#ColumnaTrava: Cuando una amicha se va

#ColumnaTrava: Cuando una amicha se va
17 marzo, 2023 por Vir del Mar

Los duelos están asociados, por lo general, al final de un vínculo amoroso o a la muerte de un ser querido. ¿Qué pasa cuando nos encontramos con la situación de duelar una amistad? ¿Qué herramientas tenemos para hacer frente a algo que nunca nos dijeron que podía pasar?

Por Vir del Mar para La tinta

Amiga, salvarse es un error.
Construir, una estrategia
nuestra estrategia.
Tendríamos que hacer cosas increíbles
como un festival, por ejemplo
sobre el dolor.
Amiga, de Malena Saíto.

Desde hace algunos años, comenzamos una revisión fuerte del amor romántico. Esto es algo que nombro siempre en estas columnas, porque creo que delimita nuestra experiencia de un modo muy contundente. La delimita y la expande hacia otras fronteras, claro. Nuestras generaciones piensan el amor y se proponen desarmarlo. Lo intentamos, no sabemos si nos sale, tampoco me voy a andar haciendo la canchera en nombre de todxs lxs nacidxs en los 90.

Dentro de esas revisiones, bajamos al chongo del pedestal, matamos al macho, limpiamos el mármol en el que yacía su cuerpo heroico y, sobre esa superficie prístina, colocamos una nueva figura a la que adorar, ahora con otra fuerza. Pusimos allí a lxs amigxs, esxs eternxs compañerxs, lxs que no nos van a fallar. Que me parece perfecto, ¿eh? Un vínculo que ha sido puesto en un segundo lugar durante años y quedó condicionado por la experiencia amatoria. Primero, el novio; después, las amigas. Así nos lo decía la norma, al menos.


Hay en esta operación dos cuestiones problemáticas. La primera es que no basta con cambiar la figura (sale novix, entra amicha), sino que también hay que revisar los modos en las vinculaciones. La segunda es que la amistad tiene una obligación histórica que es la de perdurar y ser incondicional, pero… ¿qué pasa cuando unx amigx se va?


Lxs amigxs son libres

Todxs tuvimos unx amiguitx de la infancia con quien pegamos mucha onda: compartíamos los juguetes, merendábamos en su casa, conocíamos a sus hermanxs y, de repente, un día, se muda de barrio o se cambia de escuela, o repite de grado, o algunx de nuestrxs xadres decide que no somos buena compañía y no lx volvemos a ver. Esa es, quizás, la primera experiencia en la que aprendemos que una amistad puede terminarse. Aprendemos que unx amigx puede irse, que la amistad tiene condiciones y lxs amigxs son libres. 

Mi visión sobre el tema siempre tuvo esta cuota de desapego. Entendí, cuando me mudé a Córdoba, que muchas amistades tienen un momento y un lugar. Las personas con las que compartía esa intimidad en la adolescencia se fueron volviendo extrañas con el paso del tiempo. ¿Quiénes eran esas personas de las que ya casi no sabía nada, con las que no compartía ya tiempo y que crecían en sentidos tan distintos al mío? Eso era lo más evidente, nuestras vidas eran muy diferentes. Las conversaciones comenzaban a vaciarse y, a veces, algo peor: los vínculos se sostenían solo por nostalgia, los diálogos se volvían repetitivos y anclados en los recuerdos pasados. La sensación era la de estar siendo espectadora de un esplendor que ya no estaba. El cariño sí, claro; por algo se insiste. Pero lo vincular, el movimiento entre, estaba en un punto sin desplazamiento, sin actualización.

Esto es personalísimo, ¿eh? Hay gente que sostiene vínculos desde la infancia y lidia con esto de otra manera. En mi caso, podía entender que ya no sucedía la coincidencia y que los cambios que comenzaban a sucedernos hacían que el desfasaje entre nuestras vidas se pronunciara. Y, en ese pronunciamiento, encontré nuevas amistades con las que sí estaba esa magia, esa chispa en el presente. En ese desfasaje, recibí los reclamos de esxs amigxs, pero el entendimiento de su dolor llegaría después.

