ahí, a la vuelta de la esquina, esperando ver cómo las resuelves y pasas el nivel del videojuego migrante. “Necesito encontrar un lugar seguro para abortar”; “¿Dónde están los otros migrantes para hablar de temas sensibles, de política, de que no llegamos a fin de mes?”; “Me siento agotada de estar presente-activx-disponible en un ‘reloj’ que no tiene en cuenta distancias o diferencias horarias”; “Me di cuenta de que los vínculos y relaciones tóxicas también migran”; “Al fin encontré un grupo de personas latinas, pero llegué a la conclusión de que lo latino no te quita lo facho”; “Nunca imaginé sentir tanta soledad y extrañeza hasta que llegaron las fiestas de fin de año”.
¿Con quién/es hablamos esto? ¿Cómo crear redes afectivas migrantes? Se vuelve necesario encontraros desde esta identidad mutante, en contextos disímiles, pero compartiendo esta especie de disociación introyectada que te da el migrar. Los espacios terapéuticos personales pueden acompañar el proceso migratorio, pero también creemos que podemos trascenderlos y pensar también estrategias de cuidado, sostén colectivo. Nuestras vidas se despliegan en una cotidianeidad, marcada por nuevas/otras incertidumbres y sentirnos acompañadas en este proceso, en nuestra experiencia, es muy importante. Nos preguntamos mucho cómo ensayar modos de escucha colectiva, de encuentro no desde las lógicas capitalistas consumistas, sino desde el reconocimiento ético del otrx en su condición, resonando con la mía, articulando dolores, desarraigos y nuevos horizontes.
Las redes afectivas están por ser construidas, estamos ensayando posibilidades de encuentro en nuestros territorios y ahora en la virtualidad, desafiando las diferencias horarias entre España y Tailandia, e invitando a otrxs a ser parte. Para eso, armamos un taller que llamamos “Alianzas Migrantes y Futurotopías”, que comienza esta semana. Con este taller, buscamos tejer redes migrantes, comenzando por cartografiar los procesos migratorios personales y colectivos, para luego construir narrativas de futuros deseables en estos contextos colapsados. Es un taller pensado para personas que estén atravesadas por experiencias migrantes y se sientan interpeladas a construir con otrxs. Pueden escribirnos por Instagram en @maitripsicologiaonline y @julietacastro.psi, o mandarnos un mail a alianzasmigrantes@gmail.com y les contamos de qué va.
*Por Belén Fragueiro y Julieta Castro para La tinta / Imagen de portada: A/D.