En Córdoba, hice grandes amistades, entre ellas, una amiga con la que sostuvimos diez años de amistad muy fuerte. Con algunos conflictos, claro, porque todos los vínculos los atraviesan y, según una terapeuta que tuve, los vínculos fuertes se bancan los conflictos. Estar con otrxs implica un movimiento, un esfuerzo de salirnos de la individualidad e ir al encuentro, ceder y proponer, escuchar y ser escuchadxs. Con esta amiga, los conflictos empezaron a pronunciarse y a llevarnos a una caída en picada permanente en la que se abrían espacio los reclamos y el disgusto por sobre el placer de compartir. Insistíamos porque nos queríamos mucho y, quizás, también por costumbre. 

Un día, dejamos de hablarnos. Empezó ahí un vía crucis doloso hacia el final de ese vínculo. Algo que, por más que antes la canchereaba con mi entendimiento de “la amistad es condicional y lxs amigxs son libres”, me dolía muchísimo. La teoría, clarísima; ahora, no entendía cómo esta afectación se sostenía con tanta dureza. La persona con la que compartía todo, con la que era uña y carne, culo y calzón, kiko y kako, ya no estaba. 

Seguimos con el ajetreo

En la #ColumnaTrava anterior sobre ghosteo, les decía que el gran problema con la ausencia de lxs otrxs es el ajetreo que se produce ante esa falta. Mi amiga ya no estaba, pero sí estaban todos los recuerdos, nuestros lugares favoritos, las series que mirábamos juntas, modismos compartidos para hablar, sus objetos que aún estaban por la casa. Todos esos restos, esos rastros de la presencia, no hacían más que confirmar la verdad dura de que ella ya no estaba en mi vida presente. O sí, pero en un diálogo conmigo misma, una alocución que sucedía en mis escenarios personales, pero a los que ella no va a responderme.

Algo empecé a ver con más lucidez y fue la diferencia con las experiencias adolescentes. Ahí, el cambio fue radical, yo me mudé y me llené de vivencias nuevas en las que me liberé, y en esa salida del clóset social, pude asociarme a amistades con las que compartía mis inquietudes presentes. De repente, podía espejarme en otrxs que entendían con mayor claridad lo que estaba atravesando y todo era nuevo, y de cada cosa podía elegir cómo formar un nuevo yo alejado de los prejuicios de mi territorio natal. Cuando nos peleamos con mi amiga culo-calzón, ese drama y ese dolor quedaban descontextualizados. ¿Cómo esto se parecía tanto a cortar con un novio?


En la repartija romántica del amor, como decía al principio, lxs amigxs son incondicionales, pero quedan desplazadxs a un segundo lugar cuando se trata de pensar en el futuro con alguien. La idea de pareja, aunque en ejercicio de revisión permanente, goza generalmente de cierta jerarquía: se planean convivencia, viajes, fines de semana, perritos y hasta hijxs. Entonces, esas ilusiones sobre las que se alzan las fantasías de futuro están asociadas a tener que duelar: los noviazgos se terminan y sabemos que lloraremos y renaceremos. Pero no estamos listas para que una amistad que pensamos incondicional y para siempre deje de estar. Si fracasó el vínculo que creí que iba a estar más allá de todo y para siempre, ¿cómo se hace para sobrevivir a esta jungla de emociones?


Las personas mutamos y, en esas transformaciones, nuestras necesidades cambian, se desplazan y requieren de escucha mutua. La amistad tiene un aprendizaje maravilloso y no es el de la incondicionalidad, sino el de la libertad. Estamos juntxs porque nos elegimos, porque podemos tomar distancia, imaginar futuribles distintos y, sin embargo, seguir acompañándonos. En la amistad, lx otrx no cumple o llena nuestras fantasías, las inventa con nosotrxs. No tengo respuestas, pero intuyo que hay que estar atentxs a todo el movimiento que sucede entre, para bancarse el conflicto y seguir juntxs, o para poder decirnos buena suerte y hasta luego. 

*Por Vir del Mar para La tinta.

Palabras claves: Amistad, Columna Trava, Duelo, Vínculos, Vir del Mar

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